APÉNDICE 11

Fuente: Cómo se preparó el Alzamiento. El General Mola y los carlistas, Tomás Echeverría, 1985, páginas 277 – 282.



[CAPÍTULO] 71

Testimonio de Zamanillo sobre el General Mola


EL QUE FUE JEFE NACIONAL DE LOS REQUETÉS SE OCUPA DE LAS ENTREVISTAS QUE MANTUVIERON AMBOS


Como sabemos, Don José Luis Zamanillo, entonces Jefe Nacional de los Requetés, fue el primero que, en nombre de la Comunión Tradicionalista, se entrevistó con Mola para tratar de la posible intervención de los carlistas en el Alzamiento colaborando con el Ejército.

Después, sustituyendo a Fal Conde, que no pudo desplazarse desde San Juan de Luz, se reunió nuevamente con el General.

Y más tarde, iniciado el Alzamiento, volvieron a encontrarse Zamanillo y Mola.

Pues bien, existe constancia de esas entrevistas, y constancia valiosísima, porque es directa, porque está formulada por uno de los actores, por uno de los que tomaron parte en las mismas. Resulta que Don José Luis Zamanillo –¡persona ejemplar!; una de las mejores que hemos conocido en este pícaro mundo–, accediendo amablemente a nuestro ruego, formalizó una declaración por escrito relatando lo más importante que trató en las principales entrevistas que mantuvo con Mola, cuya declaración está rubricada en todas las hojas y firmada al final por el interesado. La publicamos en fotocopia a continuación:




MIS ENTREVISTAS CON EL GENERAL MOLA


Aparte de numerosos encuentros circunstanciales y breves, recuerdo bien tres reuniones con el General, de mayor importancia.



PRIMERA

A principios del mes de julio de 1936, el 1 ó el 2, si no recuerdo mal, me reuní con Mola en la casa familiar de Esteban Ezcurra, en Echauri, próximo a Pamplona. Quince días antes, el General se había entrevistado con Fal Conde, en el Monasterio de Irache, para discutir las condiciones de nuestra participación en el Alzamiento proyectado. Sin llegar, ni mucho menos, a un acuerdo, se clarificaron bastante las posiciones de ambos, que se habían adelantado en repetidas y anteriores notas escritas.

Como Fal residía entonces en San Juan de Luz para huir de la persecución del Gobierno republicano, especialmente de Casares Quiroga, su Jefe, y pasaba la frontera con mucha dificultad y peligro, me encargó le representara en la siguiente entrevista con Mola.

Acudí a ella animado, pero con pocas esperanzas de éxito. Le entregué una nota, concretando nuestras dos últimas peticiones. La primera era la facultad de designación de dos Consejeros, por la Comunión Tradicionalista, para velar por la recta dirección política del Movimiento. La segunda, verdadero caballo de batalla, se refería al restablecimiento de la bandera bicolor. A esto se oponía Mola con su característica tenacidad y poco simpática firmeza.

Y no lo hacía, me dijo, porque fuera partidario de la tricolor, sino porque ésta era, entonces, la enseña legal, presente en los cuartos de banderas y estandartes de todos los regimientos del Ejército. Más adelante, decía, triunfante el Alzamiento, se haría el cambio, sin riesgo alguno.

Le contesté diciendo que comprendía sus razones, pero que comprendiera él, también, las nuestras. Nos habíamos pasado los cinco años de la República combatiendo la bandera tricolor; las mayores ovaciones en nuestros actos públicos se producían al recordar la bicolor. Sobre todo, al citar los versos de Pemán:

“Yo tenía una bandera
hecha de sangre y de sol.
Me dicen que no la quiera.
Yo ya no soy español,
soy de una tierra cualquiera”.

El teatro se venía abajo. ¿Cómo, le dije, vamos a sacar a los requetés con ese trapo?.

– Ustedes –me replicó– tienen mucho ascendiente sobre su gente.

