Está visto que no siempre la historia va de la mano con el patrioterismo que no es otra cosa que ese sentimiento de pertenencia y de identidad que se da por lo general al darle rienda suelta al jolgorio celebracional basado en leyendas que carecen de suficiente soporte documental. Por tanto ante quienes manifiestan su alegría patriotera y festiva los historiadores no son bienvenidos por lo claridosos cuando no faltará una liebre que brinque en el momento más inoportuno para afear la imagen popular de los próceres 'que nos dieron patria' al mostrarlos tal y cómo eran en realidad.
Por ejemplo los mexicanos creemos que Hidalgo y Allende fueron dos grandes amigos que jalaran solidarios impulsando la insurgencia contra España. Esta versión completamente errónea fue un engendro de la historia oficial publicada en los libros de texto. Quizá por un esfuerzo tendiente a divinizar a los protagonistas los falsos historiadores dijeron que ambos dizque compartían intereses presuntamente patrióticos sin imaginar que detrás de ese ánimo tan levantisco lo que en realidad les era común --es que los dos próceres estaban endeudados hasta el cuello con los usureros gachupines--.
El caso es que Ignacio Allende por un pelito se convierte en el asesino de un enajenado Hidalgo que le traicionara. Las diferencias entre estos dos protagonistas iban más allá de la edad cuando el joven Allende tenía una carrera inmaculada en las armas y acataba de manera religiosa a una ética tanto personal como militar. No era este el caso de don Miguel Hidalgo y Costilla quien de manera malintencionada y expresa instigaba a su turba de seguidores donde militaban muchos criminales hacia --el despojo, la violación y el asesinato de los españoles que encontraban a su paso los insurgentes--.
Ante el ordenado Ignacio Allende los seguidores de Hidalgo no eran sino un gentío mal portado y sediento de sangre que lejos de enaltecer la causa insurgente, la hacían desmerecer. Hidalgo se justificaba diciéndole a Allende que ‘estos asesinatos eran un mal necesario que lejos de ser criticables debían de agradecerse a aquellos criminales’. Desoyendo el reclamo a la moderación de Allende, Hidalgo alcahueteó los asesinatos de aquélla turba criminal pretextando a Allende que ‘si se les aplicaba todo el rigor de la disciplina militar, la muchedumbre terminaría dándole la espalda al movimiento’.
Hidalgo le argumentó además a Allende ‘que él no podía prohibirles el robo ni el saqueo ni la matanza de españoles cuando aquéllo era un premio para la marabunta insurgente’. Allende se enfurecía con aquellos insurrectos reprobando el saqueo generalizado y desorden que dañaban la naturaleza del movimiento. Por su parte Hidalgo agarró ojeriza a Allende al ver como maltrataba a esa gentuza. Hidalgo alcahueteaba la indisciplina de su gente al tiempo que para Allende aquello era más que abominación. Por supuesto que había enormes diferencias entre ambos, mismas que serían inconciliables.
Hidalgo era un cura de apariencia respetable y sus arengas en tono religioso eran escuchadas por la muchedumbre con mucho respeto y sumisión. Por su lado Allende era un joven muy entusiasta además de militar audaz y temerario. Ambas personalidades se complementaban y eran indispensables para la insurrección. Pero el carisma y la alcahuetería del cura Hidalgo fueron mucho más poderosos que los conocimientos militares del reacio Allende. Para colmo la separación entre lo religioso y lo militar misma que parecía ya haber quedado pactada desde un principio, nunca sería llevada a la práctica.
Tras varios eventos sangrientos vendría la gota que rebosara el vaso de Allende cuando Miguel Hidalgo se negara a tomar la Ciudad de México tras haber salido victorioso en el Monte de las Cruces, para venir resultando derrotado de manera por demás estúpida en Aculco donde Miguel Hidalgo, obstinado desoyera las sugerencias de Allende. Esto provocó que éste optara por distanciarse de Hidalgo quien muy crecido en su ego se auto-proclamara Alteza Serenísima en Guadalajara al tiempo en que Allende andaba a salto de mata huyendo de Calleja, luego del fallido conato por recuperar Guanajuato.
Pese a los apuros de Ignacio Allende, Hidalgo se hizo de la vista gorda negándose a enviarle ayuda por lo que Allende lo acusa de traidor y egoísta. Pese a todos los agravios ya para
cuando a Allende no le quedara de otra más que replegarse y reunirse con las fuerzas de Hidalgo, decide ir a Guadalajara donde el cura le brinda una abrumadora y cálida bienvenida. Si ya de por sí el que Hidalgo se colocara a sí mismo el mote de 'Su Alteza Serenísima' el odio de Allende contra Hidalgo se acrecentó cuando Ignacio se enterara de que el cura asesino, había ejecutado a cuatrocientos españoles en esta capital.
Fueron ejecutados de manera sumaria por órdenes expresas de Hidalgo sin motivos aparentes y sin mediar juicio. Habían muerto sólo por el pecado de gachupines y siguiendo la tónica del padre Hidalgo esto justificaba aquellos asesinatos. Los intentos de Allende para envenenar a Hidalgo fueron varios. Allende durante su proceso explicó que aquellos intentos eran urgentes y necesarios ‘porque para salvar al movimiento era indispensable deshacerse del cura’. Detalló cómo consiguió el veneno ‘mismo que repartió en tres dosis que administrarían, una él mismo, otra su hijo Indalecio y otra más Joaquín Arias’.
Mientras Ignacio Allende procuraba envenenar a Hidalgo, éste retozaba sin darse por enterado. Resulta obvio que a pesar de estar decididos ninguno de aquellos tres pudo acercarse al cura como para encontrar una manera de envenenarlo, aún después de que el cura Hidalgo fuera removido del mando de los insurgentes tras la desastrosa derrota en el Puente de Calderón. El final de sus días insurgentes vendría siendo el mismo para ambos cuando los dos fueran fusilados en 1811 y luego de decapitarlos sus cabezas se acompañaran como dos buenos amigos en la Alhóndiga de Granaditas hasta 1821.
COMO DOS BUENOS AMIGOS
Ramiro Arredondo-Hernández
basado en Relatos e Historias de México, No. 18
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Fuente:
https://www.facebook.com/groups/cami.../?__tn__=-UC-R
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