6 de septiembre: A 82 años de la revolución del 30'
Por Nicolás Márquez
En lo que iba del año 1930, no se había llevado a cabo ninguna sesión ordinaria en el Congreso, las provincias opositoras eran intervenidas, y el país padecía la incapacidad de un gobierno paralizado y agonizante. Fue en ese contexto, cuando el 6 de septiembre de 1930 el General Uriburu desfilaba acompañado por sólo tres escuadrones de caballería y 600 cadetes, en un marco de júbilo popular que colmó la Plaza de Mayo con el fin de deponer al gobierno de Hipólito Irigoyen, quien sin resistencia alguna, no vaciló en renunciar. Parecía un efecto “boomerang”, pues Irigoyen supo participar de todas las conspiraciones e intentonas fallidas de golpes de estado (la última fue en 1905), y precisamente él iba a ser luego el primer presidente depuesto por uno de ellos. El antecesor de Irigoyen, Marcelo T. de Alvear, había culminado su mandato en 1928, y esta fue la última vez en la historia en que la UCR. pudo terminar un gobierno completo.
El de 1930 no fue un golpe ¨anti-radical¨: relevantes hombres del radicalismo como el ex Presidente Alvear, el ex Vicepresidente Mosca, y el ex Gobernador de Bs.As. Crotto, o Melo y Gallo (cabeza de lista de diputados de la UCR) reivindicaron luego el ¨golpe¨. El propio ex Presidente radical Marcelo T. de Alvear (antecesor inmediato de Yrigoyen), en un reportaje para Crítica desde París, también lo reivindicaba y con lenguaje socarrón arremetía: “Tenía que ser así. Yrigoyen con una absoluta ignorancia de toda práctica de gobierno democrático, parece que se hubiese complacido en menoscabar las instituciones. Gobernar no es payar. Para él no existía ni la opinión pública, ni los cargos, ni los hombres. Humilló a sus ministros y desvalorizó las más altas investiduras. Quien siembra vientos cosecha tempestades”[1]. De inmediato, la Corte Suprema reconoció al gobierno provisional. El futuro Presidente Juan Domingo Perón también participó y apoyó la reacción encabezada por Uriburu.
El historiador radical Félix Luna cuenta que “La ciudad entera acompañó a los cadetes del Colegio Militar desde San Martín hasta Plaza de Mayo, entre apretadas filas de hombres, mujeres, ancianos y niños que los victoriaban y arrojaban flores a su paso”[2]. El pensador Vicente Massot agrega que “El derrocamiento de Hipólito Yrigoyen se pareció más a un desfile militar que a cualquier otra cosa…El 6 de septiembre el gobierno yrigoyenista ya estaba vencido. Careció de voluntad y de la inteligencia estratégica necesarias para desbaratar la conspiración cuando todavía podía hacerlo. Pasado ese momento, su inacción y su incapacidad lo condujeron a un final que a nadie sorprendió”[3]. Al día siguiente de producido el derrocamiento, el diario La Nación en su editorial comentaba “nunca en la Argentina un gobernante quiso mostrarse y se mostró más prepotente, mas omnisciente, ni llegó a dejar mayor constancia de su incapacidad de actuar, respetar y ser respetable”. El ocho de septiembre el editorial del mismo diario complementaba: “la manifestación incontenible de un pueblo que, como ya lo dijimos ayer, fue llevado a un extremo que él hubiese deseado evitar, pero que se hizo inevitable porque vivía bajo una prepotencia como régimen o sistema de gobierno que importaba la subversión total de la democracia y del régimen jurídico constitucional”.
Uriburu se constituyó así en el primer Presidente de facto de la historia nacional; gobernó un lapso breve (un año y medio), al poco tiempo se reanudaron los comicios y la actividad política, consagrándose Presidente el ex Ministro radical Agustín P. Justo.
Empero, las jornadas electorales de los años ’30 no gozaban de la transparencia debida: el fraude fue una práctica constante en esos tiempos. Con Uriburu, en 1930, se inauguró un período histórico que fue bautizado como la ¨década infame¨. El apodo que signa dicho lapso resulta a todas luces injusto: “por empezar, el período que va desde 1930 a la revolución del 4 de junio de 1943 excede los diez años. Y en cuanto a la presunta infamia, no se la encontrará por mucho que se recorran aquellos tiempos del derecho y del revés”[4].
