Revista FUERZA NUEVA, nº 510, 16-Oct-1976
EDITORIAL
¡Miedo!
No pudo ser más penosa, triste, sin garra ni representativa de lo que la Nación esperaba, en aquel momento, la imagen que dio en RTVE el ministro de la Gobernación, Martín Villa, al dar lectura a ese neutro, absurdo y confuso comunicado que nada decía en relación con el quíntuple crimen de ETA en San Sebastián.
Un ministro vacilante y nota oficial pobre en sus conceptos, timorata en su fondo, no cabe duda que clarificaban en ese momento la realidad en la que se asienta el segundo Gobierno de la Monarquía: el miedo.
Un miedo a no herir a los enemigos del Régimen, del Estado vigente, que, se quiera aceptar o no, no es otro, en su única posible legalidad, que el nacido del hecho histórico y revolucionario concretado en la fecha heroica del 18 de julio de 1936.
Esta es la gran verdad del momento político español: una Administración titubeante frente a quienes sin reparos se declaran sus contrarios ideológica e institucionalmente y buscan, de todas las maneras, la destrucción del Sistema que configura jurídicamente a esa misma Administración.
Y un temor a romper con los que hasta hoy se han caracterizado por propiciar la subversión del Régimen; que actúan sin recato alguno en una tarea demoledora de todos los valores trascendentales del hombre y, con ello, de los del ser español y el destino histórico de la Patria.
Fue un ejemplo vivo, ante la pequeña pantalla, de un gobierno vacilante, falto de autoridad, como si la acción represiva, lógica en estas circunstancias, no pudiera ser realidad por condicionamientos superiores, que físicamente contrariaban el mismo rostro de Martín Villa y daban a sus palabras un tono huidizo, inaceptable para los españoles que esperaban palabras contundentes, posiciones enérgicas (...)
No sabemos si, en secreto, existe o no un pacto con la parcela más negativa de la oposición política, es decir, el separatismo. Aun cuando la tolerancia y mimo que se tiene con el PNV, las concesiones otorgadas –“ikurriña” incluida- a los grupos separatistas y a ciertos Ayuntamientos, durante el bien reciente viaje de Martín Villa por aquellas provincias, nos lo haga temer.
Y lo tememos porque, si bien el Gobierno ha condenado esos crímenes -¡no faltaba más-, lo ha hecho como si tal tropelía, tal terrorismo, entrase en la normativa lógica de las cosas y se tratase sólo de “un desgraciado incidente que también pasaba en los tiempos de Franco” (...)
“¡El Gobierno no caerá en la trampa!”, ”¡El proceso democrático no se detendrá!”, son manifestaciones que ya suenan a manidas, a disco muchas veces repetido desde el poder, como si a éste lo único que le importara fuese cumplir con las consignas recibidas de sabe Dios qué extraña y antiespañola dirección, marginando el sentir de nuestro pueblo, para sustituir sectariamente, por su acción, el bien de España por el logro de las apetencias de una partitocracia insolidaria y nefasta, al servicio de las dos grandes Internacionales tradicionalmente enemigas de la Patria: la marxista y la capitalista.
Es triste constatar que el camino de la democracia que se nos quiere imponer desde las alturas (...) no puede conducirnos más que al caos, a la tolerancia con la subversión y al crimen impune.
Y esto es así porque desde el Poder se ha creado la mayor crisis de autoridad de nuestra reciente historia patria. Una crisis que, insistimos, se genera por el miedo al enemigo, por el temor a ser puestos en la picota por quienes se han erigido en sus válidos interlocutores en la tarea de desmontar el Movimiento Nacional.
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