¡Excelente artículo, hermano!
Administrator: ¡a portada!
Mirad el artículo que me he encontrado navegando. Lo expongo porque creo que puede incitar a un rico debate, no porque lo suscriba, espero aclarar esto:
Contraste entre la colonización española, la anglosajona y francesa en América
El descubrimiento de América – y, sobretodo, el descubrimiento de los indígenas americanos (los «indios», como serían llamados por largas décadas) – puso primero a los españoles y luego a los europeos frente a algo totalmente nuevo, a personajes cuya existencia ni era sospechada, más
allá de alguna antigua premonición.
Se ha dicho que la impresión de los europeos frente a los indios americanos ha sido algo así como la que tendríamos hoy al entrar en contacto con los extraterrestres: un parangón que ciertamente fuerza los tonos, pero que, con una cierta aproximación, dice la sorpresa, justamente, que los europeos se llevaron al descubrir que no eran, junto con los asiáticos y los africanos, los únicos habitantes del mundo.
Así, empezaron a preguntarse quienes eran esos extraños seres, si eran hombres, y – en caso afirmativo (en principio, la respuesta negativa era rara, por lo menos en el ambiente latino) – si eran descendientes o no de Adán, con consecuencias teológicas y morales de gran relevancia.
Se preguntaban también cuál podía ser la edad real (sea relativa, sea absoluta) de ese mundo, de manera que el adjetivo nuevo, que le habían aplicado en seguida, era leído e interpretado en el sentido de una extrema juventud de América respecto al antiguo continente europeo, africano
y asiático. Aunque no faltaron quienes acudían a ese adjetivo simplemente para indicar la flora y la fauna del lugar, tan distintas a las del viejo continente.
Si así de fuerte fue el efecto del impacto, probablemente en eso podamos encontrar una llave de lectura de los acontecimientos posteriores: No la única, es obvio, pero ciertamente significativa. Nos permite, entre otras cosas, comprender mejor las polémicas de los últimos diez años, a
lo largo de los cuales se han fijado los siguientes «actores» del drama:
a) un imputado: la colonización hispánica;
b) un acusador: la colonización anglosajona;
c) un ausente: la colonización francesa.
Comprender con qué actitud mental los tres pueblos europeos se pusieron frente a los indios americanos, puede ayudarnos a comprender mucho de lo que ha sucedido en ese entonces y de lo que sucede hoy.
La colonización francesa.
Comencemos por el ausente. ¿Cuántos son, hoy, los que recuerdan que por largo tiempo, hasta la mitad del siglo XVIII, gran parte de América septentrional estaba en manos francesas? Pocos, ciertamente. Ni siquiera se sabe, por ejemplo, que, en el siglo XIX, cuando los pieles roja
hablaban del «Gran Padre Blanco», formalmente se referían al presidente de los Estados Unidos de América, pero recordando, en realidad, al rey de Francia, su más antiguo señor.
Es que en la América francesa había sido realizado el mejor modelo de comunidad de vida y de intereses entre blancos e indígenas. No todo, ciertamente, había sido bueno. Incluso, se habían dado enfrentamientos y combates muy duros. Pero habían sido combates entre hombres que se
consideraban tales de ambas partes. Se podría casi decir que los franceses fueron una tribu entre otras, metidos en los enfrentamientos entre iroqueses, hurones, etc.
Miembros de una sociedad aún preburguesa, rica en características feudales residuales, los franceses habían actuado en América con la misma mentalidad que tenían en la madre patria, conservando, cuando mucho, por más tiempo que en Francia lineamientos premodernos de mentalidad y organización social.
Raimondo Luraghi, que escribió la que a mi juicio es la mejor historia de los Estados Unidos de América existente hoy en el mercado, por lo menos de parte italiana, describe al caballero francés de América del siguiente modo: "mitad señor feudal, mitad coureur de bois, poco sensible a los intereses mercantiles (que, al contrario, despreciaba), y fascinado por la vida en los bosques y los campos; se encontraba muy cómodo cuando, a la cabeza de sus legiones indias y viviendo con ellas, las llevaba a descubrir y a luchar.
Por otro lado, siempre bajo los franceses, los indígenas habían accedido también a la nueva economía mercantil, y con una facilidad asombrosa, ayudados quizás por su habilidad de agricultores. Ciertamente, de esta novedad se llevaron también los aspectos negativos: conocieron la riqueza en cuanto tal, y muy pronto aprendieron que riqueza y poder van muy
juntos. Pero no por eso podemos considerar automáticamente negativo el desarrollo económico. Sabemos, en efecto, que éste se vuelve negativo sólo cuando se convierte en motivo único y paradigmático de una determinada cultura.
"El hecho mismo de que el mercantilismo francés – escribe Luraghi – había atraído al hombre rojo dentro de la vorágine de la cultura europea, habría sido utilizado por la monarquía y por la iglesia para dar vida a un intento de imperio tolerante y paternal que América jamás había conocido antes, y que nunca volvería a conocer después. El nacimiento y el ocaso de la Nueva Francia, representaron para el indio el nacimiento y el ocaso de la única posibilidad que tuvo de convivir con la cultura europea sin ser aplastado por ella".
Oficiales y soldados franceses, al momento de la despedida, recibían tierras en propiedad, donde se instalaban con los indios del mismo modo como lo habrían hecho con los campesinos de Francia, y los indios, en esas inmensas zonas de su dominio en las que los bosques no desaparecían, convivían pacíficamente con ellos. Juntos pero separados, sin existir mezcla de razas. En todo el continente americano, jamás se vio algo similar. Ningún otro pueblo europeo - ni los españoles, ni los portugueses, menos los holandeses o los ingleses – supo ni siquiera imaginar (son ahora palabras de Luraghi) "ese inmenso proyecto de un imperio donde las naciones indias pudiesen vivir conservando las propias costumbres, la propia cultura, la propia estructura social y política, bajo el cetro del rey de Francia y la pastoral de la Iglesia. Si el proyecto hubiese prosperado, los franceses habrían cambiado la historia del continente y el destino del mundo:"
Para comprender cuán cerca estuvo este destino de ser diverso, baste recordar que los franceses de Canadá, bajando por el valle del Mississippi, llegaron hasta el Golfo de México, cercando completamente las propiedades inglesas.
Es que hubo un punto débil en ese sueño que Samuel de Champlain había imaginado ya en el siglo XVI. Pero un punto débil que no dependió tanto de los iroqueses, duros, por cierto, y valerosos combatientes, a los que ni siquiera los jesuitas habían podido atraer en la órbita católica y francesa, aunque estos singulares misioneros conquistaron el respeto de los pieles roja, por el valor que demostraron durante la tortura. El verdadero desastre (si así lo queremos llamar, por lo menos a la luz de los sucesos posteriores) fue que este modelo de colonización daba espacio solamente a un número muy limitado de franceses, puesto que éstos, al llegar de Francia, debían convivir con los pieles roja y utilizar sus mismos modelos de vida. Por consiguiente, cuando a mediados del siglo XVIII se llegó al choque final con los ingleses, las pocas decenas de millares de franceses no pudieron hacer frente al número enormemente superior de aquellos. Y los aliados indios tampoco fueron suficientes.
Así, la América francesa desapareció. Fue un sueño maravilloso, pero sólo un sueño. Compartido, claro está, por los franceses y por los indios. Mientras los protagonistas de la colonización inglesa están todos, o casi, enterrados en Gran Bretaña, los grandes franceses de América – como Champlain, como Frontenac, como Montcalm – yacen en cambio en el Québec. Y cuando se produjo el último enfrentamiento del siglo XVIII entre franco-indios e ingleses, los pieles roja dejaban a los cadáveres ingleses descabezados y con la boca llena de tierra: habían entendido
perfectamente qué pretendían, los ingleses, en América!
La colonización anglosajona
Muy distinta fue la obra de los Holandeses y de los Ingleses. De los holandeses se habla poco, pero tampoco ellos amaban a los indios, y los consideraban huéspedes indeseables que había que eliminar.
¡Lo peor viene pero con los ingleses! No con todos, a decir verdad, porque también entre ellos podemos distinguir dos tipos de mentalidad: los puritanos por un lado, y los del sur (de Virginia) por el otro. No es casualidad que en la guerra civil inglesa del siglo XVII, la Nueva Inglaterra se alineó con Cromwell, mientras que Virginia se alineó con la monarquía.
Virginia y los otros estados meridionales eran manifestaciones de un mundo preburgués y precapitalista, similar en esto a la América francesa. Las grandes plantaciones eran estancias señoriales: ya no eran feudales, y todavía no eran burguesas en sentido capitalista. Además, en el
siglo XVIII, su cultura fue clásica y latina, influenciados por Francia.
Es cierto que también fue fuerte la influencia del iluminismo y la masonería, pero eran hombres que conocían el latín y el italiano y, como Thomas Jefferson, proyectaban mansiones con tendencia clásica de estilo paladiano. Thomas Jefferson, que todos conocen como el presidente de los Estados Unidos, fue el primero en excavar un sepulcro piel roja para comprender su finalidad y significado. Lo excavó con una sensibilidad científica tal como para dejarnos un documento utilizable todavía hoy.
Muy diferentes anduvieron las cosas allí donde se instalaron los puritanos. Éstos (como es conocido) eran protestantes extremistas, caracterizados por un profunda fe en Dios y en sí mismos. Perseguidos en Inglaterra, abandonaron en grupos, sucesivamente, a Europa para trasladarse a América, donde fundaron colonias permanentes sobre la costa más septentrional de los actuales Estados Unidos. El primer desembarco ocurrió en 1620: fue el arribo de los famosos Padres peregrinos, como serían llamados después, que cruzaron el Atlántico con el barco Mayflower.
Hay que tener muy en cuenta este origen suyo de perseguidos religiosos. Los puritanos se consideraban el único grupo verdaderamente cristiano, verdaderamente respetuoso de la palabra y del mandamiento de Dios. Todo en el entorno no era más que maldad y persecuciones de los inmorales contra los justos. El escape a América del malvado mundo europeo los conducía al nuevo surgimiento de la Tierra Prometida, y Dios mismo los guiaba, como (presuntamente) guió a los hebreos desde Egipto a Palestina, la primera tierra prometida del pueblo de Dios.
América era la "Tierra Prometida" por dos motivos complementarios. Por un lado, el Nuevo Mundo era para los puritanos la tierra de la libertad, libertad de las reglas y tradiciones europeas, libertad de los malvados perseguidores ingleses, libertad del contacto con los puritanos corruptos y papas servidores del demonio. Por otro lado, era la Tierra Prometida porque, allá abajo, más allá del Océano Atlántico y al reparo de la gran distancia de agua, era posible construir la Nueva Jerusalén. Un proyecto del tipo milenarista, como lo describió Eric Voegelin en las formidables páginas de Nueva ciencia política.
