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Tema: ¡Yo acuso al Concilio! (Intervenciones de Mons. Lefebvre en el Vaticano II)

  1. #21
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    Re: ¡Yo acuso al Concilio! (Intervenciones de Mons. Lefebvre en el Vaticano II)

    Capítulo V

    Vaticano II. Cuarta Sesión

    Décima intervención 9 de septiembre de 1965.

    Sobre el Esquema XIII: ‘La Constitución de la Iglesia en el mundo moderno’

    “En la cuarta sesión, un estudio más profundo del esquema sobre ‘La Iglesia en el mundo moderno’ me hizo descubrir que quienes lo habían elaborado carecían del espíritu de la fe católica. Todas las teorías del liberalismo y modernismo, por lo menos implícitamente, se encontraban en él.

    Indudablemente, hubo mucha oposición al texto original. Sin embargo, el solo hecho de haya sido posible presentar, sin vergüenza, tal esquema a los Padres, demuestra claramente los progresos realizados por las falsas ideas en los círculos eclesiásticos.”


    Texto de la intervención:

    Venerables Padres:

    Como varios Padres han declarado, se puede afirmar sobre esta Constitución pastoral que la doctrina pastoral presentada en esta constitución no concuerda con la doctrina de teología pastoral enseñada por la Iglesia hasta el presente.

    Y es verdad: ya sea sobre el tema del hombre y su condición, o sobre el tema del mundo y las sociedades familiar y civil, o sobre el tema de la Iglesia, la doctrina de esta constitución es nueva en la Iglesia, aunque sea ya vieja para muchos no católicos o católicos liberales.


    Una nueva doctrina:

    1. En diversos lugares de ella se afirman ciertos principios que contradicen flagrantemente la doctrina tradicional de la Iglesia.

    2. En otros lugares se afirman propuestas ambiguas y altamente peligrosas.

    3. En puntos esenciales de la materia, numerosas omisiones impiden las verdaderas respuestas a estas cuestiones.


    1. En diversos lugares, se afirman principios que contradicen flagrantemente la doctrina tradicional de la Iglesia.

    Por ejemplo: la Iglesia siempre ha enseñado y enseña la obligación para todos los hombres de obedecer a Dios y a las autoridades establecidas por Dios, para que retornen al orden fundamental de su vocación y así recuperar su dignidad.

    Pero el esquema, por el contrario, dice: “La dignidad del hombre está en su libertad de conciencia, de modo que en sus acciones personales obre guiado y movido internamente, es decir, por su propia voluntad y no bajo simple impulso de una causa externa o de la coacción” (pág.15, líneas 15 y sigs.; pág. 22. nº. 24).

    Esa falsa noción de libertad (1) y de la dignidad del hombre conduce a las peores consecuencias: en particular conduce a la destrucción de la autoridad, sobre todo del padre de familia; destruye el valor de la vida religiosa.

    - En la pág. 18, nº.19, el comunismo es tratado sólo desde el punto de vista del ateísmo, sin ninguna mención explícita del propio comunismo.

    De ese texto se deduce que el comunismo es condenado únicamente por su ateísmo, lo que es claramente contrario a la doctrina enseñada constantemente por la Iglesia. Por lo tanto sería más verdadero un texto que no mencionara el comunismo en absoluto ni siquiera indirectamente, o bien que hablara de él, al contrario, explícitamente, para mostrar su maldad intrínseca.

    - En la pág. 39, líneas19 y siguientes, se dice: “Por su encarnación, el Verbo ha asumido a todo el hombre, cuerpo y alma (lo cual es cierto, en verdad); y por ello ha santificado toda la naturaleza creada por Dios, incluida la materia, de manera que todo lo que existe, a su manera, clama a su Redentor”.

    Lo cual contradice claramente no sólo la enseñanza tradicional, sino también la práctica universal de la Iglesia. Si esto fuera cierto ¿para qué servirían los exorcismos sobre aquello que los cristianos utilizan? Y si la naturaleza entera está santificada ¿por qué no lo estaría la naturaleza humana?

    - El capítulo sobre el matrimonio pág. 47, líneas 16 y siguientes, presenta el amor conyugal como elemento primario del matrimonio, del que procedería el segundo elemento, la procreación. A lo largo de este capítulo, matrimonio y amor conyugal se hacen idénticos, como en la pág. 29, líneas 24 y 25.

    Lo cual también es contrario a la enseñanza tradicional de la iglesia, y si se admitiera se seguirían las peores consecuencias. La gente podría decir, en efecto: "No hay amor conyugal... luego ¡no hay matrimonio!" No obstante, en muchos matrimonios no hay amor conyugal y son auténticos matrimonios.

    2. En muchos lugares se afirman proposiciones ambiguas y, por lo tanto, peligrosas.

    - Pág. 5, líneas 10 y siguientes: “Hoy, más que en épocas anteriores, todos los habitantes de la tierra, de cualquier raza, color, opinión, origen social o religión, deben reconocer que todos los hombres tienen una suerte común, en la prosperidad como en la adversidad; que todos los hombres deben tomar el mismo camino hacia un objetivo que ha sido, hasta ahora, sólo vislumbrado a través de las sombras”. ¿Qué quiere decir eso?

    Y la misma proposición se repite al final del esquema, pág. 83, líneas 35 y sigs: “Haciendo esto, guiaremos todo el género humano a una esperanza viva, el don del Espíritu Santo, que será admitido un día, para gloria del Señor, en un mundo sin fin, en perfecta paz y bienaventuranza”. Tales proposiciones — es lo menos que puede decirse — exigen una mayor claridad, para evitar falsas interpretaciones.

    Por otra parte, se exagera manifiestamente el carácter social del hombre; que conduce a muchas proposiciones erróneas en una u otra manera.

    - Pág. 21, líneas 23 y 24: “Tras su muerte el hombre deja en el mundo un cambio, sea para felicidad de sus hermanos o para su desgracia... ¿Y qué pasa con los innumerables niños que han muerto antes de la edad de la razón?

    - Pág. 28, línea 16: “¡Nadie se salva solo o para sí mismo!“. Tal como está, esta proposición sencillamente no puede admitirse.

    Donde se habla de igualdad entre los hombres, a saber, págs. 25, 30 y 31, muchas fórmulas requerirían una explicación para ser admitidas: “El hombre necesita, no necesita sólo pan, sino también respeto de su dignidad, de libertad y de amor”. Semejante fórmula ¿es acaso digna de un Concilio? Se presta, además, a interpretaciones múltiples.

    - Pág. 38, líneas 22 y 23, la Iglesia se define así:La Iglesia es, por así decirlo, el Sacramento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano“. Esta concepción requiere explicación: la unidad de la Iglesia no es la unidad del género humano.

