Fuente: ¿Qué Pasa?, 31 de Julio de 1971, página 3.
CARTA ABIERTA A ZURITA DE CEBRIÁN
Lo que no puede hacer “El Pensamiento Navarro”
Señor don A. Zurita de Cebrián.
Muy señor mío:
Dice usted en su artículo «Lo que los carlistas esperan de “El Pensamiento Navarro”» que este diario está obligado a «marginar totalmente a los Borbón-Parma», y por el contexto se deduce que con ello quiere decir negar a don Javier y a su hijo don Carlos Hugo la condición de Rey y Príncipe heredero.
Aduce usted para ello una serie de razones de indiscutible autenticidad, basadas en la conducta y declaraciones de dichos señores. Pero no explica –ni yo alcanzo a comprenderlo– cómo puede hacerse esto sin faltar a la ortodoxia carlista, uno de cuyos artículos –el que define al carlismo como tal a diferencia del tradicionalismo– es la lealtad dinástica.
Su actitud, señor Zurita, es semejante a la de los católicos que pretenden deponer a Pablo VI, acusándole de herejía. Teóricamente parece claro que el Papa o el Rey que abjuran del dogma católico o de los principios básicos de la monarquía deben ser depuestos o, mejor dicho, lo están automáticamente, ya que su actitud equivale a una abdicación. Pero cuando se llega al terreno de la práctica –en el que usted quiere colocarse– es preciso definir quién tiene autoridad para llevar a cabo la deposición o declararla como hecho consumado.
No sé si tal definición existe en el derecho canónico. En la doctrina carlista, no, desde luego. La doctrina de la ilegitimidad de ejercicio, aparte de ser muy dudosa, es aún más vaga en su forma de aplicación. ¿Qué tribunal juzga y con arreglo a qué procedimiento? Porque para constituirse en tribunal no basta con poseer conocimientos legales o filosóficos o teológicos. Es preciso además tener competencia.
Estas cosas, señor Zurita, no son materia de opinión personal ni aun de dictamen técnico. Se obedece al Papa o se sirve al Rey no porque se esté de acuerdo con su política, sino porque son el Rey o el Papa y mientras lo son.
Cuando el Rey o el Papa mandan algo evidentemente contrario a la Ley de Dios no es obligatorio obedecerles, sino dejar de hacerlo; pero no por ello es lícito negarles su autoridad ni la obediencia en aquellas ocasiones en que sus mandatos sean compatibles con la conciencia.
Muchas veces, a lo largo de la historia, se ha dado el caso de que súbditos fieles y gobernados por un mal Rey se han visto obligados a «acatar sus leyes, pero no cumplirlas». Esto es lo que sucede ahora en el carlismo, aunque reconozco que en proporciones más graves que nunca.
Es ilógica y no resiste a la crítica la posición de algunos piadosos católicos que se obstinan en hacer de Pablo VI un mártir, víctima inocente de ocultos poderes que le impiden ejercer su autoridad; es igualmente errónea la de los carlistas leales que retuercen los conceptos o desfiguran los hechos para poder seguir pensando que las proclamas y el comportamiento de D. Carlos Hugo de Borbón-Parma son compatibles con el ideario carlista.
Pero conservar esa fidelidad que usted califica despectivamente de «abstracta» es, hoy por hoy, la única actitud compatible a un tiempo con la ortodoxia y con la lógica.
No todos los reyes carlistas han sido buenos. En realidad, ninguno de ellos ha sido plenamente digno de su heroico pueblo. Ciertamente, no pretendo comparar debilidades disculpables con aberraciones como las de D. Carlos Hugo. Pero recordemos que existió un D. Juan, rey carlista que reconoció a Isabel II en pleno periodo de corrupción liberal. Y que de él nació y fue sucesor un D. Carlos VII, que fue indiscutiblemente el mejor rey que ha tenido el carlismo. Los años pasan, las generaciones se suceden, las abdicaciones sí que son una posibilidad legal y plenamente ortodoxa…
Entre tanto, cuando una situación no tiene solución humana legítima, lo único que puede hacerse es esperar, por duro que ello sea. Pedirle a Dios que levante el terrible castigo que ha caído sobre los carlistas y sobre los católicos y que nos envíe una solución que sólo de su providencia podemos esperar. Y, por supuesto, mantener incólumes los principios contra viento y marea. Contra el viento de las altas claudicaciones y contra la marea del materialismo ambiente.
Esto es lo que están haciendo ¿QUÉ PASA? y «El Pensamiento Navarro», con pocas, muy pocas publicaciones más, ninguna de las cuales puede compararse con ellas en solera ni en resonancia.
Usted y yo, señor Zurita, como personas privadas, y ¿QUÉ PASA?, como revista independiente, tenemos, para discutir los asuntos privados del carlismo, una libertad que no tiene «El Pensamiento Navarro», órgano, a pesar de las anómalas circunstancias, de la Comunión.
¿Se da usted cuenta de lo difícil, lo cuesta arriba que resulta mantener esa fidelidad –por muy «abstracta» que sea– a unos príncipes que no tienen reparo en desautorizar públicamente a súbditos leales que llevan tras de sí toda una larga vida de servicios ejemplares y de abnegación sin tacha?
«El Pensamiento Navarro» no difunde los dislates socialistoides de D. Carlos Hugo, sino que los combate eficazmente. Tanto más eficazmente cuanto que resiste la tentación de arrogarse facultades que no tiene, «descartando» a la dinastía.
C. G. DE GAMBRA
Marcadores