«Cartas del sobrino a su diablo (XXV)» por Juan Manuel de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 11/07/2020.
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Por supuesto, ¡oh veneradísimo tito Escrutopo!, me he preocupado, siguiendo tus indicaciones, de aprovechar la plaga coronavírica para resaltar las hipocresías indecentes sobre las que se asienta la vida de este pueblo apóstata. Así ocurrió con la escabechina de ancianos en los morideros llamados residencias, que volvió a probar que un pueblo que se ha desentendido del Enemigo acaba desentendiéndose también de sus progenitores; pues allá donde no se cuida al padre común, al que sólo hay que rezar, mucho menos se cuida a los padres particulares, a los que hay que limpiar el culo cuando llegan a viejos.

Y, si así actúan con sus propios padres, ¿cómo van a actuar con los negros que vienen a hacer los trabajos que ellos desprecian? Habrás reparado, ¡oh potito emético!, en la obra maestra que he aliñado con los temporeros coronavíricos de la huerta de Lérida. Por un lado, he desenmascarado el farisaico discurso fachita, que pretende impedir la entrada en España a los negros, como si la patulea autóctona estuviese dispuesta a doblar el espinazo y hacer los trabajos del campo. Por otro lado, he desenmascarado el miserable discurso progre, que pretende facilitar la entrada en España de los negros, a los que luego se paga un jornal misérrimo y se hacina en ergástulos que son un maravilloso cónclave pulgoso y coronavírico. Pero los discursos progre y fachita son tan sólo el haz y el envés de la misma moneda, encargados cada uno de halagar los impulsos emocionales de su respectiva parroquia: impulsos lloricosos del progrerío, que lagrimea cuando los negros son «rescatados» por la plutocracia en el mar, desentendiéndose de su posterior destino en los ergástulos; impulsos fanfarrones del facherío, que rabia porque los negros se muevan libremente por España, olvidando que la fruta que les endulza el verano ha sido recoletada por callosas manos negras, pues los nenes españoles sólo doblan el espinazo para bajar al pilón o pilona y tomar su dosis de soma penevulvar.

Y estos discursos progre y fachita, más falsotes ambos que el disfraz de súcubo que me pongo para seducir rijosos, sirven para ocultar la raíz del problema. Que no es otra, ¡oh titodrilo carcamalote!, sino la demolición de la economía natural (o sea, «la administración razonable de los bienes que se necesitan para la propia vida», según enseña el jopu de Aristóteles) que los sucesivos gobiernos partitocráticos perpetraron para que la plutocracia internacional pudiese instaurar el reinado de la crematística, que -como el jopu de Aristóteles también enseña- es el «arte de enriquecerse sin límites». Y para que nuestros adoradores plutócratas pudieran enriquecerse sin límites, hubo que arrinconar la fuente primordial de la economía natural, que es la tierra nutriente de la que el Enemigo hizo brotar toda forma de vida. Así, los frutos de la tierra fueron sacrílegamente relegados y remunerados ínfimamente, de tal modo que la dedicación a tareas agrícolas y ganaderas fuese considerada un oficio propio de parias; mientras que las operaciones crematísticas se convirtieron en el fundamento de una economía perversa. Y así, mientras nuestros adoradores plutócratas se enriquecen con fondos de inversión que especulan con la distribución de los alimentos y los gobiernos reparten paguitas entre la juventud haragana, la agricultura malvive a duras penas contratando negros por jornales misérrimos y hacinándolos en ergástulos donde el coronavirus florece con esplendor primaveral.

Esta chusma no recuperará el sentido de la economía natural mientras no vuelva a rezar al Enemigo que les entregó en heredad la tierra. Sólo entonces acogerá a esos negros como hermanos, como hizo el capullo de Filemón con su esclavo Onésimo. Hasta que tal cosa no ocurra, podemos divertirnos confrontándolos con sus hipocresías.

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