Fuente: Índice de Artes y Letras, Número 169, Enero 1963, página 6.
El paraíso de la igualdad de oportunidades
Por RAFAEL GAMBRA
Desde hace unos años, y por generación más o menos espontánea, existe en España un ambicioso Plan de Igualdad de Oportunidades, con su correspondiente Fondo Nacional, del cual forma parte –parte todavía lejana y desmedrada– el régimen de becas de estudio que está en vigor. Tan extraño título parece sugerir que la oportunidad, esa difícil y etérea condición de algunas personas, va a ser sometida a reglamentación planificada. Parece, sin embargo, que tal reglamentación se encamina sólo a una igualdad de accesos y posibilidades en las profesiones y puestos del país.
Ese ideal político de establecer la sociedad sobre una igualdad de oportunidades para cada ciudadano nació en Norteamérica, donde se considera un axioma indiscutible de justicia y de necesidad. Consiste en procurar que todos los individuos estén en condiciones de optar legal y aun prácticamente a todas las dedicaciones y puestos, sin que su vinculación a una clase o ambiente, o su posición económica, puedan limitarles este horizonte de posibilidades. Y que el hecho de aprovechar unas u otras de estas posibilidades dependa sólo de sus condiciones individuales de inteligencia y voluntad.
Este ideal, engendrado en suelo liberal, ha llegado a madurez en la época socialista o estatista –la nuestra–, que es la de su posible realización. Se trata, a mi juicio, de una de esas ideas que revelan la perfecta continuidad espiritual entre la mentalidad individualista-liberal del pasado inmediato y el estatismo socialista del presente. Por lo mismo, es una idea típica de nuestra época, y no debe así extrañar su favorable acogida en todos los países desde Norteamérica hasta Rusia, y, naturalmente, en el nuestro, que desde hace más de un siglo está abierto a todos los vientos.
Los que profesan este ideal político de la Igualdad de Oportunidades opinan muy rectamente, que, si bien Dios o la Naturaleza establecen diferencias de nacimiento es porque tienen un título inapelable para hacerlo: se trata de un hecho o de un designio que ha de aceptarse; pero el hombre no puede proyectar una sociedad de desigualdades porque carece de título alguno para establecerlas; antes al contrario, está obligado a colocar a todos los individuos en igualdad de condiciones dentro de lo humano y proyectable, supuesto que las otras, las de la naturaleza, sean ineludibles.
Pienso que lo malo de la idea no está en este planteamiento, que es bastante justo, sino en sus supuestos previos: que la sociedad haya de ser planeada o proyectada en su estructura y organización; que hayan, por lo tanto, de existir unos proyectistas y organizadores totalitarios del mecanismo social. Si la sociedad se concibe, no como un conjunto de individuos vincular y jurídicamente iguales, sino como un conjunto de familias, de pueblos, de profesiones y corporaciones, etc., que viven en común y son meramente armonizados por el poder público, el ideal de Igualdad de Oportunidades no tiene sentido ni viabilidad práctica.
En los distintos países del mundo hay, naturalmente, ciudades, campiñas, montañas, costas… En una sociedad no planeada racionalmente sino históricamente evolucionada, existen familias burguesas o ciudadanas, familias o pueblos de agricultores, de hortelanos, de pastores, de pescadores… Existen además familias nobles, que tienen una función dentro del cuerpo social, y existen clérigos, que tienen otra. Los individuos de una tal sociedad no nacen ni crecen en un puro estado de indiferenciación práctica hacia cualquier oportunidad, sino que están vinculados por lazos económicos, hereditarios y afectivos a un mundo y un quehacer que es el suyo, el de su familia o el de su pueblo y ambiente. Ciertamente que en esa sociedad no es (ni debe ser) imposible que un pastor se convierta en duque o que un duque se haga pastor, pero ese cambio de status social requiere un hecho fuera de lo común: no es fruto de una aspiración normal como es en el que estudia bachillerato llegar a poseer un título universitario. Normalmente, ni el duque desea ser pastor, ni el pastor duque, sino que poseen aspiraciones de pastor o de duque. Es decir, que cada hombre se mueve en un ambiente que considera propio, y vive un sector de posibilidades y aspiraciones que son las suyas, las concretas y viables, aquéllas para las que está mental y físicamente capacitado.
Para que en una sociedad concreta e histórica pueda plantearse con visos de seriedad un Plan de Igualdad de Oportunidades es preciso que en ella hayan sucedido previamente dos cosas: que se hayan extirpado hasta casi desaparecer en su influencia vinculadora las instituciones o corporaciones (familias, pueblos, clases, profesiones) y llegado así a un estado de atomización individual casi completo. Y que, sobre la destrucción de aquella estructura familiar y corporativa –orgánica– de la sociedad, se haya erigido un poder absoluto e inmenso capaz de dotar y homogeneizar de una manera real las posibilidades u oportunidades de cada ciudadano-número. El primero de estos hechos fue la obra del individualismo liberal del pasado siglo; en el segundo puede reconocerse al Estado totalitario o socialista de nuestros días. Dados estos dos hechos, el Plan de Igualdad de Oportunidades es, no sólo posible, sino un imperativo de la lógica y de la justicia. Sólo que, paradójicamente, en esos hechos se halla implicada para el hombre la pérdida real de su libertad y aun de su personalidad.
Gustave Thibon ha escrito que el infierno consiste en creerse en el paraíso equivocadamente. Pienso que la sociedad de la Igualdad de Oportunidades sería forzosamente una sociedad de resentidos y de fracasados, puesto que todas las funciones áridas y no brillantes –que son la inmensa mayoría– estarían desempañadas por quienes se vieron impotentes para hacerse con las primeras oportunidades, que, teóricamente al menos, se le brindaron como a todo ciudadano. Y, así como una vida austera o difícil –y aun la misma pobreza– pueden amarse, el puro fracaso es, por su misma esencia, inamable.
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