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Tema: Interpelación a la Junta Suprema de la Comunión (J. E. Casariego, Mayo 1970)

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    Interpelación a la Junta Suprema de la Comunión (J. E. Casariego, Mayo 1970)

    Fuente: Archivo Familia Borbón Parma, Archivo Histórico Nacional


    INTERPELACIÓN a la Junta Suprema de la Comunión Tradicionalista



    ¿A DÓNDE SE QUIERE LLEVAR AL CARLISMO?



    Mayo de 1970

    (Mes de Montejurra)




    Sr. D. Juan Palomino

    Presidente de la Junta Suprema de la Comunión Tradicionalista.

    MADRID



    Mi respetado y querido amigo:

    Como el silencio ante el error contumaz constituye una pasiva y pecaminosa participación en él, creo que, como español y carlista, no debo callarme ante las equivocaciones, dislates y torpezas que se aventaron en los discursos pronunciados y en la nota leída en la campa de Montejurra el pasado día 3, y que constituyen una negación absoluta, total y minuciosa de todo lo que el carlismo fue, es y podrá ser.

    Creo que en estos momentos de España, de tanta transcendencia histórica, en vísperas de decisivos acontecimientos, tenemos el deber de hablar claro y renunciar a la cómoda pasividad y a esa “nueva hipocresía” tan extendida en todos los sectores del pensamiento político y social para engañar y confundir a las gentes. Es hora de llamar al pan, pan, y al vino, vino; de sentir lo que se dice y decir lo que se siente.


    LO QUE ES Y LO QUE NO PUEDE SER EL CARLISMO

    No voy a definir ahora lo que es el carlismo y su ortodoxia. Todo el mundo sabe que es una profunda y arraigada postura de pensamiento y acción ante la vida española, con raíces muy firmes y auténticas, casi podríamos decir raciales y telúricas. Nació para unos fines y los sirvió siempre con lealtad, coraje y sacrificios bien notorios. Y no puede transformársele, a capricho y taumatúrgicamente, en algo distinto y opuesto a su sustancia y formas esenciales. Las cosas que “son”, no pueden variarse de ese modo, so pena de destruirlas y sustituirlas por otras diferentes. Un fusil no puede convertirse en una honda, ni un caballo en una cabra, ni el carlismo, representante de una concepción original, españolísima y propia de la existencia de España, en un partido más demo-liberal, copiado y recopiado de las últimas elucubraciones del “progresismo” extranjero y de consignas internacionales momentáneas y pasajeras. El carlismo nació y se desarrolló gloriosamente para unos fines muy concretos que son: en lo positivo, afirmar los principios ideales y vitales de la Tradición española, católica a la española, legitimista, descentralizadora, popular, gremial, campesina, con unas formas orgánicas de la sociedad y la política; y, en lo negativo, para luchar contra el demoliberalismo importado (en todas sus formas de “derechas” o “izquierdas”), ateo o neutral en religión, centralista, capitalista, burgués y sus formas inorgánicas de sufragio y representación; y, naturalmente, contra el marxismo, cuyo materialismo histórico y Estado totalitario son diametralmente opuestos a todo lo que el carlismo significa.

    Entiendo que el primer atributo de toda dignidad y grandeza auténticas, consiste en ser fiel a sí mismo. Y el primero de la inteligencia, el conocerse a sí propio, y ser sol que dé luz y no pantalla que refleje luces ajenas. Y en los deplorables discursos de Montejurra, ni el carlismo fue fiel a sí mismo, ni hizo otra cosa que reflejar, toscamente, los más resobados tópicos demoliberales y marxistoides que hoy corren en alas de una actualidad efímera, que nada tiene que ver con la permanencia histórica del carlismo, que viene sobreviviendo desde hace siglo y medio.


    LA GRAVE DESVIACIÓN APUNTADA EN EL ACTO DE MONTEJURRA DE 1970

    Por todo ello, tengo que levantar mi voz de carlista consciente, contra los discursos del 3 de Mayo, de los cuales, con toda responsabilidad y verdad, puede afirmarse que fueron típicamente demoliberales y antitradicionalistas, plagio y repetición de lugares comunes periodísticos y librescos, tomados del “progresismo”, y que, además, se expusieron con un lenguaje deplorable (eso que Don Manuel Añaza –gran escritor– llamaba “lenguaje radical-socialista”), plagados de extranjerismos y faltas gramaticales. Y todo ello ocurrió en la mayor solemnidad anual de la Comunión Tradicionalista, de esa Comunión que tuvo por voceros a los Aparisi, a los Vázquez de Mella, y a tantos otros maestros insuperables en el arte del bien pensar y del bien decir.

    No solamente escuché esos discursos, sino que luego los leí en unas hojas que allí mismo se repartieron, lo que prueba que fueron meditados y no improvisados. Y pude comprobar cómo, de cada diez asistentes, sólo uno aplaudía y muchos se retiraban indignados y haciendo comentarios muy duros. Ni yo ni la totalidad de los carlistas, podemos alcanzar cómo fueron dichas allí aquellas cosas y cómo se autorizaron por la Junta Suprema. Y a todos nos pareció que utilizar la romería carlista de Montejurra, Vía Crucis y evocación de los caídos, que habla de glorias pasadas y esperanzas futuras sobre el mismo escenario de la famosa batalla contra el liberalismo, para convertir esa romería, piadosa y militante, en un “meeting” político demoliberal-progresista-marxistoide, constituye una profanación intolerable, una estafa a la buena fe carlista, que da lugar a unas responsabilidades que deben ser exigidas y aclaradas cuanto antes.

    Merece la pena recordar algunas afirmaciones que sentaron en aquellos lamentables discursos y, lo que es aún peor, en la nota leída por el Secretario General de la Comunión en nombre de la Junta Suprema.

    Se dice en esa nota que la acción actual del carlismo es luchar “EN UNIÓN DE TODOS AQUELLOS GRUPOS QUE PROPUGNAN UN RÉGIMEN DEMOCRÁTICO”. Es decir, que se quiere llevar al carlismo a un nuevo Frente Popular, lo que equivale conducir al carlismo a ponerse al lado de aquello que ha combatido siempre, a defender e instaurar todo aquello contra lo que peleó durante casi ciento cincuenta años, a negar y destruir todo lo que le dio vida y justificó su existencia. Es decir, nada menos que el carlismo haga el terrible papel de los hijos y hermanos de Witiza y se alíe a comunistas, republicanos y separatistas. Pensemos que, tras una hipotética victoria de ese nuevo Frente Popular, ¡qué porvenir de ridiculez y escarnio le esperaría al carlismo y qué nueva dictadura o caos al pueblo español!

