Fuente: Punta Europa, Número 84, Abril 1963, páginas 88 – 92.
LORD BEVERIDGE
Por Andrés Travesí
Cuando escribo estas líneas acaba de morir William Beveridge, un personaje extraordinariamente interesante y poco conocido en España. Su muerte ha pasado casi inadvertida en la prensa española. Quizá las revistas especializadas le hayan dedicado alguna atención. No lo sé. Pero su figura encierra matices tan atrayentes que no resisto a la tentación de dedicarle un breve comentario.
A Beveridge se le ha encasillado indistintamente entre los políticos, o entre los economistas, o entre los sociólogos. Creo que cualquiera de estas catalogaciones resulta manca, incompleta. William Beveridge fue una sabia mezcla de político, de sociólogo, de economista. Un equilibrio de cualidades hábilmente dosificadas. Confieso sin disimulos mi admiración por ese esquema teórico propuesto por Sir William Beveridge y que Valentín Andrés Álvarez denomina “economía social completa”, modelo quizá irrealizable prácticamente, pero que tan considerables frutos ha dado en la Gran Bretaña de los últimos años.
La economía social supone una forma de intervención, siquiera indirecta, en la producción y en la distribución, para el mejor cumplimiento de determinados fines de la política social. Uno de los procedimientos utilizables, entre una compleja gama, es el de los Seguros. Y, si éstos cubren todos los riesgos asegurables nacidos en el seno de la sociedad, tenemos esa economía social completa ideada por el estadista británico.
De Beveridge se ha dicho que era un “idealista práctico”. Durante toda su vida trató, en efecto, de conciliar las aspiraciones al progreso con las realidades insoslayables que presenta la convivencia. Todo ello en el marco de su gran preocupación: la economía social, una verdadera utopía cuando él empezó a referirse a modos y circunstancias concretos, pero que luego, de cerca o de lejos, se ha seguido en muchos países.
Imaginemos a Beveridge. Nació en Bengala, hijo de un funcionario del “Civil Service”. Estudió en Oxford. Realmente son datos que pueden parecer poco interesantes, pero que configuran al personaje como un típico inglés de la clase media. En los primeros años de este siglo, Beveridge, encargado de la dirección de un Colegio londinense, vive en un barrio popular y modesto del East End. Allí adquiere sus primeros conocimientos directos de la realidad social. Le impresiona profundamente la miseria en que se mueven los obreros. Y se prepara, con las armas del estudio, para la gran empresa: atajar, en la medida de lo posible, la pobreza, la miseria; atenuar los resultados de la desigualdad social. En su mente germinan las bases de un plan que luego, muchos años más tarde, daría la vuelta al mundo incorporado a su nombre.
Los proyectos del joven Beveridge no pasaron inadvertidos. Y fue llamado al Gobierno. Presidió la Comisión encargada de organizar las primeras Oficinas de Colocación de la Gran Bretaña. Y, posteriormente, entre 1908 y 1916, desempeñó los cargos de Director del “Servicio de Mano de Obra” en el Ministerio de Comercio, y de Secretario adjunto encargado del “Departamento de Mano de Obra y Colocación”. Lloyd George, atendiendo a una sugerencia de uno de los más hábiles políticos de todos los tiempos, Winston Churchill, encargó a William Beveridge la tarea de perfeccionar el Sistema de Seguros Sociales. Durante treinta años correspondió a Beveridge la dirección de los Planes de Seguridad Social. Todo ello le permitió adquirir una competencia extraordinaria en estas cuestiones y llegar al cargo de primer Director de la “Bolsa británica de Trabajo”.
Durante la Primera Guerra Mundial William Beveridge es Secretario General del Ministerio de Abastecimientos, y, al terminar la contienda, se convierte en director de la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres, un centro de investigación económica de fama universal. Simultáneamente, de 1926 a 1928 es vicecanciller de la Universidad londinense, y se encarga de delicadas misiones, por ejemplo, como miembro de la Comisión Real que preparó un Informe sobre la situación de la industria minera británica en 1925.
En la polifacética figura de William Beveridge encontramos insospechadas vetas. Fue también periodista. Muchos diarios y revistas –“The Observer”, “Contemporary Review”, “Economics”, “Economic Journal”, etc.– supieron de la galanura y la profundidad de su pluma, en temas en los que podía considerársele como un gran especialista. Estuvo incluso en la plantilla del “Morning Post”, como editorialista.
A Beveridge aún le resta tiempo para dedicarse a sus libros, todos en torno de un tema común: el desempleo.
«En todos sus escritos –escribe un comentarista–, en los cuales insistía en la urgencia de ciertas reformas sociales, Sir William Beveridge no cesó de expresar su fe viva en el progreso social, y un permanente cuidado de no intentar cambios más que dentro de los límites de lo posible. Desechando deliberadamente todas las utopías de sus contemporáneos o las ideas inmaduras, se esforzó siempre por desembarazarse de los razonamientos teóricos o mal coordinados, para construir un sistema de conjunto coherente y práctico, que era, en realidad, más una mejora racional profunda del sistema existente, que una solución radicalmente nueva».
Era, pues, el “idealista práctico” de que hablábamos al principio.
Fue Subsecretario de Estado en el Ministerio de Trabajo en el Gabinete presidido por Churchill en 1941. Y le correspondió la dura tarea de impulsar la industria de guerra en una de las más duras fases del conflicto. Al tiempo, colaboró activamente en la elaboración del Plan de Racionamiento impuesto por la dureza de la contienda. Y en Junio de 1941 se le designó Presidente de un importante Comité interministerial “para iniciar el estudio del Sistema de Seguros Sociales y Servicios Complementarios, incluidas las compensaciones por accidentes de trabajo, y teniendo particularmente en cuenta la interdependencia de los distintos Seguros”. Naturalmente, habrían de presentarse recomendaciones prácticas.
