El fin del Imperio Español y sus mitos (I)
La independencia de los territorios españoles del continente americano es uno de los episodios más interesantes, pero a la vez, de los menos estudiados de nuestro pasado. Mientras vivimos preocupados por futilidades y en medio de absurdas polémicas, El 200 aniversario de estos trascendentales sucesos va transcurriendo sin pena ni gloria.En las repúblicas de Hispano América se están realizando los mayores homenajes en las efemérides patrias. En algunos casos, se han creado auténticas mitologías nacionalistas cuyo parecido con la realidad es mera coincidencia, y lejos de retractarse, estas visiones falseadas (y antiespañolas) cada día cobran más vigencia. Cierto es que los académicos de historia, por lo menos los más rigurosos, tratan de ofrecer una visión más equitativa. Pero estos esfuerzos no parecen permear demasiado en las instituciones y la sociedad.El ánimo de estas líneas que siguen es hacer descubrir al lector la historia verdadera de la emancipación americana; sin patrioterismo, pero sin vergüenza. Debemos derruir los mitos sobre los que se sustenta la visión oficial para comprender mejor el mundo en el que vivimos. Ofrecemos nuevas armas para el combate dialéctico contra los enemigos de lo hispano, y motivos para mantener bien alto nuestro orgullo. De lo que fuimos, lo que somos y –ojalá- lo que seremos.
1 – LA CRISIS
Durante siglos los territorios pertenecientes al imperio español fueron patrimonio de la monarquía, considerados a este respecto en pie de igualdad con el resto, teóricamente al menos. Con el ascenso de los borbones el sistema de gobierno cambió en pos de la mentalidad reformista de la nueva dinastía. Por primera vez se empezó a considerar a los territorios ultramarinos como colonias. Convino a los intereses económicos españoles, mejoró la recaudación de los impuestos, la administración de justicia y la organización de los ejércitos. De hecho, fue necesaria para organizar un cuerpo de funcionarios leales a la corona y difícilmente corruptibles; casi siempre de la península para evitar nepotismos. Pero fue un paso en falso que destruyó la esencia misma de lo que siempre había sido el Imperio español. El ideal inspirador desde los Reyes Católicos no se trataba de la dominación de una nación sobre unos territorios ajenos, sino de la integración de todos a una cultura y valores comunes, tal y como había hecho Roma en el mediterráneo.De esta manera, muchos americanos quedaron decepcionados con esta nueva política y comenzaron a sentir a España como algo ajeno , aun cuando ellos mismos fueran españoles tanto por sangre como por ley; al relacionarla con la distante metrópoli, y no sin cierta razón. Las disposiciones reales fueron muy restrictivas en ocasiones. Por ejemplo, en Nueva España, la ley prohibía el matrimonio entre un funcionario español peninsular en ejercicio y una criolla. El reformismo ilustrado, aún con innegables buenas intenciones, sembró la inevitable discordia que estallaría unas décadas después. Como veremos más adelante, muchos emancipadores hispanoamericanos del siglo XIX lo que deseaban en el fondo el regreso del antiguo régimen, que es decir, de la más pura tradición hispánica.Nadie era ajeno a este estado de cosas. El último arzobispo de Charcas (Perú) monseñor Moxó y Francolí, dijo hacia el 1800:
“Que la América no era una colonia, sino una parte integrante de la monarquía y que los americanos eran iguales a todos los demás españoles.”
El arzobispo tenía muy clara la conciencia de lo que eran sus fieles: españoles de América; que respondían a los mismos deberes, pero que a su vez, demandaban los mismos derechos tantas veces negados. El ilustre marino Jorge Juan redactó en un informe una visión muy ilustrativa de lo que ocurría en la sociedad del momento:
“ No deja de parecer cosa impropia… que entre gentes de una nación, una misma religión, y aún de una misma sangre, haya tanta enemistad, encono y odio, como se observa en el Perú, donde las ciudades y poblaciones grandes son un teatro de discordias y continua oposición entre españoles y criollos(…)Basta ser europeo o chapetón, como le llaman en el Perú, para declararse contrario a los criollos; y es suficiente el haber nacido en las Indias para aborrecer a los europeos…”
En otras zonas debía ser peor.
A este tenso panorama social vino a añadirse un escenario internacional nuevo y que puso contra las cuerdas el sistema político del imperio. La independencia de los Estados Unidos en 1783 sentó un claro precedente de lo que pudiera ocurrir más tarde en la América Hispana. La revolución francesa al poco sentó otro, no menos peligroso. Las nuevas ideas se abrían paso inexorable, y sobre la burguesía comercial de los criollos más que nadie. La mecha estaba lista para ser prendida.