    Y pasaría, además, lo que ocurrió siempre con esos señoritos pedantes o esos intelectuales abstractos, que juegan a la revolución “fraseológica” desde sus bien situadas posiciones burguesas, sirviendo de “tontos útiles” y “compañeros de viaje” que, al llegar las crudas consecuencias naturales de la revolución y cuando las cosas ya no tienen remedio, se ponen a gimotear el rayado disco de “la revolución traicionada”, como en Cuba; o el “No es esto, no es esto”, de Ortega; o el “Nunca creí que íbamos a llegar a esto”, de Kerensky.

    Prever antes y no lamentar después, ha sido siempre la función del buen político; y la clarividencia, la primera cualidad del hombre público. Y el que a estas alturas, y después de tantas experiencias, no sepa en qué terminan esos juegos revolucionarios de los señoritos insatisfechos, o es un tonto o un malvado, y en ningún caso sirve para político, y menos para político de una Causa tan firme y tan íntegra como el carlismo.

    Quiero, adelantándome previsoramente a ciertas posibles réplicas de mala fe, recordar que algunas veces el carlismo tuvo momentáneas alianzas electoreras con partidos liberales de “derechas” o de “izquierdas”, por ejemplo a principios de siglo con los conservadores en Asturias y los republicanos en Barcelona. Pero en esas alianzas, puramente locales y circunstanciales, el carlismo no creaba el Estado demoliberal ni el régimen partidista, y sólo buscaba sacar unos diputados que los combatiesen luego en el Parlamento. Se limitaba a utilizar, en su provecho, unas circunstancias histórico-políticas impuestas contra su voluntad y que no le era dable modificar. No es lo mismo aprovecharse de un torrente devastador para mover un molino, que crear ese torrente, con todos sus daños, para luego intentar aprovecharse de él. Lo primero es lícito, o por lo menos moralmente tolerable; lo segundo es monstruoso y repugnantemente inmoral.

    Querer convertir la Comunión Tradicionalista en un partido liberal “compañero de viaje”, constituye la mayor estupidez que a cualquiera puede ocurrírsele, pero… vivir para ver. Y como en los discursos y notas de Montejurra vimos (lo vimos muchos, la inmensa mayoría) indicarse tan indigno y peligroso camino, es conveniente que lo digamos y denunciemos a tiempo, para que todos sepan a qué atenerse ante esas “novedades” inesperadas, absurdas y explosivas, que sólo son pura demagogia amorfa y sin sentido, burla de nuestra historia y de nuestros muertos, y que entre las cruces y boinas de Montejurra, resultan profanadoras, descentradas y hasta grotescas.

    Ante todo esto, yo me permito preguntarle, mi querido y admirado Don Juan Palomino: ¿es posible que usted, que, para honra suya, creo que procede del antiguo integrismo de Nocedal; que usted, que estuvo desterrado en Villa Cisneros y salió diputado luchando contra el Frente Popular, avale con su respetable nombre los conceptos de pura heterodoxia tradicionalista expuestos en esos discursos y en esa nota?


    INCLINACIONES DEMOLIBERALES Y MARXISTOIDES PRO FRENTE POPULAR

    En esa misma insólita nota, leída a nombre de la Junta Suprema, se dice que: “EL PROGRESO CONSTITUCIONAL DEL RÉGIMEN ES ANTI-DEMOCRÁTICO, PUES A ÉL NO HA CONCURRIDO EL PUEBLO POR CAUCES AUTÉNTICOS”. Y yo me atrevo a preguntarle, ¿desde cuándo, para el carlismo, el régimen partidista liberal, con sufragio universal inorgánico, es un cauce auténtico? ¿No afirmó siempre el carlismo, vocero de la tradición española, que rechaza el sufragio universal inorgánico y propugna una sociedad corporativa, en la que el pueblo esté representado orgánicamente en Cortes auténticas, nacionales y regionales, a través de la familia, el gremio o sindicato, el municipio y la región, que son las agrupaciones y cauces naturales sociales, frente al artificio oligárquico de los partidos? Si el carlismo acepta el sufragio universal inorgánico y el régimen partidista oligárquico, deja, automáticamente, de ser tradicionalismo español, y se convierte en un partido más frentepopulista, remedo torpe del progresismo o de la democracia cristiana. Y eso será todo lo oportunista que algunos quieran, pero, indudablemente, NO ES CARLISMO.

    Tampoco es cierto, como se dijo en uno de los discursos, que la Constitución eclesiástica “Gaudium et Spes” imponga y obligue a los gobernantes laicos a establecer un régimen de partidos políticos (entre los que se encuentran los ateos y perseguidores de la Iglesia). Dicha Constitución sólo se refiere al concepto cristiano de la libertad y de asociarse con fines humanos lícitos, pero no desciende a una imposición política partidista, que es función del Estado civil en cada caso y país, y no de la Iglesia. Y es muy grave que en un acto carlista se trate de desorientar, de sorprender la buena fe, de engañar al pueblo carlista, tergiversando textos canónicos.

    Estos conceptos doctrinal, sentimental e históricamente contrarios a la esencia y existencia del carlismo, se reafirman en uno de los discursos en los que el orador nos explicó que, para el carlismo, la misión actual es hacer posible “UN RÉGIMEN DE LIBERTAD, BASE PARA LA DEMOCRACIA”. Y todas estas herejías carlistas se dijeron en Montejurra, sobre el escenario de la célebre batalla. Pues bien, todas estas cosas estaban escritas en las banderas del General Moriones y de Castelar, pero no en las de nuestro insigne Rey D. Carlos VII y sus heroicos voluntarios, que peleaban contra ellas por cosas muy distintas y opuestas. Y tampoco estaban en las de los requetés que nos alzamos en armas contra la tiranía “democrática” del Frente Popular en 1936.

    Del estilo marxistoide y pseudoprogresista de estos discursos, dan medida las siguientes frases: “NO QUEREMOS QUE NOS FORMEN NI NOS DIRIJAN, AUNQUE SEA PARA BIEN. QUEREMOS SER PROTAGONISTAS Y PIONEROS DE UNA REVOLUCIÓN…”. Es decir, que el carlismo, según esos señores, no admite que se forme a la juventud AUNQUE SEA PARA BIEN y quiere PIONEROS. Ya esta palabreja –“piooner”– de origen inglés (donde significa “explorador” o “adelantado”) y de uso comunista (de “pioneros” se llaman las agrupaciones infantiles marxistas, como de “pelayos” las tradicionalistas); esta palabra –repito– lo dice todo. Y me parece muy bien: para renegar de la tradición católica y española de “enseñar al que no sabe y formar la juventud” (que es uno de los fines esenciales de toda sociedad y Estado cristiano) se utilicen palabras extranjeras y se olvide y desprecie el idioma de España, que es “sangre de nuestro espíritu”.

