DOCUMENTO 9
Fuente: Archivo Familia Borbón Parma, Archivo Histórico Nacional.
Documento dirigido por los Jefes del Carlismo Navarro (Don Joaquín Baleztena, Don Ignacio Baleztena, Don José Ángel Zubiaur y cuarenta más) al Príncipe Regente, Don Javier de Borbón Parma, en Enero de 1946
SEÑOR:
Hemos recibido la carta afectuosa con que V. A. nos ha honrado, dirigida a nuestro Jefe Regional don Joaquín Baleztena, contestación al escrito que en septiembre pasado le dirigimos exponiendo nuestros puntos de vista sobre el problema fundamental de la Comunión e interpretando, creemos, el sentir del carlismo navarro.
En aquel documento razonábamos a V. A. la necesidad, mejor aún, la urgencia que, a nuestro juicio, reviste el cumplimiento del encargo conferido por nuestro último Rey Don Alfonso Carlos (q.d.D.g.), en orden a la determinación de la sucesión natural, ya que la caótica situación que padece la Comunión, bifurcada en caprichosas y dispares actuaciones, deriva, a nuestro entender, de la falta de aquella pieza fundamental, sin cuya personificación, en símbolo de concreción dinástica, nuestros principios, patrimonio indeclinable de nuestra conciencia política, no tendrían jamás posibilidad de realización.
Por eso concretábamos a V. A. que la Comunión Tradicionalista sin Abanderado regio, podrá ser una escuela filosófica, pero nunca una solución política. Y añadimos que si en todo momento sería esto necesario, como consustancial que es a la Comunión, la necesidad se muestra más acuciadora que nunca en el presente momento político.
V. A. se ha dignado contestarnos excusando la favorable acogida de nuestra petición por estimar que el más eficaz camino de la restauración de la Monarquía Tradicional en España es el de la Regencia legítima y nacional, tal como esa concepción ha sido expuesta por los representantes de V. A.
Jamás se ha negado a los carlistas, y menos aún a los navarros, cuyas autoridades siempre comunicaron directamente con el Rey, la expresión limpia y sincera de su pensamiento. Por ello, con el mayor respeto, pero con la máxima sinceridad, nos permitimos exponerle nuestra fundamental discrepancia en la materia. Servirá, cuando menos, de salvaguarda de nuestra responsabilidad.
Permítanos, pues, la fijación clara de nuestras posiciones. La disposición del último Rey de nuestra dinastía, que veía la probabilidad de que le llegara la muerte sin que su sucesión se hallase determinada, hay que reconocer que fue acertada solución para aquel momento.
Era natural que no pudiendo, como tantas veces dijo, proceder a determinaciones caprichosas con quebranto de la Ley de que dimanaba su derecho, y viviendo todavía el Rey destronado de la dinastía liberal sin abdicación de sus pretensiones, solucionase interinamente la grave cuestión mediante la designación de un Príncipe de su familia para la Regencia de la Comunión, con encargo de proceder a la determinación de la sucesión natural sin más tardanza que la necesaria.
Mas nosotros estimamos que en el transcurso de los diez años transcurridos desde la muerte de D. Alfonso Carlos, se han producido las suficientes mudanzas para cambiar totalmente los términos del problema. Sobre que toda misión tiene su plazo oportuno, creemos que la tardanza ha rebasado con creces la línea de lo necesario. Creemos, igualmente, que se han extralimitado las características institucionales de la Regencia de la Comunión.
Año tras año se ha pretendido mantener a los carlistas en la esperanza de poder alcanzar la constitución de una Regencia efectiva y nacional que abriese cauce a la situación definitiva española, organizando las instituciones nacionales y procediendo al reconocimiento del Rey legítimo.
Esto, naturalmente, no afecta a lo que pudiéramos llamar dogmática en nuestra Comunión. Es cuestión de forma, de procedimiento, y hay que examinarlo, claro está, con criterio de posibilidad.
Esta Regencia, efectiva y nacional, había de derivar de la misma de la Comunión y había de encarnarla el Príncipe Regente de ella. ¿Cómo se operaría el milagro de que la Comunión Tradicionalista y su Regente obtuviesen, en medio de las actuales convulsiones nacionales e internacionales, las aquiescencias necesarias, primero para lograr instaurarla, y después para realizar el laborioso proceso institucional, todo lo cual requeriría poco menos que una conformidad y un sosiego unánimes de dentro y de fuera?
¿Cómo un Príncipe extranjero –justificadísimo para la misión interna y concreta que se le confió– podría convertirse en gobernante español y obtener la amplia confianza nacional que siempre ha radicado, o en la auténtica representación de una estirpe dinástica consustancial con la Patria, o en hombres singulares que le hayan prestado servicios inolvidables?
Se ha dicho, y V. A. insiste sobre ello, que no repugna a la naturaleza de la Regencia que ésta sea delegada por el Príncipe a favor de otra constituida por uno o varios miembros, con la sola condición de recibir de él el refrendo de la legitimidad. Pero, ¿cómo traspasar las legitimidades por determinaciones personales? Si la Regencia tuviese carácter nacional sólo podría surgir de la voluntad nacional auténticamente representada, o de lo que en el país predominase.