    Innumerables proposiciones contienen ambigüedades porque, en realidad, la doctrina de quienes las redactaron no es la doctrina católica tradicional sino una nueva doctrina, formada con mezcla de nominalismo, modernismo, liberalismo y de teilhardismo.

    3. Muchas y graves omisiones dan al esquema un carácter de irrealidad.

    - En la exposición introductoria, págs. 6-10, ¿cómo puede constantemente silenciarse el pecado original, con sus consecuencias, y el pecado personal, cuando no puede darse ninguna explicación válida a la historia del mundo en general y del mundo actual, sin referencia al hecho histórico del pecado original y al presente hecho del pecado personal?

    - En el capítulo sobre la vocación de la persona humana, págs.13 y sigs., ¿cómo puede concebir al hombre sin la ley moral? ¿Cómo puede hablarse de la vocación del hombre, sin hablar del bautismo y de la justificación por la gracia sobrenatural?

    Estas omisiones son muy graves. La doctrina del Catecismo, en tal caso, tendría que ser revisada de arriba a abajo.

    - Pág.22, línea 30; pág 48, líneas 12-13; pág. 44, línea 19-20: la Iglesia en ningún caso se presenta como una sociedad perfecta en la que los hombres están obligados a ingresar para ser salvos. Tampoco ya es un "redil", puesto que no existen mercenarios, ladrones o bandidos; se la define como "fermento evangélico de toda la masa humana". ¿Qué justificación (2) es ésta que abarca a toda la humanidad? ¿Externa? ¿Interna? Todo ello huele a protestantismo.

    - Sobre la dignidad del matrimonio, apenas se habla del sacramento del matrimonio, de donde manan innumerables gracias para los esposos y la familia.

    Y aun es más, la alusión al sacramento es defectuosa: “... por tanto, el Salvador de los hombres, Esposo de la Iglesia, viene al encuentro de los esposos cristianos, mediante el sacramento del matrimonio”. ¿Qué significa esto? ¿Por qué se trata una realidad tan sagrada, tan noble, fuente de santidad para el conjunto de la sociedad, de una manera tan concisa?

    En conclusión

    Esta constitución pastoral no es ni pastoral, ni emana de la Iglesia Católica: no apacienta a los hombres ni a los cristianos con verdad evangélica y apostólica y, por otra parte, la Iglesia jamás ha hablado así. No podemos escuchar esta voz, porque no es la voz de la Esposa de Cristo. Esta voz no es la del Espíritu de Cristo. La voz de Cristo, nuestro Pastor, la conocemos; pero esta la ignoramos. La vestimenta es la de las ovejas; la voz no es la voz del Pastor, sino quizás la del lobo.


    Comentario sobre el esquema por el Arzobispo Lefebvre

    “De nuevo era necesario volver sobre la “libertad religiosa”, con tal de mantener una falsa doctrina. Esta obstinación en querer que el Concilio aceptase las ideas liberales de libertad de pensamiento, libertad de conciencia y libertad de cultos era escandalosa y presentaba graves problemas para la validez de este Concilio. Si esas tesis condenadas por el Magisterio de la Iglesia, fueran admitidas, este Concilio se condenaría a sí mismo y no podría tener exigencia alguna de credibilidad para los fieles.

    Eso era lo que pensaba el grupo de los conservadores. Y por esa razón lucharon hasta el final. Frente a esa oposición el Papa hizo añadir dos declaraciones acerca de la verdad de la Iglesia Católica y de conformidad con la doctrina tradicional. Eso fue lo que nos decidió a algunos a aceptar la declaración. Sin embargo con estas afirmaciones sobreañadidas nada se cambió en la declaración y todavía un buen número de los Padres votó en contra.


    (1) La verdadera libertad, como corresponde a la verdadera dignidad de la persona humana, es la facultad que el hombre posee, iluminada por la gracia y alentada por una recta legislación civil, de adherirse a la verdad, de practicar el bien, de elegir la verdadera religión revelada por Dios, y de permanecer fiel a ella, sin sucumbir al obstáculo del pecado y del error.
    La libertad de toda coacción exterior es buena si sirve el bien, y mala si se utiliza al servicio del mal.
    En consecuencia, los esquemas conciliares, poniendo la libertad frente a la coacción en primer plano, invierten los valores y pervierten el sentido de libertad, la cual, si no se dirige al bien objetivo, no es nada.

    (2) La justificación es obra de la gracia divina que hace al hombre pasar del estado de pecado al estado de justicia y santidad. La doctrina católica, definida en el Concilio de Trento, sostiene que la justificación del impío es interna, que verdaderamente renueva el corazón del hombre. Para los protestantes, por el contrario, el hombre justificado no se cambia, sino que Dios deja de imputarle su pecado por los méritos de Cristo: es una justificación extrínseca.
    Hyeronimus, Xaxi y Pious dieron el Víctor.
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

  2. #22
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    Re: ¡Yo acuso al Concilio! (Intervenciones de Mons. Lefebvre en el Vaticano II)

    ¡Arriba con el tema!

    Muy interesante, ¿hay más?

    El libro que se comenta está descatalogado, pero, ¿hay forma de dar con este?

  3. #23
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    Re: ¡Yo acuso al Concilio! (Intervenciones de Mons. Lefebvre en el Vaticano II)

    Undécima intervención, septiembre de 1965

    Acerca de la "Declaración sobre la libertad religiosa"

    Intervención leída por Mons. Lefebvre en el Concilio:

    Venerables Padres, me parece que los principios de la Declaración sobre la Libertad religiosa se pueden expresar brevemente de la siguiente manera: "Basado en la dignidad de la persona humana, la libertad religiosa exige iguales derechos para todos los cultos en la sociedad civil. Por lo tanto, debe ser neutral y garantizar la protección de todas las religiones, dentro de los límites del orden público. "

    Tal es la concepción de la libertad religiosa que nos proponen los editores. ¿Es esta concepción nueva o afirmada ya desde hace siglos? El ponente ya ha respondido a esta pregunta. En la página 43, él escribe:
    "Una evolución histórica bastante larga, positiva y moral, condujo a esta concepción, vigente solo desde el siglo XVIII".

    Esta admisión ipso facto arruina toda la argumentación de la declaración. De hecho, ¿dónde entró en vigencia esta concepción? ¿En la tradición de la Iglesia o fuera de la Iglesia? Obviamente, entre los pseudo-filósofos del siglo XVIII: Hobbes, Locke, Rousseau, Voltaire ... En nombre de la dignidad de la razón humana, intentaron destruir la Iglesia masacrando a innumerables obispos, sacerdotes, monjas y fieles.

