Revista FUERZA NUEVA, nº 488, 15-May-1976
VUELTA A LAS URNAS
El presidente Arias nos reiteró en su última declaración en Televisión Española -28 del pasado mes de abril- que pronto hará realidad el gran regalo que desde el principio tiene el Gobierno de Su Majestad reservado al pueblo español. Dentro de poco, en efecto, todos podremos ir a las urnas a votar en sufragio universal. Y ahí, como si nos bañáramos en el río Jordán, acabarán nuestras penas.
También, una vez más, fustigó la subversión y la violencia. Ni el gran “espíritu del 12 de febrero”, ni los otros menores que le sirvieron después de coro, fueron capaces de terminar con lo que está demostrando ser un virus que resiste a todos los exorcismos y conjuraciones de estos gobiernos transidos de aires liberales…
Pero lo bueno del discurso de Carlos Arias es lo de la votación. Sí, irán –iremos- a votar los españoles, desde luego. Todo el mundo iremos a votar aunque nos causen náuseas las urnas, porque si no se vota saldrán los candidatos de los otros, aunque sean elegidos por media docena de personas, y se nos echarán encima como un puñado de avispas. Si no fuera por eso, no votaría nadie. No se puede evitar, realmente, que el pueblo español compare un Régimen que, libre del artilugio de las urnas, nos trajo 40 años de paz y de riqueza, con una partitocracia que en más de un siglo sólo nos aportó analfabetismo y miseria.
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Por eso, si se acude a las urnas, será a la fuerza, para que no gane el infierno que, como dijo Sartre, son “los otros”. O sea, con espíritu crispado, negativo y en defensiva, como aquel que no tiene más remedio que ponerse las manos sobre la cabeza, para que no le caiga en ella la cornisa que se le viene encima.
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Las elecciones no interesan nada más que a los políticos de profesión que viven y hacen sus enjuagues a costa de ellas, y también a las gentes de los periódicos que si no hablaran de política no sabrían de qué hablar. Quitemos a todas esas personas que, aunque son bien pocas, constituyen la espuma ruidosa y efervescente que flota sobre la masa de la sociedad, y ésta quedará feliz, tranquila y en reposo…
¿Qué todos los pueblos europeos viven en olor de política y en todos se celebran altares a las elecciones y a la democracia? Quizá…, pero muchas veces acaso para su desgracia. Además, ni todos los hombres tenemos la misma idiosincrasia, ni a todos los estómagos les sienta igual la salsa tártara. Y, por supuesto, no creo que algunos de aquellos países sean más felices ahora que cuando se hallaba proscrita de ellos la superchería de las urnas.
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En todo caso, al hablar de Europa habrá que descontar su mitad oriental [comunista]. No me parece que ésta ande del todo descaminada cuando allí consideran dignos de un hospital psiquiátrico a los intelectuales que incurren en la debilidad de soñar con partidos políticos (opinión personal mía). Si, por otra parte, esa media Europa tiene en orden su casa y se las arregla para hacerse respetar y mantener en jaque a una humanidad cobarde que sólo se entremete en asuntos de los débiles, no es de extrañar que alguien, como el gran Calvo Sotelo (no el ministro de los Tácitos, el otro), viendo en contraste cómo su Patria se hallaba carcomida por mortales separatismos, que ya vuelven, dijera aquello de que prefería una España roja a una España rota; como el ilustre Goethe tuvo que preferir en otro arduo dilema la injusticia al desorden.
Ojalá que por el camino que se nos lleva no tengamos también nosotros que enfrentarnos con tan rudos dilemas.
Francisco DE LA FUENTE ARÉVALO
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