¿Qué hacemos con Francisco?Otro interesante aporte de Tollers:
Estimado Wanderer:
Aquí una impaciente traducción del último post de Louie Verrechio, un autor americano que tiene un blog harto interesante. Por supuesto que no comparto todas y cada una de las cosas que dice aquí, pero me parece muy de notar que no se trata de un "tradi" común, ni mucho menos un neo-con. Es un tipo que ha querido explicar Vaticano II con especial empeño en reconciliar los textos de aquel malhadado concilio, con el magisterio de siempre. Es fundador de la Catholic News Agency y su currículum aparece acá:
Es gracioso, pero su blog se llama "Cosechando los frutos del Concilio Vaticano II" y la cosa es que uno de esos frutos es, sin duda, el Papa Francisco.
El otro, es él mismo, je.
El texto original en inglés se encuentra acá:
¿Cómo se resuelve un problema como Francisco?
por Louie Verrechio
Hay una razón para referirse a la vida en la Iglesia Militante como a la de quienes están "gimiendo y llorando en este valle de lágrimas". Nunca nadie dijo que la cosa sería fácil.
Y aunque siempre ha sido así, me parece bastante claro que a los hijos de la Iglesia en los días que corren les toca vivir tiempos asombrosamente difíciles.
Muchas de las razones ocultas para que la presente situación de la Iglesia se muestre tan difícil tiene que ver con sucedidos del pasado; cosas que han sido dichas y hechas y que no se pueden, hablando en plata, borrarse; sino sólo condenadas y corregidas por un futuro Pontífice, y eso siempre y cuando el Señor en su indulgencia quisiera proveernos con un pastor así.
Pero me interesa enfocarme en el aquí y el ahora, en esas cosas que las futuras generaciones de católicos contemplarán retrospectivamente, cosas que ellos verán como del pasado y que sirvieron para acelerar la crisis; y de entre todas ellas, ninguna más urgente que el comportamiento de quien es hoy Obispo de Roma.
"El que no amontona conmigo, desparrama." (Mt. 12:30).
Teniendo presente esto, los católicos de los días que corren se encuentran frente a un serio dilema: para tomar prestada una frase que aparece en "La novicia rebelde":
cómo resolvemos un problema como Francisco, un papa que cualquier persona razonable no puede sino comprobar cómo desparrama, de palabra y de hecho, con impresionante frecuencia.
Seguro, alguno se apresurará a indicar la inmensa popularidad del papa como evidencia de que no, de que lo contrario es el caso. Después de todo, no por nada fue elegido como el Hombre del Año en la revista "Time".
Con todo, lo que los apologistas del papa no alcanzan a ver, es que el mundo admira tanto al Papa Francisco precisamente porque él no amontona, porque justamente no conduce a las ovejas perdidas al único redil verdadero, la Iglesia Católica.
En otras palabras, si bien es probable que la gente que de otro modo ignoraría la voz del papa y que ahora lo escuchan, habría que ver qué cosa escuchan.
Desde que ascendió a la Cátedra de San Pedro, el Papa Francisco no sólo ha hecho mucho para confirmar a los que están fuera de la Iglesia en su error, sino que además los ha alentado activamente para que permanezcan exactamente allí donde están.
Sólo en el curso de la semana pasada, el Santo Padre se dirigió a los fieles católicos diciendo que "Dialogar no equivale a renunciar a nuestras propias ideas y tradiciones, sino que consiste en renunciar a la pretensión de que sólo ellas son válidas y absolutas".
Cualquier persona que se sepa su catequesis reconocerá inmediatamente la contradicción en la frase, puesto que el que se aleja o se mantiene a distancia de la realidad de la Iglesia Católica como única custodia de las verdades religiosas absolutas, es precisamente porque
ya ha renunciado a la Fe.
Y unos pocos días antes, el Papa Francisco suministró ante el mundo un ejemplo asombroso de qué cosa es
desparramar a las ovejas, cuando le pareció apropiado
alentar a los musulmanes para que se mantengan fieles al Corán y a su "fe" islámica, asegurándoles que, procediendo de ese modo les ayudará a superar las dificultades de la vida.
En cualquier tiempo moderadamente sensato, semejante afirmación habría suscitado la indignación de parte de los que se llaman católicos; y sin embargo, aparte de un manojo de comentadores, la sentencia pasó sin que nadie la mentara siquiera.
Ahora, que no se mencionara no significa que pasara desapercibida.
No tengo dudas de que un buen número de obispos (e incluso de cardenales) se han quedado mudos de horror ante el constante fluir de ofensas contra Nuestro Señor que se propalan desde Roma a partir del papado de Jorge Bergoglio.
Y seguramente se preguntarán, aunque más no sea en callada oración,
¿cómo resolvemos un problema como el de Francisco?
