Revista FUERZA NUEVA, nº 598, 24-Jun-1978
Editorial
El consenso de la muerte
SI algún vocablo podríamos apellidar de «democrático» —al uso de lo que se entiende hoy como democracia, es decir, como triunfo de la inoperancia, de la partitocracia, del liberalismo y del marxismo internacional, amén de los más variados separatismos— no cabe duda que la palabra «consenso» sería la justa para ello.
Reiteradamente expresada, mil veces repetida a lo largo de los parlamentos de los grupos y facciones, parece ser la clave de la marcha política de nuestros días. Algo así como la meta o panacea de toda realización posible en el juego de intereses, pactos y componendas que se vienen realizando, unas veces a la luz pública, las más de espaldas a la opinión de cuantos componen la comunidad nacional, de ese pueblo que los políticos dicen inorgánicamente representar.
Consenso es consentir, ponerse de acuerdo, aceptar un compromiso, algo que realmente está sucediendo en nuestra Patria en su detrimento, en razón a los pactos que «en consenso» vienen realizando los partitocráticos en el poder o en la llamada oposición Es la palabra de la nueva alianza de la traición y del engaño a nuestro pueblo. Es el símbolo abierto a la muerte espiritual de España, a su destrucción como Patria una, justa, libre, dinámica y grande en la realidad de su ser y futuro.
Con el consenso, se legalizan los abusos, las conculcaciones legislativas, los asaltos al ordenamiento jurídico de la Nación, las demagogias y las permisibilidades más tremendas en contra de la unidad de España, en contra de los más elementales principios de autoridad, en defensa de posturas inaceptables gubernamentales en detrimento de los valores permanentes de la Patria, de la persona humana y de la normal convivencia ciudadana.
El término semántico y simbólico denominado consenso es la fórmula aceptada para que los grupos políticos, los politicastros de ocasión, los servidores de las internacionales, los siervos de los poderes ocultos, lleven a cabo sus maniqueísmos, sus operaciones destructoras del ser nacional, sus aspiraciones bastardas en contra de la estabilidad y buena andadura de la comunidad patria.
Con el consenso entre los «demócratas» que dominan la vida pública española, se está cerrando el círculo de la anti-España, en contra de la España eterna y verdadera, se están logrando las metas caóticas contra nuestro país, soñadas por los enemigos de siempre. Es la expresión idiomática de la acción llevada a la sombra del pueblo, aun cuando se ventile su nombre en propaganda teóricamente positiva para sus intereses comunitarios, para lograr culminar una nefanda tarea de desaparición inmediata de los valores hispánicos, de la realidad nacional, del futuro positivo, firme y realmente constructivo de la sociedad española.
Vivimos tiempos desgraciados, tiempos de engaños, conculcaciones, de aparentes triunfos de gentes sin honor y sin sentido patriótico de ninguna clase. Tiempos de traición, de ingratitudes sin cuento y de desagradecidos innumerables. Tiempos de egoísmo, de facciones al servicio de turbios intereses, de miserables concepciones y de enanas posturas. Tiempos en los cuales la vida pública está discurriendo por sendas insospechadas hace bien pocos años, de descrédito en todos los órdenes y en los cuales el «consenso» es la negra manta que cobija toda esta acción demoledora, contraria a los intereses nacionales, ofensiva para los valores permanentes de la Patria, para el sentido metafísico de entender la vida de los españoles.
Con ese pacto, con tal consentimiento, se da por buena una labor destructora, demoledora de un pasado de siglos; de traición a una vida noble y de honor colectivo, de fervor patriótico, de sentido constructivo del presente y de fundamento firme hacia el futuro. Se institucionaliza «consensualmente» el vicio, la pornografía, el crimen, el terrorismo, el separatismo, la amoralidad administrativa, la ambición innoble de poder a toda costa, los ataques destructores a las FAS y a las FOP. Se da una patente de corso, en definitiva, con este nombre para la total y definitiva destrucción de España.
Claro es que frente a tamaña política de «consenso», frente a este caminar hacia la muerte de los valores permanentes que componen la esencia de esa comunidad de pueblos en la unidad de su destino universal que es España, los españoles decentes, los españoles dignos de tal nombre, estamos obligados, sin demora, sin egoísmos ni personalismos suicidas y contrarios al interés nacional, a alzar sus voces, a tomar ya posturas decisivas, sin demora alguna, para devolver a España su dignidad, defender su unidad y laborar por su grandeza.
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