Pues, ya que sacas el tema de las diferencias entre unos y otros, lo primero que llama mi atención (hablo en nombre solo mío) es que vosotros sois de otra generación posterior y que debéis haber llegado al franquismo a través de textos y terceras personas , pero no habéis vivido nada en absoluto de su ambiente, eso se huele a distancia. En mi caso, aunque no viví mucho de aquello, sí lo suficiente para notar lo que variaba en la Transición y le evolución de las mentiras entonces difundidas. Y sí puedo dar fe de que vuestra postura esencialmente libresca, vista desde entonces, es completamente estrafalaria y fuera de contexto. Por eso, en lo que a mí respecta es rechazable porque es chirriante con lo usual con aquel ambiente tanto coloquial como de prensa, como político (no hablo de capillitas, entonces no había internet).
Vuestra postura de un Franco pro-demócrata por entonces, que yo sepa, viene a coincidir con la de un Ricardo de la Cierva y con la de los políticos exfranquistas pasados a demócratas de los partidos AP y UCD, . Posturas de esos individuos completamente desacreditada entonces, y que usaban para justificar su transfuguismo, pero su catadura moral toda la gente más o menos decente la despreciaba. Todo el mundo sabía que sus razones eran propagandísticas y auto-justificativas.
Si Blas Piñar no os sirve, podría serviros al menos el obispo Guerra Campos y la Hermandad Sacerdotal Española (7.000 sacerdotes de entonces). Estos no tenían ningún interés en fingir un Franco "contrarrevolucionario" si no lo creyeran de corazón, y máxime su posición intransigente les era una rémora ante sus obispos progres (la mayoría de entonces). La postura de todos estos sacerdotes "integristas" era la misma que la de Blas Piñar (y que la nuestra).
Por cierto que no se conoce a ningún obispo o sacerdote destacado de entonces que hubiera sostenido vuestra tesis de un Franco a favor de la democracia O eran integristas o estaban a favor de dar paso a un nuevo estado de cosas. Deberiais caer en la cuenta. Los religiosos no tenían que fingir, como los ex-franquistas de AP o de UCD.
Aquí un extracto de la postura de la Hermandad Sacerdotal Española en 1976, poco después de la muerte de Franco. Como se puede comprobar coincide con la postura "nuestra":
Revista ‘Fuerza Nueva’: de la muerte de Franco a la Constitución (1975-78)Revista FUERZA NUEVA, nº 475, 14-Feb-1976
POSTURA DE LA HERMANDAD SACERDOTAL ESPAÑOLA
En este instante de España
La Hermandad Sacerdotal Española, que agrupa cerca de 7.000 sacerdotes y religiosos de todas las diócesis de España desea hacer llegar a todos los miembros y al pueblo español en general la postura que en este instante de España ha tomado la Junta Nacional (compuesta por la Junta Directiva y todos los presidentes diocesanos) en la reunión celebrada en Madrid el día 15 de enero.
Como sacerdotes, somos servidores de la Iglesia y como ciudadanos, servidores de la Patria. Queremos ofrecer a la Iglesia y a la Patria el servicio de unas palabras de alerta ante el momento trascendental que estamos viviendo. Después de invocar la luz del Espíritu Santo, hacemos la siguiente declaración:
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Murió el Caudillo de España, Francisco Franco. He aquí algunos párrafos de su testamento: “Españoles, al llegar para mí hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico... No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta... Quisiera, en mi último momento, unir los nombres de Dios y de España y abrazaros a todos para gritar juntos, por última vez, en los umbrales de mi muerte, ¡Arriba España! ¡Viva España!"
Para los miembros de la Hermandad Sacerdotal Española, este testamento, al igual que el pensamiento de Franco sobre España y la Iglesia Católica, serán un recuerdo sagrado y una doctrina perenne en nuestro ministerio sacerdotal.
Hacemos nuestros los sentimientos que han expresado en sus honras fúnebres la mayoría de nuestros obispos, y en especial los del cardenal de Toledo y primado de España, don Marcelo González Martín, y el obispo de Cuenca, don José Guerra Campos.
Agradecemos a Franco los cuarenta años de paz y progreso que ha dado a España, por cuya unidad y grandeza vivió y murió, y la generosa ayuda que prestó a la Iglesia, como quizá no le prestara ninguno de sus antecesores en la jefatura del Estado. Especialmente le agradecemos haber capitaneado victoriosamente la Cruzada de 1936 contra los enemigos de España y de la civilización cristiana.
Apoyamos esta nuestra actitud en la Carta Colectiva del Episcopado Español, de junio de 1937, y en los juicios de los Papas Pío XI y Pío XII, Pontífices reinantes durante la guerra civil de 1936 a 1939, que ellos llamaron Cruzada, sobre el Generalísimo Franco y las huestes que acaudilló durante y después del conflicto. Nos parece superfluo repetir aquí aquellos juicios por ser de sobra conocidos por todos (La Iglesia bendice a Franco).
Aprovechamos esta ocasión para reiterar nuestro juramento de honrar perpetuamente el sacrificio de cuantos en la Cruzada ofrendaron sus vidas por Dios y por España, y nos opondremos con todas nuestras fuerzas a que se dilapide la sangre de los 13 obispos, 7.000 sacerdotes y decenas de miles de católicos, mártires de Cristo. No seremos ni perjuros ni traidores.
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Acaba de ceñir la corona de España el Rey Juan Carlos I, que Dios guarde. Ante la nueva etapa de la Historia de España, privada de la capitanía de Franco, prometemos lealtad al Rey Juan Carlos y a sus Gobiernos en la misma medida que ellos guarden lealtad al espíritu de la Cruzada de 1936, de la que arranca la legitimidad de la Monarquía.
Confesamos sentir una grave inquietud ante el rumbo que, a los dos meses de desaparecido el Caudillo, están tomando las cosas en la Patria. Hemos tomado nota del acelerado deterioro que se está produciendo en la concordia y en la convivencia nacionales. Si durante casi cuarenta años hemos tenido, mal que bien, una relativa paz interna e íbamos progresando por el camino de la reconciliación tras la trágica irreconciliación de la guerra de 1936, comprobamos ahora que se empieza a resquebrajar la unidad de las tierras, de las clases y de los hombres de España. No analizamos aquí las causas, pero anotamos los hechos.
Vemos, además, el gran peligro que corre de ser prácticamente abrogado el segundo de los Principios del Movimiento Nacional, que dice: “La doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, inspirará la legislación de la nación española”
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