Pero ¿qué sucede cuando el hombre cree, espera poder construir el reino de Dios ya en esta tierra? La tierra y los hombres, que no perfectos sino limitados y débiles, no se adecuan a este proyecto, que nunca se realiza, menos aún si se corre en el tiempo a un futuro, siempre próximo
pero siempre postergado. Contemporáneamente, porque el proyecto mandado no puede estar en una discusión radical, los hombres que lo contrariaban eran necesariamente a los ojos de los puritanos y de todas las sucesivas oleadas, descrito por Voegelin, los malvados, los representantes del demonio, que obstaculizaban voluntariamente el nacimiento de la Nueva
Jerusalén (o del socialismo u otro deseo) y ellos retrasaban la realización.
En un ambiente natural y geográfico totalmente nuevo, sentido casi como el paraíso en la tierra, original ó construido, poco importaba, la presencia del indio, del piel roja, era percibida como un obstáculo a la comunidad de verdadero creyentes.
El piel roja era necesariamente una representación del demonio e incluso la reencarnación misma del demonio. ¿Cómo podía haber otros verdaderos seres humanos en un mundo perfecto o perfectible, creado para dar refugio a los verdaderos buenos que tenían la construcción del reino de Dios? No fue casualidad que en el propio mundo anglosajón, el francés libertino y calvinista, se discuta si estos individuos eran ó no descendientes de Adán. Y no es, por lo tanto, que en la América puritana fallara totalmente los intentos iniciales de la actividad misionera: no se puede
convertir al demonio o a la criatura del demonio.
Pero si los pieles roja son representantes ó la encarnación del demonio; los justos no sólo tienen el derecho de exterminarlos con el fin de que no obstaculicen el gran proyecto puritano, los justos tienen incluso el deber de sacarlos del medio. Esas eran la mentalidad y la voluntad que al final de los primeros momentos prevalecieron en el mundo puritano de América septentrional. Con consecuencias dramáticas para los indios, mucho más dramáticas de las que hubo donde llegaron los franceses o los españoles. Porque estos nunca desearon y planificaron el exterminio de los indios americanos, mientras que los puritanos lo desearon y lo planificaron.
Los testimonios, terribles, son numerosos y auténticos porque vienen de los mismos puritanos. También en el ambiente hispánico hay testimonios de actos de maldad contra los indios, pero son presentados como maldades, actos delictuosos que debían ser reprendidos y castigados. Que
después la Iglesia y la Corona tuviese éxito o que los representantes del rey y de la Iglesia quisieran siempre castigarlos es otra cosa; ningún clérigo, ningún laico eran totalmente santos en la América española del siglo XVI y XVII, tanto que Pío IV establece que los religiosos que regresaban de América podían traer con ellos sólo el dinero necesario para el viaje, si traían de más inexorablemente debía ser confiscado. Pero los documentos hablan de este acto siempre como de delitos y en la discusión sucedida en Valladolid en 1550-51, una junta real impide la
publicación del libro en el que Juan Ginés de Sepúlveda expone los motivos por los cuales, a su juicio, los indios podían ser justamente sometidos.
En el mundo anglosajón puritano en cambio, los actos de maldad y de extermino contra los pieles roja vienen narrados como actos meritorios y necesarios para el bien de la comunidad de los creyentes. Los puritanos son los justos a los que se les concedió la fundación de la Nueva Jerusalén; los pieles roja son los reprobados, los negados, contra los cuales cada ataque es admitido, es meritorio a la presencia de Dios. Así que los mismos puritanos cuentan satisfechos las tremendas acciones.
Incluso la epidemia, que destruyó a los indios, se interpretó como manifestación de la obra de Dios que así libera del mal de la tierra destinada a los justos: en 1621, Edward Winslow hablaba de la "maravillosa peste" mandad por Dios contra los indios, mientras que pocos años después, en
1634 John Winthrop aumentó la dosis afirmando que los indios "acá son casi todos mueren por la viruela, y de tal modo el Señor evidencia nuestro derecho a esto que poseemos"
Cuánto más significativa es la Brief history of the war, escrita por el reverendo Increase Marther y publicada en Boston y en Londres en 1767. Dios concedió a los ingleses puritanos la tierra americana de los pieles roja, los cuales después de un período de paz se oponen a los colonos
inexplicablemente. El hecho que pudo permanecer primero en paz es obra de la "maravillosa Providencia divina que inspiró en todos los indios el temor a los ingleses y a sus acciones, como hizo antiguamente con Jacob y después con sus hijos de Israel. El temor de Dios perturba sus
corazones" Como nota irónicamente el historiador Francis Jennings: "la ecuación no podía ser más clara: el temor hacia los ingleses era sinónimo del temor a Dios".
Si pasamos a los testimonios bélicos, William Bradford, gobernador de Plymouth describió así la destrucción y el incendio de la aldea de Pequot: "era un espectáculo tremendo verlos asarse...y el mal olor que venía. Pero la victoria pareció como un dulce sacrificio y por eso agradezco a Dios". Recordemos que entonces los hombres eran víctimas, las mujeres y los niños se vendían como esclavos. Treinta años después de la guerra del rey Felipe, el jefe indio dio mucho alambre de torcer a los anglosajones, otra no podía ser, según los puritanos, que un complot contra los justos.
Peor fue cuando en el siglo XIX a la mentalidad puritana se le sumó el positivismo y la fe inquebrantable en el progreso, identificado con el desarrollo del mundo burgués y capitalista. Los tres aspectos juntos dieron a la guerra india del siglo XIX una dureza espantosa. La misma
dureza que fue puesta contra el sur señorial, destruyó radicalmente durante y sobre todo después de la guerra de secesión que (¡no lo olvidemos!) fue una guerra sagrada de independencia de hombres que no eran y no se sentían legales a la mentalidad puritana y capitalista de los yankees.
Se ofrece aquí una lista demasiado larga de testimonios estadounidenses de hombres que dijeron abiertamente los propósitos y las acciones de exterminio. Como los puritanos de los primeros siglos, son siempre los exterminadores los que hablan directamente, refiriéndose a los indios y
refiriéndose al sur. Aquí algunas citas. Francis Parkman: "por lo tanto eran destinados a disolverse y desaparecer ante los avances de la potencia americana...no hay nada de progresivo en la rígida, inflexible naturaleza de un indio. Él no puede abrir su mente a la idea de progreso..."; Thomas Hart Benton, senador: "Parece que la sola raza blanca había revivido el mandamiento divino de conquistar y llenar la tierra!... por mi parte, no me siento a criticar esto que resulta ser el efecto de una ley divina. Civilización ó destrucción ha sido el destino de todos los pueblos que se han atravesado en el camino de los blancos, y la civilización, siempre preferida por los blancos, ha sido llevada adelante como un objetivo mientras que la extinción es consecuencia de la
resistencia." Entre dos despiadados generales, William T. Sherman y Philip Sheridan, este último devastó durante la guerra civil el valle del Shennadoah, debe atribuírseles la definición según la cual "el único indio bueno es el indio muerto"
Será bueno citar al menos dos sucesos de signo opuesto, subrayando cómo fue de distinto el modo de pensar de los hombres del sur. Cuando durante la guerra por la independencia del sur, el coronel sureño John R. Baylor (caso prácticamente único) propone resolver el problema de Arizona con el extermino de la capital, el presidente Jefferson Davis lo destituye inmediatamente; durante la misma guerra pocas tribus indias bajaron del campo, pero aquellas que lo hicieron se alinearon con los estados confederados del sur. También esta vez los indios habían entendido de
qué parte venía para ellos el mayor peligro: después de los franceses, los mexicanos, los sureños, ellos serían tocados.
Si pasamos a la América española, en el campo de la historia de las ideas encontramos diferencias relevantes con cuanto hemos dicho hasta ahora. En efecto, es intenso a fines de los primeros tiempos la actividad misionera con acentos milenarios.
Además, para todo el siglo XVI y las primeras décadas del siglo XVII, se desarrolla un intenso debate político sobre la nueva tierra, sobre los indígenas, los motivos que pueden justificar la conquista española. Es un debate del cual participaron las mejores inteligencias españolas
de la época, teólogos, juristas, políticos. Nada similar podemos encontrar en otro lugar. También por los motivos circunstanciales: ni los franceses ni los ingleses ni los portugueses se encontraron con organismos políticos desarrollados y organizados en Estados, como los reinos
azteca e inca que encontraron los españoles.
En España gracias también a la decisión tomada de posiciones papales, se supera rápido el problema de la naturaleza del indio. Pablo III con la célebre bula Sublimis Deus de 1537, declara a los indígenas hombres con todos los efectos y capacidades de cristianos. Es cierto que esto no
parece suficiente porque quedaba en vigor el requerimiento y la bula Inter coetea promulgada por Alejandro VI en 1493, sobre la cual Juan López de Palacios Rubios y Matías de Paz de 1512 fundaban jurídicamente la ocupación de América. Lo que se quiere notar aquí es que siempre en los treinta años del 1500 dos teólogos dominicos de la celebérrima Universidad de Salamanca, Francisco de Victoria y Domingo de Soto, enfrentaron el problema de los principados indígenas americanos.
Colocados en el camino que conduce a la más moderna teoría del Estado, construyeron un camino paralelo a aquel de Maquiavelo y de Jean Bodin, los dos, pero sobre todo el primero con la fuerza de la novedad y gran vigor polémico, que era de los eclesiásticos (por esto propia fuerza)
corría lentamente la discusión de lo religioso a lo político y declararon la legitimidad política de las regiones y de los soberanos indígenas americanos.
Ellos no eran ni paganos ni pecadores para sacarles la soberanía india y la legitimidad de sus gobernantes, ya que la sociedad y el poder están fundados sobre la naturaleza y no sobre la gracia, como decía Santo Tomás de Aquino (los dos son dominicos y Victoria introduce como libro de texto la Suma Teológica de Santo Tomás en Salamanca). La legitimidad del poder no depende por lo tanto del hecho que el gobernante sea ó no cristiano, como habían sostenido primero algunos herejes para los cuales era después un poder pagano legítimo y la afirmación de nuestros dos españoles, si nunca lo han conocido, sólo podían estar en las aberraciones demoníacas papistas.
Pero hay más. Para demostrar la racionalidad de los indios americanos, Francisco Victoria recurre a lo político. Demuestra que eran razonables y que podían tener una vida política, fundándose en abundantes noticias que llegaban de América a su convento de San Esteban, afirma que había
vida social y política y por lo tanto son racionales. De esta manera va más allá de lo que afirmó Pablo III en su bula de 1537, cuando era la racionalidad el reconocimiento de la naturaleza humana de los indios.
