JUAN DE DIOS DOZO: CONTRAINTELIGENCIA CRIOLLA VS. MASONERÍA ANGLOSAJONA.


Transcurrida la primera invasión inglesa los criollos, vencedores, cometieron un error fatal, motivado seguramente por la hidalguía hispánica: no tratar a los vencidos como lo que eran, prisioneros de guerra. Aquí y allá se podían ver en las tertulias y salones más elegantes de Buenos Aires uniformes rojos, codeándose con vecinos notables y señoritas muy coquetas. Así fueron inoculando lo que por la época se llamaba "el veneno inglés": la masonería. Fundaron dos logias, "los Hijos de Hiram", y "Southern Cross" (Cruz del Sur, ¡cómo se atreven a ponerle el nombre de un símbolo del nacionalismo argentino a una logia masónica!). Al tener los primeros indicios de estos movimientos subterráneos, Martín de Álzaga resolvió convocar a un hombre de su confianza: su escribiente el teniente coronel de milicias urbanas Juan de Dios Dozo.

El hombre de esta historia era un natural de Cádiz que se había afincado en el Río de la Plata y durante mucho tiempo se dedicó al comercio, hasta que durante la primera invasión inglesa (1806), combatió como capitán de zapadores del "Cuerpo de Voluntarios Patriotas de la Santa y Victoriosa Unión", con un desempeño sobresaliente. También fue escribiente del alcalde álzaga, quien lo convocaba ahora para este arriesgado encargo.

Juan de Dios Dozo "ingresó", entonces, en la logia Cruz del Sur, en la que estaban afiliados varios criollos, entre ellos Saturnino Rodríguez Peña, su camarada de armas en los Voluntarios de la Unión. Descubrió así que éste se hallaba conjurado para organizar la fuga del general Beresford y del coronel Pack internados como prisioneros en Luján. Rodríguez Peña le pidió a Dozo, en su calidad de secretario de Álzaga que le gestionara una reunión con dicho alcalde, informándole además de sus conversaciones con los ingleses y de su proyecto de "poner a esta capital en una independencia formal, con ayuda del gobierno inglés". La primera reacción de Dozo, según declaró posteriormente ante la justicia, fue sacar el sable y quitar allí mismo la vida de Peña, pero recapacitó que nada ganaba con matar a un sólo traidor y resolvió disimular manifestando sus dudas de que Álzaga prestara su consentimiento.

Al día siguiente Álzaga recibió en su casa a Rodríguez Peña, pero con la precaución de haber escondido antes, en una habitación contigua, a Dozo y al escribano Juan Cortes, el cual, arrimado a la cerradura, tomaría nota de todo. Álzaga simuló interés por la propuesta inglesa de la "independencia formal", pero puso como condición que Peña le presentara los documentos y revelase los nombres de las personas conjuradas. Hubo otra reunión, pero Peña no llevó el documento que había prometido, firmado por Beresford, y luego por una infidencia supo que había sido descubierto y engañado, por lo cual decidió fugarse conjuntamente con Beresford para seguir su plan desde Montevideo.

Saturnino Rodríguez Peña y Aniceto Padilla, otros de los complotados, fueron juzgados tiempo después, el 4 de febrero de 1808 y el fiscal Caspe consideró la información levantada por Álzaga con el testimonio de Dozo que trata del proyecto de independencia con el apoyo inglés, los acusó de traidores al rey y a la Patria y pidió para ellos la pena de muerte.

Pero sabemos cómo siguió la historia luego: Álzaga, el patriota, fue colgado en 1812, y los traidores proanglosajones no sólo no fueron ajusticiados, sino que hoy en día hay calles de Buenos Aires con su nombre...


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