    Además, ¿cómo es posible conciliar el concepto de TRADICIÓN (tradición viene de tradere, entrega o traslado) con rechazar toda formación o dirección “AUNQUE SEA PARA BIEN” y sentirse y proclamarse “PIONEROS DE UNA REVOLUCIÓN”? Esto es absoluta y totalmente ANTI-TRADICIONALISTA. Aparte de todo esto, se trata de un puro disparate teórico, pues es algo así como pretender que cada generación, destruyendo el legado –la Tradición– de la Historia, sea creadora autónoma de una Historia nueva, distinta y aislada. Es decir, que haya una Historia propia de cada generación, prescindiendo de toda tradición cultural y social. Eso sería un nihilismo estúpido que nos llevaría a las cavernas. Sin tradición, sin formación de unas generaciones a otras, no puede haber cultura ni Historia. Por otra parte, se da la paradoja de [que], quienes eso dicen, propugnan “volver”, “retroceder”, “caminar hacia atrás” a las prácticas de un demoliberalismo de los abuelos, que fue combatido por los carlistas. ¡Cuánto enredo, mentira y grosera farsa, sobre todo para dicha en Montejurra!

    Los tópicos más vulgares, manoseados y relamidos del progresismo y de los marxistoides, se amontonan desagradablemente en esos discursos. Por ejemplo, allí nos hablaron de “LATINOAMÉRICA”, término inventado por los franceses y usado por los imperialistas anglosajones o rojos para negar la magna obra Imperial de España hasta en el nombre. Debían saber esos neocarlistas falsificados y falsificadores que existe la palabra HISPANOAMÉRICA, y que el concepto “LATINOAMÉRICA”, que es histórica y filológicamente falso, no debe ser empleado por ningún español culto digno de tal nombre.

    Se habló también allí de la “Iglesia constantiniana” y del “Concilio de Trento” con el sentido peyorativo que ahora emplean los progresistas. Tal vez ignoran esos oradores que el Concilio de Trento, aparte su significación dogmática y canónica, representa uno de los momentos más altos y transcendentes del pensamiento y la cultura española proyectada sobre el mundo. ¿Qué opinan de ese latiguillo tanto usted, señor Palomino, como su compañero de Junta Don Antonio Segura, persona bien formada y sensata y sobrino del Cardenal Segura, último de los grandes Prelados de la Iglesia española?

    Otra herejía tradicionalista de otro de los discursos: “POR LIBERTAD EL CARLISMO ENTIENDE QUE ES AQUELLA FACULTAD DEL HOMBRE QUE LE PERMITE, SEGÚN EL DERECHO NATURAL, HACER TODO LO QUE DESEE, SIEMPRE Y CUANDO CON SUS ACTOS NO PERTURBEN LA MISMA LIBERTAD A QUE TAMBIÉN TIENEN DERECHO TODOS LOS HOMBRES”. Esto es un principio típicamente liberal y antitradicionalista, pues, según él, el hombre tiene derecho a ser propagandista del ateísmo, a ser pederasta, y a regirse, en fin, únicamente por su criterio individual, haciendo un Dios de su razón, es decir, sin reconocer normas ni dogmas superiores y anteriores a él. Esto es puro racionalismo. Y más adelante se afirma: “HEMOS VISTO QUE LOS PARTIDOS POLÍTICOS SON DE DERECHO NATURAL”. Esto es un grosero disparate que ningún tradicionalista con una mínima cultura político-filosófica, se atrevería a sostener. Quienes dicen eso, han oído campanas, pero no saben dónde, y confunden el libre albedrío con la organización circunstancial de partidos sectarios que propugnan fines inmediatos y que son movidos por oligarquías ideológicas y económicas. Y si alguien tiene motivos o razones en su propia historia para negar eso, es precisamente el carlismo español. También se dijo que España tiene que ir “HACIA UNA CONSTITUCIÓN QUE ENCARNE ESTA REALIDAD” (se refería al régimen partidista con sufragio inorgánico). Todos creíamos que el carlismo había nacido para luchar, y luchado siempre, contra esas retóricas y traducidas “Constituciones”, desde la afrancesada de Bayona de 1808 hasta la republicana de 1931. Pero por lo visto, el carlismo tiene que renegar de todo esto y transformarse en un aséptico partico constitucional, demo-liberal y frente-populista. ¿Están conformes con eso, usted, señor Palomino, y demás junteros de la Suprema?

    Voy a citar otras frases de ese neo-carlismo carnavalesco que tan impúdicamente profanó la recia y piadosa jornada de Montejurra: “LA PRIMERA FUNCIÓN (del régimen de partidos) ES HACER EVOLUCIONAR ESPAÑA HACIA UN ESTADO DE DERECHO. EL PARTIDO ES, EN EFECTO, ESTRUCTURA DE LA OPINIÓN, CAUCE DE ENERGÍA SOCIAL Y SOPORTE DEL ESTADO DEMOCRÁTICO. EL CARLISMO EXIGE CONCEDAN LIBERTAD PARA LOS PARTIDOS POLÍTICOS”. Es decir, que no hay Estado de Derecho fuera del Estado liberal de partidos y, por lo tanto, el carlismo estuvo luchando durante bastante más de un siglo por algo que no era un Estado de Derecho. ¡Qué atrevida es la ignorancia! El Estado de Derecho, como el Derecho mismo, es muy anterior al demoliberalismo. ¿O es que acaso el Estado tradicional español no era un Estado de Derecho? Sería curioso saber lo que entienden por Estado de Derecho los que disparatan así, y en qué escuela histórico-jurídica tradicionalista se fundamentan. Otra frase: “DEBE ELIMINARSE TODO PATERNALISMO QUE INTENTE CONTROLARLE (al pueblo) AUNQUE SEA PARA SU BIEN”. Es la segunda vez que en Montejurra se dijo, en el mismo día, la misma monstruosidad, que monstruosidad es eso de que debemos rechazar el bien si éste no nos viene de la mano de un régimen de partidos demo-liberal; es decir, que hay que ser demo-liberal antes que bueno, y que el demo-liberalismo es un valor moral superior al bien. Desde luego, tales sandeces inmorales cuesta mucho trabajo creer que hayan podido pronunciarse en un acto carlista, y explican perfectamente la indignación que despertaron, pues son la negación completa y radical de todos los principios, no ya del carlismo español, sino de la tradición y sociedad cristiana universal. ¿Cuál es su opinión sobre este punto, mi señor Don Juan Palomino y demás píos varones de la Junta Suprema?

