Revista FUERZA NUEVA, nº 502, 21-Ago-1976
LA “DERECHA” AL PODER
Carlos Arias cayó desplazado por la corriente revolucionaria –o si se prefiere “reformista”- de la que se brindaba como uno de sus principales motores. Triste sino para quienes se prestan a desempeñar el, a corto plazo, desairado papel que él asumió.
Cuando Arias accediera a la Jefatura del Gobierno (enero de 1974), muy pocos sospecharon que iba a imprimir a la trayectoria nacional un giro de ciento ochenta grados. Personalmente creo que ni el mismo Franco. Arias venía precedido de fama de “duro” del Régimen, y su cargo anterior –ministro de Gobernación- conllevaba el cometido fundamental de la defensa o salvaguardia de la política del almirante Carrero Blanco, para lo cual se exigía lógicamente una identificación plena con la misma. Además, dentro del Gobierno Carrero, había mantenido la postura “halcón”, al pronunciarse –así lo asegura la revista “La Jaula”- contra el proyecto de normativa de las asociaciones, debido, sobre todo, a Fernández Miranda.
El momento del nombramiento Arias –tras el salvaje asesinato de Carrero- demandaba, de acuerdo con el más elemental desarrollo natural de los hechos, un hombre que acentuara el ejercicio de la autoridad para impedir la repetición de crímenes, que ya hastiaban al pueblo. (…)
Lo que aconteció después resulta de sobra conocido. El “12 de febrero” y la apoteosis posterior, por parte de una prensa interesada, del talante “aperturista” del nuevo presidente. La fracasada normativa asociacionista, la fragmentación de las fuerzas del Régimen y los enfrentamientos entre ellas… para terminar formando equipo con los adversarios de Carrero: Fraga y Areilza, de quienes ahora se afirma que sostuvieron contactos con Santiago Carrillo antes y durante el ejercicio de sus ministerios respectivamente.
Pero ni ese expediente “in extremis”, con que se aferró al Poder, logró retrasar su caída en medio de la alegría general. De un lado, porque defraudara la fe que su vida pública ulterior al 1 de abril de 1939 despertara en que sabría fortalecer el Estado y los Principios del Movimiento, a los que, en tantas ocasiones, declarara y jurase pública lealtad. Al ser cesado (julio-1976), el progreso de la subversión aparecía notorio e indisimulable. Del otro, porque persistía en guardar las formas en grado mínimo y no quiso prescindir, por completo, de la legalidad, aunque tratara de mantenerla desnaturalizada. Ya había cumplido la labor de ampliar la brecha en el Estado del 18 de Julio. Como tantos otros en su caso, quería paralizar el proceso que ayudara a desencadenar. Había llegado la hora de verificar aquellas palabras estampadas aquí: “Señor Presidente: Fíjese bien en quienes le acompañan”. “Piense si le dirigen o le empujan”. (FUERZA NUEVA, 28 de septiembre de 1974.)
Adolfo Suárez, Presidente del Gobierno
Alejado Arias del escenario político, contra cualquier previsión de sólo un trimestre antes, se designaría para sucederle a Adolfo Suárez. Personalidad pública que se había forjado entre los equipos tecnocráticos y el Movimiento y que disfrutara del favor, confianza y simpatía del almirante Carrero Blanco. El Consejo del Reino eligió la terna y, al parecer, no se nombró a quien obtuvo mayor número de votos.
También respecto a Suárez, se produjo un fallo de lógica semejante –aunque de distinta trascendencia- a la de Arias. La ascensión progresiva del nuevo presidente, salvo en su etapa final, respondía a su encuadramiento dentro del entorno tecnocrático, aunado a ciertos puentes hacia el Movimiento y a la promoción de la UDPE. De ahí que se pronosticó el retorno de la parcela tecnocrática. Tampoco faltó quien previera que la UDPE compartiría con la misma el Gobierno, ya que Adolfo Suárez había desempeñado nada menos que la jefatura de tal asociación hasta el instante se der llamado a la Secretaría General del Movimiento, para defender, poco después, la ley de partidos políticos ante las Cortes, es decir, la disolución del propio Movimiento, cuya Secretaría General encarnaba.
Pero Suárez pronto desmentiría explícitamente que su designación supusiera el asalto de los tecnócratas al Poder y los hechos revelaron su olvido de la UPDE. Cumplió su palabra y los tecnócratas no llegaron al Gobierno y, aunque no lo prometiera, tampoco la UDPE. El grupo, con el que inesperadamente se alió, para la formación del Gabinete, fue “Tácito” (*).
El grupo “Tácito” –del que ya estas páginas se han ocupado- es una parcela minoritaria dentro del sector democristiano del que procede. Sus antecedentes hay que buscarlos en determinada entidad europeísta dirigida, en los años 50, por Francisco de Luis, donde, a su amparo, se aglutinaban unos jóvenes, cuyos representantes más sobresalientes promoverían veinte años después el mentado grupo. (…)
Las personalidades más conocidas del ministerio Suárez (julio, 1976) iniciaron su ascensión pública durante la égida de la tecnocracia. La Secretaría General Técnica de la Presidencia bajo la titularidad de López Rodó, el Ministerio de Información y Turismo y el Movimiento fueron las ramas de la Administración donde la empezaron. Cuatro de los componentes del Gabinete son yernos de ex ministros de Franco, que, cuando abandonaron el Gobierno, desempeñaron, además, relevantes funciones de libre nombramiento. De ahí que buena parte de los nuevos ministros, familiar o personalmente, o ambas cosas a la vez, han estado vinculados al Estado del 18 de Julio.
