Revista FUERZA NUEVA, nº 494, 26-Jun-1976
BLAS PIÑAR EN LÉRIDA
EN “TERRA FERMA”
Discurso pronunciado por Blas Piñar en el teatro Principal de Lérida el 6 de junio de 1976
En pocas ocasiones como ésta –camaradas y amigos- me hubiera gustado seguir siendo espectador. Comparto de tal forma cuanto han dicho, con elegancia y arrebato, Simón Clavera y Magín Vinielles, que el ideal, para mí, sería continuar escuchando, aplaudiendo y compartiendo el entusiasmo reinante entre la multitud apiñada en este local.
Pero es preciso cumplir con el programa, levantarse y pronunciar el discurso prometido, discurso en el que he de recordar la cena que celebramos el 1 de diciembre de 1973, luego de soslayar numerosas dificultades y luego de las tres prohibiciones gubernativas para un acto como el que hoy se celebra.
En aquel discurso, luego de unas notas sentimentales, de la intervención de Magín Vinielles, del comentario de su precioso libro “La sexta columna”, del homenaje a los cien mil voluntarios catalanes que, después de abandonar la zona roja –doblemente voluntarios por ello-, se alistaron en el Ejército nacional, de referir las proezas del famoso Tercio de Requetés Nuestra Señora de Montserrat y de la Bandera catalana de la Falange, hice una exposición de las cuatro grandes propuestas que dos catalanes insignes, y a la vez cardenales primados, hicieron para la reconstrucción de España después de la Victoria nacional: Isidro Gomá y Enrique Pla y Deniel.
Estas grandes propuestas, a modo de coordenadas fundamentales, eran y son las siguientes:
I.-Restaurar el alma de la nación, herida por campañas descristianizadoras y disolventes. No era bastante haber ganado la guerra en el campo de las armas. No era suficiente la recuperación física y militar del suelo de la Patria. No podíamos contentarnos con la geografía. Era necesario llevar a término feliz, sin fisuras ni dejaciones, la restauración metafísica. “La civilización no es la molicie –afirmaban-, sino un estado heroico y combativo contra la barbarie ajena y contra la desgana propia”, es decir, contra la desilusión y la pereza.
II.Montar la guardia de las ideas, que no son cambiables a capricho, porque las que triunfaron en la contienda, avaladas por el testimonio de la sangre de tantos cientos de miles de españoles, son consustanciales con el ser mismo de la Patria. De no ser así, hubiera sido absurdo e injustificable el Alzamiento Nacional. Por eso no me es posible compartir el punto de vista del ministro señor Garrigues, cuando, luego de invocar al Dios del Sinaí, asegura que sólo los Mandamientos contenidos en las Tablas de la Ley son inderogables. Y no estoy de acuerdo con el ministro de Justicia, por las siguientes razones:
Primero: porque los Principios del Movimiento, que se pretende derogar, y que de hecho han sido conculcados y derogados por el Gobierno, no son inderogables por decisión de una persona, por elevada y noble que sea, sino “per se”, a menos que la Patria se liquide.
Segundo: porque aun suponiendo, a fines puramente dialécticos, que tales principios pueden ser derogados, son inderogables para el Gobierno, ya que, con independencia de su valor intrínseco, tienen para los ministros un valor subjetivo y personal: los han jurado; y de ese juramento no les puede relevar ni siquiera el referéndum derogatorio y unánime de todos los españoles. (Aplausos.)
Tercero: porque, pese a cuanto nos dicen los demócratas y liberales, en todas las naciones hay unos principios que el Régimen no pone jamás a votación: la filosofía marxista en los países soviéticos, la República en Francia, la Corona en Inglaterra y la Constitución en los Estados Unidos.
III.Mantener la unidad de la Patria, exaltando, como nos pidió el Caudillo en su testamento, la rica multiplicidad de sus regiones, pero fortaleciendo con ella, y a la vez, los lazos de confraternidad entre las mismas.
Por ello, cuando vuelve a hablarse de autonomía, en lenguaje tolerado, y de regímenes especiales, en lengua oficial, no puede olvidarse que podrá llegar un momento en que la única región con régimen especial sería la que no lo hubiera solicitado y siguiera sometida al que en un principio tuvo carácter común. (Grandes y prolongados aplausos.)
…
IV.Culto y veneración a los muertos de la Cruzada, por lo que tiene de exigencia religiosa, por lo que tiene de ejemplo estimulante y por lo que tiene de lección, que tanto se precisa, para mantener la fortaleza en el momento duro y difícil que hemos comenzado a vivir. Ellos murieron por los amigos y los enemigos, y hora es de recordarlo, cuando nos pasean con reto a García Lorca o a Miguel Hernández. (Ovación de gala.)