    Resulta también inadmisible que, en lo que debiera haber sido acto de hermandad carlista gozosa y esperanzadora (gaudium et spes), surja un orador políticamente tan heterodoxo y lleno de suficiencia que se tome la insolente libertad de atacar y calumniar a todos los que no estén de acuerdo con sus snobismos y disparates, y los insulte llamándoles “ESCRIBAS Y FARISEOS DEL SIGLO XX” (¡qué original e ingenioso!), que están haciendo “UN INMENSO DAÑO A LA HUMANIDAD” (nada menos), y que son “TRADICIONALISTAS DIVISORES QUE BUSCAN DIVIDENDOS”. Tan agresiva fraseología resulta intolerable, pero se revuelve cruelmente contra sus responsables, cuando todos los carlistas sabemos quiénes son los que disfrutan de dividendos, sueldos y gajes a costa de los fondos de la Comunión Tradicionalista, y que, en vez de vivir para el carlismo (y haber sufrido cárceles y balazos por él), viven del carlismo; más claro: comen, visten, calzan, viajan y triunfan con el dinero del carlismo, como profesionales pagados de la política carlista, de la que hacen oficio y granjería, que sí, ciertamente, les produce muy buenos dividendos.

    Ante todas estas evidentes herejías carlistas, y ante el notorio intento de desviar al carlismo del único camino que le imponen su origen y su historia, y al que le obligan su propia substancia y el mandato de sus mártires, creo que, como carlista, tengo un perfecto e indiscutible derecho a preguntar públicamente, puesto que de materia pública y notoria se trata:

    Primero: Lo que se dijo en Montejurra el tres de Mayo de 1970, ¿es la doctrina que quiere imponérsele al carlismo y el camino que tenemos que seguir los carlistas? O más concretamente:

    a) ¿Admite y hace suyos la Comunión Tradicionalista el sufragio universal inorgánico, el régimen de partidos, el Estado demoliberal, el divorcio, la enseñanza laica, la coeducación, el no a la unidad católica, y el centralismo administrativo, como consecuencia de una “apertura” hacia la ideología demoliberal?

    b) ¿Es cierto que han existido y existen contactos entre representantes que se dicen autorizados del carlismo y los demócratas cristianos y otros grupos más a la izquierda, incluso comunistas? ¿Es cierto que se está tratando de llegar a un “modus vivendi” con la ETA?

    c) ¿Ratifica y se solidariza la Junta Suprema con todo lo que se dijo en Montejurra, empezando por su propia nota?

    Comprenderá usted que los carlistas tenemos el derecho a saber todo esto, a saber a qué atenernos, a dónde se nos lleva, y qué se hace con el dinero que entregamos a la Comunión. No somos un rebaño, y exigimos ser tratados como hombres pensantes y libres, ya que, además, se actúa en nombre nuestro.

    Y no vale callarse, no dar respuesta a las cartas, como viene haciendo la Secretaría General. Si yo no recibo contestación a estas preguntas, entenderé (y entenderán todos los carlistas) que son ciertos nuestros temores, y que se está tramando algo que ahora no quiero calificar y que es el traspaso o entrega de la Comunión Tradicionalista al demoliberalismo y las izquierdas. Perdóneme usted esta dureza de expresión, pero las cosas están llegando a unos extremos en que es necesario “dar la cara”, y proceder con absoluta sinceridad.

    Segundo: ¿Por qué ocurren estas cosas y se da lugar a estos graves equívocos en el seno de la Comunión Tradicionalista?

    La primera pregunta tiene que contestarla esa Junta Suprema. La segunda, voy a responderla yo ahora mismo.


    CAUSAS DE LOS ERRORES Y ATONÍAS EN EL CARLISMO, IDEALES Y DOCTRINAS

    Pues ocurren por ignorancia y otras causas, aún más graves y menos correctas, que en un próximo día examinaré más despacio y a fondo; pero, principalmente, por ignorancia de lo que es el carlismo, por falta de capacidad intelectual y de preparación cultural de los que ocupan la llamada “Secretaría General”, instrumento que tan sólo debiera ser ejecutivo, pero que desde hace años viene desgobernando la Comunión Tradicionalista con procedimientos dictatoriales y de camarilla. Sé que decir esto resulta también duro, pero es verdad, la pura y desnuda verdad, y la inmensa mayoría de los carlistas lo saben, lo reconocen y lo comentan cada día con más justa indignación.

    De ese modo, una camarilla apiñada en torno a la Secretaría General, hace y deshace a su antojo, clasifica a su gusto a los carlistas en “buenos” y “malos”, cierra puertas, obstaculiza audiencias, y, por último, nos da sorpresas tan graves como la nota y discursos anticarlistas que acabo de comentar.

    Y al mismo tiempo que esto ocurre, se está dejando al carlismo huérfano de organización, mientras se siembran en él recelos y divisiones. Se ha destruido la gloriosa milicia del Requeté “porque no está en línea progresista”, y se quiere hacer lo mismo con la de las “Margaritas” “porque ahora las mujeres son iguales a los hombres” (?), como explicó pintorescamente un romo “jerarca” de la Secretaría en una capital de provincia. Se hace incómoda la situación de muchas personas dignísimas, de bien probados servicios a la Causa. Con todo ello es innegable que existe hoy en el seno del carlismo un clima de incomodidad, de recelos, de desesperanzas, que se tradujo en el propio acto de Montejurra último, al que asistieron visiblemente menos personas que en años anteriores, y muchos se fueron tan decepcionados que no volverán el año que viene. Y muy especialmente, se persigue a todo el que piensa, a todo el que discurre, a todo el que no dice “sí” y aplaude a cuanto manipula, en misterio de camarilla, la Secretaría General. Y los que proclaman enfáticamente tantas libertades: políticas, sindicales, de pensamiento, de religión, etc., etc., se convierten en los dictadores más implacables, correligionarios de aquel chusco personaje de la zarzuela “La Marsellesa”, cuando cantaba:

    El pensamiento libre
    proclamo en alta voz;
    ¡y muera el que no piense
    igual que pienso yo!

    De esa persecución y apartamiento de los principales elementos intelectuales y cultos del tradicionalismo, nacen los disparates, desviaciones y herejías que se manifestaron en la última carlistada de Montejurra. Y resulta indudable que hay en todo esto una responsabilidad gravísima, diríamos, con pícara frase de actualidad, “una enorme Matesa ideológica y política” dentro del carlismo, que es imprescindible esclarecer cuanto antes.

    Toda esta situación y estos peligros tienen su origen y una explicación bien clara –insisto– en la falta de cultura, inteligencia y tacto político con que se opera desde la Secretaría General. Si allá hubiese esas facultades, sabrían que el carlismo tiene en su propia historia, en su propia doctrina, en su propia acción, elementos sobrados para una propaganda eficaz basada en las realidades de su mismo ser histórico.