    A mediados del siglo XIX, con Lamennais, los católicos liberales intentaron acomodar esta concepción con la doctrina de la Iglesia pero fueron condenados por Pío IX. Esta concepción, que llama "derecho nuevo" en su encíclica "Immortale Dei", el Papa León XIII la condenó solemnemente como contraria a la filosofía sana, contraria a la Sagrada Escritura y la Tradición.

    ¡¡Es esa misma concepción, ese "derecho nuevo " tantas veces condenado por la Iglesia, lo que la Comisión Conciliar nos propone a nosotros, Padres del Vaticano II, suscribir y refrendar!! Es en nombre de ese mismo concepto, en nombre de la dignidad de la persona humana, que los comunistas quieren reducir a todos los hombres al ateísmo y legitimar sus persecuciones contra todas las religiones.

    En nombre de salvaguardar el orden público, muchos estados nacionalizaron las escuelas y las instituciones de la Iglesia, para crear una unidad política. Jesucristo mismo fue crucificado en nombre del orden público y, en nombre de ese mismo orden, todos los mártires sufrieron suplicio.

    Esta concepción de la libertad religiosa es la de los enemigos de la Iglesia. Este año, el francmasón Yves Marsaudon ha publicado un libro: "El ecumenismo visto por un francmasón tradicional". El autor del libro expresa allí la esperanza que tienen los francmasones de que nuestro Concilio proclame solemnemente la libertad religiosa. Del mismo modo, los protestantes, reunidos en asamblea en Suiza, esperan de nosotros que votemos la declaración, sin ninguna atenuación de estos términos. ¿Qué más podemos desear para nuestra información?

    Como dice León XIII, este derecho nuevo tiende "a la aniquilación de todas las religiones, y especialmente la religión católica que, siendo la única verdadera entre todas, no puede ser igual a las demás sin una suprema injusticia".

    Finalmente, y en resumen, ¿dónde se encuentra el defecto de esa argumentación, imposible de probar por la Tradición o la Sagrada Escritura, descansando solo en la razón? He aquí por qué no puede razonablemente admitirse: omite definir las nociones de libertad de conciencia, de dignidad de la persona humana. En efecto, definir estas nociones implica arruinar toda su argumentación.

    Ahora bien, según la sana filosofía, estas nociones no pueden definirse sino en relación a la ley divina.
    La libertad se nos da por la observancia espontánea de la ley divina.
    La conciencia es la ley divina natural inscrita en nuestro corazón y, después de la gracia del bautismo, es la ley divina sobrenatural.
    La dignidad de la persona humana se adquiere por la observancia de la ley divina. Quien desprecia la ley divina pierde, por lo tanto, su dignidad. ¿Los condenados aún conservarán su dignidad en el infierno?

    Es imposible hablar con verdad de libertad, de conciencia y de dignidad de la persona, excepto por relación a la ley divina. Esta observancia de la ley divina es el criterio de la dignidad humana. Hombre, familia, sociedad civil, poseen dignidad en la medida en que respeten la ley divina.

    La ley divina en sí misma nos indica las reglas para el uso apropiado de nuestra libertad. La misma ley divina marca los límites de la coacción permitida a las autoridades constituidas por Dios. La ley divina misma da la medida de la libertad religiosa.

    Como solo la Iglesia de Cristo posee la integridad y la perfección de la ley divina natural y sobrenatural; como solo a ella se le ha dado la misión de enseñarla y los medios para observarla, es en ella donde se encuentra verdadera y realmente Jesucristo, que es nuestra ley; por tanto, sólo ella tiene un derecho verdadero a la libertad religiosa, en todas partes y siempre.

    Los demás cultos, enla medida en que observan esta ley de alguna manera, poseen -podemos reconocerlo-algún derecho más o menos fundado para la existencia pública y activa. Trátaseentonces de casos particulares, allí donde hay gran variedad de cultos quepueden examinarse caso por caso.

    La Ley Divina es la clave de toda esta cuestión de la libertad religiosa, por cuanto es la norma fundamental de la religión misma y el criterio de la bondad y de la dignidad de toda actividad humana. No podemos hablar de religión, haciendo abstracción de la ley divina. El mismo principio fundamenta la religión y la obligación.
    Sean testigos de ello el Antiguo Testamento y el pueblo elegido, para quien la ley divina, grabada en tablas, era venerable como Dios mismo.

    He dicho.

    *****
    Comentario de mons Lefebvre

    “Finalmente, ante el peligro que corría el espíritu misionero de la Iglesia, me pareció necesario intervenir
    en la declaración relativa a Las Misiones.

    Fácilmente podía adivinarse en qué habrían de convertirse las Congregaciones Misioneras en pos de tales directrices, hechas en función de la libertad de cultos y la libertad de conciencias.”
    Última edición por ALACRAN; 19/02/2018 a las 18:32
    DOBLE AGUILA y Pious dieron el Víctor.
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

  4. #24
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    Re: ¡Yo acuso al Concilio! (Intervenciones de Mons. Lefebvre en el Vaticano II)

    Duodécima intervención - 2 de octubre de 1965

    Sobre el Esquema "La actividad misionera de la Iglesia"

    Intervención leída en el Concilio por Mons.Lefebvre:

    Venerables Padres, el nuevo Esquema sobre "La actividad misionera de la Iglesia" nos parece mucho mejor que el primero, especialmente porque su objeto está mucho mejor definido: "Misiones en pueblos y comunidades humanas que aún no tienen la fe o donde la Iglesia aún no está suficientemente implantada”. Así se ha expresado el ponente mismo. El orden seguido en el esquema también parece estar más en consonancia con la verdad y la realidad.

    Permítanme, sin embargo, señalar, en este esquema, algunas deficiencias muy graves en los puntos de la mayor importancia.

    1. Deficiencia en la definición exacta de la función del Soberano Pontífice y de la de los obispos.

    Los siguientes pasajes contienen una gran ambigüedad y, a veces, novedades doctrinales.

    Página 7, líneas 19, 20 y 21: "Esta función, después de ellos, fue heredada por el orden de los obispos junto al Sucesor de Pedro ... "

    Página 25, nº. 36, dice: "Todos los obispos fueron consagrados, no solo para gobernar lo que sea diócesis, pero para la salvación del mundo entero”, como si los obispos tuvieran jurisdicción sobre toda la tierra, cosa que abiertamente contradice la tradición universal de la Iglesia.

    Solo Pedro y los Sucesores de Pedro tienen derecho estricto de alimentar a todo el rebaño; por lo tanto, solo los pontífices romanos tienen el derecho de enviar misioneros por todo el mundo.Toda la historia de la Iglesia Romana lo demuestra brillantemente. Es de la Santa Sede Romana, de la Ciudad Eterna, de la que se envían al mundo entero los obispos, los sacerdotes, los religiosos. Es aquí donde recibieron su mandato y su misión.