¿Y acaso Lérida, como todos los pueblos de España, no tuvo sus mártires y sus héroes? ¿Y acaso cuando se pide amnistía, o quizá amnesia, para los asesinos de Carrero Blanco, de las víctimas numerosas de la calle del Correo de Madrid, del alcalde Víctor Legorburu, de tantos agentes del orden, trabajadores de toda profesión y oficio, no debemos pensar que quienes realizan tales crímenes acampan ideológicamente en los grupos que cometieron tales delitos monstruosos en la zona roja durante la Guerra de Liberación? (Gritos y ovaciones.)
Permitidme por ello que rinda homenaje al concejal Antonio Hernández Palmés, que votó en contra de la petición de amnistía formulada no hace mucho por el Ayuntamiento de Lérida. (El público, puesto en pie, aplaude enardecido.)
Sólo junto a las tapias de vuestro cementerio se fusiló sin causa y sin juicio a 536 personas, amén de las que fueron cazadas de modo salvaje por las calles y plazas de la ciudad. Claretianos en Lérida, carmelitas calzados en Tárrega, franciscanos en Balaguer, sacerdotes seculares, sacrificados en la saca brutal de la noche del 20 al 21 de agosto de 1936. No se ahorró ni siquiera la vida de vuestro obispo, don Silvio Huix Miralpeix, que como buen pastor no pensó abandonar a su rebaño perseguido.
Hubo martirio y no hubo apostasía. Cuando pase este tiempo oscuro, la Iglesia, ante la imposibilidad de seguir tanto proceso individual de canonización, proclamará al mundo la santidad de «los innumerables mártires de la Cruzada española», para alegría de muchos y vergüenza de los que hoy tratan de olvidarlos y hasta de escarnecerlos. (Aplausos.)
Y con los religiosos y los sacerdotes, cayeron inmolados por Dios y por España tantos y tantos cuyo nombre deberíamos citar aquí con emoción y reconocimiento: Casimiro de Sangenís, el diputado carlista; Arcadio Agelet y Salvador Ruiz, de la Falange leridana; Ramos Arques, el piloto civil que prefirió el martirio a cumplir la orden de bombardear Zaragoza; los jefes y oficiales de la guarnición, que se habían unido al Movimiento salvador de la Patria y que fueron fusilados frente a la puerta del Campo escolar.
¿Pero quién ordenó estas ejecuciones? ¿No hubo en Lérida, sujeta al Gobierno autónomo, una Junta Militar del Comité de Salud Pública, que entonces se constituyó? ¿Y quién formaba ese Comité? ¿No estaban representados los partidos políticos cuya legalización hoy se pretende?
¡Buena levadura la de Lérida! ¡Buen martirologio el de los leridanos! ¡Cómo se descubre la vieja solera tradicionalista, de la que en parte, como fruto del genio de España, nació la Falange! Las páginas de «El Correo Leridano», de «Terra ferma» y de «Toca ferro», ofrecían, en serio y en broma, buena doctrina y espíritu de combate.
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¿Habremos aprendido la lección? Unos, sí; otros, no. El Gobierno, desde luego, no, puesto que el enemigo derrotado en la guerra, y al que hay que imputar los crímenes citados, sale de sus covachuelas, se le anima a organizarse y hasta, en cierto modo, se le invita para que acepte puestos de confianza y honor a la vez que se margina y se consiente que se viertan toda clase de infamias sobre las personas y los grupos políticos que salvaron a la nación de tanta ignominia y de tanta maldad.
¿Qué ofrecieron y lograron para España los enemigos del Régimen? ¿Qué pueden brindarnos en orden a la paz, el bienestar y la prosperidad de los españoles? ¿Qué metas alcanzaron durante el tiempo que detentaron el poder? No es un problema sólo de confrontación de doctrinas, sino de confrontación de realidades.
Y en vista de todo ello toleran los insultos a Franco: de Salvador de Madariaga, en Zaragoza; del Congreso de la UGT, en Madrid; de Jiménez de Parga, en su conferencia de Orense; de Antonio Gala, en un semanario madrileño, y del rector de la Universidad ovetense, que ha retirado no hace mucho el retrato del Caudillo de su aula magna. (Gritos unánimes de ¡Franco! ¡Franco!)
En este orden de cosas se exalta a los poetas de la subversión, Alberti incluido, se celebra el festival de música de los llamados pueblos ibéricos, se autorizan las reuniones y asambleas de los partidos políticos ilegales, se solicita el cambio de denominación de ciertas vías públicas, se pretende terminar con el desfile de la Victoria y con la conmemoración del 18 de Julio, se conculca el ordenamiento jurídico vigente apelando al ordenamiento jurídico futuro, se pone de manifiesto la sumisión a las cancillerías extranjeras cuya sonrisa y beneplácito se pretende. (Aplausos.)