EL PLAN DE ARANDA
Estos sentimientos no fueron desconocidos en Madrid, capital del imperio. Sorprende comprobar hasta qué punto en las altas esferas se disponía de buena información a pesar de la enorme distancia y de la lentitud de las comunicaciones en la época, quizá tuviera algo que ver eficiente sistema de información que España tenía. Fue José Ábalos, intendente de la capitanía de Venezuela y por tanto conocedor de la situación de primera mano, el que propuso el primer plan de independencia pactada para Hispano América, una manera de prevenir antes que curar. La propuesta llegó a oídos del Conde de Aranda, el cual la modificó sustancialmente para elaborar una memoria que presentó al rey Carlos III en secreto. Aquí se puede leer la carta que el ministro le envió al monarca detallándole el proyecto.
Semblanza de un visionario
El gran estadista español no se engañaba respecto a la situación. Después de la independencia de las Trece Colonias el destino del imperio se presentaba muy negro. Tomando el plan de Ábalos, proponía desprenderse pacíficamente de todos los territorios ultramarinos en América excepto Cuba y La Española, sellando pactos de familia y alianzas permanentes. Hombres sabios e ilustrados como él sabía a lo que estábamos jugando; pero como le ocurrió -y le ocurre tanto a la gente brillante de España- no fue escuchado. Años más tarde, el valido Manuel Godoy, un tipo que no era tan tonto como se le retrata, hizo una propuesta parecida. Aún no había comenzado la invasión francesa y España estaba a tiempo de salvar los muebles, como vulgarmente se dice. Pero tampoco se hizo nada por aplicar el plan ni ningún otro semejante. Cuando hacia 1821, ya en la fase terminal de la dominación española en América, el gobierno del Trienio Liberal trató de ofrecer un acuerdo basado en el plan Aranda a los revolucionarios. Pero entonces la guerra ya estaba casi perdida para la causa y sólo quedaba el Perú como territorio realista, por lo que todo cayó en saco roto. Con la ventaja del tiempo que ha pasado, y estando tan de moda la “ficción-histórica”, se podría reflexionar de lo que hubiera ocurrido si se hubiera aplicado un proyecto así, muy similar a la Commonwealth británica. Hoy en día, Australia y Canadá; pese a ser estados independientes, están unidas profundamente a Gran Bretaña toda vez que comparten la misma monarquía, numerosas instituciones y alianzas indestructibles ¡incluso en la bandera nacional australiana conservan la Union Jack con orgullo, que sería como si la bandera de un país hispanoamericano contuviera la española! Desde luego, la historia del mundo hispano hubiera sido otro.
2 – LOS COMIENZOS DE LA INSURECCIÓN
Existieron numerosos desórdenes y levantamientos que precedieron a la revolución hispanoamericana, mas ninguno fue de gran importancia excepto uno: la rebelión de Túpac Amaru II. Este hombre se nombró así en referencia al último caudillo inca depuesto por el conquistador Francisco Pizarro. Túpac se erigió como líder de una gran revolución de la región de Cuzco en el 1780, en el virreinato del Perú. Fracasó estrepitosamente, pero tuvo un fuerte apoyo popular entre sectores indígenas, indignados por los aumentos de impuestos desde la corona. Puede ser catalogada como la única verdadera revolución patriota americana por haber sido protagonizada, esta sí, por indios. Pero aunque Túpac Amaru sea reconocido como parte de la identidad nacional peruana, sin embargo no tiene nada que ver con lo acontecido posteriormente ni con ningún otro movimiento de juntas autónomas americanas, ni de los movimientos constituyentes americanos, ni tampoco con el establecimiento de los nuevos estados independientes americanos. Todas las demás fueron protagonizadas por criollos, que es decir, por españoles de América.En 1808, Napoleón invadió la península e impuso a su hermano José como nuevo rey de España; la patria se dividió entre los que apoyaban el gobierno de los ocupantes y las juntas que proclamaban la lealtad a Fernando VII. Cuando llegaron las noticias a América, se desató una terrible inestabilidad: nadie sabía cómo obrar. Las autoridades virreinales debían teóricamente acatar a José Bonaparte, pero no lo hicieron; decantándose en unos casos pro acatar a la junta central suprema, en otros, manteniéndose a la expectativa y obrando por su cuenta. Mientras tanto, se produjeron movimientos diversos por todas partes sin una finalidad evidente, de 1808 a 1810 trascurrieron acontecimientos que pudieron haber terminado de cualquier manera. En México y Argentina se celebró el bicentenario en el año 2010 (1810-2010) con fastos y celebraciones de un calibre espectacular; pero en realidad es incorrecta la fecha, puesto que en ningún caso se proclamó independencia alguna…más bien al contrario.
