Todos mirando las "rarezas" de un sector ¿creciente? de la Curia que hacen pensar que debajo de las sotanas no hay curas, sino masonazos infiltrados, y resulta que hasta es posible que el cisma, que ya ha comenzado de hecho y el tiempo lo mostrará abiertamente, puede manifestarse ya a través de la política. Salvini citando o encomendándose a la Inmaculada Concepción de María, instando al rezo del rosario en sus mítines, Bolsonaro ha permitido o fomentado la consagración de Brasil al Sagrado Corazón de María, en España los nuevos diputados de VOX por Valencia jurando sus cargos por Dios y España con la Biblia en la mano y un Crucifijo delante, mientras algunos obispillos, y según parece el Papa al frente, condenando a Salvini y jugando a revolucionarios al servicio del NOM. Las Sagradas Escrituras ya nos avisan de estos tiempos, aunque no les pusieran fechas, pero leyéndolas hay pasajes que parecen una crónica de nuestros días, y todas anuncian el final, la hecatombe para toda la lacra que se ha ido apoderando de todo aquello con lo que no se debe jugar. Al tiempo, pero vamos directos a un enfrentamiento, que cada cual tome sus medidas.
Francisco, Salvini y el cisma político
Por Carlos Esteban | 23 mayo, 2019
Si los más alarmistas alertan de un cisma en la Iglesia que nunca llega ni tiene verdaderos visos de llegar, la campaña de las europeas evidencia la existencia de otro cisma, este real y visible, en la política de los católicos y, muy especialmente, de los católicos italianos.
Manca finezza, que dicen en Italia: falta finura, sutileza. Aunque mantiene todas las utilísimas ficciones jurídicas de su condición de Estado, el Vaticano no deja de ser un barrio de Roma, la capital italiana, y la Santa Sede no ha dejado nunca de intervenir en la política de la república que le rodea y, al fin, le acoge. Pero con finura, con discreción y, sobre todo, sabiendo que cuando se pierde hay que tratar con el secreto ‘enemigo’ sin que se note que lo ha sido.
Pero con Francisco en la Cátedra de Pedro y Salvini en el Gobierno, y más ahora con la inminencia de las elecciones europeas, no solo ha saltado por los aires todo disimulo y toda pretensión de neutralidad, sino que se ha hecho, por parte de la Curia y la jerarquía italiana, a contrapelo de la opinión mayoritaria de los católicos y de la postura tradicional.
La visión sobre la inmigración ilegal desde el Norte de África que mantiene el ministro del Interior y líder de la Liga, Matteo Salvini, no puede ser más contraria a la que defiende Su Santidad, y la cosa sería más o menos salvable -¿quién está de acuerdo en todo con cualquier otro?- sino fuera porque este es el punto más importante, casi único, en las posturas de ambos rivales.
En Italia entraron en dos años de forma ilegal unos 700.000 africanos cuando la Unión Europea compró a Turquía para que cerrara el paso de ‘refugiados’ hacia Grecia y los traficantes de seres humanos pusieron proa rumbo a la península. La avalancha colapsó los servicios sociales, multiplicó la inseguridad en las calles, desestabilizó el presupuesto y cambió radicalmente la opinión popular con respecto a la acogida, llevando a la victoria a dos partidos opuestos entre sí según la división clásica de izquierda y derecha -el Movimiento 5 Estrellas y la Liga-, pero acordes en la necesidad de cerrar el grifo. Y si bien la Liga es el miembro menor de la coalición, la eficaz política del ministro del Interior cerrando los puertos a las ONGs ‘de rescate’ le ha convertido en el político más popular -y también en el más odiado- de Italia.
Por su parte, el Papa ha convertido la ‘acogida’ en un ‘ritornello’ absolutamente obsesivo al que dedicó incluso el Via Crucis romano de la pasada Semana Santa, no queriendo establecer límites de número o de status (refugiado o inmigrante económico; legal o ilegal) y arrastrando al resto de conferencias episcopales en su personal cruzada política, muy especialmente la italiana.