Para Victoria la existencia de una vida asociada, con leyes, con comercio, instituciones, gobierno, es lo que cuenta. De un lado, por lo tanto, Victoria y Soto reconocen la legitimidad de los príncipes americanos; por el otro niegan la existencia de poderes universales: ni el Papa ni el emperador son los señores del mundo. No hay entonces valor político alguno en la bula Inter coetera con la que en 1493 el papa Alejandro VI había dividido el mundo en meridional para los españoles y portugueses. Victoria y Soto deben preguntarse después cuál es ó puede ser el motivo legítimo que permite estar a España en América. Victoria dará una larga lista de motivos, muchos ilegítimos y puestos premeditadamente, otros legítimos, por lo que la presencia española en América queda a salvo, pero lo que aquí interesa es el reconocimiento a la política americana y de los estados americanos.
Las razones que en él aduce para justificar la legitimidad de la presencia española en América son motivos que también se dan en Europa, por ejemplo entre franceses y españoles. No es casual, en efecto, que Carlos V permanezca desconcertado de las dos relectiones de Indis que Victoria escribe al sacerdote del convento de San Esteban, donde Victoria vivía, para prohibir los debates posteriores a su argumentación. Sin peros (es significativo) saca su favor a Victoria que años después quisiera enviar a Trento como teólogo imperial.
Esta fue por años y decenios la línea dominante. No faltó también en el mundo hispano negadores radicales de la humanidad del indio o de su posibilidad de civilización; mucho menos faltó quien explotó a los indios en su propio interés. Pero el plan de debate de aquellas ideas que declaraba el derecho hispánico a la sumisión de los indios por su naturaleza inferior, fueron voces minoritarias y perdedoras. De este punto de vista me parece que se puede decir que resulta en cambio cuanto
insatisfactoria la posición de Bartolomé de Las Casas, el dominicano defensor de los indios, que muchos trabajos han estado y se han aprovechado de la polémica sobre la colonización española y católica.
En sus ideas, en sus posiciones intelectuales y políticas hay algo que grita y contrasta con el mundo que está naciendo. Se enfrentaban sus ideas con las de Victoria y Soto, paradójicamente, Las Casas aparece más cerca de Juan Ginés de Sepúlveda, el célebre autor de grandes textos
políticos y filosóficos donde se sostenía, casi solo entre los teóricos políticos y contrario a la autoridad de Carlos V, pero como buen aristotélico, la esclavitud natural de los indios americanos. El gran amigo de los indios, Las Casas, y el gran enemigo de los indios, Sepúlveda, tuvieron también un durísimo encuentro público en Valladolid ante una comisión de estudiosos, teólogos, juristas, encargados de evaluar las respectivas posiciones. No obstante, los dos adversarios pensaban del mismo modo ambos de nuevo a esquemas políticos de tipo medieval, legados de la
vieja concepción de la teocracia pontificia, aquella que siguiendo la bula de Alejandro VI constituía título legítimo de infundamento y de dominio político.
Desde este punto de vista, Las Casas y Sepúlveda razonaban ambos en términos de república cristiana. Victoria y Soto en cambio, pertenecen ya al tiempo del jus publicum europaeum. Y ella es la verdadera y principal línea doctrinaria española en materia de teoría del Estado, y contemporáneamente son los que mayormente recordaron la dignidad de los indios. Porque Las Casas reconoce más aún la dignidad humana, pero Victoria reconoce la dignidad política.
No se crea que las afirmaciones y las protestas de Francisco de Victoria y de Domingo de Soto, así como la de otros teólogos, filósofos, políticos, juristas españoles quedaban sin efecto práctico. Eran hombres de grandísimo prestigio intelectual, escuchados en la corte, con gran influencia sobre los españoles; así como las ideas contribuyeron fuertemente a la legislación de protección promulgada en aquellos años. Carlos V escuchaba las protestas de Las Casas; la Corona y el Estado se ubicaban entre los colonos y los indios, de modo que el drama tuvo tres protagonistas: los colonos, los indios y el Estado. Ese Estado que perderá como tercer protagonista en las otras colonizaciones. Más tarde, uno de los motivos de la rebelión contra Madrid será también el deseo de terminar la relación con los indios, el control, por cuanto eran lejanos y débiles a la Corona. Los intermediarios a favor de los indios por parte de la Corona no estuvieron ausentes ni siquiera en Inglaterra (un decreto en tal sentido de 1763 provocó la rebelión de las colonias), pero por la diversidad de mentalidades y la diversidad de estructuras sociales y políticas de la colonia tuvo efectos nulos y limitados.
Es necesaria ahora una precisión. De la sensación en los Estados Unidos de América y de la convicción de vivir en un mundo que era refugio y tierra prometida a los justos nace al principio del siglo XIX el concepto de "hemisferio occidental", que viene consagrado en la famosa declaración Monroe de 1823.
América y Europa, en esta visión de la América anglosajona, son uniformes en un meridiano, que debe constituir una frontera infranqueable. Al este de Europa, tierra de maldad y de opresión; al oeste de América, tierra de promesa de libertad y justicia. De ambas derivan las posiciones fundamentales de la política exterior actual estadounidense. O mejor, de la postura de los estadounidenses hacia la política exterior, que no es la misma cosa. De un lado se considera que está bien para los americanos quedarse de este lado del meridiano, para evitar así ser contaminados por los males de Europa; del otro quieren pasar más allá para salvar y redimir al mundo.
Actualmente, desde la primera década del siglo XIX, prevalece la segunda postura. Los Estados Unidos de América son invadidos de espíritu mesiánico, alimentado y bien recibido en Europa, lo cuales, ya intoxicados, afirman que los estadounidenses han cruzado dos veces el Atlántico para
"defender" nuestra libertad.
Lo que es falso: los estadounidenses han cruzado dos veces el Atlántico para aplastar Europa, sus tradiciones, su modo de pensar, casi como el regreso vengativo de los padres peregrinos fugitivos hace un tiempo de la Europa mala y listos a construir acá también la Nueva Jerusalén,
aparentemente un poco más laica pero sustancialmente siempre igual. El mundo estadounidense, en esta versión actual, conserva la convicción profunda de los puritanos de construir la mejor sociedad posible; y de los puritanos conserva, más bien ha crecido, la sorpresa indignante de quien descubre que existen hombres que no aprecian sus valores y se permiten
discutirlos.
Como en una época se destruyeron a los pieles roja porque eran la encarnación del demonio, después los mexicanos y los franceses de Louisiana y poco después los sureños, hoy los estadounidenses consideran que para purificar del todo al viejo continente se debe terminar de destruir los viejos enemigos usuales: los españoles y los papistas.
Es cierto que no se pensaba, por lo menos no abiertamente, en la destrucción física, difícil en su plano práctico así como en el de la opinión pública. Sí en su lugar una destrucción religiosa, psicológica y cultural, que golpeaba duramente a América Latina. Esta está al oeste del famoso meridiano, perteneciente al hemisferio occidental, debe llegar a ser protestante y asimilar el modo de vida americano estadounidense.
Aquí porque si atacan a Isabel de Castilla, Cristóbal Colón, la Iglesia Católica. Porque de un lado es necesario olvidar a los puritanos de los orígenes, los herederos del siglo XVIII y los malhechores. ¿Qué mejor instrumento para dirigir la atención de los malhechores, verdaderos ó imaginarios, reales ó multiplicados por arte, de algún otro? ¿Utilizando a fondo también al discutible Las Casas, hoy casi celebrado por doquier? ¿Y torciendo falsamente en instrumento de acusación propio de aquellos testimonios, que documentan en cambio la preocupación española de poner remedio a las malversaciones y a los delitos cometidos contra los indios?
Por otro lado se quiere continuar la obra de salvación del mundo, trayendo al menos todo el continente americano en la orbita salvífica de la mentalidad estadounidense. Y también aquí, ¿qué instrumento mejor de demostración que el posible concurrente es un malvado irrecuperable? ¿Y
contemporáneamente arrancarles lo humano, trayéndolos al protestantismo y a sus tradiciones de secta y al modo de vida estadounidense? Esto explica porque la lucha encuentra hoy su campo más practicable en lo historiográfico y en lo religioso.
No es que exista un complot de historiadores y políticos por alcanzar un objetivo. No, es la mentalidad puritana que aún funciona y esta hoy robustamente al ataque en su plano de la propaganda misionera con el aumento de las sectas.
Contra este ataque historiográfico, que fuertemente refleja en la prácticas del plano de la propaganda, y contra esta mentalidad puritana que pretendiendo aún un volver a ser la única válida y honesta al mundo, quiere a toda costa equipararse, debemos defendernos recordando que para hacerlo eficazmente debemos defender los propios objetivos aún hoy inmediatamente bajo ataque del las elites gobernantes y de poder estadounidense: la historia de España y de la
Iglesia Católica.
Claudio Finzi
¡Excelente artículo, hermano!
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Imperium Hispaniae
"En el imperio se ofrece y se comparte cultura, conocimiento y espiritualidad. En el imperialismo solo sometimiento y dominio económico-militar. Defendemos el IMPERIO, nos alejamos de todos los IMPERIALISMOS."
Bueno, sí señor.
Muy bueno, de verdad. Y de paso les dejo éste increible texto de Theodore Roosevelt. Digo increible porque no hubiera podido creer si me lo contaran que fue él quien lo dijo:
Discurso pronunciado por el presidente Theodore Roosevelt en defensa de España y el Catolicismo.
CITADO EN BALTIMORE EN EL AÑO 1912: “La fe católica inspiró aquella espléndida floración del tiempo de los Reyes Católicos, de energías intelectuales y morales más exuberantes que las de los bosques vírgenes de ésta América; de aquellos frutos sazonados del siglo de oro español; ella creó el carácter hispano, robusto y viril, noble y generoso, grave y valiente hasta la temeridad: los sentimientos caballerescos de aquella raza potente de héroes, sabios, santos y guerreros, que nos parecen hoy legendarios; de aquellos corazones indomables, de aquellas voluntades de hierro, de aquellos aventureros nobles y plebeyos, que con pobres barcos de madera, corrían a doblar la tierra y a ensanchar el espacio, limitando esféricamente el globo y completando el planeta y abriendo, a través del Atlántico, nuevos cielos y nuevas tierras. Ella movió a esa raza española, que ha hecho lo que ningún otro pueblo: descubrir un mundo y ofrecérselo a Dios, que se lo concedió. Fue un fraile español, el Padre Las Casas, el que inspiró las Leyes de Indias, tan paternales, para que los españoles, con la transfusión de su sangre, de su vida y de su fe, implantaran en nuestro suelo una civilización muy distinta de la de otros pueblos conquistadores, más humanitaria que la que mata y esclaviza razas, como han hecho los franceses y los ingleses, y nosotros mismos con los indios de Norteamérica”
Increíble.Si me lo cuentan no me lo creo.