– Tenemos ascendiente –concreté– siempre que vayamos, en lo fundamental, por el camino recto; de lo contrario, no. Si usted –añadí– me convenciera en esto, iríamos del brazo, pero detrás de mí no vendría nadie.

La discusión se fue acalorando. Al final, ya de malhumor, exclamó:

– La culpa la tengo yo, a estas alturas, por fiarme de los políticos.

– Está usted equivocado –le contesté–. Se ve que no nos conoce. Nosotros no somos de esos políticos a que usted se refiere. Por lo que a mí hace, no tengo inconveniente en comprometerme, ante notario, a no aceptar ningún cargo, ni de concejal de mi pueblo.

Así terminó la reunión, con visible disgusto de ambos.

Como es sabido, se sometió la cuestión a Sanjurjo, que nos dio, por completo, la razón.

Dos meses después, aún recordaba Mola el mal rato pasado, al despedirse de la siguiente.



SEGUNDA

Según iban avanzando las tropas nacionales, Mola, General Jefe del Ejército del Norte, adelantaba su Cuartel General. Primero lo tuvo en Burgos; después en Valladolid, en el Ayuntamiento; y tomado Toledo, lo estableció en Talavera de la Reina.

A fines de agosto nuestra Junta Nacional nos encargó a Lamamié de Clairac, a Valiente y a mí que fuéramos a ver a Mola, en Valladolid. Allí nos fuimos una tarde de septiembre del 36. El objeto de la visita no era otro que no perder contacto con él, y hablar de temas generales, sin nada concreto.

Nos recibió de buen talante. Estaba, en aquel atardecer, esperando los partes de las operaciones del día. Tenía ganas de hablar.

Así surgió, planteado por él, el tema del divorcio. Nos dijo que creía había que implantarlo.

– Conste –dijo– que me llevo muy bien con mi mujer y no pienso en divorciarme; pero cuando fracasa un matrimonio, etc., etc.

Todos los consabidos y vulgares argumentos divorcistas.

Nos opusimos los tres. Especialmente le rebatió Valiente, buen abogado civilista.

Terminó Mola diciendo:

– Bueno, está bien, no habrá divorcio.

Bien claro quedó que todo había sido una conversación intranscendente. Ni él ni nosotros teníamos autoridad, en aquel momento, para decidir nada sobre el tema.

Nos acompañó hasta la puerta de la escalera. Al despedirse, señalándome, les dijo a Lamamié y a Valiente:

– Este hombre me puso, hace dos meses, en trance de pegarme un tiro.

– Bueno, mi general –le repliqué en broma–, pero no se lo pegó usted.

– No –contestó–, yo no me pego tiros.



TERCERA

En el mes de noviembre siguiente, fui a verle en Talavera, para pedirle el destino de varios jefes del Ejército al Requeté.

Uno de ellos, el Comandante de Artillería Don Hermenegildo Tomé Cabrero, fue designado, poco después, Director de la Academia de Oficiales del Requeté, que se quedó en mero proyecto, como es sabido. Sin embargo, en su hoja de servicios militar figuró dicho destino.

De la conversación con Mola aquel día, recuerdo bien una frase suya:

– Zamanillo, esto se alarga, y no hay más remedio que quemar las naves.

– Mi general –le contesté–, nosotros las quemamos el primer día.

Encajó bien mi respuesta, dicha con sencillez, sin jactancia alguna. Indudablemente, había cambiado mucho, favorablemente, su concepto de nosotros.

Conmigo estaba muy amable, dentro de lo que su carácter, más bien hosco, le permitía.

Poco sociable y bastante introvertido, no daba mucha confianza.

Desde luego, ni yo ni ninguno de nosotros comimos nunca con él, como reciente y públicamente se ha dicho.


MADRID, abril de 1980.


Firmado: JOSÉ LUIS ZAMANILLO GONZÁLEZ-CAMINO