Lo distintivo de la situación estaría, pues, en dos novedosos rasgos clave: que la guerra es ya apenas soterrada, y se hace más bien a calzón quitado y a cara de perro; y que la Iglesia abandera una posición política muy distinta de la defendida hasta ahora. Para decirlo crudamente, sin finura alguna, el modelo político por el que aboga la Santa Sede es el progresismo de izquierdas.
En sus posiciones políticas, y con las excepciones inevitables, no cabe un alfiler entre la posiciones de Francisco y las de la ONU: globalismo, desaparición de fronteras, trasvase demográfico, autoridad supranacional, lucha contra el cambio climático.
La Iglesia no solo ha intervenido siempre en política, sino que tiene una grave obligación de hacerlo allí donde la política tiene claras consecuencias morales. Tradicionalmente, el caballo de batalla de la Iglesia ha girado en torno a los temas de familia y vida, particularísimamente la plaga del aborto. Pero ahora estos asuntos, sin ser negados o contradichos en absoluto, han pasado a un segundo plano, si no a un tercero o un cuarto. En la reciente Marcha por la Vida en Roma, por ejemplo, solo asistieron dos cardenales, y ninguno de ellos italiano: el norteamericano Raymond Leo Burke y el holandés Willem Jacobus Eijk.
Pero hay un tercer rasgo, y es que la opinión católica, el laicado, no sigue esta vez mayoritariamente las instrucciones de sus pastores en política. No solo es que Francisco se parezca muy poco a Pío IX, es que no es tiempo para que cuele un ‘Non Expedit’ romano.
El laicado no entiende este brusco cambio en la posición política de la cúpula católica; no ve cómo asuntos que anteayer y desde hace milenios no han preocupado ni mucho ni poco a los pastores se conviertan en centrales, mientras que los que llevan décadas siendo centrales parezcan ese tío incómodo que hay que aceptar en la casa pero del que se prefiere no hablar demasiado.
Tampoco entiende el entusiasmo de Francisco por invitar a Europa a millones de personas que no comparten ni fe, ni lengua, ni costumbres ni, sobre todo, una visión del mundo similar.
No entiende su ingenuidad ante el islam, que sigue persiguiendo o discriminando a los cristianos allí donde predomina, o con la China comunista, con la que ha firmado un pacto que ha obligado a Roma a reconocer a obispos nombrados por el Partido Comunista.
No entiende por qué el ‘Papa de la misericordia’, que está dispuesto a reunirse con sátrapas de regímenes que reprimen a la iglesia y pide perdonar de todo corazón a aquellos que más nos odian, es incapaz de reunirse con Matteo Salvini porque tiene una política distinta a la que él abandera.
No entiende, en fin, los modos demagógicos con que el Vaticano actúa, como el indignante incidente del limosnero papal delinquiendo en territorio italiano a favor de una mafia ‘okupa’, que se quiere presentar como un gesto de heroica santidad franciscana.
Y es que, si lo que preocupa son los refugiados, todo el mundo sabe que el Vaticano es el único Estado europeo que no ha acogido a uno solo de ellos; y si se trata de albergar a los sintecho, veamos: solo en Roma, y solo Propaganda Fide, tiene inmuebles y terrenos en via S. Teodoro, via di S.Giovanni in Laterano, via Boncompagni, via delle Mura, piazza Mignanelli, via Margutta, piazza di Spagna, via Bocca di Leone, via del Babuino, via della Conciliazione, via dei Corridori, via dell’Orso, via dei Coronari, via della Vite y via del Governo Vecchio, 957 en total; el Vicariato tiene en via del Colosseo, via di S. Croce in Gerusalemme, via di Fara Sabina y via Flaminia, 191 inmuebles; Caritas Italia, 79; la APSA cuenta con 82 sedes… Así, hasta llegar a la banca vaticana, el IOR, que es dueño de inmuebles por valor, según cálculos de 2013, de 7.000 millones de euros. Quizá más fácil que arrastrarse por las alcantarillas con un destornillador hubiera sido alojar a los ‘okupantes’ del Spin Time Lab en algunas de estas numerosísimas propiedades.
https://infovaticana.com/2019/05/23/...isma-politico/
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