    Sabrían que el carlismo puede elaborar, con sus propios ingredientes tradicionales españoles, una doctrina muy actual, suya, españolísima, sin necesidad de mendigar tópicos a progresistas y marxistoides. Y, si esa doctrina nos sitúa abiertamente frente al régimen imperante por su centralismo, capitalismo y dictadura, nos enfrenta también radicalmente al conglomerado liberal o marxista. Por eso somos muchísimos los carlistas que nos oponemos al régimen actual, pero que igualmente estamos totalmente en contra de las soluciones de la llamada izquierda, bien sea demoliberal, comunista o separatista. Es decir, que estamos, sencillamente, en nuestra insobornable posición de CARLISTAS; que no somos de “derechas”, pero tampoco somos de “izquierdas”.

    Si la Secretaría General tuviese inteligencia y cultura política, sabría que existe una política social-económica muy nuestra, que no es capitalista ni marxista, en la acepción usual de ambos vocablos. Sabría que el capitalismo moderno fue engendrado precisamente por el liberalismo, y que tuvo su más fuerte base en la desamortización, la cual entregó una gran masa de la riqueza nacional (precisamente la que cumplía fines sociales) en manos de una exigua e imperfecta burguesía, pero que respetó y engrandeció los cuantiosos bienes de una clase nobiliaria anacrónica, ociosa y extranjerizada, que se acomodó muy bien con el liberalismo. Y que esas clases, con todo el poder político, económico y militar a su servicio, crearon la gran farsa del régimen liberal, con sus partidos políticos (los que se añoraban en los discursos comentados), con su caciquismo, con una explotación codiciosa y materialista de los pobres, llevando así a cabo la mayor estafa política y social de la Historia de España, pues el capitalismo español no se justificó históricamente, como el de algunos países extranjeros, con la creación dura y fecunda del industrialismo.

    Sabrían que todo eso (que nos llevó a varias guerras civiles, la última en 1936), fue siempre combatido heroicamente por el carlismo. Que el carlismo vio claro el fatal proceso del liberalismo y del capitalismo español. Que el carlismo, por lo tanto, no está comprometido con el liberalismo capitalista, sino que, por el contrario, propugnó siempre otra desamortización “al revés”, que entregase, que devolviese al pueblo, la inmensa masa de riqueza que, gracias precisamente a la revolución liberal y a su juego de partidos, viene detentando una minoría dominadora y soberbia, acomodaticia y hedonista a un tiempo, que no tiene más Dios ni más fe política que su capital, y que fue monárquica con la monarquía isabelina y alfonsina, republicana con la República, y franquista con Franco, y está dispuesta a pasarse a ese intento que llaman el Estado tecnócrata, o a la democracia cristiana, o a la socialdemocracia, o quien le ofrezca más garantías para sus privilegios crematísticos y sus relaciones con la Internacional capitalista. Ésa es la maniobra que ahora están practicando algunos capitostes cínicos, que antaño se hacían pasar por muy totalitarios y vistieron la camisa azul (sin sentirla) y triunfaron y medraron con ella. Hogaño esos tipos fingen predicar “europeísmo democrático” y hasta “frentes populares”. Son los aprovechados y logreros de siempre. Pero no engañan a nadie, pues todo el mundo les conoce, y los hombres honrados les desprecian. ¿Y a esa escoria se pretende que se una el carlismo?

    Si hubiera cultura en la Secretaría General, sabrían que existió siempre en nuestra Causa un agudo sentido social tradicionalista español, corporativista, cooperativista y comunero. Que, por ejemplo, Costa y Unamuno –nada sospechosos de carlismo– se ocuparon inteligentemente de él (socialismo rural carlista, le llamó Unamuno), estudiándolo como un hecho social interesantísimo, típicamente español. Sabrían que la asombrosa pervivencia del carlismo, tanto o más que por causas religiosas y forales, se explica por ese sentido social popular que le permitió contar con grandes masas rurales, con las que sostuvo sus guerras civiles, que fueron, en buena parte, guerras sociales de campesinos y artesanos pobres contra el capitalismo liberal que venía a destruir las libertades efectivas y los amparos materiales que –con todos los defectos de su tiempo– les daba la vieja sociedad cristiana. (El propio Marx indicó esto al ocuparse del carlismo español en un artículo publicado en la “Rheinische Zeitung”). Sabrían que existe una historia social del carlismo y del siglo XIX que nunca fue divulgada porque la burguesía capitalista y su “superestructura” (perdón por el término marxista) intelectual, la ocultaron entre la turbamulta de sus muletillas patrioteras y liberalescas, ya que para ello disponían de medios de imposición y comunicación.

    Sabrían también que la Comunión Tradicionalista está en la obligación ineludible de enseñar a la juventud y al pueblo que la Tradición no es algo arcaico y muerto (como creen algunos mentecatos, es decir, de mente capta o presa o atascada), sino, por el contrario, una fuerza viva, dinámica, fecunda y perennemente actual. La Tradición no es minoseísmo ni estancamiento, sino base y cauce de auténtico progreso, o sea, ordenada evolución y desarrollo. Y cuando un pueblo tiene la dicha de poseer una Tradición creadora de tan altos valores de toda clase, como le ocurre al pueblo español, es un deber proclamarla y exaltarla. No hace mucho que uno de nuestros primeros científicos, Don Ramón Menéndez Pidal, explicaba: “El culpable de las faltas retrógradas del pueblo español no es absolutamente el tradicionalismo; más bien a él se debe lo mejor que España ha producido… La Tradicionalidad, en sí misma, es una fuerza positiva, única manera de vivir una vida de personalidad fuerte”. ¡Qué distinto todo eso a las sandeces y mendacidades que tuvimos que soportar el otro día en Montejurra!

    Si la Secretaría General tuviera cultura carlista, o simplemente cultura, sabría que, como consecuencia de todo eso, el carlismo puede ofrecer una actualización vigorosa, original, suya propia, de doctrinas sociales, políticas, económicas y culturales para conocimiento del pueblo y enseñanza de la juventud. Pero como desconoce todo eso, y la ignorancia es siempre irresponsable, ha encontrado más cómodo orientar a la gente moza (y confundir al resto de la gente) hacia el lado demoliberal y marxistoide (Dios sabe con qué fines) plagiando de mala manera las actitudes y tópicos verbales arañados de malas traducciones. Con esto, lejos de hacer carlismo, se continúa el triste ejemplo liberal del proceso de nuestra decadencia intelectual (“donde no hay tradición, hay plagio”), y se castra la potencia creadora y españolista de las nuevas generaciones al llenarle la cabeza de “tanques de Praga”, “pioneros”, “Latinoamérica”, “Controles”, “Paternalismo”, “Tercer mundo”, “Aggiornamento”, “Democracia”, y demás lugares comunes de periódico, hoy de rabiosa moda, como las minifaldas, los bikinis y las drogas, pero que en un mañana muy próximo no dirán nada y serán olvidadas vejeces. En vez de toda esa basura, ¡qué gran inyección de savia eterna, de vena popular y raíz española, podría haberse insuflado a la juventud carlista en estos días; vena, savia y raíz, que hicieron y harán posible la supervivencia de la Causa! Pero pedir estas cosas a la Secretaría General, sería tanto como pedirle peras al olmo o naranjos al Polo. Nadie puede dar lo que no tiene,

    … y cuando los ciegos guían
    ¡guay de los que van detrás!