Pero bueno, pa historiadores americanos güenus Stanley Payne eh...
Pues si os digo de la putiweb que lo saqué ni zos lo creéis.....Esto de ser escarbador curioso es lo que tiene. Por eso, como no pude leer el texto entero, pensé, igual hay alguna barrabasada; pero leyéndolo ligerini noté muchas cosas interesantes.
Claudio Finzi acabo de averiguar que es Profesor de la Università di Perugia. Por lo que veo colabora con webs de internet como Identità Europea o Società Libera, pero desconozco exactamente su cariz " político ".
Última edición por Ordóñez; 16/06/2006 a las 14:09
Sobre el texto de Finzi
El texto en sí no está nada pero que nada mal, pero yo, como buena mosca cojonera, introduciré algunos matices:
- En la colonización francesa sí que hubo mezcla de razas. Quizá no hubo “ tanta “ porque aquellos territorios estaban muchísimo menos poblados. Pero sí que la hubo, incluso también con negros, en los Cajun French que creo que se le olvida mencionar. Tampoco entiendo que la supuesta inexistencia de la mezcla de razas sea algo así como para “ enfatizar “ de por sí.
Se le olvida exponer el ejemplo de la Francia Antártica, la corta colonización francesa del Brasil, franceses calvinistas; que duró poco más de una década, y donde también se dio esa mezcla, que sustancialmente, ni es “ bueno “ ni “ malo “; simplemente un hecho. Hecho que documenta Francisco Iglesias en Historia Política del Brasil ( 1500-1964 ); o, poco después de ello, la Francia Equinoccial.
Bueno, y eso por no hablar de los intentos colonizadores de Francia sobre Navarra y la actual colonización, que dura más de cuatro siglos, sobre territorio catalán….
- La figura del “ Gran Padre Blanco “ fue aún más aplicable a los españoles, que eran considerados por los valientes indios como “ Dioses Blancos “; siendo el icono del Quetzalcóatl Hernán Cortés y del Wiracocha Pizarro.
- Se le olvida citar el ejemplo más claro de Las Casas, como fue el de la esclavitud del negro, lo cual materializólo en planes para “ importaciones africanas “ que él mismo realizó con algunos jerónimos. Y la contradicción en su defensa del indio y ser amigo de los Colón, que quisieron esclavizarlos ante la negativa de la Corona. Se le olvida, asimismo, citar que Las Casas fue la principal arma propagandística de los protestantes antirromanos, sobre todo a través de las penosas ilustraciones de las que, sirviéndose de sus histerias, realizó Jacques Miggrode.
- Con respecto a la Guerra de Secesión, no alude a lo que es todo un leitmotiv. La formación de la Revolución Industrial inspirada en el más bestial capitalismo implica la ley de la oferta y la demanda. ¿ Cómo los esclavos, gentes circunscrita al círculo señorial, podían, sin sueldo, comprar los productos creados en tierras donde no tenían recursos naturales y encima los necesitaba y mucho ? Había que convertir a los negros en proletarios de un gran estado capitalista, y obtener a precio de saldo las materias primas. Como les gustaba el rollo “ diplomático “ y patrocinando el falso “ abolicionismo “ anglosajón, aludieron a una Constitución de Filadelfia que los de Dixie ni habían votado ni les interesaba. También cuenta el factor de la “ proletarización “, amén del puritanismo, contra los indios, que nunca quisieron adaptarse a esa inhumana vida.
Ahora mismo parece ser que en el Norte es donde hay más católicos. Sin embargo nos encontramos con ciertos matices: La “ gran conquista del Oeste “, donde irlandeses y polacos ( Comunidades eurocatólicas ) desembarcarán a mansalva, no se produce hasta después de la Guerra de Secesión. Los negros no alcanzarían derechos civiles hasta los años 60 del siglo XX, y es que toda esa política del “ negro proletario “ dentro de la Gran Unión era el deseo de Lincoln, que jamás tuvo intención de “ integrar “ a los negros, llamándolos “ raza inferior “. Los irlandeses y los polacos serán esclavizados con todas las de la ley. Y es que la comunidad mayoritaria católica que existe en Estados Unidos son los hispanoamericanos. Y esa “ inmigración “, en territorios realmente novohispanos, es también posterior a la Guerra de Secesión, al menos al nivel actual. Dicen que Nueva York es la ciudad más grande de Puerto Rico…
Pero, sin embargo, podría resultar harto interesante el analizar por qué en la Confederación hubo combatientes europeos, y no sólo carlistas españoles, sino también algunos suizos y napolitanos, si mal no recuerdo. ¿ Podrían ir atraídos por el Sur como lo menos malo, como los ingentes mexicanos; o también por el factor franco-católico de la Luisiana….?
No obstante, si Francia hubiere ejercido de católica de verdad ( Con los fallos que humanos son y se sobreentienden ), ¿ no podía haber jugado sus bazas en el cerco hacia el protestante sajón e intentar establecer una gran Confederación Católica para las Américas en lugar de tanto piratear….?
Lo que sí me ha gustado mucho es su reflexión sobre el maldito puritanismo. Habría que añadir que siempre sirvióse para actuar contra los católicos. No puede entenderse sino las continuas industrias de Hollywood dedicadas al desprestigio del italiano mayormente e incluso del irlandés. Cierto es que existe la mafia italiana, pero más cierto aún es que las mafias más poderosas las dominaban los judíos y los rusos; mucho peores que las mafias itálicas. ir que siempre sirvi. xianos, es tambiivmericanos. capitalista, y obtener a precio de saldo las materias primas.
- Generaliza demasiado con respecto a la “ Europa “…..En efecto los Estados Unidos entran en esas guerras por puros intereses. Pero no existe esa “ cultura europea “; y nosotros, como hispanistas de la Fe de Roma, no podemos entender otra política para el Viejo Continente que de la Cristiandad. No podemos sentirnos “ unidos “ a ingleses, neerlandeses o albaneses. El europeísmo, sea del tinte que sea, no tiene ni pies ni cabeza.
Exacto.El problema es que Francia en toda la Edad Moderna no se ha comportado como una potencia católica.Se ha aliado con protestantes, turcos y con cualquiera para putear a España...y lo pagó.No obstante, si Francia hubiere ejercido de católica de verdad ( Con los fallos que humanos son y se sobreentienden ), ¿ no podía haber jugado sus bazas en el cerco hacia el protestante sajón e intentar establecer una gran Confederación Católica para las Américas en lugar de tanto piratear….?
Me acabo de terminar un libro que me ha dejado impresionado: "¡Viva el Rei! Los negros en la Independencia". Se lee de un tirón e impresiona como los negros preferian con mucho su estatus en el Antiguo Régimen (por el cogieron las armas) antes que el liberalismo. Ya vemos los frutos de la emancipación: salvajismo, brujería y sometimiento a los gringos.
¡Por España!, y el que quieradefenderla honrado muera;y el que, traidor, la abandone,
no tenga quien le perdone,
ni en tierra santo cobijo,
ni una cruz en sus despojos,
ni las manos de un buen hijo
para cerrarle los ojos.
Ulibarri, ¿podrías por favor poner los datos completos del libro para ver si lo encontramos por ahí con suerte?
Los indios también; por eso San Martín, en la llamada "guerra de zapa", les daba información falsa a los indios de la cordillera sobre los lugares donde iban a pasar porque sabía que éstos se lo contaban a los realistas.Iniciado por Ulibarri
Imperium Hispaniae
"En el imperio se ofrece y se comparte cultura, conocimiento y espiritualidad. En el imperialismo solo sometimiento y dominio económico-militar. Defendemos el IMPERIO, nos alejamos de todos los IMPERIALISMOS."
Luis Corsi OtáloraIniciado por Juan del Águila
¡Viva el Rei!
Los negros en la Independencia
Con el auspicio de la Fundación Francisco Elías de Tejada (Madrid)
Publicación de la Academia de estudios Hispánicos "RAfael Gambra"
100págs. I.S.B.N.: 987-22256-4-8
España y resto del mundo: euros 9.00.- Argentina: $ 16.00
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Del mismo autor del sorprendente "Bolívar, la fuerza del desarraigo", el brillante profesor colombiano indaga aquí sobre las causas que determinaron la generalizada adhesión al Rey de España por parte de los negros americanos, en los complicados años de las luchas por la Independencia. El estudio se centra principal -aunque no exclusivamente- en las regiones de Venezuela y Colombia, pero sus conclusiones pueden hacerse extensivas al resto de América.
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Seguro que en la Fundación Francisco Elías de Tejada te lo podrán conseguir.
También en www.nuevahispanidad.com aunque no sale en la web tienen que tenerlo.
Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.
Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI
Ulibarri pues yo me lo comencé ayer. Que no se diga. Por cierto, aprovecho para promocionar:
WWW.NUEVAHISPANIDAD.COM
Donoso gracias por poner la referencia.
Del mismo autor del sorprendente "Bolívar, la fuerza del desarraigo", el brillante profesor colombiano indaga aquí sobre las causas que determinaron la generalizada adhesión al Rey de España por parte de los negros americanos, en los complicados años de las luchas por la Independencia. El estudio se centra principal -aunque no exclusivamente- en las regiones de Venezuela y Colombia, pero sus conclusiones pueden hacerse extensivas al resto de América.
Señalar que la “Primera República” venezolana, o gran colombina, no sé como llamarlo ahora, fracasó por no querer contar Bolívar con las poblaciones mestizas, zambos, mulatas de la Capitanía de Nueva Granada. La nueva República sería una sociedad aristocrática, incluso se barajaba crear una monarquía, presidida por la minoría mantuana (criollos dueños de tierras), dándosele la espalda a la población no blanca, que era la mayoría y por lo general ocupaba los puestos más bajos de la sociedad colonial; braceros y en el peor de los casos esclavos. Éstos pensaron, con buen criterio, que no se iban a arriesgar a peder la vida por cuatro niños bien que en el fondo no les ofrecían nada nuevo, sino más de lo mismo o quizá unas expectativas de vida peores. Preferían depender del Rey de España, que a fin de cuentas estaba al otro lado del océano, que de estos nuevos amos blancos. Por su puesto esa Primera República no prospero, los realistas la aplastaron sin muchos problemas. En el futuro Bolívar tomaría nota para futuros intentos independentistas.
Curiosamente los indígenas de la América anglosajona también se pusieron de parte de los británicos combatiendo a los colonos blancos que se rebelaron contra el Reino Unido a finales del siglo XVIII, conflicto que conocemos como Revolución Americana o guerra de independencia de los EEUU. Los indígenas temían que unas colonias inglesas independientes se adueñarían de los territorios indios no colonizados que se encontraban al este del Mississippi, de soberanía inglesa. Los indios temían bien, porque una vez terminada la guerra y conseguida la independencia esos territorios acabarían en manos de los blancos (en realidad tanto los territorios del este del Mississippi como los del oeste acabarían en manos de los EEUU). Además que los indios tomaran partido por los británicos sirvió para se creara, si cabía, más animadversión hacía ellos.
