Etapas de la "resignación" anti-conciliar: el divinismo; la papolatría; el mal menor “La contemplación del naufragio de la Cristiandad en España producido tan sólo en diez años (1962-1971), muestra tres causas psicológicas responsables en grado sumo. Por orden cronológico de aparición son: el divinismo, la papolatría y el mal minorismo. Las tres, combinadas y entrelazadas con otras causas menores, como la pereza, la tibieza, etc.
El DIVINISMO fue un rasgo del período preconciliar y aun del propio Concilio. Él presidió la preparación o mejor dicho, la falta de preparación de nuestros teólogos. Les llegaban noticias alarmantes de lo que pensaban los europeos; de que ya habían conseguido adentrar sus ideas hasta el orden del día y los esquemas; pero los nuestros, tranquilos.
Nada de prepararse a fondo para el encuentro. "¿Cómo va Dios a permitir que un Concilio apruebe esos disparates?" – nos decían a los que desde nuestra modestísima condición de seglares les mostrábamos nuestra preocupación-, "¡Hombres de poca fe!" –repetían empujándonos suavemente hacia la puerta-. Continuaban: "una cosa es lo que se diga en los debates, y otra la que finalmente se apruebe; sólo ésta interesa realmente, porque llevará el refrendo del Espíritu Santo".
Con esta confianza mal entendida, con este divinismo se fueron a Roma sin más preparativo que un repasito doctrinal y sin ninguna “praxis”; no descuidaron ésta, por cierto, los europeos, que acarrearon ingentes cargamentos de material de oficina, multicopistas, magnetófonos, instalaciones, empleados, dinero...
La PAPOLATRÍA vino después. Cuando los gérmenes de la catástrofe aparecieron oficialmente en las actas del Concilio, ya no se podía seguir manteniendo el divinismo; aunque fuera de esa otra variedad, muy clerical, que consiste en echar la culpa a Dios Nuestro Señor de todo lo malo que pasa: “Cuando Él lo permite por algo será”.
Entonces el divinismo se reforzó en unos y se sustituyó en otros, con y por la papolatría. Nadie se atrevería ya a decir que ciertos conceptos conciliares o autorizadamente atribuidos y dejados atribuir al Concilio, en contradicción con el magisterio anterior eran frutos del Espíritu Santo. La solución para algunos, vía muerta adelante, fue escudarse en la devoción al Papa. Confesaban que no entendían nada de lo que había pasado, de lo que veían y leían, pero como lo dijo el Papa, punto redondo. Aún así, presumían de piadosos. Esta adhesión incondicional al magisterio pontificio no infalible, conciliar y posconciliar, no estaba muy en línea con la propia ortodoxia católica. Pero no importaba: se sugestionaban con una piedad romántica.
Hasta que la realidad fue día a día, disgusto a disgusto, minando estos equilibrios psicológicos hasta hacerlos insostenibles... Agotado este expediente, se replegaron a una tercera línea defensiva tan ajenos como desde el primer momento al consejo evangélico, “la verdad os hará libres”. Esa tercera línea defensiva es una versión falsa de la doctrina del mal menor....
(...No es correcto aplicar a los que entonces practicaron la papolatría, el calificativo de “más papistas que el Papa”; porque los que lo merecen cabalmente, son los que prolongan, en variación cuantitativa de incremento, los deseos del Papa; ahora, en cambio, hablamos de los que incurren en una modificación cualitativa, la de atribuir cualidad de autoridad superior a manifestaciones que no la tienen.)
El MAL MENOR, pecado capital de nuestra historia, ha vuelto con este planteamiento: "es cierto, lo reconocemos, que el Concilio y el pontificado de Pablo VI han dado algunos frutos amargos; pero proclamarlo y tratar de curarlos sería todavía peor; más vale disimular, ceder y esperar con calma a que Dios Nuestro Señor arregle las cosas" (¡¡nuevo divinismo!!)...
(La doctrina moral del mal menor dice que cuando no hay más remedio, cuando es totalmente inevitable optar entre dos males, entonces, y sólo entonces, se ha de aceptar el menor, pero con la firme decisión de estar intentando salir de él. Hay pues que aclarar si hay o no alguna otra salida entre la rebelión escandalosa y la aceptación resignada de la “autodemolición”; y si se cree que no la hay, conviene discernir cuál de las dos mencionadas es realmente la menos mala... )
Si se cree que es ineludible la disyuntiva entre la rebelión escandalosa y la aceptación resignada, no se ve claro que el mal menor fuera la última; de una parte, la rebelión ya no escandalizaría como lo hubiera hecho hace veinte años; ahora, el escándalo ha desaparecido a golpe de escándalo; de otra, la aceptación resignada ha sido el camino ya experimentado hasta ahora con tan desastrosas consecuencias que cuesta imaginar que con otra táctica se pudiera llegar a otra peores.”
(De la revista “¿Qué Pasa?”, 24 Julio, 1971)
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