Octava intervención (1964):

Observaciones al esquema sobre la actividad misional de la Iglesia

(Intervención presentada ante la Secretaría del Concilio)

Esta intervención, acompañada con el índice de la propuesta, fue enviada a la Secretaría del Concilio.

“Venerables Padres:

Numerosos Padres ya han llamado la atención sobre los defectos de este esquema. Humildemente, por cierto, me encuentro totalmente de acuerdo con ellos.

En su forma actual, este esquema no se corresponde con la importancia de su objeto, importancia -en mi opinión- mucho mayor que la de la cuestión de la Iglesia en el mundo de hoy. Más aún, me atrevo a decir que la respuesta fundamental a los problemas de la Iglesia en el mundo de hoy se encuentra precisamente en la actividad misional de la Iglesia.

A diario lo hemos experimentado en países de misión. Allí donde se encuentran la fe y la gracia de Cristo, allí hay paz, prosperidad, fe, castidad, es decir, todos los frutos del Espíritu Santo.

Me gustaría hacer dos observaciones:

1º. En el preámbulo del esquema, debe resumirse la exposición histórica dada por el Eminentísimo Ponente sobre la vida misional de la Iglesia Romana. No podemos, en efecto, avanzar hacia el futuro si no nos apoyamos en la verdadera y gloriosa Tradición de la Iglesia.

No hay que olvidar que sólo los Pontífices Romanos, sucesores de Pedro, han podido de hecho y por ende de derecho, enviar misioneros y obispos al mundo entero. ¿Cuántos Padres -aquí en el aula- han estudiado aquí en Roma, y han adquirido en esta misma ciudad, y para toda su vida, el sentido del verdadero significado de la Iglesia Católica y luego han sido enviados por los Soberanos Pontífices a todas las zonas del mundo, para fundar nuevas iglesias particulares?

Y es que, de hecho, sólo Pedro y sus sucesores han poseído este derecho y deber de forma ordinaria. Los otros apóstoles sólo lo poseyeron por privilegio personal: así los obispos, sus sucesores, no heredaron este privilegio.

2º. Sobre el Consejo Internacional ante la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe, debemos tener extremada prudencia.

Indudablemente, la sabiduría y la prudencia exigen que las autoridades encargadas de la materia formen su juicio sólo tras consultar a hombres de edad y experiencia.

La autoridad, sin embargo, se volvería ineficaz si, por cualquier medio y en cierta medida, se encontrara limitada por una asamblea dotada de una parte de autoridad.

Hasta el presente, y, por tanto, de derecho, la autoridad de la Iglesia ha sido personal, unidad a una persona física; autoridad paternal, dada y recibida sea por una gracia especial o ya por mandato o misión. Tal es la razón fundamental para su eficacia: la paternidad ejercida con el espíritu de fe y la ayuda de la gracia.

Con prudencia deberemos, pues, tomar una decisión sobre este Consejo ante la Sagrada Congregación de la Propagación de la Fe.

Finalmente y en resumen:

¿Qué piden y reclaman siempre los obispos misioneros a sus superiores generales? ¿Qué esperan de la Propagación de la Fe y de todos los obispos de las diócesis? Cooperadores, ya sean clérigos o laicos y además una ayuda pecuniaria. Nada más.

Entonces, quisiera proponer:

1. En lo que a los cooperadores se refiere:

a) Que, en lo posible sean del mismo país de la misión. Es un hecho de experiencia que en territorios de misión, muchos jóvenes animosos pueden ser excelentes cooperadores, pero les resulta difícil alcanzar el sacerdocio. Si hoy pudieran llegar a ser acólitos y luego, tras un período bastante largo de prueba, diáconos no casados, podrían ayudar considerablemente a los sacerdotes en las parroquias. En pocos años, podrían ser muchos.

b) Los obispos de las diócesis antiguas de ninguna manera deben temer ayudar generosamente las vocaciones misioneras. Es un hecho de experiencia que si en un pueblo un joven solo responde a su vocación, atrae a los otros. Generosidad engendra generosidad.

Tal vez, para evitar rivalidades, en ciertas regiones donde decaen las vocaciones, podría reunirse a todos los jóvenes en un seminario menor y sólo proceder a la selección en el último año.

2. En materia de ayuda pecuniaria:

Siempre he sostenido que esta cuestión no es insoluble, al menos hasta cierto punto.

Si cada año, cada obispo misionero presentase una memoria precisa y concreta al Consejo General de la Propaganda de la Fe, este Consejo podría, por intermedio del presidente nacional de la Propaganda de la Fe, pedir a un obispo que eligiera él mismo una ciudad o una parroquia de su diócesis, como responsable de una obra concreta, según una jurisdicción concreta. Sería un honor para una ciudad o una parroquia fundar una iglesia o escuela o algún otro edificio religioso, en regiones pobres.

Sería una excelente oportunidad para que el benefactor episcopal y una delegación de su diócesis visitaran esa fundación, por ejemplo, con motivo de su bendición.

Parece, sin embargo, indispensable que todo ello se haga por intermedio de la Propaganda de la Fe en Roma y del obispo diocesano, con el fin de evitar abusos, y, especialmente, para que no deban los obispos misioneros recorrer el mundo para recoger unos cuantos miles de dólares y perder en gastos de viajes casi la totalidad de las sumas recogidas.

Como complemento a todo esto debemos añadir la ayuda indispensable de la oración. Y, con el fin de obtener estas oraciones para las misiones, podría existir una obra dedicada a promover estas oraciones y a renovar sus intenciones. Nadie ignora, en efecto, que con Cristo todo es posible y sin Él, nada.”


(CONTINÚA)