Revista FUERZA NUEVA, nº 525, 29-Ene-1977
NUESTRA VICTORIA ES LA FE
Queridos correligionarios:
Una doble y diabólica tentación nos amenaza a aquellos españoles que parecemos vencidos en el reciente referéndum, donde ha triunfado nueva y pasajeramente la España liberalista sobre la España católica, eterna: la tentación de aceptar la sugestión liberalista de que en el referéndum no ha habido vencedores ni vencidos (de que “sólo ha triunfado la democracia”); y la tentación de creer que hemos sido verdadera y definitivamente vencidos (de que la Europa de las tres reformas, la luterana, la racionalista y la liberalista, ha obtenido la victoria final sobre la España católica).
Habrá de llegar el momento de hacer un análisis profundo sobre las causas determinantes del hecho. Pero el hecho brutal, fenomenal, dominante, es que el referéndum ha habido vencedores y vencidos; el hecho es que la España bastarda, colonizado por el imperialismo occidental -por las ideas y los intereses del liberalismo capitalista mundial-, ha vencido oficialmente, políticamente, “referendariamente” a la España auténtica, a la España legítima, a la España católica, a la España ultra y tradicional.
La victoria pírrica de los liberalistas
Han vencido en España la ideología, la fe y los convencionalismos liberales; pero con una victoria pírrica, con una victoria tan costosa y pobre que el Gobierno de España, que no siente empacho ni deshonor al rendir pleito homenaje ante las cancillerías y parlamentos de las potencias liberales más decadentes y decrépitas, tampoco oculta su debilidad, su impotencia y su entreguismo, en Madrid, en Bilbao o en Barcelona, negociando con las potencias intestinas e “internacionales”, separatistas y marxistas, enajenando con ello, entregando con esas negociaciones, una parte de la soberanía nacional que ese Gobierno, aparentemente, habría ganado en el referéndum. El Gobierno español, hoy, no es tan independiente y soberano, frente a los poderes interiores y exteriores, como lo fue bajo la égida de Franco. Victoria pírrica, pues, la de este Gobierno, que ha vencido hábilmente sobre todo aquello que lo podría robustecer, pero con la ayuda de todo cuanto lo va a quebrantar, enervar y sojuzgar, en detrimento de todos los españoles: el imperialismo liberal y separatista, hoy, y el imperialismo marxista, aquí incubándose, y contra el cual carece de resistencia la democracia liberal que han conseguido hacer triunfar en el referéndum.
(…)
Los aparentemente vencidos somos vencedores, y viceversa
Indudablemente, como diría Montalembert, el hecho de haber luchado antes del referéndum, en él y después de él, por una España cuyo soberano legal y real sea Dios, por un Estado confesionalmente católico, es decir, que reconozca la ley moral como un absoluto (como una institución de derecho divino), que está por encima del sufragio universal relativista, arbitrario, veleidoso y a la vez amoral y aberrante, es una victoria, es la victoria de nuestra fe, el testimonio ante los hombres de que hemos actuado políticamente en coherencia con nuestra fe católica.
Nosotros, los aparentemente “vencidos” en el referéndum somos, pues, en realidad vencedores. Los vencidos en el referéndum, desde el punto de vista definitivo y absoluto, desde el punto de vista de Dios, son aquellos que, víctimas de la ignorancia -o de la propaganda- de que el “sí” en el referéndum entrañaba un voto en favor del Estado ateo, una repulsa de Dios, o víctimas del pecado de rebeldía contra la ley de Dios, han dado paso a la reforma liberal, a la monarquía liberal, cuya dialéctica inexorable, si Dios no lo impide, nos arrastra a la república federal marxista, porque la monarquía liberal carece de virtualidades y de hombres capaces de evitar lo que se proponen todos los marxistas (socialistas, comunistas, trotskystas y maoístas) españoles que movilizan las masas.
En nosotros no ha vencido el ídolo liberal
(...) Nosotros somos de aquellos españoles invictos que no nos hemos arrodillado ante los ídolos engañosos de la democracia liberal, doquiera en retirada, doquiera en crisis, y por todas partes impotente y desarmada intelectual, moral y materialmente para resolver los problemas coyunturales y estructurales que la afligen y la postran, abriendo así en todas partes la vía al comunismo (...)
Nosotros no hemos sido vencidos, porque luchamos y continuamos militando desde y por nuestra fe, por más que nos inciten a la capitulación -al pluralismo, a la desconfesionalización, al progresismo o, por lo menos, al liberalismo- los falsos profetas contra los que nos previno Jesucristo (...)
La sublimación del fracaso
(..) Como católicos, nosotros hemos de impregnarnos de los espíritus de los grandes místicos y teólogos del “fracaso”, como León Bloy, Charles Péguy. Georges Bernanos, Jaques Maritain, y no dejarnos arrullar por los grandes embaucadores de la espera camuflada de esperanza, como los marxistas Bloch, Moltmann, González Ruiz, José María de Llanos, etc. que pretenden sustituir el mesianismo religioso de Jesús por el mesianismo político de Marx. (...)
La secularidad fracasa más que la cristiandad
Y cuando ese teólogo de la historia aplique, más que Maritain y que Journet, esta ley de la ambivalencia de la historia a la política de los cristianos, escribirá: “¿Diremos, para concluir, que la cristiandad occidental ha sido, en resolución, un fracaso? Sí, en relación al ideal de la civilización cristiana que ella quiso realizar; pero, para ser justos, es menester medirla a la escala humana: todas las obras del hombre -y entre ellas su obra más ambiciosa de todas: la civilización- están llamadas al fracaso. Jamás se da un logro perfecto en el interior de la historia humana”. (...) Es claro que para el cristiano no hay más que un solo fracaso: el pecado; y un solo remedio para los males que padece la humanidad: la santidad universal, generalizada y total. (...)
Estemos a la espera con esperanza
Así pues, los católicos españoles tenemos derecho a prepararnos, a la espera del próximo y espectacular fracaso de los demócratas liberales, de los demócratas “de inspiración cristiana”, realmente inspirados en el liberalismo, así como los socialistas de todo el partidículo inspirado en el marxismo, mientras alimentamos la teologal esperanza de ver cara a cara al Dios al que queremos servir con fidelidad.
Después de todo, simplemente discurriendo, como lo hacía Charles Maurras en “L'Avenir de l’intelligence”, “¡una raza, una nación, son sustancias sensiblemente inmortales! Disponen de una reserva inagotable de pensamientos, de corazones y de cuerpos. Una esperanza colectiva, por consiguiente, no puede ser domada. Cada brote podado reverdece más fuerte y más bello. Toda desesperación en política es una necedad absoluta.
Si los enemigos de la España eterna, tradicional, auténtica, han esperado cuarenta años laborando con tesón y paciencia hasta conseguir el triunfo de ese referéndum, nosotros no vamos a ser menos. Nos cultivaremos a la espera con esperanza.
Eulogio RAMÍREZ
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