    Ahora bien, este Esquema no hace mención alguna del trabajo constante de los pontífices romanos para la salvación de todo el género humano. Por el contrario, y según el Derecho, los obispos se deben a su diócesis, a su rebaño particular; y luego, según la caridad, deben su solicitud a todas las almas.

    Esta es la doctrina tradicional de la Iglesia, afirmada por todos los Pontífices y por toda la tradición, incluso por Pío XII recientemente, en su encíclica "Fidei Donum": de hecho, no se habla más que de la solicitud obligatoria para todos los obispos, según el deber de caridad.

    En su encíclica "Satis Cognitum", León XIII expone abundantemente esta doctrina tradicional, expuesta claramente también en la constitución "Lumen Gentium" entendida a la luz de su Nota explicativa.

    En la página 21, nº. 27, otro texto habla sobre el ordenamiento general y no responde a la doctrina establecida en la constitución sobre la función episcopal, especialmente tras el decreto del Soberano Pontífice gloriosamente reinante, sobre el sínodo de los obispos.

    Por lo tanto, estos textos parecen tener que ser enmendados de acuerdo a la pauta de la doctrina tradicional, en particular mediante afirmación clara de la función y derechos correspondientes a esta función, tanto de los Soberanos Pontífices como de los obispos.

    Además,debe hacerse mención histórica de la obra de los Romanos Pontífices en lo que se refiere al cumplimiento del mandato recibido de Nuestro Señor.


    2. Muy deficiente es también la declaración del propósito de la actividad misionera. Esto también es muy grave, ya que de esta exposición deben nacer las vocaciones y que, a la luz de estas razones, se regulará toda actividad misional.

    La exposición en la página 9, nº. 7, presenta razones para la actividad misionera que, caso de ser verídicas, más producirán el agotamiento de toda vocación y celo apostólico que un renovado impulso.

    La razón verdadera y esencial es la salvación de las almas a través de Jesucristo Salvador Nuestro, en cuyo nombre solo el hombre puede ser salvado, porque todos los hombres son pecadores y permanecen en sus pecados si están privados de la Sangre de Cristo, que sólo se encuentra verdadera e íntegramente en la Iglesia Católica.

    No solo no encontramos en el Esquema la necesidad de la Iglesia, la necesidad de la fe y el bautismo, la necesidad de la predicación para cumplir la misión salvífica de Cristo, sino que en vez de eso se habla de medios que, aun dependientes de la voluntad de Dios son ajenos a la economía de salvación de la Iglesia.

    De hecho, la teología de esta declaración fundamental del esquema no es tradicional: la justificación por Cristo a través de la Iglesia parece ser solo algo mejor, pero no indispensable, como si la naturaleza humana no estuviera viciada por el pecado original y como si pudiera salvarse a sí misma completamente sola, porque sigue siendo buena. Tal doctrina constituye una nueva teología.

    Por ende, la práctica del apostolado tampoco es en absoluto tradicional. Podemos verlo leyendo los números 11, 12 y 13: esa ordenación del apostolado se basa en principios naturalistas y no sobrenaturales. Esto no es lo que obraron Jesucristo y los apóstoles, que predicaron no solo "a las almas bien dispuestas", como dice en el n°. 13, sino a todos los hombres, algunos de los cuales aceptaban la fe y otra parte la rechazaba y se retiraba de ella.

    Se quiere preparar y formar más a predicantes que a predicadores. Pero ¿quién puede saber si un oyente está bien dispuesto o no? Ese es el misterio de la gracia de Cristo. La descripción debe ser más evangélica y debe generar confianza en los medios sobrenaturales.

    ¿Por qué se dice, en la página 13, línea 5: "La Iglesia prohíbe obligar a cualquiera a abrazar la fe, o traerlo o solicitarlo mediante artificios inoportunos"? Esta frase es ofensiva para los misioneros y está muy lejos del celo por la salvación de las almas que encontramos en el Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles.

    ¡Ojalá que este esquema, tan importante para la Iglesia, se convierta en una fuente de renovación del apostolado misionero puesto que el apostolado es la vida misma de la Iglesia!

    Otras observaciones de menor importancia, las envío por escrito a la Secretaría General.

    He dicho.

    Página 7, nº. 5: ‘La descripción de la misión de la Iglesia’, líneas 23 a 30, no parece suficiente. Después del verbo "que lleva", es necesario indicar "por la observancia de las órdenes recibidas". La fórmula correspondería mejor a las palabras de Cristo: "Id, enseñad a todas las naciones, bautizándolas ... y enseñándoles a observar cuanto os he ordenado ...", como se dice, por otra parte, al principio.

    Página 7, nº. 5: Observación de menor importancia. ¿Por qué no decir, en la línea 37: "La sangre de los mártires es semilla de cristianos", para que la cita sea auténtica?

    Página 9, nº. 8, líneas 49 y 50: "Que Cristo sea ... de una nueva humanidad". ¿De qué nueva humanidad, a la que todos aspiran, se trata aquí? Esta nueva humanidad parece ser terrena. Ahora bien ¿podemos acaso decir que todo hombre aspira a una nueva humanidad terrena como a fin último? ... El texto es ambiguo.

    Página 12, n°. 13, líneas 33 a 39: Una vez más, aquí no encontramos el espíritu evangélico de la predicación. " Hay que anunciarlo ... a las almas ... bien dispuestas ... ", se dice. Ahora bien, ¿quién puede erigirse juez de la disposición de las almas? ¿Acaso, realmente,la predicación debe limitarse a las personas que, a juicio humano, parecen estar bien dispuestas? Tal punto de vista no corresponde ni al espíritu evangélico ni al espíritu de fe. "Y ahora, Señor, mira ..." (Hechos de los Apóstoles, IV, 29). La Tradición Apostólica nos muestra que, después de un sermón, algunos se van incrédulos, otros por el contrario, convertidos.

    Página 14, líneas 17 a 25: Bien está decir palabras de exhortación a la caridad hacia los protestantes y los ortodoxos. Pero debemos evitar, en las nuevas comunidades cristianas, el escándalo del indiferentismo y el paso de la Iglesia a los herejes o cismáticos y esto por razones fútiles.

    Además, es falso decir simplemente que "los hermanos separados son discípulos de Cristo, regenerados por el bautismo", ya que en la mayoría de sectas protestantes, el bautismo es inválido por vicio ya sea de forma, de materia o de intención. Aunque en los territorios de vieja cristiandad, el ecumenismo no es motivo de escándalo, entre los neófitos hay sin duda un peligro grave, y entre ellos, en muchos casos, no se puede favorecer la cooperación con herejes y cismáticos.