¿Os figuráis al presidente Ford explicando en España su plan de gobierno para los Estados Unidos y la reacción del pueblo norteamericano al conocer dicho programa a través de la información facilitada desde Madrid?
A mi modo de ver, hay que destacar hoy en la política española tres signos alarmantes: la abdicación del Movimiento, la claudicación del Estado y la posible falta de independencia de la nación.
El proceso electivo para la designación de un consejero nacional del llamado «grupo de los cuarenta» ha puesto de relieve que tanto dicho grupo como el Consejo apoyan al ministro secretario general [Adolfo Suárez, poco antes de ser nombrado presidente del Gobierno], que propugna, con sus compañeros de Gobierno, una reforma que, de prosperar, lleva consigo la desaparición del propio Consejo y del Movimiento mismo. Es decir, que implícitamente la representación colegiada del Movimiento, a escala nacional, ha acordado su liquidación. La cosa me parece muy grave.
El Estado nacional, por otro lado, al convertirse en Estado liberal, niega sus orígenes, su partida de nacimiento y renuncia al equipaje doctrinal constituyente que le ha dado savia y vida durante años.
Por último, España, a mi modo de ver, se engancha plenamente y sin reservas a los Estados Unidos, olvidando que una cosa es el pueblo norteamericano, que merece nuestro respeto y nuestra simpatía, y otra los cuadros oficiales de gobierno que lo sacrifican en aras de intereses extraños a aquella comunidad.
Y no es que nosotros nos opongamos al entendimiento con Norteamérica. Son tan duros los momentos que vivimos, que una política de amistad con los Estados Unidos será conveniente. Pero una cosa es la conversación y el tratado entre dos potencias soberanas, y otra la entrega con armas y bagajes al poderoso, que sabemos por experiencia cómo nos trató en otras ocasiones. (Grandes aplausos.) Ahí está nuestra lista de agravios, más que suficiente para que nos comportemos con cautela que no impide la cortesía:
• Les ayudamos en la lucha por la independencia y nos contestaron con la invasión de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. (Aplausos.)
• Les ayudamos en la última guerra con nuestra neutralidad y nos bloquearon, reduciéndonos al hambre. (Gran ovación y algunos gritos.)
• Se proclaman los campeones de la descolonización, pero no nos prestaron ayuda, ni poca ni mucha, para la descolonización de Gibraltar. (Ensordecedora ovación.)
• Se dicen amigos y nos dejaron solos cuando la «marcha verde» sobre el Sahara y no se pronuncian con claridad cuando surge el tema de Ceuta o Melilla.
• Prometen, pero en Asia abandonaron, después de una guerra inútil en la que hubieran podido fácilmente conseguir la victoria, Vietnam, Laos y Camboya, y en África, en contactos ocultos, entregaron a Rusia las provincias portuguesas de Ultramar.
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Tengamos presente, al mirar a España con amor, que hoy no caben compartimientos estancos, que la importancia geográfica y cultural de nuestra Patria se conjuga con la dialéctica ideológica que conmueve al mundo. Por eso, aquí se libró y se continúa librando un combate de dimensión universal. Esto es lo que algunos, obnubilados por los temas próximos y que suponen más acuciantes, ni siquiera imaginan o vislumbran. En la línea de pensamiento que nosotros seguimos está claro que para dominar a España lo mejor es dividimos y escindirnos y si, con evidencia que salta a los ojos, el Régimen de Franco nos dio unidad y nos arrancó de la miseria, lo que urge y conviene al adversario es destruirlo, y con la máxima rapidez posible.
Los tres motivos de división condenados por nuestra doctrina constitucional, vuelven a ser declarados lícitos. Creo que fue José Antonio Primo de Rivera el que dijo lo siguiente:
• Se abolirá implacablemente el sistema de partidos políticos.
• Organizaremos corporativamente a la sociedad española mediante un Sistema de Sindicatos verticales, por ramas de producción, al servicio de la integridad económica nacional.
• Todo separatismo es un crimen que no perdonaremos.
Hablando precisamente del fenómeno separatista catalán, el mismo José Antonio aseguraba que era una especulación de la alta burguesía capitalista con los más nobles sentimientos de los catalanes. El separatismo, que tan escasamente ama a Cataluña, acabó por convertirla, no ya en una Cataluña de papel, como decía Torras y Bagés, sino en una Cataluña sovietizada y roja. (Aplauso unánime.)
No juguemos con las palabras
Cataluña, dijo Calvo Sotelo en su discurso de Tarrasa de 28 de abril de 1935, es España, por ser y seguir siendo Cataluña.