La elaboración del Informe se prolongó casi un año. Sir William se retiró a un pueblecito de Escocia para prepararlo. Y el 20 de Noviembre salió a la luz pública el “Plan Beveridge”.
No es posible analizar aquí minuciosamente este vasto programa de Seguridad Social. Pero sí es útil referirse a él, siquiera sea a sus líneas generales, a sus directrices.
El Plan, pensado para ponerse en práctica al término de la Guerra, tenía como objetivo principal la eliminación de la miseria. Es verdad que existía ya en Inglaterra una legislación de carácter social, pero era absolutamente necesario, a juicio de Beveridge, que todas las disposiciones legales en esta materia se amalgamasen en un vasto sistema.
El principio básico del Plan es la participación en él de todos los ciudadanos, cualquiera que sea la clase social a que pertenezcan, a fin de que todos los ingleses –todos los ciudadanos, diríamos, para universalizar las medidas– queden al abrigo de riesgos tan probables como el paro, la enfermedad o la vejez.
Quedan exentos de cotización las mujeres que no trabajan, y todos aquéllos cuyos ingresos sean mínimos.
En cada uno de los sectores afectados por el sistema –vejez, invalidez, paro, enfermedad, etc.– se establecía un régimen distinto de prestaciones semanales.
El Plan fue debatido, con mediana fortuna, en el Parlamento, pero tuvo una favorable acogida del pueblo británico. Se publicó incluso un Libro Blanco sobre los Seguros Sociales, claramente inspirado en la doctrina de Beveridge y en su principio de participación equitativa de todos en su realización.
En 1944 aparece una interesante obra de Lord Beveridge: Pleno empleo en una sociedad libre. Trata el problema de la utilización integral de la mano de obra, y es una especie de complemento de su famoso Plan. Hasta el punto de que se denomina popularmente “Segundo Plan Beveridge”. Con gran sentido de anticipación, planteaba el ilustre sociólogo y economista la situación de paro forzoso que traería consigo la desmovilización al fin de las hostilidades. Y, como la economía planificada había conseguido éxito al ser aplicada durante la guerra, la experiencia aconsejaba aplicar los mismos criterios en los primeros tiempos de la posguerra. En su Programa preveía un empleo racional de las emisiones de fondos del Estado, con una radical modificación del Sistema Presupuestario y Fiscal. Para ser plenamente eficaz, el Proyecto debería estar apoyado por Acuerdos Bilaterales, a escala regional, e incluso mundial.
Esto es lo más conocido de la obra de William Beveridge. Pero no lo único. Todos sus esfuerzos se movían en una misma dirección. Por ejemplo, su actuación en el Parlamento, su liderazgo del Partido Liberal, son absolutamente congruentes. Atacó desde su escaño en la Cámara los grandes monopolios financieros; aprobó la nacionalización de las minas. Su preocupación fue incluso más allá. En El precio de la paz expuso sus ideas sobre las condiciones en que podían desarrollarse los pequeños y atrasados países. Era la preocupación por los humildes el “leit motiv” de su vida como político, como sociólogo, como economista.
De su ecuanimidad puede dar idea el hecho de que en 1946 estuvo en España, y recibió el título de Doctor “honoris causa” por la Universidad de Madrid. A su regreso a Inglaterra hizo declaraciones muy favorables para España y para la evolución económico-social que, en su estancia entre nosotros, había podido advertir. Sus manifestaciones provocaron vivas polémicas en la prensa inglesa. Era, repetimos, el año 1946, y la opinión mundial había vuelto sus espaldas a nuestro país.
Finalmente, queremos recordar la labor que correspondió a Beveridge durante las dos guerras. Fue una pieza fundamental en el desarrollo del Plan de Racionamiento de artículos de primera necesidad. Estaba su actuación dentro de la línea de sus teorías.
Y quiero citar aquí, para terminar, unos párrafos de Manuel de Torres Martínez, muy cortos pero muy jugosos. Dice así:
«Respecto al consumo, el racionamiento fue prácticamente total, limitando en forma absoluta el gasto en bienes de consumo. Esta medida impuso una nivelación casi perfecta de la renta real, ya que el racionamiento era prácticamente igual para todos los ciudadanos. Desde el punto de vista real se impuso una especie de comunismo, o de igualitarismo.
Pero, al lado de este igualitarismo en la renta real, en la parte económica de la circulación económica la distribución de la renta se realizaba desigualmente, de acuerdo con el mecanismo funcional normal.
Esto originó una curiosa organización social, porque en la economía real de consumo existía un comunismo perfecto; mientras que la monetaria se caracterizaba por un capitalismo imperfecto.
La combinación de estos sistemas contradictorios, uno en el lado monetario, y otro en el lado real de la circulación económica, permitió aunar las ventajas de ambos. Mientras se suprimían las diferencias estridentes en el nivel de vida de las distintas clases sociales, se mantenían los estímulos de la iniciativa y el lucro, indisolublemente unidos a la psicología humana».
En esta línea del igualitarismo en tiempo de guerra, y aun en tiempo de paz, se movió desde muy joven William Beveridge, sabia mezcla de político, de sociólogo, de economista. Y gran “idealista práctico”.
Marcadores