" ¿cómo concebir la invasión de Berbería por ejércitos árabes cuando tenemos la certeza de que jamás han existido...? Hay mil kilómetros desde el Hedjaz hasta las tierras culti*vadas del Creciente Fértil. Si en verdad hubieran podido ponerse en marcha fuerzas suficientes, hubieran tenido que desarrollar esfuerzos extraordinarios para conquistar Egipto, Palestina, Siria, en donde era menester combatir sucesivamente contra los persas y contra los bizantinos; sin contar con la recepción de los autóctonos que pudiera haber sido amistosa o adversa. Pero, ¿qué de estas tropas si hubieran tenido que atravesar el desierto de Libia, uno de los peores de la tierra? ¿En qué estado se hubieran encontrado después de tan loca aventura? Sedientas y anémicas hubieran sido aniquiladas por los beréberes, hombres aguerridos en las luchas guerreras y temidos.
Para Georges Marçais necesitaron los árabes ciento cincuenta años para conseguir el dominio del norte de África (1946). Levi-Provençal en su Historia de los musulmanes de España (1950) acepta la tesis clásica: diez años. Para el primero tiene lugar el acontecimiento a mitad del siglo IX, para el segundo en los primeros días del VIII. «En el momento en que Roderico sucede en el trono de Toledo, escribe, acababan los árabes de consolidar su posición en el norte de Marruecos y terminan la conquista del centro del país» 15.
Las contradicciones que aparecen en las crónicas se reproducen en estos autores contemporáneos. Cada cual tiene sus motivos, obseso por su tema particular. Marçais, para alcanzar una comprensión de los acontecimientos ocurridos en Berbería, espiga en los viejos textos los testimonios más seguros para confrontarlos y buscar una concocordancia. A Levi-ProvençaL, que estudia la historia de España, lo que ha ocurrido en Berbería no le interesa. Le basta con que existan árabes en Marruecos a principio del siglo VIII para hacer tragar al lector, ya amaestrado desde la escuela, la invasión de la península. Tarea bastante dificultosa si en esta fecha requerida los futuros invasores no se encontraban en las orillas africanas del Estrecho.
Para pasar los siete mil hombres de Taric era necesario contar por lo menos con un centenar de embarcaciones. Pero en esta época de gran decadencia marítima no era fácil encontrarlas. Los beréberes, que se sepa, no tenían flota. Sólo un pueblo en las inmediaciones hubiera acaso podido intentar la travesía: Eran los gaditanos.
.... ... Se puede sugerir que tuvieran los barcos requeridos para este traslado de tropas. Y sin embargo... ¿no es un poco extraordinario que prestasen los andaluces sus navíos a quien venía a sojuzgarles? Si hubiera habido una confusión o un engaño con la operación de Taric, ¿cómo podía haberse repetido el mismo error con Muza, llegado meses más tarde, cuando sus fuerzas eran más numerosas y necesitaban una ayuda más considerable?
¡En fin! Era la invasión de España. Conocían los romanos el oficio de las armas. Dirigidos por cerebros que han demostrado una eficiencia poco frecuente en la Historia han necesitado trescientos años para conquistar España; tan sólo tres los árabes.
Cuando prosigue un invasor una ofensiva más allá de sus bases acostumbradas, debe consolidar otras para conservar en sus movimientos cierto margen de seguridad. Según la historia clásica, han menospreciado impunemente los árabes este principio elemental del arte militar. Sin haber recuperado las energías gastadas en un imponente esfuerzo, se empeñan en una nueva aventura. Llegan a Tunicia; inmediatamente se ponen en marcha hacia Marruecos. Han visto de lejos las olas del Océano, ya se embarcan para España. Pasan tres años con gran prontitud. No se paran ni para descansar, ni para disfrutar del botín conquistado, ni para saborear las chicas del lugar. Tienen prisa por entremeterse por los desfiladeros pirenaicos a fin de apoderarse de Aquitania y de la Septimania.
Han descrito las crónicas estos hechos a despecho de la geografía. Mapas no poseen los invasores. No tienen objetivo alguno que alcanzar. Se han contado estos acontecimientos con tal ingenuidad que admirado queda uno al advertir cómo burdas inexactitudes han sido repetidas por graves historiadores, sin que se les ocurriera confrontarlas con un atlas cualquiera. He aquí algunos ejemplos sacados de la crónica, escrita en árabe, Ajbar Machmua, una de las que han alcanzado mayor autoridad:
«De todos los países fronterizos ninguno preocupaba tanto a Al Walid como Ifriqiya.» 17 Ifriqiya es la Tunicia de los antiguos. Para el cronista la vecindad de esta nación preocupaba a Al Walid. Ignoraba por lo visto que median tres mil kilómetros entre su Ifriqiya y Egipto y que en tan inmenso territorio intermedio no tenían las arenas del desierto, como las aguas del mar, dueño alguno que pudiera ser temido.
Después de la batalla de Guadalete apunta: «inmediatamente Taric se dirigió al desfiladero de Algeciras y luego a la ciudad de Ecija», como si se hallara en la proximidad. Es muy extraño que se atreviera un ejército enemigo a penetrar en tan estrecho cañón cretácico, en donde hubiera quedado atrapado como en una ratonera; pues se adelgaza en ciertos lugares hasta las dimensiones de una, calle estrecha, encuadrada por imponentes acantilados. Pero, desde la pequeña localidad de Jimena de la Sierra que se encuentra a su salida norte hasta Ecija, hay más de 160 kilómetros. En el camino hubieran encontrado los invasores ciudades importantes como Ronda y Osuna, cuya fundación era anterior a los romanos y a las que no alude el arábigo.
Ignoran los conquistadores lo que vienen a hacer en el país. No saben adónde ir. Son los cristianos los que les dan algunas ideas para que tengan motivo de ocupación, así el empleado de una agencia de viajes que propone excursiones a un futuro turista. No se trata de una broma. Escribe nuestro cronista:
«Sabedor Muza ibn Noçair de las hazañas de Taric y envidioso de él, vino a España, pues traía, según se cuenta, 18.000 hombres. Cuando desembarcó en Algeciras le indicaron que siguiese el mismo camino que Taric y él dijo: «No estoy en ánimo de eso”. Entonces los cristianos que le servían de guía le dijeron: «Nosotros te conduciremos por un camino mejor que el suyo, en el que hay ciudades de más importancia que las que ha conquistado y de las cuales, Dios mediante, podrás hacerte dueño".»
En una palabra estaban a la merced de los peninsulares. "
(Ignacio Olagüe)
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