Esta es la bandera de la Junta Autónoma de Quito: la cruz de San Andrés, la bandera del imperio español durante siglos; la enseña de la hispanidad.
El cura Hidalgo, considerado padre de la independencia de México, proclamó la fidelidad absoluta al monarca Fernando VII. Lo mismo hizo la primera junta surgida de la revolución de mayo en Buenos Aires. Lo mismo proclamó el primer congreso de Nueva Granada. Si la independencia era el objetivo oculto de los revolucionarios (muy probable en los independentistas de Buenos Aires y de Bogotá, dudoso en otros) se guardaron muy bien de proclamarlo desde un principio. ¿Por qué no lo hicieron, si lo tenían todo a favor? España estaba bajo ocupación militar y las autoridades estaban inactivas, expectantes entre las órdenes que pudieran llegar de la Junta Central y los movimientos revolucionarios. Los ejércitos reales eran escasos en número y dudosos en su lealtad en gran parte. Les hubiera sido muy fácil proclamar la independencia en ese momento. Quizá el pueblo no hubiera aceptado de primeras una separación, sin más; habida cuenta de que todos se seguían considerando españoles. Después, con la guerra y la propaganda, poco a poco se irían modificando los términos para hablar abiertamente de independencia y república. Nunca se reconocerá en un libro de texto de historia oficial el apoyo del pueblo a la monarquía y a España pero ¿por qué no pensarlo? No es la única evidencia que lo demuestra y en las próximas líneas veremos más.Sobre la lealtad proclamada hacia la monarquía y España de los “padres de la independencia” no cabe duda alguna, no hace falta bucear en oscuros archivos secretos para encontrar evidencias. Están ahí mismo:
Ésta es la proclama del 10 de mayo de 1810 en Buenos Aires:
Juráis a Dios nuestro señor y a estos santos evangelios reconocer la Junta Provisional Gubernativa de las provincia del Río de La Plata a nombre del Sr Fernando Séptimo, para guarda de sus augustos derechos, obedecer sus ordenes y decretos, y no atentar directa ni indirectamente contra su autoridad, propendiendo publica y privadamente a sus seguridad y respeto.Todos juraron y todos morirán antes que quebrantes la sagrada obligación que se han impuesto.
El cura Hidalgo proclamaba lo siguiente en su “Grito de Dolores”:
“¡Viva nuestra madre santísima de Guadalupe!, ¡viva Fernando VII y muera el mal gobierno!”
Los próceres de la independencia de Nueva Granada no se quedaron atrás:
¿Jura usted defender la patria hasta derramar la última gota de sangre, para conservarla ilesa hasta depositarla en manos del señor don Fernando VII, nuestro soberano, o de su legítimo sucesor; conservar y guardar nuestra religión y leyes; hacer justicia y reconocer al supremo Consejero de Regencia como representante de la majestad Real?
Lo mismo podría decirse del bando de la junta gubernativa de Santiago de Chile en 1810:
¿Jura usted defender la patria hasta derramar la última gota de sangre, para conservarla ilesa hasta depositarla en manos del señor don Fernando VII, nuestro soberano, o de su legítimo sucesor; conservar y guardar nuestra religión y leyes; hacer justicia y reconocer al supremo Consejero de Regencia como representante de la majestad Real?
La junta gobernativa de Quito de 1811 estaba presidida por Juan Pío de Montúfar, hijo de español y criolla, que firmó tan patriótica proclama:
El actual estado de incertidumbre en que está sumida la España, el total anonadamiento de todas las autoridades legalmente constituídas, y los peligros a que están expuestas la persona y posesiones de nuestro muy amado Fernando VII de caer bajo el poder del tirano de Europa, han determinado a nuestros hermanos de la presidencia a formar gobiernos provisionales para su seguridad personal, para librarse de las maquinaciones de algunos de sus pérfidos compatriotas indignos del nombre español, y para defenderse del enemigo común
Un deseo eficaz, un celo activo, y una contraccion viva y asídua á proveer, por todos los medios posibles, la conservacion de nuestra Religion Santa, la observancia de las leyes que nos rigen, la comun prosperidad y el sostén de estas posesiones en la mas constante fidelidad y adhesion á nuestro muy amado Rey, el Sr. D. Fernando VII y sus legítimos sucesores en la corona de España; ¿no son estos vuestros sentimientos? – Esos mismos son los objetos de nuestros conatos.
