Revista FUERZA NUEVA, nº 610, 16-Sep-1978
Caídos por la «democracia» ¡Presentes!
Sobre el retablo gráfico de sólo algunos caídos por la «democracia» en el año 1978, bien vale publicar este artículo que firma nuestro habitual colaborador J. Flores. Un amigo suyo militar le envía una carta en la que expresa que no quiere que su futura muerte sea anónima ni cubierta por el silencio. Sobre las fotografías estremecedoras de un drama vivo y monumental se alzan las voces de los que no quieren que se tergiversen los móviles de su posible sacrificio, ni que su sangre sirva para apuntalar un régimen político desprovisto del mínimo sentido de la caridad para con su pueblo. Ahí queda, entre el clamor apocalíptico de unos hombres que han dado ya la vida —sólo en lo que va de año—, el grito de un soldado que busca, al menos, un epitafio digno para su tumba. Nadie tiene seguro ni el argumento legítimo de su muerte.
MI AMIGO EL MILITAR
ACABO de recibir una carta de mi amigo el militar que me ha hecho meditar profundamente. Voy a transcribir algunos párrafos que no tienen desperdicio:
«Puedo asegurarte —escribe— que tengo miedo. Verdadero miedo. Tengo miedo de morir en las actuales circunstancias, y este miedo me está amargando un poco la vida. Yo sé que los atentados y asesinatos cometidos contra el Ejército y Fuerzas del Orden Público son cometidos precisamente para atacar a España. Yo lo sé, y también lo sabe mucha gente, entre ellos los mismos asesinos. Sin embargo, los políticos y cierta gran fauna periodística se empeñan en propagar que los asesinados lo fueron por la democracia y precisamente por aquellos que querían desestabilizarla.
Esto vendría a ser como aquel que muere atropellado por un desvencijado tranvía de los que apenas si queda algún ejemplar, mientras conducía un «600», en vez de morir en un célebre naufragio o en un histórico terremoto. La diferencia de las muertes de Gaudí y de Granados es abrumadora. La realidad es que el que muere, muere, pero qué diferencia...»
Más adelante me dice en su carta:
«De ser cierta la historieta de la desestabilización de la democracia y la muerte por ella, yo podría hacer ciertas sugerencias a los terroristas para que dirigieran sus tiros a los «demócratas de toda la vida», que imagino estarán dispuestos a dejarse matar por ella, dejándonos a nosotros la representación de otras muertes más dignas, cual es, por ejemplo, la de morir por España. Y es que se da el caso curioso de que los demócratas de esto parece que, además de la inmunidad (impunidad) parlamentaria que algunos tienen, poseen también la inmunidad contra el atentado terrorista que teóricamente, según nos quieren hacer creer, va contra ellos.
Créeme que no se me quita de la cabeza que yo pueda caer asesinado por un valiente etarra, sin opción a defenderme, como es habitual en estos simpáticos maleantes, y que luego digan que he muerto por una democracia en la que no creo, siendo la intención del valiente etarra, grapito o frapeto de turno la de desestabilizar la democracia. Yo sabré, desde el otro mundo, que he muerto por España, pero mi innnato sentido del ridículo me hará sufrir (éste deberá ser mi purgatorio) sabiendo que dirán que otras han sido las motivaciones de mi sacrificio. De esto tengo miedo.
Y dejando el tema del miedo aparte, te diré que mi mujer y yo hemos llegado a un acuerdo. Cuando tieso ya, gracias a los valientes etarras, grapitos o frapetos, se celebre (es un decir) el funeral, desde lo alto de mi ataúd, mi mujer oteará la entrada de la iglesia y tirando de lista impedirá el paso a ciertos personajes, uniformados o no, habituales en estos festejos, y que van distribuyendo medallas como quien reparte una mano de póquer. Con respecto a esto de las medallas también hemos llegado al acuerdo para no admitir ninguna que no haya merecido en vida, con excepción (aún hay clases) de una medalla militar debido a que los méritos contraídos en la acción que provocara mi muerte fueran dignos de ella. También estarán autorizadas canciones, vivas y mueras y prohibidos los "silencios castrenses que inunden España". Podrán "capitalizar" mi muerte aquellos que han "capitalizado" la bandera española. Se lo merecen, ¡qué porras! La homilía deberá ser de esas que le cuesten el cargo al cura castrense de turno. Y sobre mi tumba habrá de ponerse "caído" y no "muerto"...»
No hay duda de que en mi amigo perdura el viejo y clásico sentimiento necrófilo hispánico. Pero también perduran, gracias a Dios, otros sentimientos.
Sí, yo comprendo a mi amigo el militar.
J . FLORES
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