Revista FUERZA NUEVA, nº 506, 18-Sept-1976
La monarquía de todos los españoles
(...) “Monarquía de todos los españoles”. Es la frase que empezó a utilizarse en 1946 y que más ha perjudicado la restauración monárquica en la persona del conde de Barcelona. Y no porque no envuelva o pueda envolver, un sincero deseo de traer la paz a la nación (he dicho la nación y no los “pueblos” de España), sino porque esa fusión de los españoles en unos puntos esenciales de convivencia política hace mucho tiempo que es absolutamente imposible.
Se viene repitiendo, con carácter de tópico, aquello de “las dos Españas” de Antonio Machado, que no pasa de ser literatura. Buen poeta, el sevillano, catedrático en Soria y algún otro sitio más, deslució su actuación personal con un izquierdismo acusado, incompatible con su formación. Prueba de ello es el rumbo completamente distinto que siguió su hermano Manuel.
Las bellas frases tienen el peligro de pasar por afirmaciones verdaderas, y la que comento indudablemente constituye un sofisma.
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¿Cómo se puede llamar España a la bandería de quienes han asesinado a personas por oírles decir “¡Viva España!” ¿Son españoles los que pretenden romper la unidad nacional que tanto trabajo costó conseguir hace cinco siglos y tantos días de gloria ha dado a nuestra Patria?
Y ahora siguen empeñados en sus equivocadas ideas y lo único que pretenden con tanta apelación a la democracia es darnos una nueva versión de la débil e inútil Monarquía liberal para llegar después al “desquite”, es decir a una nueva edición de lo de 1936; por supuesto, corregida y aumentada.
Al que sostenga la tesis de la “Monarquía de todos los españoles” le viene bien la respuesta del comendador en el “Tenorio” de Zorrilla: “Don Juan, tu razón delira”.
De cómo se comportaron los de la Conjunción Republicano-Socialista, a raíz de la caída del Gobierno de Primo de Rivera, con el rey Alfonso XIII, dan muestra las publicaciones de prensa de la época, si alguien quiere consultar las hemerotecas, cosa que a mí no me hace falta, pues tengo buena memoria. La tarde del 14 de abril de 1931 las turbas gritaban en Madrid, y en la mismísima Plaza de Oriente, al conocer “la suspensión del poder real”: “No se ha marchao, lo hemos echao”.
Aquello -que tuvo lugar “sin derramamiento de sangre” -según los periodicuchos de entonces, y de ahora – motivó que a los veintisiete días de República ardieran las iglesias y conventos; después, cinco años de continuas canalladas y posteriormente las masacres (como ahora se dice) de la guerra, la más calificada la de Paracuellos del Jarama, dirigida por Santiago Carrillo y antes preparada por la Pasionaria (ahora jaleada “Sí, sí, Dolores a Madrid”).
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Lo vuelvo a recordar al ver las manifestaciones populares de entusiasmo con motivo de la coronación y de los posteriores viajes a las regiones españolas del rey Juan Carlos. Nadie se puede fiar del pueblo, tan cambiante como una veleta (1).
(...) Querer fundar la institución monárquica, y en general cualquier régimen político, en la “soberanía popular” constituye uno de los mayores dislates que puedan decirse; y por desgracia ahora sale en los periódicos todos los días.
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En septiembre de 1868 y en el puerto de Cádiz, el general Prim cambió, hallándose en la cubierta de la fragata “Zaragoza”, el grito de los marinos que habían ordenado decir “Viva la Reina” por el de “¡Viva la soberanía nacional!, que era menos malo que lo de “popular”. Pero que, a pesar de ello, acabó, como no podía ser menos, “manu militari”, por obra e intervención de los generales Pavía y Martínez Campos.
Ya he dicho en otras ocasiones que el pueblo (conjunto de todas las clases sociales, y no sólo de las modestas) no puede ser sujeto activo de la soberanía política, aunque sí su beneficiario.
A los que quieren establecer la democracia no está de más recordarles la definición de ésta, de que es el arte de hacer creer al pueblo que él es quien gobierna; pues el pueblo nunca ha gobernado ni gobernará jamás, por la sencilla razón de que es incapaz de gobernarse (2).
En una Monarquía que se precie de tal, que no constituya la antesala de la República y aun del comunismo, por lo menos en España, el sujeto activo de la soberanía indefectiblemente ha de ser el Rey, jefe del Estado que reine y gobierne, pues eso de reinar y no gobernar es hacer de la noche día, de lo blanco negro y en definitiva un sistema crepuscular o grisáceo de escasa consistencia y corta duración, porque ya Aristóteles nos enseñó que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo.
Naturalmente que así se cierra el paso al “pacto” del Rey con el pueblo (lo que me recuerda la destructora teoría del Pacto Social de Rousseau), y cuyos precedentes -meramente lingüísticos- están en la alianza del Trono con los municipios para combatir el feudalismo, pero que ahora no tiene razón de ser. (...)
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Nuestro Rey siempre se ha llamado Rey de España, y aunque pueda llamarse Rey de los españoles, este título nunca ha estado en nuestras Constituciones, al contrario que en otras, como la belga.
La actual Monarquía tiene su legitimidad en la historia de España; y además su fundamento en la Victoria nacional del 1 de abril de 1939.
Si los españoles quieren aceptar la comunión en los ideales que dieron vida a la Cruzada -que es la definición del Movimiento Nacional según se deduce del artículo 4º de la ley Orgánica-, enhorabuena. Pero pretender coordinar ideologías incompatibles en un futuro político, además de absurdo, es inviable. (...)
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Los intentos de integrar en el régimen la actividad política de todos los españoles fracasan y fracasarán, como lo demuestra un letrero que ha estado más de quince días, hasta que piadosamente fue tapado con una lechada de cal (...):
LIBERTAD AMNISTIA
ABAJO LA MONARQUIA
(...) Tener en cuenta que la democracia es la vía de la revolución y que, clarividentemente, Vázquez de Mella dijo: “Si la Monarquía se alía con la revolución, la revolución acabará con la Monarquía”.
José ESTEPA
(1)Es conocida la anécdota del individuo que mostraba su desbordada alegría el día que hizo su entrada en Madrid el rey Alfonso XII, que llegó hasta dejarse atropellar por el caballo regio. Al rogarle don Alfonso que moderara su entusiasmo, que le agradecía, le contestó; “Señor, tendría que haberme visto el día que echamos a su madre”.
(2)Del libro agotado, y conscientemente no reeditado, de Pío Baroja, que lo tituló “Judíos, liberales y masones”.
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