Las quinielas de Francisco
Uno de los efectos del pontificado de Francisco es la propensión que se observa en muchos ambientes conservadores a participar de quinielas. Se apuesta sobre cuál será el próximo desatino que pronunciará el pontífice desde los balcones vaticanos, qué nombramiento sorprendente publicará L’Osservatore Romano o qué nuevo santo será canonizado por fuera del proceso ordinario (Al respecto, puede leerse
este artículo de S. Magister. ¿Serán los próximos santos
fast track el P. Mugica o Mons. Angelelli?). Sin embargo, en las últimas semanas, las apuestas giran en torno al próximo sínodo sobre la familia y las expectativas que esta reunión ha generado. Las últimas declaraciones, o la bravuconada, del cardenal Kasper han hecho subir exponencialmente los montos que se ponen en juego. Recordemos que el purpurado alemán afirmó que, si el sínodo no modifica la disciplina de la Iglesia sobre la comunión a los divorciados vueltos a casar, es mejor que tal reunión no se haga.
Resulta claro que Kasper le está recordando a Bergoglio que debe pagar sus facturas. Tal como explicaba Tosatti la semana pasada en su
artículo de La Stampa, el cardenal porteño se encaramó al trono petrino empujado por la franja progresista del colegio cardenalicio ayudada por una facción resentida de la Curia Romana encabezada por el cardenal Bertone. Por cierto, la ayudita tenía un precio, y ahora están pidiendo que lo pague.
Concretamente, ¿cambiará el papa Francisco la doctrina sobre la admisión a la comunión de las personas divorciadas y vueltas a casar? Apuesten…. Aquí va la mía:
Francisco no cambiará la doctrina, pero no precisamente porque tenga mentalidad católica, sino porque, de hecho, la doctrina ya está cambiada y se terminará de cambiar con las operaciones de prensa pre y post sínodo. Lo
alertaba Sandro Magister a fines de febrero y ya sabemos lo que pasó durante el Vaticano II cuando la prensa se difundía principalmente en papel, con la enorme limitación en la distribución de las ideas que ese medio físico posee. Pero hoy la cosa es mucho más elemental. Como dice Jack Tollers, la
doctrina es de la época de Gütemberg. Hoy se trata de titulares digitales, o de tweets. Veamos:
Bergoglio es un gobernante peronista o, lo que es lo mismo, populista. Muy bien lo desentrañó su antiguo compañero de seminario y excura tercermundista, Domingo Bresci en
esta entrevista. A él le importa lo que diga o piense el pueblo y no la elite de los teólogos y, mucho menos, la de los restauracionistas semipelagianos entre la que nos contamos. Ya sabemos lo que el General Perón pensaba de la “oligarquía vacuna” argentina; lo mismo piensa Jorge Mario de la oligarquía teológica. Además, no olvidemos que, como el mismo pontífice lo ha dicho, su mentor teológico fue Lucio Gera y su “teología del pueblo”, según la cual “el pueblo” no es
sujeto a evangelizar sino
sujeto evangelizador. Se entiende de ese modo, más allá del innegable afán populista, que el primer gesto de Bergoglio al asomarse a la loggia vaticana el fatídico 13/3/13, haya sido pedir la bendición del pueblo. Y eso explica también el por qué ordenó una encuesta al pueblo para conocer su opinión sobre la familia y otras cuestiones de moral sexual. El
pueblo enseña.
Y todos sabemos que el pueblo no lee doctrina ni se interesa por las discusiones teológicas ni tiene muy en cuenta lo que dicen los teólogos, por más obispos o curas que sean. El pueblo lee titulares y sigue y cree lo que esas cinco palabritas en letras de molde le señalan, y con eso le basta. Y Francisco, que no es tonto, eso lo sabe muy bien.
Bergoglio nunca haría la estupidez de cambiar formal y solemnemente la doctrina católica sobre, por ejemplo, las relaciones homosexuales. Eso le acarrearía la condena de muchísimos sectores de la Iglesia, posibles cismas quizás encabezados por el papa Benedicto y un sinfín de problemas más, amén de que pasaría a la historia como un papa herético o cercano a la herejía. ¿Para qué hacerse tanto problema si la cosa se puede solucionar con un “¿Quién soy yo para juzgar a los gays?” Los medios de prensa se dedicaron a difundir la frasesita, que apareció en todos los portales, y en la lectura popular significó que el papa no se oponía a los amores invertidos; en la lectura de los periodistas que, de ahora en más, cualquier obispo que hiciera una mínima crítica a la homosexualidad sería un opositor al papa como puede verse
aquí; en la de los neocones, que se estaban manipulado las expresiones pontificias porque él no quiso decir lo que dijo, y en la de los manfloros, que su estilo de vida ya tiene bendición pontificia lo cual implicó, entre otras cosas, que lo incluyeran como tapa de su revista “Advocate”. Hagámosla corta: el mal ya está hecho.
No creo que a Francisco le interese mucho en qué terminará el sínodo. No creo que se arriesgue a una catarata de problemas intestinos por jugarse a una apertura moral sobre la que no tiene fundamentos ni le interesa tenerlos. Para él serán suficiente los titulares, y sobre eso trabaja. Ya lo vimos en el pasado consistorio: al discurso aperturista de Kasper, respondió que eso era “hacer teología de rodillas”. ¿Qué otra cosa es necesaria para consagrar las palabras del cardenal alemán como los deseos del pontífice?
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