Lo trágico es que la mayoría de la gente hoy en día no piense en la muerte o en las Postrimerías, o bien que tenga tanto miedo a la muerte que prefiera una muerte rápida o incluso mientras duerme para no sufrir mucho. El temor a la muerte es natural tenerlo, salvo quizá por una gracia sobrenatural de Dios. Sin embargo, como creo que ya dije en otro hilo no hace mucho, yo tengo más miedo a una muerte rápida o a morir mientras duermo si la muerte me sorprende desprevenido. Es preferible una muerte que aunque sea dolorosa y haga sufrir un poco dé al menos tiempo para ponerse bien con Dios. Yo procuro en la medida de lo posible estar en gracia de Dios, aunque lógicamente no soy ningún santo ni creo que llegue a serlo jamás. ¿Que si será doloroso o angustioso? Lo primero dependerá de cómo sea la muerte que nos toque. Lo segundo puede depender más de nuestra actitud personal o de lo preparados que estemos. De todos modos, aunque es normal que la idea de morir produzca cierta inquietud, tampoco hay motivo para estar angustiados. Yo sé que soy un pobre pecador, no soy ningún santo, pero amo a Dios, recibo los sacramentos, rezo y hago lo mejor que puedo. Y sé también que aunque al momento de morir no tuviera oportunidad de confesar, aun estando en pecado mortal, Dios es mi padre y basta un momento (un punto de contrición, como decía Don Juan Tenorio en expresión arcaica) de sincero arrepentimiento para no condenarse. Dios es nuestro Padre y acoge sin reservas a todo el que acuda a Él, como el padre del Hijo Pródigo, que salió a recibirlo al camino cuando lo vio regresar. Pocos se han detenido a pensar cuando oyen la parábola en misa o la leen en el Evangelio que el hijo venía nada menos que de una pocilga, es decir, algo abominable para los judíos, que consideran al cerdo un animal impuro. Y sin embargo el Padre corrió a recibir al hijo que venía sucio y maloliente de la pocilga y lo abrazó. O sea, que aunque estuviéramos sucios por los abominables pecados, nos perdona si estamos arrepentidos (y hasta perdona la simple atrición), así que no hay motivo para desesperar. De hecho, desesperar es pecado mortal. Es conveniente meditar en las Postrimerías, y conviene hacerse a la idea de que todos vamos a morir tarde o temprano. Los cristianos tenemos motivos sobrados para la esperanza. En cambio, el no creyente no tiene más perspectiva que la nada. Y si nos matan, nos hacen un favor. No creo que haya un momento de angustia necesariamente como dice Tercio; depende. Numerosos santos y mártires han muerto alegres y sonrientes, incluso en medio de tormentos dolorosos, y ateos y enemigos de la religión han muerto gritando de horror. Los que no somos ni santos ni demonios puede que tengamos algún momento de inquietud, pero todo dependerá de cómo o cuánto nos hayamos preparado. Y tal como están los tiempos, podría ser que algunos de nosotros fuéramos mártires. La verdad es que sería la mejor de las muertes. Pero sólo Dios sabe cuándo, cómo y dónde nos tocará.