    En la página 16, el n° 18 debe ponerse en lugar del n° 17: los religiosos no tienen su puesto detrás de los catequistas.

    Página 21, líneas 5 y 6: La razón dada aquí para la existencia de las instituciones parece insuficiente. Hace falta expresar con otras palabras estas razones, que son: la vida religiosa, es decir, la imitación de Cristo; la vida de la comunidad y de la familia; y, por lo tanto, alcanzar mayor eficacia en el apostolado.

    Página 23, línea 35: Las palabras "y deben" se deben eliminar por ser expresión demasiado imperativa.

    Página 27, líneas 42 y 43: "Que atañen a las estructuras fundamentales de la vida social". Estos términos son ambiguos. De acuerdo con la experiencia obvia, la doctrina social de la Iglesia, especialmente sobre el derecho de propiedad privada se refiere, conlleva el mayor progreso económico de las familias, entre los pueblos de economía débil. El socialismo, por el contrario, impide el progreso económico entre los mismos pueblos por la instauración del colectivismo. Debemos ser cuidadosos en este asunto para mencionar expresamente la doctrina social católica: "Que atañe las estructuras fundamentales de la vida social... siguiendo las normas de la doctrina social católica".
    Última edición por ALACRAN; 27/02/2018 a las 20:58
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

  5. #25
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    Re: ¡Yo acuso al Concilio! (Intervenciones de Mons. Lefebvre en el Vaticano II)

    Después de la IV y última Sesión (1966)

    Esta última intervención puso fin a mi intervención directa en el Concilio. Sin embargo, durante el Concilio, mantuve informados por cartas o avisos mensuales a mis cofrades de la Congregación del Espíritu Santo. Estas informaciones ya están publicadas en "Un Obispo Habla" (‘Un évêque parle’). En esa misma colección podemos encontrar un artículo destinado a publicación y escrito durante el Concilio: "¿Para seguir siendo católico hará falta volverse protestante?"

    Este conjunto de escritos agregados a la exposición de las intervenciones, demuestran claramente a qué serios problemas nos habíamos enfrentado. Se necesitaría cegarse voluntariamente para no temer lo peor de las secuelas de este Concilio. Éstas han superado todas las previsiones más pesimistas.

    Un año después del Concilio, la fe de muchos fieles estaba hasta tal punto trastornada que el cardenal Ottaviani pidió a todos los obispos del mundo y a los superiores generales de órdenes y congregaciones que respondieran a una encuesta sobre el peligro que corrían determinadas verdades fundamentales de nuestra fe.

    Me parece oportuno publicar seguidamente la respuesta que le hice como Superior General de la Congregación del Espíritu Santo y del Sagrado Corazón de María.

    RESPUESTA AL CARDENAL OTTAVIANI

    Roma, 20 de diciembre de 1966

    Reverendísima Eminencia:

    Vuestra carta del 24 de julio respecto a la puesta en duda de determinadas verdades ha sido comunicada por nuestro Secretariado a todos nuestros superiores mayores.

    Pocas respuestas hemos obtenido. Las que nos han llegado de África no niegan que actualmente reina en los espíritus una gran confusión. Si bien estas verdades no parecen estar puestas en duda, sin embargo, en la práctica, asistimos a una disminución del fervor y de la regularidad en la recepción de los sacramentos, especialmente del sacramento de la penitencia.

    Se constata que ha disminuido el respeto por la Sagrada Eucaristía, especialmente por parte de los sacerdotes, mayor escasez de vocaciones sacerdotales en las misiones en lengua francesa; las de idiomas inglés y portugués han sido menos afectadas por el nuevo espíritu, aunque las revistas y periódicos ya difunden entre ellos las teorías más "avanzadas".

    Parece que la razón del pequeño número de respuestas recibidas proviene de la dificultad de captar esos errores, siempre difusos; el daño recae principalmente en la literatura que siembra la confusión de los espíritus con descripciones ambiguas, equívocas, bajo las cuales, sin embargo, se descubre una "nueva religión".

    Creo mi deber mostraros claramente lo que se concluye de mis conversaciones con muchos obispos, sacerdotes y laicos de Europa y África, y también de mis lecturas en países ingleses y franceses.

    Con mucho gusto seguiría el orden de las verdades enunciadas en vuestra carta, pero me atrevo a decir que el mal actual me parece muchísimo más grave que la negación o el cuestionamiento de alguna verdad de nuestra fe. Se manifiesta hoy por una confusión extrema en las ideas, por el desmoronamiento de las instituciones de la Iglesia, instituciones religiosas, seminarios, escuelas católicas, en definitiva de lo que ha sido sostén permanente de la Iglesia, pero no es más que la continuación lógica de las herejías y errores que socavan la Iglesia en los últimos siglos, especialmente desde el liberalismo del siglo pasado que se ha esforzado a cualquier precio por reconciliar a la Iglesia con las ideas que desembocaron en la Revolución.

    En la medida en que la Iglesia se ha opuesto a estas ideas, que van contra la sana filosofía y la teología, ha progresado; por el contrario, cualquier compromiso con estas ideas subversivas ha provocado un alineamiento de la Iglesia con el derecho común y el riesgo de convertirla en esclava de las sociedades civiles.

    Por otra parte, cada vez que grupos católicos se dejaron atraer por estos mitos, los Papas, valientemente, los llamaron al orden, los iluminaron y si fue necesario, los condenaron. El liberalismo católico fue condenado por Pío IX, el modernismo por León XIII, el sillonismo por San Pío X, el comunismo por Pío XI, el neo-modernismo por Pío XII.

    Gracias a esta admirable vigilancia, la Iglesia se consolidaba y desarrollaba. La conversión de paganos y protestantes era muy numerosas; la herejía estaba completamente derrotada, los Estados aceptaban una legislación más católica.

    Sin embargo, grupos de religiosos imbuidos de aquellas falsas ideas lograban difundirlas en la Acción Católica y en los seminarios, gracias a una cierta indulgencia de los obispos y la tolerancia de ciertos dicasterios romanos. Pronto sucedería que de entre aquellos sacerdotes habrían de ser elegidos los nuevos obispos.

    Y es aquí donde se sitúa el Concilio, que se disponíaa por las Comisiones Preparatorias a proclamar la verdad frente a esos errores con el fin de hacerlos desaparecer para mucho tiempo del ambiente de la Iglesia. Hubiera sido el fin del protestantismo y el comienzo de una nueva vida fructífera para la Iglesia.