Falta de respaldo político-social
No obstante, el proceso que Arias impulsara o acentuara obedece a una dinámica que no por repetirse deja de desarrollarse en cuantos casos no topa con una autoridad decidida a enfrentarse con el mismo. Y, desgraciadamente, no es el caso. El grupo “Tácito” hace tiempo que, a caballo entre el Poder y la oposición, se ha brindado como heraldo del “reformismo”, alejándose del auténtico espíritu informador de los Principios del Movimiento. Además –y es importante- quizá sea el “Gobierno de los Tácitos” el que, desde el 1 de abril de 1939, cuenta con menor respaldo de los sectores sociales y políticos. Se habla de los lazos de bastantes de los ministros con la Banca y las finanzas nacionales, los cuales se airearon por algunos semanarios. Mas, aparte de este apoyo poderoso, aunque minoritario, no se conoce otro que el del reducido grupo “Tácito”, pues, incluso dentro de la propia Democracia Cristiana o de sus variadas tendencias, no despierta entusiasmo, no mayoritario, sino sencillamente apreciable.
Nos hallamos, pues, frente a un Gabinete típicamente “derechista”, tanto bajo la óptica política como social, que, sin embargo, no accedió sustentado ni por la masa franquista, ni por las parcelas de la “derecha” de donde dimana, ni por sector “visible” del espectro político nacional.
Y en esa falta de respaldo radica el peligro, pues la tentación –cayendo en la misma trampa que Arias- de lograr las adhesiones a base de ceder frente a los partidos que muestran un dinamismo más embarazoso se le presentará casi con fuerza irresistible.
Y, así, contemplamos cómo proclamará el dogma de la soberanía popular, que conlleva el germen destructivo de los Principios del Movimiento y de la propia Monarquía, al sustituir la objetividad por las subjetivas veleidades de la mayoría. (…)
Y cómo, no contento con el indulto real, propondrá y obtendrá la amnistía que se ofrece –a nuestro entender- engañosamente como expediente de reconciliación, pese a que la experiencia de los años 30 muestra que las tres amnistías concedidas –proclamación de la República, triunfo de la “derecha” en 1933 y victoria del Frente Popular- antes que retrasar, multiplicaron las tensiones que desembocarían en el 18 de Julio, y que desconoce voluntariamente los efectos desmoralizadores de una gracia que parece “arrancada” al Poder, ante las fuerzas de Orden Público, las autoridades judiciales y las gentes honradas de España.
O cómo, avanzando en la “apertura” periodística tolerada por Arias y que se empeña en no aplicar la legislación vigente en materia de prensa, los cabecillas del Partido Comunista se permiten el lujo de divulgar, a través de la prensa capitalista, cuando no del Movimiento, sus entrevistas o declaraciones triunfalistas. O cómo el desnudo y la pornografía proliferan en nuestros semanarios ante la complacencia de las “catoliquísimas” autoridades informativas y el silencio de la jerarquía posconciliar eclesiástica.
O cómo los miembros del Comité central del Partido Comunista de España- y pese a las promesas (…) pronunciadas ante la Cámara por los defensores de los proyectos reformistas (…)- hacen gala de una libertad de movimientos inconcebible donde se garantizó que el comunismo quedaba fuera de la ley.
O cómo el Vaticano gana, sin contrapartida, la baza del Concordato. (…)
Grave riesgo del “gobierno Tácito”
España tiene como rector de sus destinos a un equipo “derechista”, en el significado peyorativo que tal epíteto contiene dentro del léxico político patrio. Procedente del Estado del 18 de Julio, familiar y personalmente, en vez de asentar su legitimidad en la de dicho Estado, ha preferido acudir a la movediza “soberanía popular”, que vicia esencialmente el título de dicho equipo al no reposar en tal soberanía, auto-ubicándose en una situación de inferioridad y con un complejo de culpabilidad. A pesar de su claro color “derechista”, carece del respaldo de los epígonos de la CEDA, y el de la Banca –si fuese realidad- no es suficiente.
De ahí que, al distanciarse por propia iniciativa de la legitimidad del 18 de Julio y colocarse en el terreno elegido por el adversario –la democracia- sin respaldo propio y sin legitimidad popular (…) a fin de lograr las adhesiones de que “ab initio” se encuentra ausente, se corre el grave riesgo de que multiplique las concesiones, que es lo sucedido hasta ahora. Comentarista tan poco sospechoso como José María Ruiz Gallardón observa:
“El Gobierno está haciendo evidentes concesiones a la opinión. No de otra manera se puede interpretar desde la legalización de los partidos políticos hasta la amnistía de ayer, pasando por la reforma del Código Penal.
Pero ¿en qué ha cedido la oposición? Leo todos los días con avidez los periódicos. Busco concesiones reales, como son las que hace el Gobierno. Y lo cierto es que todavía no las ha mostrado. Siguen en sus trece: exigir la ruptura. Gobierno provisional gestor, las Constituyentes y la abierta discusión sobre la unidad de España y la forma de ser del Estado”.
Pierre Gaxotte –profundo conocedor de los procesos revolucionarios- ya indicó que cuando la autoridad duda de su legitimidad y cree en la del adversario, está perdida. Y nuestro Gobierno, lejos de fundar su legitimidad en la del Estado del 18 de Julio –único título en su haber-, ha declarado espontáneamente su profesión de fe democrática, yendo al campo de juego señalado desde el VI Congreso del PCE por Carrillo (**).
Recuérdese que el astuto secretario del PCE, en su último libro, explica que ni el almirante Aznar ni sus compañeros de Gabinete sospecharon antes del 14 de abril de 1931, que el suyo pasaba a la Historia como el Gobierno final de la Monarquía.
Jerónimo COLL
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