Re: Desenterrando a Franco
Tengo para mi que hay una deuda histórica en el Carlismo que no ha sido satisfecha. Si el texto que sigue más abajo es falso, estoy deseando ver la correspondiente réplica pues esconder la cabeza de nada sirve, pero si relata hechos auténticos, espero ver una justificación que todavía no conozco. Si los hechos relatados son ciertos, ni la monarquía demoliberal ni, lo que es mucho peor, la línea carlista son legítimas. Tal circunstancia, no obstante, no excluye que España es obra de la Monarquía y así debe seguir siendo, pero bajo otros planteamientos de orden tradicionalista y bajo otros auspicios.
No es historia-ficción sino Historia real, con mayúscula. De haberla conocido, lo cual fue posible pues aconteció en vida de él, habría inspirado tal vez al príncipe de las letras Alejandro Dumas su celebérrima obra «El conde de Montecristo».
Entre los papeles privados de fray Juan de Almaraz, confesor de la reina María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV y madre, al menos oficial, de Fernando VII, localicé un increíble documento en el Registro del Ministerio de Justicia, en mayo de 2009. Antes de nada, leí una inquietante palabra en el sobre lacrado: «Reservadísimo». Justo debajo, con la misma caligrafía, se indicaba: «Reservado a mi confesor si muero sin ella –sin confesión–, nadie lo podrá abrir ni ver más que el confesor».
Pero yo abrí, trémulo, el sobre y quedé pasmado al leer esta asombrosa revelación: «Como confesor que he sido de la Reyna Madre de España (q. e. p. d.) Doña María Luisa de Borbón. Juro imberbum sacerdotis cómo en su última confesión que hizo el 2 de enero de 1819 dijo que ninguno, ninguno –se repite en el original– de sus hijos y [sic] hijas, ninguno –de los catorce que tuvo– era del legítimo Matrimonio; y así que la Dinastía Borbón de España era concluida, lo que declaraba por cierto para descanso de su Alma, y que el Señor la perdonase.
Lo que no manifiesto por tanto Amor que tengo a mi Rey el Señor Don Fernando 7º por quien tanto he padecido con su difunta Madre. Si muero sin confesión, se le entregará a mi Confesor cerrado como está, para descanso de mi Alma. Por todo lo dicho pongo de testigo a mi Redentor Jesús para que me perdone mi omisión. Roma, 8 de enero de 1819. Firmado Juan de Almaraz».
Si lo que el sacerdote sostenía era cierto, los Borbones de España no estaban en condiciones de exigir sangres absolutamente puras a sus herederos al trono en el momento de desposarse.
Cuando juzgué concluida mi tarea, tras localizar la increíble confesión manuscrita del sacerdote, volví a toparme con otro documento inédito no menos sobrecogedor: una carta secreta del gobernador de Peñíscola. Fechada en la localidad castellonense, el 13 de febrero de 1834, la carta del principal mandatario de Peñíscola produce aún hoy escalofríos al leerla.
«Reo de alta traición»
Dice así: «El gobernador de aquella Plaza. Dice que al tomar posesión del Gobierno de la misma –Peñíscola– ha encontrado en un encierro al sacerdote D. Juan de Almaraz, que fue conducido a ella a consecuencia de una Real Orden de que acompaña copia, expedida por este Ministerio en 21 [de] octubre de 1827, en la cual se califica de reo de alta traición al referido Almaraz y se encargaba fuese incomunicado vigorosamente y vigilado bajo la responsabilidad personal del gobernador, y como desde aquella fecha no haya podido alcanzar aquel desgraciado ningún alivio en su dura prisión, a pesar de los beneficios decretos dictados por el magnánimo corazón de V. M. en bien de todos los españoles, cree su deber hacer presente que la conducta observada en la prisión por este reo ha sido la correspondiente a su respetable carácter que su edad de 67 años, sus enfermedades dimanadas de su senectud y sus padecimientos de seis años y medio de encierro sin comunicación, le hacen inepto para el mal como para el bien: y que todo lo que puede formar la felicidad de este respetable anciano es que V. M., tendiéndole su mano, beneficie para que no muera en su encierro, le permita volver a Extremadura, su patria, y acabar sus días en el seno de su familia».
El máximo funcionario de la prisión quedó horrorizado al abrir la mazmorra y contemplar a un anciano de largos y enmarañados cabellos y barba blanca crecida hasta la cintura, que se le arrojó sollozando a sus pies. Aquel espectro viviente dijo ser el fraile Juan de Almaraz, incapaz ya casi de articular palabra tras su larga incomunicación.
Muerto Fernando VII en 1833, le sucedió como regente su cuarta esposa, María Cristina de Borbón, reina gobernadora durante la minoría de edad de su hija Isabel II. Al régimen absolutista sucedió así el régimen liberal, una de cuyas medidas fue la concesión de una amnistía para delitos políticos mediante el decreto de 16 de enero de 1834.
La reina María Cristina otorgó finalmente el perdón al inocente fray Juan de Almaraz, a quien sólo se había condenado en virtud de la sentencia dictada y ejecutada por el poder absoluto de un rey.
María Luisa había comunicado a su confesor durante el exilio en Francia, Fray Juan de Almaráz “ninguno de mis hijos lo es de Carlos IV y, por consiguiente, la dinastía Borbón se ha extinguido
El Rincón de la Historia : Fray Juan de Almaraz
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
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