Y en verdad, ¿cómo nos pondremos del lado de Nuestro Bendito Señor en este momento en el que su vicario, con las llaves del Reino en una mano, tan a menudo desparrama con la otra?
En circunstancias normales, estar del lado de Cristo y de su Santa Iglesia Católica implicaría defender al papa frente a sus detractores; ahora, sin embargo, demasiadas son las veces en que implica
convertirse uno en detractor de la retórica papal con miras a defender el magisterio católico.
El problema se extiende tanto al punto de que abarca la Exhortación Apostólica "Envangelii Gaudium", un mamotreto de 50.000 palabras, la mayor parte del cual se parece más al diario personal de un protestante trabajando en una O.N.G. por la paz, que no un documento emanado del Soberano Pontífice.
Esta exhortación se halla a tal punto desprovista de sustancia católica que el Cardenal Burke afirmó públicamente que ni siquiera puede considerarse como parte del magisterio papal, confesando por fin que "ni siquiera he podido establecer exactamente cómo describir semejante documento".
Y no es tampoco que aquí estemos hablando de cuestiones de estilo; sino que nos referimos a afirmaciones que se dan de lleno contra la misión de la Iglesia, como la desconcertante sugerencia que los paganos, gente que no cuenta con el beneficio del bautismo, están bajo la influencia de las operaciones de la gracia santificante (cf. EG 254).
De manera que pregunto nuevamente,
¿cómo resolvemos un problema como Francisco?
Y lo primero que debemos reconocer es que
nosotros no podemos resolver un problema como Francisco, un papa cuyas palabras y gestos demasiadas veces reflejan la peste que se apoderó con saña del Cuerpo de Cristo hace cosa de cincuenta años atrás; el mismo cáncer que aflojó un tanto durante un breve período bajo el pontificado anterior, pero que ahora avanza con más fuerza que nunca.
Últimamente, sólo el mismísimo Médico Divino puede resolver este problema.
Y con todo, uno también comprende que quedarse quieto en el mientras, sin hacer nada, tampoco es la solución, de manera que el dilema permanece intacto, haciendo que nos preguntemos cuál será la mejor manera de reaccionar.
¿Acaso se puede afirmar seriamente que nosotros recogemos con Cristo mientras permanecemos en silencio ante las ofensas que se acumulan contra Él? ¿Y por ventura la respuesta cambia si resulta que el que ofende es el mismísimo Vicario de Cristo? ¿Es posible refutar las palabras y los hechos del papa en defensa de Nuestro Señor sin parecer que estamos atacando a la persona del sucesor de Pedro?
Lo he dicho ya, estos son tiempos asombrosamente difíciles, de modo que no hay por qué esperar respuestas sencillas.
Como uno que trabaja en medios católicos, aferrarme a la política de un "reverente silencio" frente a lo que claramente contradice el magisterio católico,
especialmente cuando procede del papa, para mi gusto se acerca demasiado a volverse cómplice de los que desparraman. Obviamente, hay quienes no están de acuerdo conmigo.
¿No será que a veces, en circunstancias como estas, resulta harto difícil defender la Fe con la prudencia necesaria?
Por cierto, doy por descontado que probablemente erre el viscachazo más a menudo de lo que me doy cuenta, pero a fin de cuentas o uno está con el Señor, o está contra Él; aquí no hay neutralidad posible. Preferiría cruzar la línea para ponerme al lado del Señor, antes de hacerme el tonto mientras su gente es engañada por su Vicario.
Ahora, habiendo dicho todo esto, hay un par de rasgos que deberían caracterizar a todos los que se esfuerzan por hacer frente a los desafíos de la hora.
En primer lugar, debemos rectificar la intención a menudo, examinando nuestras razones, asegurándonos de que el deseo dominante al confrontar estas ofensas sea porque han sido
cometidas contra Nuestro Señor y no movidos por defendernos a nosotros mismos, quizás por las tribulaciones que nos tocan en suerte a resultas de todo esto.
En segundo lugar, mantenernos firmes en esta convicción, de que está bien que experimentemos pena y dolor al saber que Nuestro Señor está siendo injustamente privado de su honor, de tal modo que hemos de ofrecer actos de reparación, juntando aquel sufrimiento a su cruz, sabiendo que al actuar así, a lo mejor contribuimos a la redención del Cuerpo de Cristo.
En tercer lugar, hemos de concentrarnos en las realidades objetivas; no en juicios subjetivos. Esto es, lo que nos importa es si este o aquel otro hecho objetivamente está fundado en la verdad: no estamos llamados a juzgar a quien así actúa delante de Dios.
Por último, hemos de rezar y ayunar por el papa, pidiendo al Señor le otorgue la gracia necesaria para servir a la Iglesia de conformidad con su Voluntad en todas las cosas.
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