Revista FUERZA NUEVA, nº 527, 12-Feb-1977
“ABSOLUTAMENTE TODO…”
Estoy convencida de que el mundo ha perdido un gran actor. Cada vez que el presidente Suárez, tan apuesto él, sale a escena a explicarle al pueblo las razones del Gobierno para proceder dislocadamente en cada situación crítica o gravísima como la que estamos sufriendo, pienso que nadie asumiría con más propiedad el papel del sofista más consumado. ¡Con qué solemnidad, con qué gesto estudiado de suspense, de descorrer velos, de declarar secretos, nos dejó con la sensación desencantada de que cada español, si quiere sentirse protegido, si quiere no vivir con la perpetua amenaza soterrada en lo más profundo de su alma, con el terror latente de que un día, una noche o una tarde, a la vuelta de cualquier esquina, la muerte implacable le acechará y le destrozará sin remedio, tendrá que proveerse de su propia seguridad personal, como en los tiempos del Chicago de Al Capone!
En ese conjunto de ambigüedades, de no decir nada detrás del biombo de frases grandilocuentes o extremadamente sencillas de su peculiar estilo oratorio, dejó bien claras dos cosas: que el Gobierno no tiene la menor idea de cómo controlar la situación, que los cuatro ministros militares aceptan este “statu quo” de no intervención o, lo que es lo mismo, que aquí todo el que no debe, interviene, y el que tenía que decir la última palabra se calla como un muerto y se autoconvence de que esto es así, irremediablemente en todas las democracias y que para lograr el derecho -que ya teníamos- de salir a la calle sin riesgo, hay que pasar inexorablemente, por el riesgo mortal del terrorismo, que es quien impone sus condiciones y su precio de sangre a cambio de dos premisas: o el control de la calle o el control del poder. Y el más difícil todavía: los dos a la vez, que es lo que con una facilidad asombrosa y absolutamente inexplicable para el hombre sencillo de la calle ha conseguido el segundo Gobierno de su Majestad.
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Una ceguera tan total como para aceptar las lágrimas de cocodrilo de la oposición, que ante la semana trágica se apresuró a dar más testimonios de pésame al Gobierno y autoridades que si fueran sus propios deudos las víctimas inmoladas en el altar de la democracia, sólo demuestra o una debilidad suicida o haberse entregado con las armas caídas al enemigo. ¿A cambio de qué?
La mañana siguiente a la masacre de los abogados laboralistas, el presidente del Gobierno, haciendo alarde de esa serenidad plúmbea, recibía como si tal cosa a miembros de la oposición. Como los mismos portavoces del Gobierno habían seguido el juego a esa prensa que está manipulando los destinos de España de la manera más desvergonzada, el presidente Suárez, ante una presión tan descarada y como asumiendo el “mea culpa”, tuvo que comprometerse seriamente. ¿Por qué, si es un político tan clarividente, tan de una pieza como se le alaba en las cancillerías de las democracias europeas? ¿Qué hizo cambiar tan súbitamente a unos políticos que llevan meses pidiendo, exigiendo machaconamente la amnistía total, terroristas incluidos? ¿Es que estos terroristas eran más terroristas que los que mataron a Araluce, que los que han secuestrado a Oriol y al teniente general Villaescusa? ¿O es que entre la escoria del crimen también hay clases y categorías?
¿Cómo se puede utilizar un sepelio, con funeral concelebrado, cubiertos los féretros con banderas comunistas, no españolas, dentro de una iglesia católica, y tolerarse la “mise en scene” de los líderes más significados de cara a las cámaras, disputándose el honor de conducir los cadáveres como lo que eran, de hecho, el precio de una claudicación histórica y vergonzosa por parte del Gobierno? “¿Veis mis muertos? Los pagaréis caros” parecían decir. Y los otros muertos, los de las fuerzas del orden que cada día están prestos a dar su vida para que los españoles nos sintamos seguros, ésos eran los muertos medrosos, los muertos incómodos, los muertos inoportunos, esos que ponen impaciente al ministro de la Gobernación, porque siempre llegan en el momento en que la “democracia” marcha sobre ruedas. (…) Vaya hombre. Ahora que la oposición y el Gobierno estaban tiernos de puro arruinarse. Esta oportunidad fatídica está a esa hora en esa carretera. Oh, qué manía. ¿Los bancos a pedir protección? Moverse cuenta de que esto de los atracos ocurren en las democracias más decentes.