En efecto, es erróneo juzgar los aconteceres históricos con la moral de hoy, aplicando la tabla de valores actuales a la comprensión de hechos pasados, cuando esa tabla no existía. Debe tenerse en cuenta el contexto de entonces. Al período 1930/43 que se inicia con la caída de Irigoyen se le llama ¨infame¨. ¿Infame comparado con qué y con quién?.
En octubre de 1929, en EE.UU. 11 hombres del establishment se suicidaban, se estrenaba una depresión sin precedentes que duraría diez años. Millares de norteamericanos se arrojaban desde los rascacielos al ver pulverizadas sus fortunas. En 1931 hubo 5996 quiebras. En 1932 se habían esfumado 74 mil millones de dólares, 5 mil bancos cerraban, 86 mil empresas se derrumbaban, el precio del trigo se envilecía. En 1933 la desocupación trepó al 25%. En 1934, el 27% de la población urbana no poseía ingreso alguno[5].
A la empobrecidísima Latinoamérica no le iba mejor: la región padecía grotescas dictaduras. Getulio Vargas en Brasil, el Gral. Gómez en Venezuela y el Gral. Ibañez en Chile, México dejaba atrás dos décadas de guerra civil y se instalaba el hegemónico PRI, Trujillo manejaba a su antojo República Dominicana, Paraguay y Bolivia se debatían en guerra, lo mismo hacían Perú y Ecuador. Centroamérica tambaleaba al compás de inacabables guerras civiles de todo orden.
En Europa, Italia se hallaba bajo el mando de Mussolini, Alemania bajo la tiranía hitleriana, España padecía una guerra civil (con un 1.500.000 muertos), Rusia sufría el sanguinario despotismo iniciado por Lenin y continuado por Stalin (con 25.000.000 muertos), y toda la gestación de la Segunda Guerra Mundial que estalla en 1939 y deja un saldo inédito de muertes y miseria.
En todo ese período, la Argentina fue tierra de paz. No tuvo guerras, la libertad de prensa no era cuestionada, el Congreso funcionó a pleno y la independencia del Poder Judicial nunca se puso en tela de juicio. La gran depresión fue superada rápidamente. En 1939 el PBI real de la Argentina era un 15% superior al de 1929 (en ese lapso el PBI de EE.UU. sólo creció un 4%). En 1934 la producción industrial equivalía a la agropecuaria; finalizando la década lograba duplicarla. El mito del “peronismo industrializador” oculta que el pasaje de la economía agropecuaria a la industrial se produjo entre 1935 y 1936 y que durante los gobiernos de Justo, Ortiz y Castillo (los dos primeros con orígenes en el radicalismo y ex Ministros del Presidente radical Alvear) el desarrollo industrial alcanzó picos más altos que en el peronismo.
En 1937, el PBI per cápita de Italia no alcanzaba al 50% de Argentina, y el de Japón no llegaba al tercio. Fluían a borbotones opulentas construcciones, teatros, palacios e imponentes edificios (los estadios ¨Luna Park¨, ¨La Bombonera¨, ¨El Monumental¨ y la apoteótica calle Corrientes de Bs.As. emergía con la construcción de teatros como el ¨Opera¨ o el ¨Astral¨ y numerosísimos cines y predios artísticos). La movida cultural crecía a pasos agigantados. Se filmaban 50 películas por año (desde 1937 Argentina ocupó el primer lugar en la producción hispanoparlante), el arte y el buen gusto predominaban, la industria editorial Argentina se convirtió en la primera de habla hispana. Ya por 1939, la producción de Argentina era equivalente a la de toda Sudamérica junta, teniendo el 14,2% de la población y el 15.3% de la superficie total del continente[6]. No había desempleo, casi no existía analfabetización, miles de europeos que escapaban del totalitarismo y la miseria eran recibidos a diario con los brazos abiertos. Las desigualdades sociales (que existían) eran sensiblemente menores a las del resto de Latinoamérica. Entre 1930 y 1943 la inflación fue nula. El crecimiento del salario real tuvo un promedio del 5% anual entre 1935 y 1943[7]. La expresión “Década Infame” es recurrentemente repetida a modo de acusación por izquierdistas, progresistas y populistas de todo pelaje. Probablemente omitan aclarar que dicha etiqueta fue puesta por el nacionalista ortodoxo José Luis Torres, columnista del periódico Cabildo. Vale decir, esa etiqueta fue una suerte de forma de correr “por derecha” a los conservadores de los años ’30.