    Igual que en este aspecto social-económico de redistribución de la riqueza nacional, o del de la cultura, podría decirse en el orden político-administrativo en relación con la forma foral o descentralizada del Estado español. Fue el liberalismo quien nos impuso el centralismo unitario copiado de la “Republica una e indivisible” de Francia; uniformismo rígido que agobió al pueblo español, mató la fértil libertad de las regiones, y engendró, por reacción, el separatismo disociador y suicida. Y también el liberalismo quien nos trajo las dictaduras militares, como reacciones y soluciones momentáneas al caos y los vacíos producidos por la lucha, cerril y agotadora, de los partidos políticos. Y las últimas consecuencias de todo esto, las estamos viviendo actualmente. Por todo ello, resulta trágico y grotesco a un tiempo, que un neocarlismo delirante nos salga ahora con la tecla de que hay que renegar de toda nuestra historia para darle la razón a los liberales y al partidismo, e incluso ayudarles a crear un nuevo Frente Popular pintoresco y absurdo en el que usted, Don Juan Palomino, y demás respetabilísimos caballeros católico-monárquicos de la Junta Suprema, irían del brazo del ex-Ministro de Franco, Sr. Ruiz Giménez, de algún “hermano descarriado” (perdón, “separado”), de Don Santiago Carrillo, o tal vez de la Señora Doña Dolores Ibárruri, alias “La Pasionaria”, bien conocida defensora de la democracia popular. Que, después de lo que oímos el otro día en Montejurra, ya a nadie le extrañaría nada.

    ¿Y no cree usted, Señor Presidente, que, mucho mejor que desbarrar en Montejurra, hubiese sido esa ya aludida elaboración inteligente y actualizada de la doctrina carlista, para ofrecer al pueblo un programa claro y serio de soluciones, ante la actual problemática española? Pero eso no puede hacerlo la Secretaría General, que, como se dice en el verso de Machado, “desprecia cuanto ignora”, ¡y por ese desprecia tantas cosas!

    ¿Y no cree usted también, Señor Palomino, que en Montejurra, en vez de proponer extravagantes Frentes Populares y entonar inoportunos cantos al demoliberalismo, hubiesen venido mejor algunos toques contra esta sociedad de consumo, hedonista, desmoralizada y desmoralizadora, paganizada, pornográfica, decadente y suicidamente demagógica, que nos lleva a un abismo y que es la negación total de todas las reciedumbres y de toda la moral tradicionalista del pueblo español, cuyo más puro y terco representante ha sido siempre el carlismo?


    PARÉNTESIS EN DEFENSA PROPIA

    Y ahora, como bien sé yo que esta carta va a poner verdes de ira y rabia a ciertos personajillos “mandones” y engreídos de la Comunión, quiero salir al paso del latiguillo que vienen usando contra los que no dicen siempre “amén” a sus maniobras, imposiciones y herejías políticas. Este latiguillo consiste en acusar de “traidores” (es su palabreja favorita), de rebeldes, de disidentes, de no respetar a “la Jerarquía” (así, con mayúscula, que se creen ellos que son), de no acatar a la Dinastía, y, sobre todo, de estar “vendidos a la dictadura franquista”. Verá usted que conozco las cartas marcadas con que juega esa gente.

    Pues bien, yo declaro aquí públicamente, bajo juramento y palabra de honor: que no soy franquista, que no tengo la menor relación con el régimen imperante, ni tuve, ni tengo, ni espero, ni admito ningún cargo o favor de ese régimen. Que siempre dije, sin recatarme, que el carlismo debe permanecer “a honesta distancia” de él, y proclamar a los cuatro vientos que nada de común tiene con él en estos momentos, y que, por ello, ni se llama a participar de sus éxitos y ventajas, ni se responsabiliza de sus fallos y errores. El carlismo es muy anterior al régimen, y espera, Dios mediante, sobrevivirle muchos años. Y debe tener las manos libres para el futuro, sin gravámenes ni hipotecas.

    Afirmo también, con todo orgullo, que mi lealtad a la Dinastía legítima podrá ser igualada por la de muchos carlistas, pero no superada por ninguno; que la reconozco y proclamo como tal, y para mi doble entender de carlista y hombre de Derecho, no hay más legitimidad dinástica que la que nace de la Ley de Sucesión del 10 de Mayo de 1713, que es la que rige en nuestra Monarquía tradicional, puesto que fue aprobada legítimamente en Cortes y no ha sido legalmente derogada con arreglo a nuestro derecho tradicional. Que cuando las Reales Personas fueron injusta e impolíticamente expulsadas de España, yo les renové públicamente mi fidelidad y, abandonando mi trabajo (pues soy hombre que vive únicamente de su diario quehacer intelectual), corrí a ofrecerles mi persona y mi pluma, como en 1936, en mi primera juventud, me apresuré a ofrecer mi vida a la Causa, como lo acreditan las tres heridas que recibí en función de guerra, peleando como voluntario carlista. Que inmediatamente a la expulsión arbitraria de las Reales Personas, escribí el “Alegato en defensa del derecho de la familia Borbón-Parma a la nacionalidad española”, que fue presentado a las Cortes y circuló por toda España, con unánime satisfacción de todos los carlistas y españoles amantes de la verdad y la justicia. Que después escribí e imprimí el folleto “Lo que es hoy el carlismo”, que conocen muy pocos, pues su circulación fue prohibida por las autoridades imperantes. Que condené también públicamente y con toda energía, las trapisondas, visiteos y tentaciones de unos pocos desacreditados carlistas, flacos y tránsfugas, que, a la sombra del nombre glorioso de Vázquez de Mella (y de otros nombres mucho menos gloriosos), intentaron llevar al régimen gentes de nuestra Comunión, seguramente con el ánimo de cobrarse un corretaje que a última hora se les niega, tal vez por aquello de:

    el traidor no es menester
    siendo la traición pasada…

    En una palabra, que soy un carlista, como tal, irreprochable, y si alguien tiene algo que decir de mí, le reto, desde ahora, a que lo diga públicamente, con su firma, como yo firmo esta carta abierta, señalando los cargos concretos, mostrando las pruebas, y haciéndose responsable de las falsedades, injurias o calumnias a que hubiese lugar.