Por lo que veo, por lo general, los pueblos indígenas o mestizos de todas la américas tomaron, en su día, partido por las metrópolis (España-Gran Bretaña) antes que alinearse con los insurgentes blancos que pretendían la independencia de sus regiones... Debe ser por aquello de “Mejor lo malo conocido….”
Un cordial saludo a todos.
Sí Donoso, muchas gracias por la referencia.
Solo una acotación: me parecería dificil meter en el mismo saco a los franceses e ingleses en contraposición a España; la solidaridad antiespañola se rompió en multiples ocasiones, lo cual demuestra que el único móvil de estas alianzas entre potencias era unirse contra la más fuerte en turno -la misma España participó en coalisiones antifrancesas, antiinglesas y antiholandesas, según el caso por mar o por tierra.Exacto.El problema es que Francia en toda la Edad Moderna no se ha comportado como una potencia católica.Se ha aliado con protestantes, turcos y con cualquiera para putear a España...y lo pagó.
El problema fundamental de la colonización francesa en America es la cantidad de oportunidades que dejaron ir para hacerse con la hegemonia -no en el Caribe, en el que filibusteros, plantadores y traficantes negreros mantuvieron siempre una gran iniciativa sostenida por el estado- sino en Norteamérica. ¡Qué diferente hubiera sido la historia mundial si los franceses hubieran aprovechado la enorme ventaja que suponía abarcar la tercera parte de Norteamérica! -por cierto, una parte muy estratégica en el interior del continente: desde el San Lorenzo hasta el golfo de Mexico comunicada por la excelente via fluvial de los Grandes Lagos, cuenca y delta del Mississipi.
A juzgar por la apatía que mostraron en Luisiana, la manera en que se perdió la Nueva Francia y la imponente -y victoriosa- intervención para asegurar el triunfo de los insurgentes gringos, se puede ver cual era la verdadera prioridad de la monarquía borbónica: en vez de defender lo suyo -que tantas veces imploró por refuerzos-, ¡concentrarse en sabotear a Inglaterra!
Por otro lado, ¿Por qué Haiti y las otras Antillas francesas fueron el único lugar en América al que Napoleón envió operaciones de reconquista o de pacificación? ¿por qué algunos años antes, con casi todos las posesiones francesas ocupadas por los británicos al finalizar la guerra de los 7 años, Luis XV pudo elegir un territorio para serle restituido, entre Quebec y la isla de Guadalupe y por rentabilidad eligió lo más obvio en ese momento, es decir, la dicha isla? Hoy nos parece absurdo que no solo él, sino la mayor parte de sus súbditos, hubiesen preferido la isla -que por cierto, hoy es una provincia francesa "de ultramar"-, pero en aquel momento, la Nueva Francia reportaba ingresos residuales, y en cambio las islas habían convertido a Francia en el primer productor mundial de Azúcar -una mina de oro en la época. La prospera aristocracia criolla de Martinica dio una emperatriz a Napoleón (Josephine de Beauharnais). Desde su llegada al nuevo mundo, los filibusteros, plantadores, y traficantes franceses siempre estuvieron muy activos en ese pinchurriento -pero jugosísimo-rincón del continente, garantizando los intereses de su patria con toda la atención y apoyo por parte de su metrópoli. Saint Domingue (el actual Haiti) era la joya del imperio colonial francés, y también fue el primer país en el Nuevo Mundo en conseguir su independencia después de EU. ¿Quién iba a pensar que iba convertise en el país más pobre del continente? Si decimos que todo fue culpa de los colonos franceses -que por cierto fueron masacrados o expulsados-, entonces debieron quedar igualmente empobrecidas las otras islas, que hoy siguen siendo francesas...
Última edición por Clanvloar; 28/08/2011 a las 02:41
Para ahondar en la cuestión de los contrastes y sus consecuencias, ver cómo se ha planteado esto en otros temas:
¿Por qué Estados Unidos es rico y América Latina pobre?
El otro día estuve comentando este artículo con alguien, quien decididamente decía que la colonización española había dejado un inmenso nido de pobreza en nuestra América a diferencia de la inglesa que dejó EEUU y Australia. Y que el imperio inglés sólo tiene parangón en el romano. Incluso dejó a decir que la única razón por la que Argentina y Chile llegaron a prosperar fue por la ayuda de E.E.U.U y por parecerse menos a España. Como por ejemplo, dijo que Pinochet tuvo amigos expertos en economía de los E.E.U.U. que le enseñaron.
En fin, sé que es un tema complejo, pero estaría interesada en la opinión de nuestros hermanos foreros de América, que seguro habrán exprimido este tema mucho más que yo.
Saludos
ChristabelRe: ¿Y si América no hubiese sido descubierta por Colón?
Más o menos viene a ser como la ucronía propuesta esta mañana en los mensajes 44 y 45 de este hilo ¿Por qué Estados Unidos es rico y América Latina pobre? y se le pueden aplicar algunos de los comentarios que le siguen.
HyeronimusHola a todos
Aqui dejo el link de un artículo que me parece esclarecedor:
Si Latinoamérica hubiera sido conquistada por Inglaterra y Estados Unidos por España
Clanvloar
Re: Respuesta: La gran olvidada, España en la historia de Norteamerica
Otros hilos sobre España en la historia de Norteamérica (entiéndase la Norteamérica hoy anglosajona, sin contar la Nueva España, que geográficamente también es norteamericana):
Hyeronimus
Última edición por Clanvloar; 28/08/2011 a las 03:11
LA CREACIÓN DEL IMPERIALISMO NORTEAMERICANO VISTO POR LEOPOLDO ZEA
“Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad”. – Simón Bolívar
LA CONQUISTA ANGLOSAJONA E HISPANA EN AMÉRICA
“El nuevo europeo, cansado de un modo con el cual se había encontrado y en cuya construcción no había tenido participación directa, se lanzaría a la búsqueda de tierras en las cuales empezar una nueva historia. Una historia que no fuese ya la historia que le habían heredado sus antepasados, y en la cual tenía y aun lugar rígidamente señalado. Esta nueva tierra, este nuevo mundo en donde empezar como si nada hubiese hecho, lo fue América (…) Un mundo planificado, uniforme, con leyes claras y distintas, como el orden racional. Un mundo en que la igualdad, que se había patente en la razón como algo común de todos los hombres, se hiciese, también en las relaciones humanas. La igualdad que era el punto de partida para otro tipo de desigualdad, basada, en esta ocasión, en la capacidad (propia) de cada individuo. Esto es, un mundo que ofreciese oportunidades a todos los hombres para hacer patente su destino natural, el destino de cada uno, sin más traba que su capacidad para lograrlo. Destino que, por esta razón, se haría patente en la capacidad o incapacidad para su acción creadora.
No todos los europeos, sin embargo, se habían dirigido a la América para desembarazarse de su tradición; algunos lo hicieron para prolongarla, para ampliarla, para hacer estas nuevas tierras una prolongación de su mundo: el mundo cristiano. Tal fue una de las principales preocupaciones de los conquistadores de origen ibero”
EL PURITANISMO NORTEAMERICANO
El europeo moderno, (anglosajón) al igual que el tradicionalista (portugués o español), verá a la América en función con un punto de vista religioso. El punto de vista religiosos que va a servir a este hombre anglosajón para justificarse moralmente sobre los indígenas, va a resultar el de una interpretación moderna del cristianismo: el calvinismo, que en América dará origen al puritanismo norteamericano. El calvinismo, (…) se trata de una nueva Iglesia, una nueva iglesia cristiana; que empieza por desconocer toda autoridad tradicional, toda autoridad que no tenga como base al individuo que somete a su raciocinio. (…) El punto de partida de esta nueva iglesia lo es, como todas las expresiones del modernismo, el individuo. (…) No acepta la existencia de un poder eclesiástico que pueda salvar al hombre; la salvación del alma tiene que ser por obra personal, individual, algo que cada hombre deberá alcanzar con sus propias fuerzas. (…)
¿Cuál es la misión del hombre en la tierra? Glorificar a Dios, establecer su reino en la tierra. De ahí la necesidad de plasmar al mundo de acuerdo con este reino. De allí, también la necesidad de doblegar a los que no aceptan la necesidad divina. (…) El mundo, lejos de ser un lugar de simple destierro, debe de ser el escenario de la acción divina a través de la acción humana. Por ello, el puro ascetismo, a la manera del cristianismo primitivo, no tiene cabida el calvinismo. El mundo, tanto como el hombre, es (para ellos) creación de Dios, expresión, por ende, de su gloria. (…) Es aquí donde se hace patente la vocación del hombre, donde se hace patente su capacidad o incapacidad para la misión que le ha sido señalada. En esta su capacidad para actuar sobre el mundo, el cristiano encontrara la respuesta a sus anhelos de salvación. Dominar la naturaleza, transformarla en obras, es glorificar a Dios. (…) El obrar deja de ser un medio y se trasforma en un fin divino. (…) No basta con tener lo necesario, es menester, además, acumular, capitalizar.
Ahora bien, este actuar, este acumular, que empieza por ser para la mayor gloria de Dios, acabara siéndolo para la mayor gloria de quien actúa y acumula, para su comunidad. (…) El hombre que empieza buscando a Dios termina confundiéndolo con sí mismo.
EL EXTERMINIO SISTEMATICO DEL INDIGENA NORTEAMERICANO POR “ACCIÓN DIVINA”.
Sin embargo, esta América no estaba tan exenta de compromisos como pretendía el hombre europeo, en ella se encontraban otros hombres. Hombres con sus relaciones y compromisos, con su propia historia. Pueblos con otras culturas, (…) como la de los aztecas e incas en México y en el Perú, o incipientes, primitivas, como la de los indígenas de las llanuras y bosques que poblaban en América del Norte. Pero, todos ellos, hombres.
El puritano se encuentra con ellos. El indígena reduce su trabajo al simple logro de lo que considera necesario, no sabe acumular, ni capitalizar. (…) Actitud que habrá de causar gran desagrado a los puritanos. Para estos hombres, el indígena se ha apartado de la misión que Dios ha encomendado a todos los hombres.
Los puritanos conquistadores y colonizadores de la América de Norte no aceptaran tener en común con los indígenas sino los orígenes: el pecado. Son sus semejantes en cuanto son hijos de Adán y herederos del primer pecado del hombre contra Dios. Pero son distintos en cuanto que los indígenas, como lo demuestran sus obras y su raquítica civilización, han permanecido en el pecado, se han afianzado a él. (…) El demonio (para los protestantes) se ha logrado establecer su imperio en América a través de estos hombres; los indígenas. El predicador de Boston, Cotton Mather, decía: ‘No sabemos cuándo ni cómo estos indios a ser habitantes del gran continente; pero podemos conjeturar que el demonio atrajo aquí a estos miserables salvajes con la esperanza de que el evangelio de Nuestro Señor Jesucristo no vendría nunca a destruir un imperio absoluto sobre ellos’.