3 – ¿ESPAÑOLES CONTRA AMERICANOS?
Aún existe en el imaginario colectivo de los pueblos americanos, y en parte de la propaganda oficialista – en Venezuela, por ejemplo- la idea de que la emancipación de las nuevas repúblicas fue una guerra de liberación de los habitantes de América contra unos supuestos ocupantes españoles. Se trata de un auténtico disparate que increíblemente aún tiene su público. Como dice el historiador Tomás Pérez Viejo en su ensayo Criollos contra peninsulares: la bella leyenda:
Una afirmación que hoy muy pocos historiadores se atreverían a mantener de forma explícita pero que sigue siento el trasfondo último del relato hegemónico sobre las independencias americanas.
Aparte de otras importantes razones, hay un problema de números que hacen insostenible esta teoría: la proporción de españoles peninsulares (y digo “peninsulares” porque españoles eran todos) respecto al de americanos en Las Indias era insignificante. En ciudad de México, por ejemplo, el censo de 1811 cifra apenas un 2% de peninsulares. En Buenos Aires no pasaban del 4%. Similares proporciones o menores hallamos en Bogotá, Cartagena o Lima. Hablamos de las urbes más importantes y donde más peninsulares debían residir de toda América. No nos deben extrañar estas cifras, dado lo difícil del transporte y las comunicaciones de la época, además de que España era un país poco poblado. Y con estos datos en la mano ¿cabe pensar en una guerra entre europeos y americanos como dicen? Hubiera durado cuatro días.Más bien fue al contrario: la mayoría de estudios serios coinciden en señalar que el apoyo, explícito o pasivo, a la monarquía hispánica fue muy extendido entre todas las razas y clases sociales. El sentimiento independentista pudo ser mayoritario en el estuario de La Plata, y con más dudas, en Santiago de Chile. En Nueva Granada sólo fue mayoritario entre las élites criollas; mientras tanto, en Nueva España y el Perú –bastión realista de las américas- fue claramente minoritario.La inmensa mayoría de los que lucharon bajo las banderas del Imperio habían nacido en América. Una expedición de 1815 al mando de Pablo Morillo que arribó en las costas de Venezuela fue la única tropa europea de tamaño considerable que se llevó al Nuevo Mundo, con 10.000 soldados. Además, hemos de tener en cuenta que el carácter de la guerra quitó protagonismo a los ejércitos regulares. Pensemos que con los medios de principios del XIX era completamente imposible tejer estrategias en un escenario tan inmenso y diverso. América no era la Europa llana y bien comunicada de las guerras napoleónicas, sino un continente entero lleno de territorios inhóspitos, desérticos, abruptos y difíciles incluso para la vida. En consecuencia, en vez de grandes ejércitos imposibles de mover y abastecer, casi todo el peso de la lucha lo llevaron fuerzas irregulares de muy diversa procedencia; guerrillas de montoneros, indígenas, milicias locales, etc… éstas estaban siempre conformadas por americanos; indígenas y mestizos en la inmensa mayoría. Así por ejemplo, en el Virreinato del Perú, los oficiales y suboficales del Ejército Real del Perú hablaban en la lengua quechua para dirigir a las tropas amerindias ya que era la que éstas hablaban en su gran mayoría. Estas tropas “del país” se movilizaron para sus respectivos teatros de guerra locales, y con raras excepciones partieron fuera de sus lugares de origen. De esta forma, y también para los independentistas, las personas identificadas con las múltiples castas de amerindios mestizos (cholos), o de negros mestizos (mulatos o pardos), junto con negros esclavos liberados fueron el grueso de la tropa realista dependiendo del predominio étnico en la población en cada lugar. Las guerras de independencia no fueron sino guerras civiles entre americanos.Gran parte de los mandos militares realistas e incluso de los cargos políticos estuvieron ocupados por criollos, e incluso por mestizos en algunas ocasiones. Si bien es cierto que generalmente se prefería optar por peninsulares para asegurarse la lealtad, durante el conflicto las circunstancias obligaron a la promoción de españoles americanos; los cuales en ocasiones demostraron superar en lealtad y valor a los europeos (así lo declaró