Revista FUERZA NUEVA, nº 481, 27-Mar-1976
FUNERAL POR FRANCISCO FRANCO EN CUENCA, A LOS CUATRO MESES DE SU MUERTE
Ofició monseñor Guerra Campos; presencia de Doña Carmen Polo, viuda de Franco
En la iglesia de San Esteban, de Cuenca, se celebró, el pasado sábado, día 20, un funeral por el eterno descanso del alma de Francisco Franco, Caudillo de España, oficiado por el obispo de la diócesis, monseñor Guerra Campos. El templo aparecía completamente abarrotado de público, que se extendía hasta la plaza del Generalísimo y casi la llenaba por completo. Doña Carmen Polo, viuda de Franco, llegó rodeada de un auténtico clamor popular y saludada a los gritos de ¡Franco! ¡Franco!, siendo recibida a la entrada de la iglesia por el obispo y, poco después, ya en el interior, por el consejero nacional del Movimiento y fundador de FUERZA NUEVA, Blas Piñar.
Asistían todas las autoridades provinciales, con el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento a la cabeza, así como las autoridades militares. En la presidencia figuraba también don Fernando Fuertes de Villavicencio [último Jefe de la Casa Civil del Caudillo], que ocupaba un lugar en el primer banco junto a Blas Piñar.
Jóvenes con camisa azul y la pegatina de FUERZA NUEVA sobre el pecho formaban guardia, junto con excombatientes de la provincia, a ambos lados del altar, sosteniendo los guiones de la Guardia de Franco de Cuenca, organizadora del acto, y las banderas nacionales.
El prelado de la diócesis concelebraba con seis sacerdotes representantes de las parroquias, de la catedral y del seminario de Cuenca, así como con otro religioso procedente de Madrid. En la homilía –que publicaremos íntegramente en el próximo número- destacó dos hechos fundamentales en la vida del Caudillo: su compenetración con el pueblo español y su compenetración con la Iglesia. Habló de la admiración, cariño y gratitud que el pueblo llano le dispensó a la hora de la despedida definitiva, pueblo que no era el formado con personas con cargos ni emolumentos, sino por aquellos que le estaban agradecidos por nada y por todo, el pueblo integral, en definitiva.
Se extiende el doctor Guerra Campos, insistiendo en la compenetración tan extraordinaria que un gobernante católico (que hizo durante toda su vida, y más en su testamento, una profesión de fe tan inusitada) tuvo con un pueblo creyente, que debería hacer felices a todos los responsables de la Iglesia. “Confesó a Cristo y a su Iglesia, restableció el culto y la predicación y mantuvo siempre su devoción al Cristo “real”, prosiguió el obispo, recordando a continuación las manifestaciones persistentes sobre la persona de Franco por parte de Papas y de obispos que difícilmente habrá nadie recibido en vida, además del elogio de cincuenta prelados recogido en los respectivos boletines oficiales de las diócesis…
Entre un fervor extraordinario transcurrió la celebración eucarística. Una vez terminada ésta, el obispo y todos los celebrantes pasaron a dar el pésame a doña Carmen Polo que ocupaba un lugar a la derecha del altar, para seguidamente hacerlo las autoridades presentes. Al llegar nuestro fundador, Blas Piñar, la viuda de Franco cambió con él unas palabras, saliendo a continuación del templo verdaderamente rodeada del cariño del pueblo conquense, que al verla aparecer en la puerta de la iglesia prorrumpió espontáneo en nuevos gritos de ¡Franco! ¡Franco!, entonando, acto seguido y brazo en alto, el “Cara al Sol”.
“F. N.”
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