    Ahora bien, esta preparación fue odiosamente rechazada para dar cabida a la tragedia más grave que jamás haya sufrido la Iglesia. Hemos sido testigos del matrimonio de la Iglesia con las ideas liberales. Sería negar la evidencia, cerrar los ojos, si no afirmáramos valerosamente que el Concilio ha permitido a los que profesan errores y tendencias condenadas por los Papas antes nombrados, que legítimamente crean que sus doctrinas están en adelante aprobadas.

    De considerar al Concilio como preparado para ser una estela luminosa en el mundo de hoy, si se hubieran utilizado los textos preconciliares, donde había una solemne profesión de doctrina segura en relación a los problemas modernos, se puede y se debe por desgracia afirmar:

    Que, de manera más o menos general, cuando el Concilio ha innovado, ha hecho tambalearse la certeza de las verdades enseñadas por el Magisterio auténtico de la Iglesia como definitivamente perteneciente al tesoro de la Tradición.

    Trátese ya sea la transmisión de la jurisdicción de los obispos, de las dos fuentes de la Revelación, de la inspiración de las Escrituras, de la necesidad de la gracia para la justificación, de la necesidad del bautismo católico, de la vida de gracia entre los herejes, cismáticos y paganos, de los fines del matrimonio, de la libertad religiosa, de los fines últimos, etc. sobre todos estos puntos fundamentales, la doctrina tradicional era clara y se enseñaba con unanimidad en las universidades católicas. No obstante, numerosos textos del Concilio sobre estas verdades en lo sucesivo permiten dudar de ellas.

    Las consecuencias de esto fueron rápidamente sacadas y aplicadas a la vida de la Iglesia:

    - Las dudas acerca de la necesidad de la Iglesia y de los sacramentos conducen a la desaparición de las vocaciones sacerdotales.

    - Las dudas sobre la necesidad y la naturaleza de la "conversión" de toda alma llevan a la desaparición de las vocaciones religiosas, la ruina de la espiritualidad tradicional en los noviciados y la inutilidad de las misiones.

    - Las dudas sobre la legitimidad de la autoridad y la exigencia de obediencia, provocada por la exaltación de la dignidad humana, de la autonomía de la conciencia, de la libertad, resquebrajan todas las sociedades comenzando por la Iglesia, las sociedades religiosas, las diócesis, la sociedad civil y la familia.

    El orgullo tiene como secuela moral todas las concupiscencias de los ojos y la carne. Quizás una de las más terribles experiencias de nuestro tiempo sea ver qué decadencia moral han alcanzado la mayoría de las publicaciones católicas. Se habla sin restricción alguna de sexualidad, de limitación de nacimientos por todos los medios, de la legitimidad del divorcio, de la educación mixta, del flirteo, de los bailes como medios necesarios de educación cristiana, del celibato de los sacerdotes, etc.

    - Las dudas sobre la necesidad de la gracia para la salvación causan el desprecio del bautismo, de ahora en adelante pospuesto, y el abandono del sacramento de la penitencia. Que es, por cierto, una actitud de los sacerdotes y no de los fieles. Lo mismo ocurre con la presencia real: son los sacerdotes quienes actúan como si ya no creyeran, ocultando la Santa Reserva, eliminando todas las señales de respeto hacia el Santísimo Sacramento y todas las ceremonias en su honor.

    - Las dudas sobre la necesidad de la Iglesia como única fuente de salvación, sobre la Iglesia Católica, única religión verdadera, procedentes de las declaraciones sobre el ecumenismo y la libertad religiosa, destruyen la autoridad del Magisterio de la Iglesia. De hecho, Roma ya no es la “Magistra Veritatis” única y necesaria.

    Es necesario, entonces, obligado por los hechos, concluir que el Concilio ha favorecido de modo inconcebible la difusión de errores liberales. La fe, la moralidad y la disciplina eclesiástica se tambalean en sus cimientos, según las predicciones de todos los Papas.

    La destrucción de la Iglesia avanza a ritmo rápido. Por medio de una autoridad exagerada dada a las Conferencias Episcopales, el Sumo Pontífice se ha vuelto impotente. En un solo año, ¡cuántos dolorosos ejemplos! Sin embargo, el Sucesor de Pedro y solo él puede salvar la Iglesia.

    Que el Santo Padre se rodee de enérgicos defensores de la Fe, a quienes designe para diócesis importantes. Que se digne, mediante documentos decisivos, a proclamar la verdad, a perseguir el error, sin temer las contradicciones, sin temor a cismas, sin temor a cuestionar las disposiciones pastorales del Concilio.

    Dígnese el Santo Padre: a alentar a los obispos para enderezar la fe y las costumbres individualmente, cada uno en su respectiva diócesis, como corresponde a todo buen pastor; a apoyar a los obispos valientes, incitarlos a reformar sus seminarios, a restaurar sus estudios según Santo Tomás; alentar a los superiores generales a mantener en los noviciados y comunidades los principios fundamentales de toda ascesis cristiana, especialmente la obediencia; alentar el desarrollo de las escuelas católicas, la prensa de sana doctrina, las asociaciones de familias cristianas; y, finalmente, reprender a los autores de herejías, silenciarlos. Las “alocuciones de los miércoles” no pueden reemplazar las encíclicas, los mandatos, las cartas a los obispos.

    ¡Sin duda que soy muy imprudente por expresarme de esta manera! Pero es con amor ardiente que compongo estas líneas, amor de la gloria de Dios, amor por Jesús, amor por María, por su Iglesia, por el Sucesor de Pedro, Obispo de Roma, Vicario de Jesucristo. Que el Espíritu Santo, al que está dedicada nuestra Congregación, se digne venir a ayudar al Pastor de la Iglesia universal.

    Dígnese vuestra Eminencia aceptar la seguridad de mi más respetuosa devoción a Nuestro Señor.

    + Marcel Lefebvre,

    Arzobispo tit. de Synnada en Frigia,

    Superior General de la Congregación del Espíritu Santo.
    Última edición por ALACRAN; 09/03/2018 a las 23:06
    DOBLE AGUILA y Beatrix dieron el Víctor.
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

  6. #26
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    Re: ¡Yo acuso al Concilio! (Intervenciones de Mons. Lefebvre en el Vaticano II)

    ... CONCLUSIÓN

    “¿Podemos realmente decir que esta respuesta haya perdido actualidad? Sigue siendo tan verdadera hoy como ayer, y el texto subrayado permanece, ¡ay! confirmado por los hechos. Durante los últimos diez años, no hemos tenido que cambiar de línea de conducta.

    El criterio de la verdad, y además de la infalibilidad del Papa y de la Iglesia, es su conformidad con la Tradición y el Depósito de la fe. "Quod ubique, quod semper". "Lo que se enseña en todas partes y siempre, en el espacio y el tiempo".