en una ocasión el virrey novohispano Calleja) Por mencionar algunos que alcanzaron altos grados: José Manuel de Goyeneche, natural de Arequipa, fue mariscal del ejército realista del Alto Perú. Agustín de Iturbide, oriundo de Nueva España, fue comandante realista durante una década hasta que las circunstancias lo convirtieron en independentista. Guillermo Marquiegui, oriundo de Jujuy, actual Argentina, fue de los mejores comandantes de caballería de Los Andes. Antonio Vigil, peruano que llegó al grado de general; y Francisco Picoaga, llegó también a ser mariscal de Campo, que fue capturado y asesinado por sus enemigos en 1815. Pío Tristán, Miguel Aráoz y Arce, Felipe Rivero y Lemoine… podríamos seguir con esta lista un largo rato, pero valga como muestra. En apartados posteriores mencionaremos más.Incluso existieron casos de españoles nacidos en España que tomaron parte del bando de Bolívar y San Martín. Y no fueron pocos. El más conocido es Vicente campo Elías, prócer de la independencia de Venezuela. Otros: Xabier Mina, un famoso guerrillero navarro que se enfrentó a las tropas de Napoleón, desembarcó en México para apoyar el movimiento independentista y después fue derrotado por el virrey Apodaca. El ceutí José María Fernández fue partidario de la independencia de Chile, y el vasco José María Fagoaga y Leyzaur, de México.Añadamos para finalizar este apartado con una afirmación quizá chocante, pero real: realmente los próceres de la independencia eran españoles y nunca dejaron de serlo. San Martín, hijo de españoles; peleó por España en la Batalla de Bailén y dos de sus hermanos se mantuvieron leales al rey. Su sangre, su religión y lengua eran españolas. Lo mismo que Bolívar, Itúrbide…y tantos otros. Incluso el sentimiento privado de muchos de estos personajes estuvo con España por más que públicamente manifestaran lo contrario. Esto no es una suposición, sino un hecho real, demostrado por el testimonio de un boletín secreto de la época de la independencia publicado en Buenos Aires en 1937.
4 – LA OTRA CARA DE BOLÍVAR
Bolívar, San Martín, O,Higgins, Sucre…apellidos que en América conforman auténticos mitos nacionales. Dado que ellos fueron los principales artífices de la independencia de sus países es justificable que así sea. Sin embargo, sus vidas encierran episodios poco gratificantes para sus defensores, siempre silenciados por la propaganda oficial.
El “dios” del panteón independentista
El caso más polémico es el del más renombrado de todos: el mismísimo Simón Bolívar. Bolívar fue racista, cosa que choca bastante con la idolatría que le profesa el que se ha erigido en actual paladín del llamado “neoindigenismo”. El “Libertador” volvió a gravar a los indios con un antiguo impuesto que ya había sido abolido y que pesaba sobre ellos por el solo hecho de serlo. Son conocidas también sus expresiones insultantes hacia y sobre ellos. Cuando la expedición por él comandada llegó al Perú, restableció la esclavitud de los negros, que habían sido declarados libres por San Martín. Y como colofón, decretó que las tierras comunales que pertenecían a los indígenas peruanos, concedidas por autorización real (que en ocasiones eran previas a la conquista) se enajenarían por el estado, para venderlas después a precio de saldo a sus amigos criollos acaudalados. Esta medida condenó a la hambruna a cientos de pueblos amerindios.Visto lo visto, no de extrañarnos que en numerosos territorios los últimos realistas fueran los indios. Por ejemplo, en Colombia: los pastusos fueron partidarios férreos de la corona y mantuvieron guerrillas hasta una fecha tan tardía como 1830, en la guerrilla del caudillo Huachaca. Lo mismo ocurrió en Chile: los araucanos habían llegado a proponer en 1813 “formar para la defensa del Rey una muralla de guerreros en cuyos fuertes pechos se embotarían las armas de los revolucionarios”. Como respuesta a su lealtad a la corona, fueron vilmente masacrados por los próceres chilenos. Uno de los últimos reductos realistas de Suramérica fue la islita chilena de Chiloé, donde los indígenas fueron prácticamente exterminados. Y por supuesto, en el Perú, donde las víctimas de las medidas boliviarianas estuvieron combatiendo en guerrillas hasta principios de 1830.