Y así estos muertos, que caen con las botas puestas, a los que se les ha arrebatado la autoridad de hacer uso de las armas más que en última instancia, siempre demasiado tarde ya, desaparecen, son enterrados como con prisa, se les conceden unos honores póstumos brevísimos, con la excusa de la austeridad castrense, y cuando los que aún no han perdido el sentido de Patria consideran que un himno es siempre un homenaje a las Fuerzas Armadas que mueren cada día con un heroísmo silencioso en el cumplimiento de su deber, el viceprimer ministro (Gutiérrez Mellado) se siente irritado, considera inadecuado, inoportuno el instante.
Eso se queda para los comunistas. ¿Cuándo se ha visto mayor incongruencia que esquelas sin cruz, y un funeral con seis u ocho curas en una iglesia católica con banderas rojas y la hoz y el martillo, el símbolo más infamante del ateísmo más atroz? Este galimatías no hay quien lo entienda, salvo que tenga una explicación bien clara. ¡Ahora resulta que los que merecemos persecución somos los que eternamente y contra toda esperanza defendemos a España! El Gobierno, que se muestra tan remiso en encontrar a los responsables d estos crímenes, de los recientes secuestros, rápidamente detiene, entre otros, a Luis Fernández Villamea (colaborador de la revista FUERZA NUEVA), que estaba a más de cien kilómetros de Madrid a la hora del crimen, mezclándole vergonzosamente, presuponiéndole implicado en un hecho delictivo de tal monstruosidad, mientras el asesino de Paracuellos se pasea tranquilamente por Madrid y es entrevistado por Radio Nacional de España como si fuera un personaje político en ejercicio, cuya opinión condenatoria tuviese la más extraordinaria valía de cara a la opinión pública. ¿Pero qué escándalo es éste, qué explicación clara y precisa puede dársele a este cúmulo de atrocidades permitidas desde el Gobierno en una dejación de autoridad como no la había conocido España en cuatro décadas? ¿Y a esto, a este manicomio sin rejas, le llama don Adolfo Suárez democracia? ¿Es éste el precio de sangre para que le gustemos, para que nos conceda el honor de su aceptación en la CEE el primer ministro belga, que considera que estamos adelantando muchísimo en el camino de la democracia?
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Quizá la respuesta sea más sencilla, aunque más escalofriante todavía, y se encuentre exacta y reveladora, sin necesidad de claves misteriosas, en el mensaje criptográfico del presidente al pueblo, que debe aceptar “serenamente” su implacable destino. Ese “absolutamente todo”… es terriblemente revelador, porque ese “absolutamente todo” quiere decir que el reconocimiento oficial del PCE, tácitamente admitido, es un hecho ya irreversible e inminente... Radio Nacional de España, al preguntar a Carrillo le dio categoría de “ministrable”… Pues, mire usted, don Adolfo, con todos los respetos, le digo que no le va a servir de nada la serenidad, y que los lobos son lobos aunque se pongan piel de cordero, y aunque se les dé como carnaza “absolutamente todo”... Sus fauces son insaciables y en último caso, señor presidente, todos perderemos, a todos nos tragará la vorágine, y a usted el primero, porque con el comunismo no valen actitudes conciliatorias ni supuestos democráticos. ¡Lo malo es que cuando usted llegue a esta sencilla conclusión será ya demasiado tarde!
Herminia C. DE VILLENA |
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