    Alejarse de la Tradición es alejarse de la Iglesia, porque hay en la naturaleza de la Iglesia una tradición que instintivamente siempre ha sentido horror de la novedad, del cambio, de la mutación, fuera bajo el pretexto que fuera.

    Gregorio XVI en su encíclica "Mirari Vos" afirmaba: "Puesto que, para servirnos de las palabras de los Padres de Trento, es cierto que la Iglesia ha sido instituida por Jesucristo y sus Apóstoles, y que el Espíritu Santo por una asistencia cotidiana, nunca dejó de enseñarle toda la verdad, es el colmo del absurdo y del ultraje hacia Ella el pretender que una restauración y una regeneración se hayan vuelto necesarias para asegurar su existencia y sus progresos. "


    Marcel Lefebvre.

    (Octubre,1976)
    Última edición por ALACRAN; 19/03/2018 a las 19:39
    DOBLE AGUILA dio el Víctor.
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

  7. #27
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    Re: ¡Yo acuso al Concilio! (Intervenciones de Mons. Lefebvre en el Vaticano II)

    Ya lo habrán ustedes leído, imagino. Justamente hoy publica Adelante La Fe un artículo del Padre Alfonso Gálvez sobre las Conferencias Episcopales

    https://adelantelafe.com/las-conferencias-episcopales/

  8. #28
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    Re: ¡Yo acuso al Concilio! (Intervenciones de Mons. Lefebvre en el Vaticano II)

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Primeras declaraciones públicas disidentes de mons Lefebvre, poco después del Vaticano II, siendo Superior general de los PP. del Espíritu Santo y antes de fundar el seminario de Ecône:

    Revista FUERZA NUEVA, nº 72, 25-May-1968

    LA CRISIS ACTUAL DE LA IGLESIA

    Escribe Monseñor Marcel Lefebvre, Superior general de los PP. del Espíritu Santo de Roma

    “Me piden que defina y describa de una manera más explícita el mal que se está introduciendo en la Iglesia en nuestra época. ¡Cómo comprendo ese deseo por parte de muchos católicos o no católicos, que se quedan estupefactos, indignados o consternados al ver difundirse en el interior de la Iglesia -y por medio de sus ministros- unas doctrinas que ponen en duda las verdades consideradas hasta ahora como bases inmutables de la fe católica! Mientras la inteligencia de esos pastores indignos se rebela contra la autoridad del magisterio infalible de la Iglesia, su voluntad se revela igualmente contra quienes detentan la autoridad en la Iglesia.

    Si es cierto que toda autoridad, sea cual sea, es una participación en la autoridad de Dios, ¡cuánto más evidente resulta esto cuando se trata de la autoridad que ha sido conferida a Pedro y a los Apóstoles! El Señor lo ha dicho: “No sois vosotros quienes me habéis elegido, sino que soy Yo quien os ha elegido a vosotros” (Juan XVI, 15). Así ha sido siempre en la Iglesia. Aunque la designación del sucesor de Pedro se hace por elección, su autoridad no depende de los electores.

    Toda autoridad tiene, en cierta medida, los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Los obispos poseen esos tres poderes en la medida de su cargo o de su servicio, es decir, para predicar, santificar y gobernar.

    La estructura de la Iglesia es una institución admirable, verdaderamente divina, que responde a la vez a la centralización, a la unidad necesaria y a la descentralización, con una gran posibilidad y libertad de acción. Al añadir a eso todos los organismos de consulta, de ayuda fraterna entre los obispos -y entre los obispos y el Papa-, previstos por el Derecho canónico, la institución divina de la Iglesia ha perdurado a través de los siglos, permaneciendo ella adaptada a todos los lugares y a todas las circunstancias con un realismo y una unidad notables.

    Esa unidad en la multiplicidad es lo que permite a su magisterio, a su palabra, extenderse a todas las épocas, a todos los lugares con una asombrosa permanencia doctrinal. Ramas enteras se han separado del tronco, pero no han alcanzado a la estructura ni a la sustancia doctrinal. Graves errores y herejías han parecido poner en peligro a la Iglesia, pero, con la ayuda del Espíritu Santo, la institución y la palabra no han variado.

    Se prepara un nuevo cisma

    Eso es precisamente lo que desagrada enormemente no sólo a los enemigos tradicionales de la Iglesia, inspirados por el príncipe de este mundo, sino, hay que decirlo, a la naturaleza humana caída, que halla siempre en sí misma el sobresalto miserable de la rebeldía en contra de la autoridad, es decir, en contra de Dios. El “Non serviam” sigue en nuestras almas, incluso después del bautismo, cuando los ataques de los adversarios de Nuestro Señor y de su obediencia encuentran eco en las filas de los fieles y de los pastores de la Iglesia, mientras se prepara una nueva escisión en la Iglesia, una nueva herejía, un nuevo cisma.

    Garaudy dijo, con razón, hace algunos años en Lovaina, hablando a los estudiantes de la Universidad: “No podremos colaborar realmente hasta que la Iglesia no haya modificado su magisterio y su forma de autoridad”. No pueden expresarse mejor las cosas. Y cuando se sabe que, para los que tratan de dominar al mundo, para los comunistas y los tecnócratas de las finanzas internacionales, el único obstáculo verdadero para hacerse dueños de la humanidad es la iglesia católico romana, no nos sorprenden los esfuerzos conjugados de los comunistas y de los masones para modificar el magisterio y la estructura jerárquica de la Iglesia.

    El Magisterio, sometido a la mayoría

    Ganar una victoria en el Lejano Oriente o en el Oriente Próximo es apreciable, pero paralizar el magisterio de la Iglesia y modificar su constitución representaría una victoria sin precedentes, pues no basta con conquistar a los pueblos para abolir su religión; a veces, por el contrario, se enraíza más. Pero destruir la fe corrompiendo el magisterio de la Iglesia, ahogar la autoridad personal haciéndola depender de múltiples organismos en los que resulta mucho más fácil infiltrarse e influir, eso sí puede hacer que parezca posible el fin de la religión católica. Por ese magisterio de asambleas se podrán introducir dudas respecto a todos los problemas de la fe, y el magisterio descentralizado paralizará al magisterio romano.

    Es fácil ver que estos ataques inteligentes apoyados por una prensa mundial, incluso católica, permitirán difundir en todo el mundo unas campañas de opinión que turbarán las mentes; todas las verdades del Credo se conmocionarán, todos los Mandamientos de Dios, los sacramentos…, es decir, todo el catecismo será sacudido. Tenemos ejemplos evidentísimos de ello.

    El magisterio descentralizado pierde el control inmediato de la fe; las múltiples comisiones teológicas de las asambleas episcopales tardan en pronunciarse porque los miembros están divididos en sus opiniones, en sus métodos.