No, la Regencia instituida por D. Alfonso Carlos a virtud de evidentes y razonados motivos circunstanciales, se refirió sólo a la vida interna de la Comunión y a plazo que nunca pudo ser diferido hasta ahora. Sin más tardanza que la necesaria. El Príncipe instituido ha debido señalar la sucesión con arreglo a las Leyes y ha debido tener en cuenta, además, las posibilidades nacionales. Ésta, y no otra, era su función. Y una vez señalada la sucesión, ha debido dejar a la Comunión, compuesta de españoles, en libertad para tratar, debidamente organizada, con el Príncipe de derecho, todo lo referente a su acople a las legitimidades de administración o ejercicio.
Por este camino se hubiese llegado a que la Comunión tuviese un Rey que conjuntase el derecho de origen y las legitimidades de ejercicio que a nadie pueden negarse caprichosamente. Esto hubiera sido dotar a la Comunión de su pieza fundamental. Pudiera haberse llegado también a que quien ostentase el derecho de origen no encarnase los principios –para nosotros primordiales–. Pues aun en ese caso, la Comunión Tradicionalista, huérfana de Rey y obrando como fiel custodio de su doctrina, actuaría con una flexibilidad política que le permitiera buscar otras soluciones para su problema esencial.
A virtud de imperativos de nuestra conciencia política, queda proclamada, con las elementales y breves consideraciones que preceden, nuestra resuelta y sustantiva insolidaridad con esa concepción hipotética e inactual que tapona toda posibilidad de actuación y convierte a la Comunión en reducto de ineficacias.
Seamos humanos y pensemos con la justa y debida apreciación de factores nacionales e internacionales que no permiten entregarse a arbitrismos carentes de toda posibilidad.
Piense, Señor, que en esta hora de España, una de las más graves de su Historia, no hay más solución que la Monarquía. En ella se fijan cuantos no son rojos, empezando por el Jefe del Estado, que la presenta como única solución posible.
Ciego será quien no percate los tenebrosos designios que se ciernen sobre España. V. A. nos habla de los que amagan a toda la cristiandad y confía en que España sea el mejor baluarte para su defensa. Así debe ser, en efecto. Mas para lograrlo precisará la unión no sólo dentro de la Comunión Tradicionalista, sino de todos los españoles que sientan y aprecien los postulados salvadores. Precisará también que de esto se percaten con una claridad que no nublen apasionamientos cerrados ni pueriles arrastres, que fácilmente pueden conducir a dolorosas sorpresas.
Piense igualmente que mientras otra solución no se ofrezca, nuestros cuadros se merman día a día, nuestras gentes se consumen en el desengaño y surgen, para mayor confusión, otras desviaciones dinásticas, todo lo absurdas que se quiera dentro del criterio que con tesón legitimista hemos venido manteniendo durante más de una centuria, pero que siquiera pueden deslumbrar a la sencillez de nuestros adeptos con un valor sentimental y un garbo romántico, de que también está ausente esa fría y anodina concepción [1].
Observe, finalmente, que por este camino la Comunión está llamada a convertirse en mera espectadora de acontecimientos tal vez próximos. Sería desolador que a tal condición se redujese a quienes tanto sacrificio han inmolado a la salvación de España en sus más críticos momentos.
Para actuar con eficacia en el presente y en el futuro, la Comunión necesita saber quién es su Rey y tratar con él de que su valiosa aportación influya lo debido en los futuros destinos nacionales.
Ciertos estamos de interpretar el sensato razonar y el sincero sentir de la inmensa mayoría de la Comunión y, sobre todo, del carlismo navarro, cuyo contacto nos es más próximo. Y lo hacemos como a nosotros cuadra, con espíritu jerárquico y ortodoxo, que no debe mermar libertad para la manifestación de nuestros sentimientos.
Os ofrecemos, Alteza, el testimonio seguro de nuestro respeto.
