MEDITACIÓN SOBRE LA MUERTE





Necesario es pensar en el paso de la muerte. Es una de las mayores y provechosas consideraciones que un cristiano puede tener, así, para alcanzar la verdadera sabiduría y a la vez huir del pecado, como también para comenzar al ajustar los tiempos para cuando llegue la hora cumbre de nuestra vida.
Menester es pedir a Nuestro Señor nos proporcione los dones de la meditación de ese momento y sentirlo propio, haciendo cuenta que estás acostado en una cama, desahuciado y de los médicos, entendiendo de cierto que hemos de morir. Pensemos cuan incierta es aquella hora en que nos ha de asaltar la muerte, porque no sabremos que día, ni en que lugar, ni en que disposición nos tomará. Lo único seguro es que la muerte se hará presente, todo lo demás es incierto, quizá cuando estemos mas despreocupados y olvidados de ella. Importante es saber diferenciar las cosas que se habrán de hacer, separar entre todas las cosas que se aman de este mundo, entre el alma y el cuerpo, compañía tan antigua y tan amada. Si pudiésemos como desterrados llevarnos todo lo que en vida amamos, ¡que grande dolor sería este destierro universal! los amigos, la casa, los hijos, el padre, la madre, de esta luz y aire común, en fin… de todas las cosas.
Si un buey da bramidos cuando le apartan de otro buey con quien araba, ¿que bramido será el de nuestro corazón cuando nos parten de todos aquellos con cuya compañía trajimos a cuestas el yugo de las cargas de esta vida?
El cuerpo por muy honrado que haya sido, no le puede caber otra suerte mejor que un hoyo de siete pies de largo en compañía de otros muertos; más del alma no se sabe de cierto que pasará con ella, porque aunque la esperanza de la Divina Misericordia le da fuerzas, la consideración de los pecados la desmaya. Adherido con ésto la grandeza de la justicia de Dios y la profundidad de sus juicios, el cual muchas veces cruza los brazos y trueca las suertes de los hombres. El ladrón sube de la cruz al paraíso (1) judas cae al infierno desde la cumbre del Apostolado; Manasés halló lugar de penitencia después de tantas abominaciones, y Salomón no sabemos si le halló después de tantas virtudes. En esa hora, es una de las mayores congojas que ahí se padecen: saber que hay gloria y pena para siempre, tan cerca lo uno de lo otro, y no saber cuál de estas dos suertes tan desiguales nos ha de caber.
Tras de esta congoja se sigue otra no menor, que es la cuenta que se ha de dar, la cual es tal, que hace temblar a los más esforzados. Del Abad Arsenio se escribe que, estando ya para morir empezó a temer, y como sus discípulos le dijesen “Padre ¿ y tu hora temes?”, respondiendo: “Hijos, no es nuevo en mí éste temor, porque siempre viví con él”. Allí, pues, se le representan al hombre todos los pecados de la vida pasada, como un escuadrón de enemigos que viene a dar sobre él, y los más grandes y en que mayor deleite recibió, éstos se representarán más vivamente, y le serán causa de mayor temor. Viene a la memoria la doncella deshonrada, la casada solicitada, el pobre despojado y maltratado… el prójimo escandalizado. Allí dará voces contra mí, no la sangre de Abel, sino la sangre de Cristo, la cual yo derramé y desprecié cuando al prójimo escandalicé; y si esta causa se ha de sentenciar según aquella ley que dice “Ojo por ojo, diente por diente y herida por herida” (2), ¿que espera quién echó a perder a un alma si es juzgado por ésta ley? ¡Oh cuán amarga es allí la memoria del deleite pasado, que en otro tiempo parecía tan dulce! “No mires al vino cuando está dorado y cuando resplandece en el vidrio su color, porque aunque al tiempo de beber parece blando, más a la postre muerde como culebra y derrama su ponzoña como basilisco” (3). ¡Oh si supiesen los hombre cuán grande verdad es esta que aquí se nos dice! ¿Que picadura hay de culebra que así lastime, como aquí lastimará la memoria del deleite pasado? Estas son las heces (4) de aquel brebaje ponzoñoso del enemigo; éste es el dejo que tiene aquel cáliz (5) de Babilonia, dorado por fuera.
Después de esto suceden los Sacramentos de la Confesión y la Comunión, al cabo el de la Extremaunción, que es el último socorro nos puede ayudar con aquel trabajo; y así en éste como en los otros, debes considerar las ansias y congojas que allí el hombre padecerá por haber vivido mal, y cuanto quisiera haber llevado otro camino.
Salida ya el alma de las carnes, aún quedan dos caminos por andar: el uno acompañando el cuerpo hasta la sepultura, y el otro siguiendo el alma hasta la determinación de su causa, considerando lo que a cada una de éstas partes le acaecerá. Veamos pues, cuál quedará el cuerpo cuando el alma le desampara; cuál es aquella noble vestidura que le aparejan para enterrarle y cuan presto procuran echarle de la casa. Considera su entierro con todo lo que en él pasará: El doblar de las campanas, el preguntar todos por el muerto, los oficios y los cantos dolorosos de la Iglesia, el acompañamiento y sentimiento de los amigos, y, finalmente, todas las particularidades que allí suelen ocurrir, hasta dejar el cuerpo en la sepultura, donde quedará sepultado en aquella tierra de perpetuo olvido.
Dejado el cuerpo en la sepultura, ir luego en pos del alma y mirar el camino que nos llevará a aquella nueva región, en la que finalmente pasará y será juzgada. Ya estas presente en el juicio, toda la corte está aguardando el fin de esta sentencia, donde se hará cargo y descargo de todo lo recibido, hasta el cabo de la agujeta. Allí se pedirá cuenta de la vida, de la hacienda, de la familia, de las inspiraciones de Dios, de los aparejos que tuvimos para bien vivir, y, sobre todo, de la Sangre de Cristo, y del uso de sus sacramentos; y allí será cada uno juzgado según la cuenta que diere de lo recibido.



BASADO EN LA MEDITACIÓN DE LA MUERTE de FRAY LUIS DE GRANADA
NOTAS:
1. Lc. 23; Mt. 27; 2 Par 33 y 36
2. Ex. 21, 24.
3. Prov. 23, 31.
4. Apoc. 17
5. Jer. 51, 7

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