    Hace diez años (1958) -y con mayor razón veinte años- el magisterio personal del Papa y de los obispos habría reaccionado inmediatamente, aunque algunos de los obispos y teólogos no consentían en ello. Ahora, el magisterio se encuentra sometido a las mayorías. Esa es la parálisis que impide la intervención inmediata o la hace débil e ineficaz para contentar a todos los miembros de las comisiones o de las asambleas.

    Peligro mortal

    Ese espíritu de democratización del magisterio de la Iglesia es un peligro mortal, cuando no para la Iglesia, a la que Dios protegerá siempre, al menos para los millones de almas desamparadas e intoxicadas, a las que no pueden ayudar los médicos.

    Basta leer las memorias de las asambleas a todas las escalas para reconocer que lo que podemos llamar “la colegialidad del magisterio” equivale a la parálisis del magisterio. Nuestro Señor ha pedido a las personas y no a la colectividad, que apacienten su rebaño; los Apóstoles han obedecido las órdenes del Maestro y hasta el siglo XX ha sido necesario llegar, a nuestra época, para hablar de la Iglesia en estado de Concilio permanente, de la Iglesia en continua colegialidad. Los resultados no se han hecho esperar mucho. Todo está alterado la fe, las costumbres, la disciplina. Se pueden multiplicar los ejemplos hasta el infinito.

    Parálisis del magisterio y desabrimiento del magisterio; este último aspecto se manifiesta por ausencia de definición de las nociones, de los términos empleados; por la ausencia de precisiones, de las distinciones necesarias, de modo que ya no se sabe lo que significa hablar: pensemos en las palabras dignidad humana, libertad, justicia social, paz, conciencia… De ahora en adelante, en la propia Iglesia, podemos dar a esas palabras un sentido marxista o un sentido cristiano con la misma convicción.

    La “colegialidad”

    A la democratización del magisterio sigue, naturalmente, la democratización del gobierno. Las ideas modernas sobre ese punto son tales que hacen aun más fácil, obtener ese resultado. Se han traducido en la Iglesia por el famoso slogan de la “colegialidad”. Había que colegializar al gobierno: el del Papa o el de los obispos, con un colegio presbiteral; el del cura, con un colegio pastoral de seglares, todo ello acompañado de comisiones, de consejos, de sesiones, etc., antes de que las autoridades quieran dar órdenes y directrices.

    El combate de la colegialidad, apoyado por toda la prensa comunista, protestante, progresista, seguirá siendo célebre en los anales del Concilio. ¿Se puede decir que ha fracasado? Sería exagerado afirmarlo. ¿Ha tenido el éxito completo que deseaban sus autores? No podemos tampoco decirlo, cuando se ha comprobado el descontento que manifestaron con ocasión de la famosa “nota explicativa” añadida a la Constitución dogmática sobre la Iglesia, y últimamente en el Sínodo episcopal, que querían que fuese deliberante y no consultivo.

    Pero si el Papa ha conservado personalmente cierta libertad de gobierno, ¿cómo no comprobar que las Conferencias episcopales la limitan especialmente? Pueden citarse varios casos precisos, en estos últimos años, en que el Santo Padre ha modificado una decisión suya bajo las presiones de una Conferencia episcopal. Y, sin embargo, su gobierno se extiende no solamente a los pastores, sino también a los fieles. El Papa es el único que tiene un poder de jurisdicción extendido a todo el mundo.

    El Papa y los obispos paralizados

    Una consecuencia mucho más evidente del gobierno colegial es la parálisis del gobierno de cada obispo en su diócesis. ¡Cuántas reflexiones de los propios obispos sobre este tema, y tan instructivas! Teóricamente, el obispo puede, en muchos casos, actuar en contra de un deseo de la Asamblea, a veces incluso en contra de una mayoría si la votación no es sometida a la Santa Sede; pero, en la práctica, esto resulta imposible. En cuando termina la Asamblea, los obispos publican las decisiones. Son conocidas por todos los sacerdotes y fieles. ¿Qué obispo podrá oponerse de hecho a esas decisiones sin dar pruebas de no estar de acuerdo con la Asamblea y encontrar inmediatamente ante sí algunos espíritus revolucionarios que harán un llamamiento a la Asamblea en contra de del mismo? El obispo es prisionero de esa colegialidad, que debería haberse limitado a ser un organismo de consulta, de participación, pero en un organismo de decisión.

    Quien dice elecciones dice divisiones

    Ciertamente, San Pío X ya aprobó las Conferencias episcopales, pero les había dado una definición precisa que justificaba perfectamente esas Asambleas: “Estamos persuadidos de que esas Asambleas de obispos son de la mayor importancia para mantener y desarrollar el Reino de Dios en todas las regiones y en todas las provincias. Cuando los obispos, guardianes de las cosas sagradas, ponen así sus luces en común, resulta que no solamente ven mejor las necesidades de sus pueblos, y eligen los remedios más convenientes, sino que estrechan los vínculos que los unían entre sí”. (A los obispos de Perú, 24 de septiembre de 1905. Ver también el final de la carta a los obispos de Portugal, de 5 de mayo de 1905).

    Ese colegialismo se aplica también al interior de las diócesis, de las parroquias, de las congregaciones religiosas, de todas las comunidades de la Iglesia, de manera que el ejercicio del gobierno resulta imposible: la autoridad es colocada constantemente frente al fracaso.

    Quien dice elecciones dice partidos y, por consiguiente, divisiones. Cuando el gobierno habitual es sometido a votaciones consultivas en su ejercicio normal, resulta ineficaz. Entonces la colectividad sufre, pues no puede perseguirse el bien común eficazmente, enérgicamente.

    El número no hace la verdad

    La introducción del colegialismo en la Iglesia es un debilitamiento considerable de su eficacia, tanto más cuanto que el Espíritu Santo se contrista y se contraría con menos facilidad en una persona que en una Asamblea. Cuando las personas son responsables, actúan, hablan, aunque algunos callen. En Asamblea, el número es el que decide, mientras que en Concilio es el Papa quien decide, incluso contra la mayoría, si lo juzga oportuno. El número no hace la verdad.

    Así pues, la dialéctica es introducida en la Iglesia por el colegialismo o la democratización y, en consecuencia, la división al malestar, la falta de unidad y de caridad. Los adversarios de la Iglesia pueden alegrarse de ese debilitamiento del magisterio y del gobierno colegializados. Es una victoria parcial. Ciertamente, la deseaban más completa, pero ya se hacen sentir sus efectos: el poder de la resistencia de la Iglesia frente al comunismo, a la herejía, a la inmoralidad han disminuido considerablemente”. (…)

    Revista “RIVAROL”

    Última edición por ALACRAN; 12/07/2023 a las 13:05
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

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