Por eso no cabe seguir jugando con las palabras regionalismo, nacionalismo y separatismo, sin darnos con exactitud su significación. Así, cuando se habla de nacionalidades del Estado español, parece incontestable que el Estado es uno y las naciones varias; y como el Estado no es más que una investidura jurídica, un instrumento, nada más viable que la pretensión de que a cada nacionalidad corresponde un Estado diferente.
Para nosotros, la nación, aunque diversa, es una, y esa nación única, que es España, tiene un Estado, que podemos y debemos configurar de aquel modo que mejor la sirva. En este orden de cosas el propio Calvo Sotelo pedía la descentralización administrativa y social y repudiaba la descentralización económica y política.
En esta hora en que, de nuevo, hablando de autonomía, estatutos y regímenes especiales, se intenta deshacer España, a Cataluña le corresponde un papel excepcional. «Hay que salvar España, y Cataluña debe aprestarse a ello, con cariño, con hegemonía inclusive —solicitaba con exaltación el protomártir de la Cruzada—. Porque España en ruinas, Cataluña será puro escombro; y Cataluña destruida será la ruina de España.» (Aplausos muy fuertes y prolongados.)
Dadnos, pues, catalanes, para la tarea difícil y hasta dolorosa que hemos asumido, vuestra tenacidad, vuestro espíritu de trabajo, vuestra vocación por el arte, vuestra sensibilidad poética, de igual modo que habéis arrancado el rojo y el amarillo de vuestra bandera para darnos la enseña nacional. La bandera catalana es así una bandera española reiterada; multiplicada, como un refrendo de españolismo de Cataluña. Por eso yo os pido que no os la dejéis arrebatar por nadie, y menos por los separatistas: que la enarboléis con orgullo, porque es vuestra, porque es tributo permanente de amor a España, e izada por el viento junto a la enseña nacional, repite al mundo que aquí, como en la Patria entera, hay sangre dispuesta a verterse para que no se la ofenda y no habrá oro bastante para pretender comprarla. (Gran ovación y algunos gritos.)
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Se anuncia, bajo el signo que todos conocéis, una marcha, a la que se denomina «marcha de la libertad». Si llega a efectuarse, yo os invito a que convoquéis otra de signo diferente: la «marcha de la unidad». (Gritos ensordecedores en toda la sala). Y por el mismo itinerario, y recorriendo los mismos lugares y con la meta de Montserrat, donde nos aguarda el monumento del requeté caído, la cripta donde yacen aquellos combatientes heroicos de la Cruzada y la «Mare de Deu», Patrona de Cataluña.
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Habéis respondido, catalanes de Lérida, a nuestra llamada. El acto que nos congrega es consolador, por la multitud aquí reunida, por el entusiasmo colectivo que a todos nos embarga. Decía José Antonio, y creo que es aplicable a nuestra conducta, que «estamos sirviendo, al par que nuestro modesto destino individual, el destino de España y de Europa, el destino total y armonioso de la creación».
i Y qué bello es pensarlo y sentirlo en medio de tantas y tan diversas tribulaciones!
Lérida es, en Cataluña, la capital de la «terra ferma», ¡y cómo hace falta pisar tierra firme, segura, en esta hora de vacilación y de cobardías I No abandonéis nunca la recia capitalidad de la tierra firme, vuestra capitalidad interior. No dejaros arrebatar por el centralismo que se disfraza de autonomía.
Recordad la obra de Franco, la prosperidad alcanzada, el sacrificio de los que fueron victimados por la horda, el patriotismo de los que, salvando mil peripecias, consiguieron alistarse en el Ejército nacional, y disponeos a defender y mantener lo alcanzado con tan indomable espíritu.
Una buena amiga me entregó en FUERZA NUEVA un soneto que voy a leer como conclusión de mi discurso. Tiene una sencillez encantadora y contagia una emoción indecible de agradecimiento. Se titula «Lección de una madre española a su pequeño». Y dice así:
«Franco crece en mi alma cada día
y se eleva, coloso sin frontera;
pienso en él y, sencilla, a mi manera,
quisiera yo sentir como él sentía.
Amar a Cristo, como nos decía
con su vida entregada y ¡tan austera!;
ser, del amor a España, prisionera,
sin vacío, barrera o lejanía.
Y mirando la efigie del Ausente,
quiero grabar su ejemplo en la memoria
del hijo que Dios puso a mi cuidado:
¡Este es Franco, mantenlo así en tu mente!,
—único en los anales de la Historia—:
mitad, monje —mi bien—; mitad, soldado.»
(Una ovación cerró los versos, poniéndose inmediatamente en pie la totalidad del auditorio, que interpretó
las estrofas del «Oriamendi» y el «Cara al Sol».)
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