Revista FUERZA NUEVA, nº 467, 20-Dic-1975
La homilía del cardenal
Toda España estaba pendiente de los televisores para ver los actos solemnes con que se celebraba la subida al Trono del nuevo Rey. Y aunque la cosa ya queda lejos, conviene recordar que va un cardenal, que es arzobispo de Madrid y se aprovecha de esa expectación, que desde luego no estaba motivada por su persona ni atraída por su poder de convocatoria, para soltarnos un rollo de carácter político que nadie había pedido y que, a la mayoría del pueblo, que se veía obligada a aguantarlo, le traía sin cuidado.
A mí me parece muy bien que el señor cardenal exponga en actos propios las ideas que quiera. El que vaya a oírle ya sabe a lo que se expone. Pero que se aproveche de un acto en el que su persona era perfectamente intercambiable, pues igual daba que la misa la hubiera dicho él que otro cardenal, otro obispo o, incluso, el párroco de cualquier modesto pueblo español, para largarnos lo que de otra forma no le íbamos a oír, es algo así como poner el huevo en nido ajeno.
Lo peor fue el efecto de la sorpresa. A la mayoría nos cogió desprevenidos y no reaccionamos a tiempo. Pero luego, cuando la televisión repitió en distintas ocasiones los actos de aquel día, ya no había problema: cuando comenzaba a hablar el cardenal se apagaba el receptor y santas pascuas.
Lo que yo quisiera saber, después de tan asombrosa homilía, es quien se arriesga a invitar al señor obispo para intervenir en otro acto. Me parece que se ha jugado una parte importante de la eventual clientela.
Juan Nuevo
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