En términos comparativos sí que debemos estar agradecidos. Pero este tipo de razonamiento me recuerda, por ejemplo, al una persona que estuviera agradecida a un cacique por no abusar de él demasiado. El hecho de que una cosa sea comparativamente buena a otra no quiere decir que se constituya o convierta, en sí mismo o en términos absolutos, en algo bueno (más aún cuando se ha tenido durante generaciones una alternativa mejor a esa, que solamente se estaba desarrollando embrionariamente, aunque con gran fuerza y empuje, antes del franquismo, y que de haberlo respetado, promovido y desarrollado, se habrían llegado a buenos resultados sociales, buenos resultados que ya presagiaban esas prácticas en estado embrionario: me estoy refiriendo a todas esas agrupaciones, asociaciones, sociedades, etc..., desarrolladas socialmente por los legitimistas y por los católicos sociales: la idea hubiera sido, fomentarlas y desarrollarlas más, con la ayuda del poder político, para que adquirieran mayor importancia para cubrir contigencias sociales más caras que un su fase embrionaria hubieran sido incapaces de cubrir, pero nunca destruirlas como hizo Franco, irónicamente, siendo más radical en esto que los liberales destructores de los cuerpos sociales existentes -gremios, corporaciones,etc...- antes de la llegada del liberalismo en 1833).
Sin ser un buen conocedor del tema, tengo la impresión de que tiene un poco idealizadas esas agrupaciones, mutuas y sociedades que operaban en el ámbito privado. Es verdad que realizaban una labor meritoria. Las había católicas y legitimistas y también las tenían los distintos sindicatos de izquierdas. Pero lo que hay que ver es cuántos empleados estaban cubiertos de manera efectiva por esas sociedades privadas. Sospecho que una cantidad muy modesta en comparación con los que hoy están cubiertos.

Por otra parte, pienso que ese tipo de entidades, por su propia naturaleza, no pueden afrontar tratamientos costosos y complejos como los que se llevan a cabo hoy en día. Le hablo, por ejemplo, de un cáncer, una enfermedad coronaria grave o la implantación del último modelo de prótesis de cadera. Por desgracia, esa clase de problemas sólo los puede resolver una organización con cierto grado de centralización, no un ramillete de asociaciones locales -o aun nacionales- sin ningún tipo de coordinación. La cobertura universal es necesariamente ruinosa y no hay ninguna asociación privada que pueda asumirla. Por tanto, sería lícito que intervenga el Estado para llegar adonde la iniciativa privada no puede llegar por si sola.

Por supuesto, en Estados Unidos hay una sanidad privada que trata absolutamente de todo, e incluso lo hace con técnicas más avanzadas que las de aquí, pero el coste es elevadísimo y sólo se lo pueden permitir unos pocos. Sirva como ejemplo la operación de apendicitis antes citada: 40.116 €, de los que que sólo le cubre el seguro privado 32.010 €. Si eso cuesta una operación rutinaria como la de apendicitis, imagine a lo que puede ascender una operación de cadera o el tratamiento de un infarto. Ya sé que usted no defiende el modelo estadounidense, pero lo traigo como ejemplo del coste de la sanidad cuando no hay detrás un organismo centralizado.

Dice que Franco destruyó todo el tejido asociativo que aún pervivía en la sociedad. Concedo que tiene parte de razón, pero yo no idealizaría tanto ese tejido asociativo y esos lazos comunitarios, que ya estaban bastante maltrechos desde el fin de la Monarquía tradicional. No digo que eso excuse a Franco, pero conviene tenerlo en cuenta. Por otra parte, no estoy seguro de que Franco prohibiese las mutuas privadas. Pienso que en aquella época, como ahora, era posible hacerse socio de alguna mutua privada para lograr una cobertura extendida y personalizada.