(…)
No quiere decir esto que el colonizador puritano no haya intentado incorporar a los indígenas a su comunidad. (…) Lo intenta pero fracasa. Su concepción religiosa, más racional que emotiva, va a ser el principal obstáculo para esa incorporación. (…) Claro que la incorporación de los indígenas y sus bienes al orden puritano no garantizaba la salvación, - para los puritanos – del alma. Esta salvación solo se alcanza por la voluntad patente de la obra del hombre, frutos de carácter material y físico. Bien poco iban a poder lograr estos hombres indígenas, en una competencia para la cual estaban ya vencidos por sus colonizadores puritanos al iniciarse la misma. (…) Frente a los colonizadores, no quedaba otra alternativa que un sometimiento indefinido, (…) la incapacidad del indígena para comprender la difícil interpretación de la religión puritana; su incapacidad para adoptar de golpe una vida que le era contraria a su naturaleza será vista como signo de la baja humanidad del indígena. La vuelta, la huida a la vida natural, no era otra cosa que el triunfo del demonio sobre el indígena. Nada podía hacer el colonizador para salvarlo; su fracaso como miembro del nuevo orden era la mejor prueba que estaba apartado de Dios.
Los puritanos crearían una historia en la que ya no tenían cabida los indígenas. Estos hombres, si así podía llamárseles; nada habían hecho por realizar la trasformación que les imponían sus colonizadores.
Todo lo contrario, los indígenas no habían hecho sino obstaculizar la marcha de la nueva comunidad, oponerse a la gloria que para Dios implicaba la misma. El indígena no era sino un estorbo y un peligro para la extensión del puritanismo, la civilización o el progreso. (…) Pero no solo el indígena será la encarnación del mal, también lo serán sus expresiones culturales; y no solo estas, sino también sus expresiones físicas. (…) A diferencia de los colonizadores católicos en Iberoamérica, se prohibió en Norteamérica, el matrimonio con indígenas y se castigó la relación carnal con el mismo. (…) El puritanismo se impondrá, además, la misión de ensanchar sus dominios del bien arrancándoselos al mal. Por ello, arrancar las tierras americanas da las inhábiles y diabólicas manos de esos engendros del mal será visto como la tarea propia de los adelantados del bien. La ampliación de las fronteras, la colonización, en una permanente marcha hacia el Oeste, fue considerada por una misión por estos hombres.
De esa manera las ambiciones, los incontenibles anhelos de la expansión material del hombre moderno, encontraron una justificación religiosa. Todo lo que no coincidió con estos anhelos fue visto, de acuerdo con tal interpretación, como una expresión del mal. Punto de vista que el colonizador norteamericano irá extendiendo en otros campos de su expansión, Primero sobre los indígenas, después sobre los pueblos iberoamericanos, y actualmente sobre el resto del mundo en su lucha contra pueblos que le disputan su predominio.”
LEOPOLDO ZEA. “América en la Historia”. Ed. Revista de Occidente. Pág. 181 – 194.
(Imagen: Una imagen alegórica del "Destino Manifiesto" en la escena, una mujer angelical que lleva la luz de la civilización hacia el oeste junto a los colonizadores, tendiendo líneas telegráficas y líneas de ferrocarril mientras viaja. Los amerindios y animales salvajes huyen en la oscuridad del incivilizado Oeste.)
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Fuente:
https://es-la.facebook.com/nomasmentirasuruguay
Chequen esta serie de artículos de este historiador estadounidense.
«España en América: Lo real y lo irreal»
Autor: Philip W. Powell
«La atroz codicia, la inclemente saña, Crimen fueron del tiempo y no de España» [1],La dominación española en las Américas, que abarcó más de tres siglos (cuatro, si incluimos a Cuba y Puerto Rico) fue uno de los logros imperiales más importantes en toda la historia. Al descubrir a la vista de Europa tan vastos territorios, y al asumir entonces su dirección política, los españoles extendieron enormemente los horizontes materiales e intelectuales de la humanidad. La única acción que puede parangonarse con las actividades de España más allá de los confines del mundo entonces conocido, sería la exploración del espacio en el siglo XX. Si restringimos la comparación a los límites terrestres, esta formidable hazaña española se equipara con ventaja a la creación y durabilidad de los imperios romano e inglés, nada menos.
«El error más peligroso es aquel que contiene mucha verdad».
Sydney Smith
La amplitud y complejidad de este proceso imperial español asombran la imaginación y confunden a los eruditos. Son numerosas las pruebas que por escrito existen de él, ya que probablemente sea aquel el período mejor documentado de toda la historia anterior al siglo XIX [2]. La inmensidad de la burocracia del Imperio Español, con un énfasis característicamente hispano sobre la jurisprudencia y sus correspondientes legiones de abogados, agregado a la preocupación real de conservar los archivos, aseguró el que enormes cantidades de documentos oficiales —cuño, parece, de las altas civilizaciones— dieran prueba de la acción de España en ultramar.
Aquellos siglos imperiales fueron ricos en diversidad humana. En adición al multifacético español, otros europeos y africanos de diferentes clases y niveles de cultura, amén de indios nativos, asimismo de variados matices y timbres, formaron un caleidoscopio de la peor, mejor o indiferente clase humana. Se extendieron a través de la enorme diversidad e inmensidad geográfica del Nuevo Mundo, originando terribles problemas de carácter social, político y económico, que aún subsisten.
Son frecuentes en demasía, las generalizaciones defectuosas sobre esta extensa zona y sus varios siglos de historia, incluso entre aquellos más familiarizados con tales materias. Todavía no se ha estudiado la documentación en escala suficiente; las variantes geográficas son tantas; la mezcla racial y cultural de europeos, indios y africanos es tan confusa que, incluso para expertos, resulta difícil el establecer juicios definitivos. La abrumadora complejidad de todo ello —a menudo ignorada por profesores y escritores— es la realidad: las generalizaciones simplistas, la irrealidad.
En comparación con los puntos de vista comúnmente mantenidos sobre la acción de España en América, ciertos hechos e interpretaciones, basados en investigaciones eruditas y agregados a cierta dosis de lógica y a algún conocimiento del comportamiento humano, pueden ser propuestos para la revisión de las falsas interpretaciones populares. Así con mayor claridad, se podrán indicar las causas de estos conceptos erróneos, hondamente arraigados en los temas de la Leyenda Negra.
Notas
[1] Citado por Charles L. G. Anderson, Life and Letters of Vasco Núñez de Balboa(New York: Revell, 1941), p. 4. El original proviene de la oda del madrileño Manuel José Quintana «A la expedición española para propagar la vacuna [contra la viruela] en América bajo la dirección de don Francisco Balmis» (1806). Información obtenida por la generosa ayuda de mi distinguido colega el profesor Enrique Martínez-López.
[2] Dos de las principales colecciones de documentos, el Archivo General de Indias (Sevilla) y el Archivo General de la Nación (México) son tan extensas, que están apenas explotadas. Hay otras colecciones importantes en España y numerosos archivos igualmente inexplorados, tanto locales como nacionales en Hispanoamérica.
Fuente:
conoZe.com | «España en América: Lo real y lo irreal»
La conquista española
Autor: Philip W. Powell
La creencia común de que la conquista española en América estuvo sistemática y profundamente caracterizada por singular crueldad, codicia, rapacidad y corrupción general, no se corrobora con la evidencia.
Digámoslo lisa y llanamente: No existe nada en toda la historia española que pruebe que los españoles de entonces o de ahora puedan clasificarse como más crueles, más ambiciosos o más corrompidos que otros pueblos. No creo en la existencia de ningún intelectual respetable que, libre de prejuicios raciales y religiosos, pueda contradecir esta afirmación.
Conquistas de esta naturaleza, por pueblos de alta civilización que dominan sobre otros inferiores, han ido, con mucha frecuencia, acompañadas de crueldades por una y otra parte, saqueos, depredaciones y atrocidades, que tanto contendientes como espectadores calificarían de criminales. El simple hecho de que los seres humanos, sean civilizados o salvajes, estén involucrados en ello, corrobora y confirma este aserto. Hay sobradas pruebas de haberse cometido tales inhumanidades, tanto por parte de los indios como de los españoles, durante el período de la Conquista. Hay, asimismo, suficiente evidencia de que tales atrocidades se consideraron y castigaron como crímenes cometidos contra las leyes vigentes y, como actos punibles, fueron en lo posible castigados según los principios de justicia de las naciones y sociedades más civilizadas. Cuando se reconoce, se comprende y se acepta que la España del período de la Conquista era uña nación hondamente civilizada y de un nivel cultural muy alto a la medida de aquella época, estos criterios y actuaciones resultan del todo comprensibles. En jurisprudencia y diplomacia, así como en materias de orden religioso, político y en general en lo relativo a todas las ramas de la cultura, ostentó España durante todo el siglo XVI y gran parte del siguiente, un prestigio cumbre entre las demás naciones europeas.
Es común la creencia británica, que nosotros heredamos, de que los ingleses hubieran tratado a los indios americanos de forma más humana que los españoles. No hay ni una sola brizna de evidencia en qué apoyar este punto de vista comparativo y sí, por el contrario, argumentos y pruebas en su contra. En circunstancias similares, nuestros antepasados ingleses trataron a los indios con una dureza y crueldad iguales, si no peores, al comportamiento de los españoles. El gobierno y pueblo inglés y sus descendientes en el Nuevo Mundo mostraron, en su mayor parte, una manifiesta indiferencia por la protección y bienestar del indio americano, indiferencia que se destaca especialmente si se la contrasta con los enormes esfuerzos españoles, tanto gubernamentales como individuales, en un sentido diametralmente distinto.
La afirmación inglesa, «nosotros hubiéramos tratado a los indios mejor que lo hicieron los españoles», es una tesis que se remonta a la época isabelina y que queda bien reflejada en la literatura popular. En una biografía de Francis Drake, del año 1942, por ejemplo, el autor insiste en que Drake puso de manifiesto que «el método inglés de ganarse amigos de razas inferiores, es mejor que el procedimiento [español] de convertirlos en esclavos por medio de matanzas y crueldades». Los españoles «no aprendieron nunca esta lección. Vivieron entre nativos dóciles y cordiales y los mataron y se quedaron sin servidumbre. Emplearon la tortura y se conquistaron acerbos enemigos. Jamás se dignaron hacer amistades con inferiores. Eran los señores del mundo. Para sus esclavos sólo tenían mano de hierro y bota de acero» [3]. Esto ni se aproxima a una descripción exacta de la política española en Indias, ni a la de Inglaterra por contraste. Más de un libro podría escribirse sobre la diplomacia española entre las razas nativas, que incluyó presentes, honores y distinciones, protección y privilegios, educación, y una serie de acciones que hoy en día serían automáticamente calificadas de prácticas y humanitarias.