* * *
DON JOAQUÍN BALEZTENA. Abogado. Jefe Regional de Navarra, último nombrado por el Rey. Diputado a Cortes. Vocal de la Junta Carlista de Guerra de Navarra.— DON GABRIEL DE ALDAZ. Terrateniente. Jefe de la Merindad de Tafalla. Vocal de la Junta Regional.— DON IGNACIO BALEZTENA. Abogado. Jefe de la Merindad de Pamplona. Presidente de la Juventud Jaimista de Pamplona. Diputado Foral.— DON JOSÉ MARTÍNEZ BERASÁIN. Banquero. Jefe Local de Pamplona. Secretario de la Junta Regional. Presidente de la Juventud Jaimista de Pamplona. Presidente de la Junta Carlista de Guerra de Navarra.— SR. CONDE DE RODEZNO. Abogado. Presidente de la Junta Suprema Nacional de la Comunión Tradicionalista. Diputado a Cortes. Jefe de la minoría parlamentaria. Actualmente Vicepresidente de la Excma. Diputación Foral de Navarra.— DON JESÚS BARBARIN. Terrateniente. Jefe de la Merindad de Estella. Vocal de la Junta Regional de Navarra.— DON CESAREO SANZ ORRIO. Abogado. Capitán de Requetés. Actualmente Diputado Foral de Navarra.— DON JOSÉ GARRÁN. Abogado. Alcalde de Pamplona.— DON ELADIO YOLDI. Empleado. Tesorero de la Junta del Círculo Carlista de Pamplona.— DON JUAN ECHANDI. Abogado. Presidente de la Juventud Jaimista de la Merindad de Pamplona. Alcalde de Pamplona.— DON JOSÉ ÁNGEL ZUBIAUR. Abogado. Sargento de Requetés. Presidente de la Juventud Jaimista de Pamplona.— DON BENEDICTO BARANDALLA. Comerciante. Capitán de Requetés. Actualmente Alcalde de Echarri-Aranaz y Consejero Foral de Navarra.— DON JOSÉ IRISARRI. Empleado. Vicepresidente de la Juventud Jaimista de Pamplona. Teniente de Requetés. Caballero Mutilado.— DON ESTEBAN ARMENDÁRIZ. Industrial. Jefe de Requetés de Zona. Actualmente Alcalde de Villava.— DON MIGUEL DE ULIBARRI. Terrateniente. Actualmente Alcalde de Allo y Consejero Foral.— DON ÁNGEL GARÍN. Ingeniero Industrial. Jefe Local de Vera de Bidasoa.— DON PEDRO BERRUEZO. Procurador de los Tribunales. Jefe Local de Tafalla.— D. ALICEDO ZUFIAURRE. Terrateniente. Actualmente Alcalde de Tafalla.— DON GREGORIO ASTIZ. Terrateniente. Jefe Local del Valle de Larráun. Vocal adjunto de la Junta Regional. Alcalde del Valle de Larráun.— DON FLORENCIO AOIZ. Labrador. Sargento de Requetés.— DON LUIS MORTE. Industrial. Subjefe de la Merindad de Tudela.— DON JUAN JOSÉ JUANMARTIÑENA. Abogado. Diputado Foral.— DON ESTEBAN GORRI. Labrador. Capitán de Requetés. Jefe Local de Olite.— DON JESÚS LARRAÍNZAR. Abogado. Jefe Local de Estella.— DON FÉLIX IRIARTE. Comerciante. Jefe Local de Sangüesa.— DON JAIME BALANZATEGUI. Terrateniente. Oficial de Requetés.— DON CELEDONIO ERDOZAIN. Comerciante. De la Merindad de Aoiz. Vocal de la Junta Local de Sangüesa.— DON JOSÉ GÓMEZ ITOIZ. Médico. Vocal de la Junta Carlista de Guerra. Diputado Foral.— DON JESÚS ELIZALDE. Abogado. Teniente de Requetés. Delegado Regional en Navarra de las Juventudes Tradicionalistas. Diputado a Cortes. Jefe Regional de Navarra.— DON JAVIER MARTÍNEZ DE MORENTIN. Terrateniente. Vocal de la Junta Carlista de Guerra. Diputado a Cortes. Actualmente Diputado Foral.— DON FRANCISCO LÓPEZ SANZ. Periodista. Director de «El Pensamiento Navarro». Vocal de la Junta Regional de Navarra.— DON JOAQUÍN MARÍA URISARRI. Abogado. Secretario de la Junta Regional de Navarra.— DON BLAS INZA. Administrador de la Beneficencia Municipal de Pamplona. Vocal de la Junta Carlista de Guerra.— DON CARMELO GÓMEZ DE SEGURA. Comerciante. Vocal de la Junta Regional de Navarra.— DON ÁNGEL INDURÁIN. Terrateniente. Jefe Local de Barásoain. Vocal de la Junta Regional de Navarra.— DON GERARDO PLAZA. Arquitecto. Actualmente Alcalde del Valle de Baztán.— DON ANTONIO LIZARZA. Empleado. Organizador del Requeté de Navarra.— DON ESTEBAN EZCURRA. Terrateniente. Jefe de Requetés de Navarra. Actualmente Alcalde de Echauri.— DON JUAN VILLANUEVA UNZU. Empleado. Presidente de la Juventud Jaimista. Capitán de Requetés. Caballero Mutilado.— DON CARLOS MUNÁRRIZ. Médico. Vocal de la Junta Regional de Navarra.— DON PEDRO LARRAYA. Abogado. Vocal de la Junta Regional de Navarra.— DON BERNARDO BELZUNEGUI. Médico. Vocal de la Junta Regional de Navarra.— DON LUIS ARELLANO. Abogado. Delegado Nacional de las Juventudes Tradicionalistas. Secretario de la Juventud Jaimista de Pamplona. Diputado a Cortes.— DON TOMÁS MATA. Subdirector de Seguros. Alcalde de Pamplona. Consejero Foral de Navarra.
[1] En este párrafo los firmantes de la carta se están refiriendo, obviamente, al experimento político octavista.
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