Los partidos políticos tenían representación parlamentaria y difundían con libertad sus doctrinas y diarios. La repudiable práctica del fraude electoral (argucia heredada de los radicales, que ya la practicaban efusivamente en consonancia con la sistemática intervención de provincias opositoras), estigmatizó para siempre la década. No pretendemos minimizar o justificar esas trampas electorales, pero en verdad, estas se constituyeron en un mero pecado venial comparado con lo que pasaba en el resto del mundo, y con lo que sucedió en el país desde mediados de los años ’40 en adelante. Datos anteriores al estallido de la Segunda Guerra Mundial (colocados por hora-trabajo de mayor a menor en ranking mundial), daban cuenta de que, en lo concerniente a su poder adquisitivo, los “obreros no calificados” tenían acceso : “con el pago de una hora de trabajo en Estados Unidos se adquiría 3,40 Kg. De pan; en Argentina 3 Kg., en Inglaterra 2,40Kg; en Francia 2.27…Carne por hora de trabajo en Argentina 1,50Kg, en EE.UU. 0.95, en Inglaterra 0.63, en Alemania 0.41…Café en EE.UU. 1.18 Kg, en Argentina 0.50 Kg, en Francia 0.27, en Bélgica 0.27, en Inglaterra 0.23…Manteca EE.UU. 0.72 Kg, en Argentina 0.50, Inglaterra 0.36…Para comprar una camisa se debe trabajar en EE.UU. 3.26 horas, en Inglaterra 4.30, en Argentina 5, en Bélgica 5.49…”[8].
Si aceptamos como válido que los años treinta fueron “infames”, y con la misma rigurosa vara juzgamos a las décadas subsiguientes, se torna imposible encontrar palabras que puedan calificar a estas últimas. Al respecto, señala el pensador de origen marxista Juan José Sebreli que “Las descripciones lúgubres sobre la crisis del treinta que hicieron J. A. Ramos o Hernández Arregui se ajustaban, en realidad, al último año de Irigoyen, cuando estalló el crack de 1929…y el tango “Yira yira”, considerado como un reflejo de la “década infame”, fue estrenado en 1929 durante el gobierno de Irigoyen. En la creación de la leyenda de la “década infame” se recurrió a argumentos tales como atribuir el suicidio de algunos políticos y escritores en esos años a la angustia producida por la decadencia del país. En realidad Lisandro de la Torre se mató por deudas, Alfonsina Storni y Horacio Quiroga por estar enfermos de cáncer, y Leopoldo Lugones por razones sentimentales y familiares”[9]. En efecto, la realidad era bien distinta y ante tanto desarrollo y deslumbramiento, el premio Nobel de economía Colin Clark pronosticaba en 1942 que “La Argentina tendrá en 1960 el cuarto producto bruto per cápita más alto del mundo”[10].
Pero Clark vaticinaba tan auguruoso futuro suponiendo que la Argentina seguiría por la misma senda y, obviamente, nunca imaginó el dislate que se comenzó a gestar a partir del golpe militar de inspiración nacional-socialista surgido el 4 de junio de 1943, en donde participó activamente el Coronel Juan Perón. Este último fue luego Ministro de Ministro de Guerra, Vicepresidente de la República y Secretario de Trabajo y Previsión del gobierno de facto naciente, el cual obró de antesala de la candidatura a Presidente del propio Perón en 1946 sepultando así una larga etapa de brillo y esplendor e inaugurando otra de signo contrario.
Fragmento del libro “La Mentira Oficial”, de Nicolás Márquez
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