    Es precisamente por esa posición mía de toda la vida, de carlista íntegro y consciente, por lo que tanto me preocupa la actual situación de nuestra Comunión, sus desviaciones, sus fallos, y la dictadura obtusa, inculta y maleducada que ejerce la Secretaría General, creadora de un ambiente de confusión, desorganización, ineficacia y desconcierto, que está a la vista de todos y que culmina en los tan graves traspiés ideológicos de la última carlistada de Montejurra.


    NECESIDAD DE UNA ASAMBLEA GENERAL COMO LA DE VEVEY

    Para hacer frente a tan peligrosa situación, para evitar escisiones masivas, decepciones y abandonos; para aclarar el ambiente espeso de recelos e indecisiones que nos rodea, y conservar, intacta, la unidad, yo no veo, a estas alturas, más que una solución: la de convocar una Asamblea general carlista de representantes de todas las regiones y tendencias, la cual deberá reunirse en el extranjero, convocada por S. M. el Rey. Allí se podrán exponer los distintos puntos de vista con lealtad y claridad, y tratarse ampliamente de toda la actual problemática española; y de allí podrán salir las bases para el gran programa político-social-económico que el carlismo tiene que ofrecer al pueblo en este 1970. Aún es tiempo de hacerlo, de rectificar y de lograr una Comunión unida, recia, ortodoxa y fiel a sí misma.

    Esta Asamblea no es cosa nueva en la historia del carlismo. Hay sobre esto ilustres precedentes; el más conocido e importante, el de la Asamblea de Vevey, que se reunió hace un siglo (Abril de 1870) y, por cierto, en circunstancias bastante semejantes a las actuales. Reinaba entonces también un gran confusionismo; había “integristas”, “progresistas” (aunque entonces no se llamasen así), “cabreristas”, y algo muy grave que, por fortuna, hoy no tenemos: el Rey Don Juan III entregado al liberalismo, y con la pretensión de rectificaciones ideológicas y alianzas imposibles con los naturales enemigos de la Causa. Y de aquella gran Asamblea, que supo sobreponerse a todas esas circunstancias adversas, salió consagrada la genial figura del gran Don Carlos VII y una de las etapas más gloriosas del carlismo. Claro está que entonces las funciones de dirección que hoy monopoliza dictatorialmente una inepta Secretaría General, estaban en manos de hombres como Aparisi Guijarro, Tejado, Navarro Villoslada, Manterola, Estrada, Caso, ¡y en eso sí que nos llevaban entonces enormísima ventaja!

    Ahora –cien años después– hay que ir a otra Asamblea como la de Vevey. Lo reclaman todos los carlistas conscientes y responsables, todos los que ahora no pueden hablar ni manifestarse y ven con dolor la ruina y el descrédito de la Comunión en manos de esa camarilla tiránica, que es la misma –¡paradojas de la vida!– que anda por ahí hablando de “democracia”, “libertad”, “partidos”, “diálogo”, y pide esas cosas para los comunistas, para los republicanos, para los liberales y los separatistas, mientras se las niega a los buenos y leales carlistas. ¿No hablan, para estar a la moda, de una “apertura al diálogo”? Pues ahí tienen una buena ocasión de mostrarse sinceros y congruentes con sus afirmaciones. Vamos a dialogar, a dialogar todos, a dialogar claramente en una Asamblea general, cara al pueblo.

    No hay más solución ni remedio que ir a una Asamblea general como la de Vevey, a la que asistan no sólo los jerarcas designados por S. M., sino representantes de todas las regiones y las personalidades cultas y responsables del carlismo, como en unas Cortes, sin las cuales no es posible Monarquía tradicional en España y sí solamente ilegalidad y tiranía. Ninguna voz leal debe dejar de ser oída con atención y respeto. El futuro de España se refiere a todos, nos interesa a todos, y todos tenemos el derecho de ser oídos cuando se trata de él. Es ése uno de los mínimos derechos humanos, que jamás fue negado por el Estado de Derecho de nuestra Monarquía tradicional dentro de sus cauces legítimos.

    Vayamos a la Asamblea. Eso es lo inteligente, lo legal, lo transparente, lo recto, lo limpio, lo tradicional, lo de cara al pueblo y a la Historia. Que allí cada uno sea responsable de sus palabras y conductas. Pongamos así remedio al clima irrespirable que ya se está formando dentro de nuestra Comunión. Convirtamos la ciénaga que empieza a pudrirse y mata, en corriente canal que limpie y fecundice.


    LA DISCIPLINA Y LA MORAL

    No ocultemos más las realidades que existen. Y ese clima y esa ciénaga existen, y son una realidad que sólo puede ser negada “oficialmente” por la camarilla secretarial y corruptora. Yo mismo tengo un fichero con muchísimas cartas recientes de carlistas de toda España, doloridos y quejosos de las cosas que están ocurriendo, o cansados de que no se haga nada eficaz y práctico. Sé que en estos días se están celebrando reuniones y se cruzan escritos ante las desviaciones increíbles que se manifestaron en Montejurra. La disciplina política se rompe y resquebraja por todas partes. Porque no hay disciplina política posible donde no existe una comunidad consciente, un “mutuo consensus”.

    La disciplina no puede mantenerse bajo la tiranía, la ineptitud y la injusticia, ni, en este caso, para realizar a su sombra la transformación, el desmantelamiento del carlismo. Recuérdese el ejemplo glorioso de los oficiales del Ejército, que, desobedeciendo a su Capitán General, se batieron en Madrid al frente del pueblo el 2 de Mayo de 1808. Ellos fueron “indisciplinados” y no cumplieron la consigna de unirse y colaborar con los invasores, porque CUANDO LA CONSIGNA ES INFAME, LA DESOBEDIENCIA ES EL DEBER.

    Lo que ahora pretende imponérsenos desde la Secretaría General, no es disciplina, sino eso, imposición, sin dar ninguna participación, ni explicación, ni querer oír a los carlistas: todo “impuesto”, todo por sorpresa, y elaborado Dios sabe en qué recónditos laboratorios, como los discursos antitradicionalistas que “estallaron” el día 3 en la campa montejurrana. Y, así, se piden y manejan fondos sin dar cuentas, se hacen las destituciones para satisfacer rencores personales y en evidente deservicio de los intereses carlistas, y se dan los cargos sin la menor inteligencia selectiva, lo que recuerda aquella petición de los procuradores en las Cortes de Burgos de 1464 protestando ante el Rey de la designación de “personas inhábiles e de poca sciencia”, “al nescio le facen alcalde, e los mejores son preteridos”; actitud que constituye un precedente bien tradicionalista, justiciero y de libre crítica, que encaja perfectamente en nuestro caso, quinientos años después.