Para aquéllos que aún puedan creer en el mito de que el humanitarismo inglés fue superior en contraste al de los españoles, hay mucha literatura rectificadora. A título de ejemplo, podemos citar aclaraciones como las siguientes:
«El reinado de Isabel fue uno de los más cruelmente bárbaros, en comparación con el cual las medidas represivas de María eran insignificantes. Y a este reinado, sucedió otro de igual crueldad, bajo Jacobo I ... El pueblo [en el tiempo de Carlos I] había sido formado en estos métodos crueles de sus gobernantes anteriores y llegó a ser tan feroz como sus reyes Enrique, Isabel o Jacobo» [4].«Del estudio de la Europa contemporánea [esto es, en particular, la del siglo XVII, se desprende claramente el patrón universal de crueldad, intolerancia e inhumanidad que caracterizaba la vida social, religiosa y económica del continente. El humanitarismo era, por aquel entonces, un simple concepto de relaciones humanas aún en estado latente y sin desarrollar, siendo por el contrario universal el desprecio de los derechos inherentes al individuo. Para un conquistador, el comportarse de forma compasiva hacia el conquistado, se consideraba generalmente todavía, como un signo de debilidad» [5].«Los hábitos de 'terror' adquiridos por los ingleses durante su prolongada agresión contra los últimos Celtas, en las montañas de Escocia y los pantanos de Irlanda, cruzaron el Atlántico y se practicaron sobre los indios norteamericanos» [6].Algo de la equivocación nuestra y de los ingleses sobre esta materia, procede de utilizar actitudes de los siglos XIX y XX como plataformas para lanzar cohetes moralizadores hacia los españoles del siglo XVI. Pero algo de ello está también basado en el general complejo de superioridad nórdico, en nuestra actual simpatía por el pobre indio y, lo que es más importante, en el simple desconocimiento de la historia de España e Hispanoamérica. En tanto que toda persona de habla inglesa está perfectamente enterada de, digamos, la victoria de Cortés y la consiguiente matanza de indios, cosa natural en tiempo de guerra, ni uno entre diez mil se enteró jamás de los sinceros intentos de los conquistadores y oficiales reales de evitar y prevenir tal disminución indígena, durante y después de la Conquista.
El decrecimiento de esta población, debido a múltiples causas, constituyó una seria preocupación para la monarquía y representantes del Rey de España, a lo largo del siglo XVI e incluso más adelante, y se trató repetidamente en cédulas reales, correspondencia virreinal, etc. Es por ello, por lo que el profesor Lewis Hanke, uno de nuestros expertos sobre Latinoamérica, puede hacer declaraciones como esta: «Ninguna nación europea (con la posible excepción de Portugal) se responsabilizó de su deber cristiano hacia los pueblos nativos, tan seriamente como lo hizo España» [7].
Es opinión popular, y con demasiada frecuencia aceptada como doctrina, que prácticamente todos los españoles vinieron al Nuevo Mundo como buscadores de oro, con una desdeñosa insinuación de que en ello había algo reprensible. El «goldseeker» español llegó a ser un estereotipo desde hace siglos y en tal forma perdura hasta nuestros días. Que para los españoles no era el oro su interés único y fueron atraídos al Nuevo Mundo por otras muchas cosas, queda patente en estas palabras del profesor Irving Leonard:De nuevo, comentando la abstracción simplista de Bartolomé de Las Casas sobre sus compatriotas como «buscadores de oro», Léonard señala:
«El conquistador ... tenía una poderosa razón para buscar tan implacablemente el oro, tan indispensable en la nueva economía [de Europa]. Si estaba tan seducido por un símbolo de riqueza y eventualmente pagó muy caro por su equivocación, en su propia ruina y en la de su país, no fue el único en la historia de la humanidad, y hay pruebas en tiempos más modernos, de que otros no han aprendido su lección ... Después de 1500, particularmente, la imaginación [del conquistador] estaba enardecida hasta casi una exaltación mística, de aventura y romance por los muchos libros que empezaban a brotar de las imprentas. Estos [los libros de caballería], trajeron a su mente enfebrecida la perspectiva de similares situaciones, de lugares fantásticos, riquezas, monstruos y encantamientos, y por eso ardía en descubrir y poseer para sí mismo las realidades que se describían en ellos. La Conquista misma, como resultado de ello, se hallaba imbuida de un espíritu de romance y caballería, que daba a estas expediciones, tal como [Washington] Irving ha señalado apropiadamente, 'un carácter totalmente distinto de empresas semejantes acometidas por otras naciones».
Raramente se considera la posibilidad de que los españoles emprendieran la ruta a América por un simple deseo de mejorar fortuna, o que pudieran ir animados de sincero celo religioso o un mero anhelo de establecer hogares y colonizar, o que se interesaran en comenzar una industria ganadera, comercial o agrícola, o que ejecutaran cualquiera forma de servicio a la Corona, es decir, tomar parte en todas las múltiples ramas de la actividad humana—.
«Inherente a este concepto, es la imputación de que el español, más que cualquier otro europeo, estaba animado por un anhelo de riqueza material. No obstante, los habitantes de la península ibérica no son hoy, ni han sido nunca, característicamente más avariciosos que sus vecinos continentales. Por el contrario, los españoles y portugueses se cuentan entre las gentes menos materialistas de la Europa occidental» [8].
Es lógico y evidente el hecho de que la mayoría de los españoles que emigraron al Nuevo Mundo aún durante la Conquista (es decir, primera mitad del siglo XVI) lo hicieron guiados por motivos de similar naturaleza y diversidad a los que mueven en todo tiempo las corrientes migratorias. He aquí una muestra cogida al azar:A título incidental, es oportuno el que varias características sobresalientes de la Conquista española, especialmente en contraste con su contrapartida inglesa, sean tenidas debidamente en cuenta. La Corona española no escatimó esfuerzo alguno para evitar que los criminales y otros elementos socialmente indeseables emigraran a América; en tanto que, a veces, la política británica llevó a efecto la deportación de la población criminal a sus colonias de Australia y América. Los españoles, al revés de muchos de los ingleses, no sintieron la necesidad de ir a América para escaparse de persecuciones religiosas o de otra especie. Uno de nuestros historiadores, autor de un texto universitario, da a entender que los españoles no deben ser considerados verdaderos colonos como los ingleses, puesto que ellos no tuvieron que emigrar para librarse de tales condiciones opresivas en Europa [10].
«Aunque no sea generalmente conocido, el hecho es que los conquistadores españoles vinieron al Nuevo Mundo tanto en busca de plantas medicinales como de oro. 'El caduceo, símbolo de los médicos, lo es también de la Conquista española tanto como la espada y la cruz', dice el doctor Francisco Guerra, catedrático visitante de Farmacología de la Facultad de Medicina (Universidad de California, en Los Ángeles) y catedrático de Farmacología en la Universidad de Méjico. España trajo al Nuevo Mundo, según él, un conocimiento de la medicina tan avanzado como el de cualquier otro país en el mundo de aquellos días» [9].
Como ya hemos visto, en estrecho paralelismo con la deformación del «goldseeker», está el común malentendido de que sólo los ingleses vinieron al Nuevo Mundo para construir hogares, mientras que los españoles vinieron para el saqueo y ulterior regreso a la patria con sus ganancias mal adquiridas. Los hogares más antiguos en América fueron construidos por los españoles en su doble papel de conquistadores y colonos. Cristóbal Colón, en su segundo viaje en 1493, llevaba cerca de 1.500 colonos, junto con los avíos e impedimenta (semillas, plantas, ganado, etc.) necesarios por lo regular en tales empresas. Y el gobernador Nicolás de Ovando, a su llegada al Nuevo Mundo en 1502, lo hizo con una flota de cerca de 2.000 colonos, funcionarios, clérigos, etc. De ahí en adelante, los barcos y flotas que viajaban desde España al Nuevo Mundo llevaban regularmente mujeres, niños, criados, menestrales, operarios, comerciantes, etc.; en suma, todo tipo de carga humana [11].
Hasta las más lejanas fronteras, incluso a la llegada de los primeros españoles, las mujeres y las familias acompañaban con frecuencia a sus maridos y padres, haciendo frente a todos los peligros y dificultades con los que nuestros propios antepasados hubieron de enfrentarse en la expansión en tales territorios. En nuestros malentendidos sobre la colonización española en el Nuevo Mundo, normalmente ignoramos la fortaleza y el espíritu de la mujer española, y la lealtad hacia sus hombres; un buen número de fascinantes obras podrían ser escritas sobre la mujer española en la conquista y colonización de las Américas [12].
En nuestra inveterada costumbre de condenar a los españoles como «exterminadores de indios» y «buscadores de oro», además de otros estigmas, pasamos por alto algunas de las cosas inevitables que tales procesos de conquista-colonización traen consigo.
La conquista española en América fue marcadamente un logro más de diplomacia que de guerra. Tuvo que ser así, puesto que las fuerzas de exploración e invasión fueron tan pequeñas que, de otro modo, no hubieran podido sobrevivir y conquistar. Comparados con la perspicaz diplomacia española, las más famosas armas de fuego, caballos y espadas de acero fueron, a menudo, de menos eficacia. Como un erudito dijo, «Los conquistadores españoles podrían haber dado una lección a muchas de las cancillerías europeas» [13]. La famosa historia de Cortés en Méjico, es ejemplo clásico de un proceso diplomático que se repitió con frecuencia. Los conquistadores tuvieron una constante necesidad de aliados indios y los buscaron por medios diplomáticos, algunas veces con demostraciones ejemplares de fuerza y astucia, a veces por medio de regalos, «palabras endulzadas» y tratados de alianza con ciertas tribus y naciones indias, para combatir a sus enemigos tradicionales [14]. Los líderes españoles de la Conquista, según el espíritu europeo de aquellos tiempos, eran maquiavélicos en todo esto, si bien los jefes indios no les iban a la zaga. [En todo caso, ¿cuándo llegó a ser un crimen la astucia diplomática?, ¿después de la Segunda Guerra Mundial?] El más espectacular choque de armas eclipsa, con demasiada frecuencia, el fascinante y muy significativo juego mutuo de fuerzas diplomáticas en la confrontación hispano-india.