5 – EL PAPEL EXTRANJERO Y LA MASONERÍA
Los mayores beneficiados de la independencia no fueron los pueblos de Hispano América, ni siquiera sus élites criollas, sino los británicos. Su papel fue determinante, hasta límites insospechados que los historiadores oficialistas no se atreven a reconocer –aunque no lo puedan negar-Hay que ver los antecedentes históricos del hecho. Carlos III le declaró la guerra a Gran Bretaña durante la guerra de independencia de EE.UU. La apertura de un segundo frente de batalla debilitó militarmente la posición británica en el continente americano, y resultó vital desde el punto de vista estratégico para el inicio de las victorias de los rebeldes. Esto unido a la ayuda económica y a la reconquista de Florida, hizo que los norteamericanos reconocieran la ayuda española; tanto que durante la parada militar del 4 de julio, Bernardo de Gálvez, el conquistador de Florida, desfiló a la derecha del mismísimo George Washington en reconocimiento a su labor y apoyo a la causa americana.
Es abrumadora la presencia de símbolos masones en los santuarios de los próceres
Como era de esperar, los británicos, de todo menos tontos, no se quedaron de brazos cruzados y empezaron a conspirar de todas las maneras posibles para devolvernos el golpe. Y lo hicieron muy bien.Su participación fue más velada, en forma de dinero e influencias, que directa. Aun así, no faltaron tropas británicas en momentos clave, pese a que la nación insular se encontraba teóricamente en paz con España (aliados de hecho durante la Guerra de Independencia) Una legión británica de 2000 hombres tuvo un papel decisivo en Carabobo, que fue la batalla más importante para la independencia venezolana. La flota de Thomas Cochrane intervino para ayudar a lograr la independencia de Chile, impidiendo el socorro de los realistas chilenos desde el Perú y contribuyendo al ataque sobre el Callao en 1826, último bastión realista. Pero tales intervenciones puntuales sólo fueron la punta del iceberg.La anglofilia prendió como un voraz incendio entre los principales políticos de las independencias. Resulta sumamente ilustrativo que el primer presidente argentino, en 1826, haya sido un anglófilo del calibre de Bernardino Rivadavia, que gustaba de escribir extensas cartas a sus amigos ingleses en los que tanto elogiaba a Inglaterra como insultaba a España. En sus tiempos, al parecer, hasta los reglamentos para los debates de la nueva Cámara de Diputados eran los del Parlamento inglés. No debe extraños que La primera nación en reconocer la independencia de las Provincias Unidas fuera Gran Bretaña, que lo hizo oficialmente en febrero de 1825, cuando la guerra aún no había cesado.Pero más importante aún que las maquinaciones de los gobiernos fue el papel de una organización: la masonería. En los próceres, unida a la anglofilia estaba la afiliación casi unánime como masones. Es difícil verter juicios objetivos sobre el papel de la masonería en Hispanoamérica, dada la opacidad de la información y las dificultades para separar el grano de la paja . Obviamente, tuvo gran importancia a la hora de las independencias; lo que no se sabe es cuánto. Algunos dicen que aún hoy las organizaciones masónicas siguen controlando al 100% los países de América, otros que su papel está magnificado por teorías conspiracionistas. Suponemos que la verdad estará en algún punto medio.Los símbolos comunes de la masonería se encuentran en las enseñas nacionales, monumentos y en general, en cada testimonio de las independencias. Todos los grandes próceres fueron parte de alguna logia. La más famosa era la Logia Lautaro fundada por el venezolano Francisco de Miranda…en Londres. El objetivo principal de esta logia era la independencia de Hispano América, con inspiración en las ideas liberales de la revolución francesa y un intenso odio a todo lo que representara el Antiguo Régimen. Todos estos líderes habían estado en Inglaterra en algún momento o tenido amigos ingleses, y todos eran profundos admiradores, ora del inglés, ora de la Francia napoleónica. El asturiano Rafael Del Riego, responsable de la revuelta en la expedición de Cabezas de San Juan (1820), episodio que dio un golpe mortal a la causa realista, fue también masón, lo que no es casual.Que conste que no hablamos aquí de una gran conspiración masónica orquestada desde la sombra. El ser masón no es una causa de ser revolucionario, sino más bien una consecuencia de ciertas ideas y principios que estaban en contra de la monarquía y a favor de un nuevo orden de las cosas. Además, hay muchas ramas diferentes dentro de la masonería que en ocasiones difieren mucho entre sí. También debe reconocerse que hubo muchos masones partidarios de la unidad del imperio (como los generales Rodil y Espartero) si bien fuera de España predominaron los primeros de manera aplastante.
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Fuente:
El fin del Imperio Español y sus mitos (I) | Soul Guerrilla
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