Revista FUERZA NUEVA, nº 469, 3-Ene-1976
Luz y sombra
Aunque pueda no parecerlo a ciertos espíritus, don Salvador Muñoz Iglesias ha hecho un eficaz servicio a la archidiócesis de Madrid. A lo largo de más de una hora, ante el señor cardenal-arzobispo [mons. Tarancón] y más de 300 sacerdotes hizo un largo resumen de los puntos positivos y negativos que los diez años del posconcilio están viendo en Madrid.
Don Salvador fue el eco de muchos, muchísimos sacerdotes de Madrid, y de muchísimos más seglares y religiosas que podrían decir muy bien lo que él dijo en la introducción: “Mentiría si dijera que todo me parecía bien o me era indiferente en la marcha de la diócesis" (...)
Ello tuvo lugar en la tarde del 9 de diciembre en el salón de actos de la parroquia de San Jerónimo de Madrid. (...)
Se expusieron con la máxima brevedad y discreción una serie de hechos, cuya realidad objetiva nadie puede negar (...)
A título informativo, vaya el número IX de las disertaciones sobre Desviaciones Doctrinales:
- “SE NIEGAN PÚBLICAMENTE POR SACERDOTES: El dogma del infierno, la infalibilidad pontificia, y las definiciones conciliares, la inspiración divina de la Sagrada Escritura, la virginidad perpetua de María, la necesidad de la Iglesia y del bautismo para salvarse, la eficacia “ex opere operato” de los sacramentos que abiertamente se califica de magia, la distinción entre el cuerpo y el alma humanos rechazando la escatología intermedia, la presencia real de Cristo en la Eucaristía después de la comunión de la misa, la indisolubilidad del matrimonio y el derecho de la Iglesia a intervenir en él, etc.”
- “Equivalentemente, SE DESPRECIA, SI ES QUE NO SE NIEGA, el valor del bautismo de los niños (insistiendo machaconamente a los padres para que lo retrasen hasta que sean mayores); el de la primera comunión a temprana edad; el de la confesión sacramental individual (que de hecho se niega a los niños antes de la primera comunión, se dificulta a los mayores suprimiendo los confesonarios, y se sustituyen, sin causa suficiente, por la absolución general colectiva o, incluso a veces, sin eso); el de la unción de los enfermos (que más de una vez se niega, porque “untar con aceite no puede arreglar nada” y que en alguna parroquia se glorían de que “los fieles ya no molestan a los sacerdotes para eso”); el de los sufragios por los difuntos (¡y no digamos ya las indulgencias!); el de las imágenes y la devoción a los santos, etc.”
Pero no podemos alargarnos más. Como luces brillantes se expusieron: la aceptación gustosa de la reforma litúrgica, la reorganización parroquial de la diócesis, su reorganización jurídica y vicarial, su caja de compensación y de jubilaciones, la participación de religiosos y religiosas en la pastoral diocesana, la supresión de aranceles sacramentales, etc. (…)
Fernando Hernández, pbro.
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