Asimismo, es correcto caracterizar las victorias españolas en América como un proceso de indios conquistados por otros indios, bajo la supervisión blanca. A menudo, el indio americano fue un mayor conquistador de su propia raza que lo fueron los españoles. Y esto pudo ocurrir porque el indio carecía de una fidelidad básica al concepto de raza; así los tlaxcaltecos tuvieron un gran placer en ayudar a los españoles a derrotar a sus odiados y perennes enemigos, los aztecas; y los aztecas, a su vez, ayudaron a los españoles en su lucha y colonización en otras fronteras. Cualquier semejanza con la formación de una amplia y efectiva confederación de pueblos indios, unidos por el propósito común de batir o exterminar al hombre blanco, es muy difícil de discernir en la historia de la Conquista en general. Si este hecho causa perplejidad, bástese recordar cómo, en los tiempos de nuestra colonia, los Iroqueses, Algonquines, Hurones y otros, lucharon entre sí, instigados por consideraciones políticas trasatlánticas y por nuestros antepasados europeos. Si se recuerda al propio tiempo cómo los europeos de aquellos días se peleaban entre sí, tan a menudo y con tanta impiedad, aun entre grupos de vínculos comunes como religión, raza y cultura, no se hace difícil apreciar el que los invasores españoles fueran capaces de explotar estos odios y rivalidades para ganar dominio, frecuentemente con poco derramamiento de sangre.
La fidedigna versión de la Conquista, difiere también en otros aspectos de nuestras descripciones usuales de héroes y villanos. Más fue, entre otras cosas, una empresa magna de la clase media —¡ni un solo Grande a la vista!— que una invasión a cargo de una arrogante aristocracia española. Rara vez en las filas de los conquistadores militó alguien más alto que los peldaños inferiores de la nobleza menor que, en nuestra terminología moderna, no pasaría de denominarse clase media. La mayoría de los hombres que componían las fuerzas de exploración y conquista ni alcanzaba este rango. Por lo tanto, la Conquista española y la ocupación de América se llevaron a cabo por niveles sociales aproximadamente equivalentes a los de aquéllos que dejaron a Inglaterra para construir sus cabañas en el Nuevo Mundo. También, como varios historiadores han señalado, esta conquista fue bastante democrática y fuertemente caracterizada por una iniciativa privada y por la aparición de líderes, elegidos a veces por votación popular, y por una especie de división de costos, peligros y recompensas, tal como lo hacen las corporaciones de negocios [15].
Visto así, las constantes disputas, desavenencias, contiendas y las guerras civiles en miniatura, que tuvieron lugar entre los conquistadores, son perfectamente comprensibles. Estos, no eran soldados profesionales, operando bajo una estrecha disciplina y línea firme de mando —desde la Corona y sus oficiales, hasta el simple soldado; eran una representación variada de casi todas las categorías sociales (excepto, por supuesto, la alta nobleza)— que se podían encontrar en la España de aquellos días. Y buscando la oportunidad, arriesgando sus vidas a la vuelta de cada esquina, ellos naturalmente esperaban grandes recompensas, bien en forma de botín, en trabajo y tributos de indios, en tierras, en empleos gubernamentales o en cualquier otra cosa equivalente.
Cuando se considera todo esto, aquellos hombres deben de ser juzgados, como ha señalado Salvador de Madariaga, no tanto por lo bárbaros que fueron, sino más bien por su buena conducta dentro de un ambiente de increíbles peligros y casi ilimitadas tentaciones. El hecho de que fuesen profundamente civilizados —es decir, de cultura tan avanzada como la del resto de los pueblos europeos de aquellos días— sin duda alguna explica la barbarie de algunas de sus acciones en el Nuevo Mundo. Se necesitan hombres civilizados para enseñar refinamientos de crueldad a los salvajes.
Durante su conquista del Nuevo Mundo, algunos españoles cometieron algunas atrocidades a tal escala, que causa horror el contemplarlas; pero hay muchas razones para creer que los ingleses, holandeses, franceses, belgas, alemanes, italianos y rusos, en circunstancias similares en el siglo XVI, se hubiesen comportado tan mal o peor. (La crueldad de los alemanes en Venezuela en el período de la Conquista, fue duramente criticada por los españoles; esto puede indicar que los pueblos del norte de Europa, no eran más humanitarios que los españoles.)
Las atrocidades españolas fueron severamente censuradas por un clero de gran influencia, decidido y poderoso, y por otros que informaban a una Corona decididamente dispuesta a escuchar las quejas, e inclinada a legislar contra el maltrato de los indios y castigarlo [16]. Tales restricciones, o no existieron, o fueron muy difíciles de discernir en el desarrollo de otros imperios europeos de ultramar hasta tiempos muy recientes. Y la verdadera y horripilante inhumanidad de las civilizaciones del siglo XX, comprobada, por ejemplo, en los campos rusos de tortura y esclavitud, en los atentados de genocidio real izados por los alemanes y otros grupos, y en el lanzamiento de la bomba atómica por los americanos sobre Hiroshima, no deja campo ni da derecho a que los de nuestro siglo sienten cátedra de moralistas y enjuicien la conducta de los españoles del siglo XVI. Si Hernán Cortés se hubiese atrevido a realizar una masacre de poblaciones no combatientes, en escala parecida a las que se han hecho en el siglo XX, la Corona española, con toda seguridad, hubiera ordenado su castigo como un criminal monstruoso.
Los españoles, como todos sabemos, también buscaron oro y plata en América; es más, hallaron y explotaron fabulosas minas, con métodos similares a los empleados más tarde por europeos y americanos en la explotación del oro, cobre, caucho y petróleo. A lo largo de la Historia, en la cual abundan los casos de fiebre del oro, de la plata y los diamantes, la búsqueda, durante siglos, de ganancias en el comercio de esclavos y todas las demás formas de actividad explotadora, el interés español por las riquezas del Nuevo Mundo parece del todo lógico, enteramente normal y nada singular. Por contraste con el orgullo, eficaz rendimiento e interés con que los ingleses, franceses, holandeses, judíos, alemanes, anglo o italo-americanos buscan la riqueza material, el español aparece generalmente menos preocupado con tales metas, e incluso hasta desdeñoso de ellas. Tiene (y tuvo) mayor inclinación para alcanzar otros objetivos, arriesgando su vida y sus bienes al azar de una carta o de un conflicto bélico, ajustándose a la riqueza y a la pobreza (perennemente esta última), con una ecuanimidad que sorprende a la mayoría de los extranjeros. Con cierta ironía, se puede notar que la característica predominante de la moderna literatura antiyanqui en Latinoamérica, es el desprecio por la preocupación materialista de la gente de los Estados Unidos. Para el español y sus parientes americanos, este proceder viene a ser una censurable prueba de incivilización, si bien en este juicio centellea más de un poco de hipocresía.
Notas
[3] Este tema se ha discutido en varios trabajos, incluyendo: Parks, Richard Hakluyt, p. 89;Cawley, Voyagers, pp. 304, 380, 381, 388 y su Un-pathed Waters, pp. 220 y 252-253.
[4] Hyland, A Century of Persecution, p. ix.
[5] Leonard, Books of the Brave, p. 8.
[6] Toynbee, Study of History, citado en Leonard, Books of the Brave, p. 10.
[7] Hanke, Spanish Struggle for Justice, p. 175. Constantino Bayle, España en Indias, Capítulo 6 (titulado «¿Quién despobló América?») y en otras partes de este volumen introduce muchos comentarios sensatos sobre la disminución de los indios.
[8] Leonard, Books of the Brave, pp. 4, 12, 3.
[9] University of California Bulletin, V. núm. 28 (febrero 25, 1957), pp. 134-135.
[10] Ver a Brown Holmes, A History of the Americas From Discovery to Nationhood (New York: Ronald Press, 1952), p. 190: «La mayor parte [de los españoles] vinieron al Nuevo Mundo como aventureros y buscadores de riquezas; no eran verdaderos colonizadores en el sentido de ser emigrantes huyendo de un país superpoblado o de una condición política opresiva en Europa, buscando nuevos y permanentes hogares en América».
[11] Para obtener indicaciones de los diferentes tipos de emigrantes que fueron al Nuevo Mundo desde España, véase el Catálogo de pasajeros a Indias durante los siglos XVI, XVII y XVIII, editado por Cristóbal Bermúdez Plata, 2.* edic., Sevilla, 1940, 1942 y 1946. Acerca de este tema y posiblemente como ayuda especial y provechosa para aquellos interesados en corregir las perspectivas de nuestro proceso educacional, sugiero el ensayo del profesor Herbert E. Bolton, «Cultural Cooperation with Latin America», The Journal of the National Education Association(enero, 1942), pp. 1-4.
[12] Algunas de las más conocidas: Doña Mencía de Sanabria y sus dos hijas, que hicieron un viaje de cerca de seis años para ir de España a Paraguay (por tierra, vía Brasil) y gobernar allí en nombre de su hijo (mitad del siglo XVI); la famosa compañera de Pedro de Valdivia en la conquista y colonización de Chile. Hubo una audaz y enérgica gobernadora en la isla Margarita, por los años de 1570; su entretenida historia espera en el Archivo General de Indias, para ser escrita. Hubo numerosas mujeres españolas viviendo en las más lejanas fronteras del norte de México en el siglo XVI (véase Vito Alessio Robles, Francisco de Urdiñola y el norte de la Nueva España(México, 1931); y también mi «Peacemaking on North America's First Frontier», The Americas, xvi (enero, 1960), pp. 221-250). Obsérvese igualmente a William Lytle Schurz, This New World, especialmente pp.282-299.
[13] Bayle , España en Indias, p. 83.
[14] Además de la clásica conquista mexicana, la diplomacia de Vasco Núñez de Balboa en el Istmo y de Domingo Martínez de Irala en el área del Plata, ilustran esta básica característica de la conquista española en América. Puede añadirse que los españoles, al extender sus fronteras americanas, fueron diestros para ganar aliados indios y rápidamente los incorporaron a sus fuerzas para servicios diplomáticos y militares (véase, por ejemplo, mi libro Soldiers, Indians and Silver, capítulo 9).
[15] Otra vez las historias de Cortés, Núñez de Balboa y Martínez de Irala son ilustrativas. Véase a Silvio Zavala, New Viewpoints, pp. 69-70; en éste y en otros de sus trabajos, Zavala, para enseñar las pretensiones de los conquistadores y de los que les siguieron, revela por fuerza el origen, esencialmente clases media o baja, de estos invasores de América.
[16] «... Reglamentos sobre conquistas y aquellos que emprendieron la guerra justa en México, Perú y también en la periferia del imperio en Nuevo México, Chile y las Filipinas, nunca escaparon del escrutinio de aquellos que insistieron en que la cristianización y bienestar de los indios fueran las metas principales de la Conquista» (Hanke, Struggle for Justice, p. 174). Véase también a Bayle, España en Indias, especialmente los capítulos 14.
Fuente:
conoZe.com | La conquista espaola
Última edición por Mexispano; 27/02/2014 a las 06:32
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