    No tenemos prensa, ni se hace una propaganda práctica, aunque bien es verdad que, para propagar cosas como las dichas en Montejurra, es mejor que no la haya. Nada se ha hecho para tener prensa y soy testigo, en esto de mayor calidad, por haber sido protagonista de una coyuntura, en tal aspecto, que fue zafiamente desaprovechada el pasado año por los recelos y envidias de la funesta Secretaría. Y entre tanto, los días corren y los acontecimientos se nos van a echar encima, sorprendiéndonos, cogiéndonos desprevenidos, divididos y sin organización real y efectiva. Y se está comprometiendo al carlismo con ligerezas y falsificaciones como las del último Montejurra. Urge, urge muchísimo, arreglar todas estas cosas. Hay que reorganizarse. Hay que redactar un programa preciso y claro para el pueblo, hay que comparecer responsablemente ante el pueblo español. Y para ello, repito, sólo existe un camino eficaz y lógico: la Asamblea general, abrir ventanas para que se vivifique el ambiente.

    Para tratar de esto y de otros problemas de la Comunión, yo le pido a usted, Señor Presidente (y se lo pide en público, a la faz del carlismo), que traslade al Rey N. S. mi humilde súplica de una audiencia, para llevar al regio Despacho algo del aire de los campos y las calles de España. También sobre esto espero su respuesta o la significación de su silencio.

    Usted, Señor Palomino, con su autoridad, su veteranía y su prestigio, puede prestar un gran servicio a España, al carlismo y al Rey. Cortar desde su alto cargo las evidentes desviaciones antitradicionalistas que se están manifestando, pedir a S. M. la inmediata celebración de la Asamblea, y poner a la Real Persona en relación directa con los leales carlistas, que sólo buscan su mejor servicio. Me permito suplicarle que piense usted en su historia de siempre, adscrita generosamente a los más altos y puros ideales, historial que no puede ser utilizado por otros, a última hora, para encubrir turbias maniobras, como la de declararnos demoliberales y llevarnos de comparsas a un Frente Popular como el que ya vencimos virilmente en 1936. Miles y miles de carlistas se lo pedimos. Y como en la bella y preciosa fórmula del juramento antiguo, le decimos a usted: “Si tal hacéis, que Dios os lo premie; y si no, que os lo demande”.


    PELIGROS EN EL FUTURO. NUESTRA ACTITUD

    Lo porvenir se nos presenta incierto y difícil. Que nadie se haga ilusiones, ni se deje engañar por retóricas huecas o teóricos esquemas. Nada debemos esperar del régimen actual, que representa conceptos e intereses ya bien conocidos, políticos, sociales y económicos, que nada tienen que ver con el carlismo. Pero tampoco podemos aguardar nada de un triunfo liberal de derechas o de izquierdas y no digamos rojo, frente al cual el carlismo no tendría más disyuntiva que hacer otra guerra civil a la desesperada o perecer ante los pelotones de fusilamiento, los campos de concentración o los calabozos de las “chekas”, como pasó en Cuba, en China, en Polonia, en Hungría, en tantas naciones. Todo esto es crudo y pesimista, pero es una verdad histórica. Por lo tanto, la única postura inteligente del carlismo es meterse en sí mismo, fortalecerse y ponerse en condiciones para hacer frente a lo que pueda traernos el futuro. Habrá grandes desplazamientos hacia la revolución roja y hacia la reacción tradicionalista, sobre todo si sabemos actuar inteligentemente y somos fieles a nosotros mismos. Como en todo proceso patológico, si no vence la reacción, sobreviene la muerte. Estemos preparados. Porque la hora amarga llegará, y será muy distinta de la actual, y en ella tendremos –otra vez– que jugarnos el todo por el todo, arma al brazo y la boina colorada sobre la frente.

    Tenga también en cuenta que, cuando mañana se escriba la Historia del carlismo en esta época, en ella quedará constancia de actitudes, documentos y discursos, para que la posteridad nos juzgue a todos, tanto a los que como ustedes poseen hoy la condición cuasi-divina de “Supremos”, como a los que sólo somos soldados de filas de la Tradición. Por mi parte, yo espero ese juicio con la conciencia muy tranquila.


    RESUMEN FINAL

    Como resumen de todo lo expuesto y comentado, afirmo finalmente: hay dos hechos inadmisibles que, de realizarse, constituyen una GRAN TRAICIÓN AL CARLISMO y que los carlistas JAMÁS PODRÁN ADMITIR. Estos hechos son:

    Primero: Formar o tolerar que se forme a la juventud con ideas y sentimientos que son, con toda evidencia, radicalmente opuestos al carlismo y a todo lo que el carlismo significó siempre.

    Segundo: Orientar políticamente a la Comunión Tradicionalista hacia ideologías opuestas a su sustancia y formas esenciales, o comprometerla con alianzas que repugnan a su propia naturaleza.

    Hacer o consentir eso sería –repito– una gran traición y una burla sangrienta a la memoria de todos los que, durante ciento cincuenta años, creyeron, lucharon, sufrieron y murieron en, y por, los grandes ideales de la Tradición española, cuyo depositario y representante ha sido siempre, y deber se ahora, más que nunca, el carlismo.

    Los discursos de Montejurra y la nota de la Junta Suprema allí leída, demuestran públicamente que ambas cosas se están intentando o insinuando por algunos en estos momentos. Por eso, es imprescindible exigir, aclarar y definir responsabilidades, y desautorizar pública y satisfactoriamente a los que resulten responsables. El no hacerlo, significaría una impunidad inadmisible y peligrosa.

    Espero respuesta de esta carta que, con fecha de 11 de Mayo, le envío certificada, desde la Administración de Correos de Luarca, a su domicilio: General Queipo de Llano, número siete, en Jerez de la Frontera. Espero esta respuesta de su sentido de la responsabilidad como leal carlista, y de su proverbial cortesía como caballero particular.

    Quiero terminar esta ya larga y dolorida epístola con el grito tradicional de nuestros pueblos cuando se sentían mal gobernados y pedían justicia:

    ¡Viva el Rey, y abajo los malos Ministros!

    Afectuosamente le saluda,


    firmado J. E. Casariego



    Casona de Barcellina, Luarca, 11 de Mayo de 1970.


    .
    Última edición por Martin Ant; 11/06/2020 a las 14:10

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